Política

Vergüenza: Bruselas intenta sortear la justicia europea para incluir productos del Sáhara en el acuerdo con Marruecos. Análisis

Administrator | Domingo 02 de noviembre de 2025
Gerard Fageda*
La Comisión Europea obvia la sentencia reciente del TJUE que distinguía entre Marruecos y el Sáhara Occidental y quiere cerrar un pacto comercial con Rabat.
La Comisión Europea es la guardiana de los tratados de la Unión Europea. Aparte de ser el brazo ejecutivo del bloque comunitario, es el organismo que controla, vigila e incluso castiga a las administraciones y empresas que incumplen el derecho del club europeo. Sin embargo, Bruselas busca ahora la manera de sortear la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) y ha propuesto deprisa y corriendo un acuerdo comercial con Marruecos que incluye al Sáhara, según ha adelantado ABC y fuentes diplomáticas han confirmado a Público.
Cabe recordar que justo hace casi un año, el 4 de octubre de 2024, la máxima corte de Luxemburgo anuló la aplicación del acuerdo comercial de la Unión Europea con Marruecos del 2019 al Sáhara Occidental porque el pueblo saharaui no había dado su consentimiento. “La Comisión Europea ha negociado este acuerdo en silencio, ignorando diez sentencias consecutivas del TJUE que confirman el derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación”, asegura un comunicado emitido este lunes por Western Sahara Resource Watch (WSRW).
La justicia europea dio un plazo de un año para que la Unión Europea suspendiera este acuerdo con Marruecos y, justamente, a menos de una semana, Bruselas ha propuesto un nuevo pacto comercial con Rabat que no respeta la legalidad del pueblo saharaui. Ahora bien, se trata de una iniciativa que aún tienen que negociar los Estados miembros, y se tiene que aprobar por una mayoría cualificada. Sin embargo, la Unión Europea está tramitando este nuevo pacto de manera exprés.
Tal y como apunta WSRW, el 10 de setiembre los Estados miembros dieron luz verde a Bruselas para que negociara un nuevo acuerdo comercial con Marruecos. Solo cinco días después, la Comisión Europea y Rabat ya firman un borrador del acuerdo, y el ejecutivo comunitario lo presenta el 19 de septiembre a los gobiernos estatales. “WSRW considera poco creíble que un acuerdo tan cargado políticamente (especialmente tras una década de derrotas en los tribunales de la UE) pueda negociarse, finalizarse y firmarse en solo cinco días. La pregunta obvia es si la Comisión ya había comenzado las negociaciones con Marruecos antes de recibir el mandato legal“, insinúa la organización en el comunicado.
Además, según WSRW, los países prevén discutirlo y votarlo este mismo miércoles, aunque fuentes comunitarias explican a Público que aún no es del todo seguro. De hecho, recuerdan que la iniciativa se tiene que aprobar con el apoyo del 55% de los países europeos que representen al menos el 65% del peso demográfico de la Unión Europea. Unos porcentajes de consenso que no son fáciles de conseguir entre los Estados miembros.
La UE promete pequeñas mejoras
La Comisión Europea promete que va a financiar proyectos para hacer más accesible el agua y la energía en el Sáhara, así como para apoyar la lucha contra la desertificación. También invertirá en plantas desalinizadoras e incrementará la ayuda humanitaria de los campamentos de población refugiada saharaui. Además, tal y como pedía el TJUE, los productos del Sáhara Occidental irán con una etiqueta en la que se informa que han sido producidos en en el territorio del pueblo saharaui, pero serán expedidas por las autoridades marroquíes.
De esta manera, Bruselas, interpretando y llevando la sentencia del TJUE a sus intereses, considera que no hace falta el consentimiento explícito del pueblo saharaui para cerrar este nuevo acuerdo comercial, ya que entiende que no supone ninguna obligación para el Sáhara Occidental y solo le aporta beneficios. Aun así, la ONG WSRW lo niega y considera que no es suficiente como para qué se dé por hecho el consentimiento del pueblo saharaui en un acuerdo como este.
Una UE aislada
La Unión Europea está perdiendo aliados comerciales y cada vez se encuentra más sola en el tablero internacional. El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, el expansionismo de la Rusia de Vladímir Putin y una China que cada vez va ganando terreno comercial le han dejado cada vez más aislada. Por este motivo, Bruselas y los Estados miembros están buscando nuevos aliados e intentando firmar acuerdos comerciales con todo tipo de países, como ya pactaron con Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Bolivia) o la India. Y, ahora, también con Marruecos, que es uno de los máximos importadores en la Unión Europea de productos agroalimentario.
Hidrógeno verde y colonialismo energético: Marruecos y el Sáhara Occidental
Beto Cremonte*
Mientras el mundo celebra la transición energética, Marruecos consolida su liderazgo en hidrógeno verde aprovechando la ocupación ilegal del Sahara Occidental. Proyectos millonarios, apoyo de potencias internacionales y un modelo de explotación que excluye al pueblo saharaui muestran que la energía del futuro puede reproducir los viejos patrones de colonialismo en pleno siglo XXI.
En los últimos años, se habla cada vez más del hidrógeno verde como la gran alternativa energética del futuro. Una fuente limpia, producida a partir de energías renovables, que aparece como promesa para descarbonizar la economía mundial. Y una vez más, África se ubica en el centro de esta nueva transición energética, no como beneficiaria directa de sus frutos, sino como proveedor de recursos y territorios para satisfacer las necesidades del Norte global.
Este lugar de África como “granero energético” del planeta no es nuevo. Ayer (aún hoy lo siguen siendo) fueron el oro, el caucho, el uranio, el coltán o el petróleo. Pero en el nuevo horizonte energético, hoy más que nada son el sol, el viento y la capacidad de producir hidrógeno verde. La lógica, sin embargo, se mantiene: el continente es incorporado a las cadenas globales de valor bajo esquemas de dependencia y control externo. A esta nueva forma de extracción podemos llamarla colonialismo verde o colonialismo energético, porque bajo la bandera de la sustentabilidad se reproducen viejas relaciones de dominación.
En este marco, Marruecos busca presentarse como pionero en África en la producción de hidrógeno verde. Lo hace con el respaldo de la Unión Europea y de potencias como Alemania y Francia, interesadas en asegurar suministros alternativos que les permitan reducir su dependencia del gas ruso y de otras fuentes fósiles. Se calcula que Marruecos podría convertirse en uno de los mayores exportadores africanos de hidrógeno verde en la próxima década, gracias a megaproyectos de infraestructura financiados con capital extranjero.
Pero hay un aspecto central que suele omitirse: muchos de esos proyectos se ubican en el Sáhara Occidental, un territorio ocupado ilegalmente por Marruecos desde 1975 y reconocido por Naciones Unidas como un territorio pendiente de descolonización. Allí, sobre tierras y costas que pertenecen al pueblo saharaui, se están instalando parques eólicos y solares que serán la base para producir el hidrógeno verde que Marruecos pretende exportar hacia Europa.
De esta manera, la ocupación marroquí del Sáhara Occidental adquiere una nueva dimensión: no sólo se trata de un enclave militar y político, sino también de una plataforma energética destinada a integrarse a los mercados europeos. La explotación de recursos en un territorio ocupado, sin el consentimiento del pueblo saharaui, constituye una violación flagrante del derecho internacional. Sin embargo, grandes empresas energéticas y gobiernos occidentales eligen mirar hacia otro lado, priorizando sus intereses estratégicos y su agenda verde.
El colonialismo energético se expresa aquí con total crudeza: un territorio ocupado, un pueblo al que se le niega el derecho a decidir sobre sus propios recursos, y unas potencias extranjeras que se benefician de la “transición ecológica” a costa de reproducir esquemas coloniales. Marruecos, al mismo tiempo, utiliza estos proyectos para legitimar su control sobre el Sáhara Occidental, presentándose como socio confiable y proveedor de energía limpia para Europa.
En el fondo, lo que está en juego es quién se beneficia y quién paga el costo de la transición energética global. Mientras en el Norte se habla de descarbonización y sostenibilidad, en el Sur persisten el despojo y la dependencia. El caso del Sáhara Occidental revela la otra cara de la energía verde: la cara del colonialismo verde, que convierte al continente africano en un laboratorio de proyectos que rara vez consideran los derechos y las necesidades de sus pueblos.
Por eso, cuando se hable de hidrógeno verde, conviene preguntarse: ¿de qué transición hablamos? ¿Una transición que reproduce desigualdades y ocupaciones coloniales, o una transición justa que respete la soberanía de los pueblos? Esa tensión será uno de los grandes debates geopolíticos de los próximos años, y África, una vez más, está en el centro del tablero.
Marruecos y el hidrógeno verde: colonialismo energético del Sahara Occidental, proyectos y apoyos internacionales
Marruecos se ha consolidado como un actor central en la emergente carrera global por el hidrógeno verde, proyectando su liderazgo no solo dentro del continente africano, sino también como proveedor estratégico hacia Europa y Asia. El hidrógeno verde, producido mediante electrólisis del agua usando fuentes renovables como la solar y la eólica, se presenta como una alternativa clave frente a los combustibles fósiles. Sin embargo, detrás del discurso de transición energética sostenible, se esconde un patrón de apropiación de territorios y recursos que recuerda las formas clásicas de colonialismo, esta vez bajo la etiqueta de colonialismo energético.
El Plan Nacional de Hidrógeno Verde de Marruecos contempla inversiones por más de 15.000 millones de dólares en plantas de electrólisis, parques eólicos y solares, con el objetivo de alcanzar una producción potencial de 20 millones de toneladas anuales (IRENA, 2023). Gran parte de estas instalaciones se ubican en el Sahara Occidental ocupado, donde la ocupación marroquí desde 1975 permite la explotación de territorios estratégicos sin control saharaui. Entre los proyectos más avanzados se encuentran:
  • Parque Eólico de Boujdour: capacidad instalada de 500 MW, destinado en gran parte a exportación hacia Europa.
  • Planta Solar de Dajla: proyecta generar 1,2 GW de energía renovable para electrólisis de hidrógeno y consumo local limitado.
  • Plantas de electrólisis complementarias: permiten producir hidrógeno verde líquido para transporte y exportación a Alemania y España.
Marruecos ha logrado atraer el interés y financiamiento de potencias internacionales, consolidando un entramado que combina inversión, política y control territorial. Alemania, a través del programa H2Global, comprometió inicialmente 1.000 millones de euros, mientras Francia asegura la participación de sus empresas estratégicas, como TotalEnergies, y respalda la integración de estos proyectos en su plan post-nuclear. España, con vínculos históricos y comerciales, avala las políticas marroquíes de control sobre el Sahara Occidental, especialmente a través de contratos de transporte marítimo y conexiones energéticas. Además, empresas como Siemens, Enel Green Power y Acciona participan en la instalación de infraestructura tecnológica, mientras fondos del Golfo financian proyectos complementarios de almacenamiento y logística.
El esquema que Marruecos despliega refleja un colonialismo energético contemporáneo: el Sahara Occidental aporta el territorio y la energía, mientras la tecnología, propiedad intelectual y valor agregado permanecen en manos de inversores y corporaciones extranjeras. Las estimaciones de exportación indican que más del 70% del hidrógeno producido será destinado a mercados europeos, principalmente Alemania, Francia y Países Bajos, reforzando la dependencia energética del Norte y consolidando la posición estratégica de Marruecos.
De esta manera, la narrativa verde sirve como instrumento de legitimación internacional, consolidando la ocupación y bloqueando avances del Frente Polisario y la RASD en foros internacionales, pese a que la ONU reconoce al territorio como pendiente de descolonización. La convergencia de inversiones, proyectos de gran escala y apoyo político internacional convierte al Sahara Occidental en un laboratorio de colonialismo energético del siglo XXI, donde la transición ecológica y la explotación de recursos naturales se entrelazan con la geopolítica global.
Impacto social y resistencias: Sahara Occidental y Marruecos
La explotación de hidrógeno verde y otros recursos en el Sahara Occidental no ocurre en un vacío social ni político. Las comunidades saharauis enfrentan desplazamiento, marginación económica y exclusión de los beneficios generados en su propio territorio. Los recursos naturales, tanto tradicionales como energéticos, son controlados por el Estado marroquí y las corporaciones extranjeras, mientras la población local permanece relegada a los campamentos de refugiados en Tinduf (Argelia) o a las periferias urbanas de las ciudades ocupadas, con acceso limitado a empleo y educación técnica relacionada con los megaproyectos energéticos.
La resistencia saharaui se mantiene viva en múltiples frentes. A nivel internacional, el Frente Polisario y la RASD continúan litigando en tribunales europeos y promoviendo sentencias contra acuerdos pesqueros y de explotación de minerales que incumplen el derecho internacional. En el terreno local, manifestaciones y actos de protesta buscan visibilizar la ocupación y exigir autodeterminación, pese a la militarización y la presencia constante de fuerzas de seguridad marroquíes.
Paralelamente, dentro de Marruecos, la explotación económica del Sahara Occidental y la concentración de poder en torno a Mohamed VI han provocado tensiones sociales internas. Se registran protestas en el Rif, Casablanca y otras regiones, motivadas por desempleo, desigualdad y represión política. Estas manifestaciones son respondidas con fuerza desproporcionada por el régimen: al menos 15 muertos y cientos de detenidos, según reportes de ONGs de derechos humanos. El control sobre los medios, la persecución judicial y la censura digital se suman a la estrategia de mantener estabilidad política mientras se consolida el modelo de colonialismo energético en el Sahara.
En este contexto, el colonialismo del siglo XXI se evidencia no solo en la apropiación de recursos, sino también en la represión de resistencias locales —tanto saharauis como marroquíes— que cuestionan la legitimidad de un modelo económico y geopolítico construido sobre ocupación, dependencia internacional y acumulación de capital energético y tecnológico por parte de Marruecos y sus socios extranjeros.
La dimensión económica del colonialismo
  • Pesca: Más de 100.000 toneladas de pescado al año se extraen de aguas saharauis bajo acuerdos con la UE, pese a sentencias del Tribunal de Justicia de la UE (2016, 2018, 2021) que los declaran ilegales.
  • Minería y agricultura: Fosfatos de Bou Craa, arena, productos agrícolas de invernadero y otros minerales se exportan a Europa y Estados Unidos, consolidando a Marruecos como intermediario económico, mientras los saharauis quedan excluidos.
  • Infraestructura y comercio: Carreteras, puertos y zonas industriales en Dajla y Boujdour facilitan la exportación de recursos y energías renovables.
  • Turismo y legitimación cultural: Dajla se promueve como destino turístico para reforzar la narrativa de normalidad, invisibilizando la lucha del pueblo saharaui.
El colonialismo marroquí se sostiene en gran medida gracias al apoyo de potencias extranjeras. Estados Unidos reconoció la soberanía marroquí en 2020 como contrapartida por la normalización con Israel. España, antigua potencia colonial, respaldó públicamente la propuesta de autonomía del Sahara, alineándose con Bruselas y Washington. Francia bloquea resoluciones de la ONU que cuestionan a Rabat. La MINURSO, establecida en 1991, sigue sin mandato en derechos humanos y no logró organizar un plebiscito de autodeterminación.
La convergencia de estas dinámicas demuestra que la transición energética global, lejos de ser neutral o pacífica, puede reproducir patrones históricos de dominación y exclusión, consolidando un sistema donde los pueblos locales —tanto saharauis como marroquíes críticos— pagan el costo social y político de los megaproyectos y la diplomacia energética internacional.
Geopolítica internacional y colonialismo energético
La expansión de Marruecos como proveedor de hidrógeno verde no puede entenderse sin situarla en el marco de la geopolítica internacional. La ocupación del Sahara Occidental y la explotación de sus recursos estratégicos se han entrelazado con los intereses de potencias globales que buscan asegurar suministros energéticos en el contexto de la transición ecológica y la crisis climática. Europa, principalmente Alemania y Francia, se ha convertido en un actor central en este entramado. Berlín, mediante el programa H2Global, asegura un flujo constante de hidrógeno para cubrir sus objetivos de descarbonización industrial, mientras París se posiciona tanto como inversor estratégico como garante de la estabilidad política del reino alauita, en línea con sus históricas relaciones con Marruecos. España, por su parte, actúa como socio logístico y comercial, avalando los proyectos y facilitando conexiones marítimas y energéticas que consolidan el control marroquí sobre el Sahara Occidental.
A esta dinámica se suman actores extra europeos. Estados Unidos ha reforzado su respaldo diplomático a Rabat, incluyendo el reconocimiento de la soberanía sobre el territorio saharaui como parte de su estrategia de alianzas en el norte de África y la normalización con Israel. China, interesada en expandir la Franja y la Ruta, observa en los proyectos de energía renovable una oportunidad para integrar tecnología y capital en un corredor estratégico hacia Europa, asegurando influencia sobre las futuras cadenas de suministro de hidrógeno verde. La convergencia de estos intereses transforma al Sahara Occidental en un espacio de disputa internacional donde la explotación de recursos energéticos se convierte en una herramienta de diplomacia y control geopolítico.
La narrativa verde que Marruecos proyecta en foros internacionales funciona como un escudo frente a cuestionamientos de la ONU y la comunidad internacional sobre la ocupación. Los megaproyectos energéticos se presentan como vectores de desarrollo y sostenibilidad, mientras en realidad consolidan la dependencia de Europa y otros socios respecto a la infraestructura y el capital marroquí. Así, la transición energética se entrelaza con la reproducción de estructuras coloniales contemporáneas: África provee territorio, recursos y mano de obra, mientras la tecnología, la inversión y el valor agregado permanecen en manos extranjeras, en un sistema que mantiene invisibilizada la soberanía saharaui y limita cualquier cuestionamiento interno en Marruecos.
El resultado es un tablero donde la geopolítica energética, la ocupación territorial y la diplomacia internacional se combinan para sostener un modelo de explotación y control que recuerda, en sus efectos y relaciones de poder, a los antiguos esquemas coloniales, aunque bajo la bandera de la sostenibilidad y la transición verde.
El rostro descolonial del Sahara Occidental frente al colonialismo verde
El impulso marroquí hacia el hidrógeno verde, presentado como ejemplo de modernidad y transición energética, es en realidad una nueva capa de colonialismo sobre el Sahara Occidental. Bajo el discurso de la sostenibilidad se esconde un modelo que priva a los saharauis de la posibilidad de decidir sobre sus propios recursos, los excluye de los beneficios económicos y perpetúa una ocupación ilegal que ni la ONU ni los organismos internacionales han sabido o querido revertir. En este sentido, el llamado “colonialismo verde” no es más que la reedición del despojo colonial bajo una narrativa adaptada al siglo XXI.
Desde una perspectiva descolonial, el problema no radica en la apuesta por energías limpias, sino en la manera en que se imponen sin consulta a los pueblos que habitan los territorios, en beneficio de potencias extranjeras y de una élite local aliada a los intereses globales. Marruecos no puede presentarse como líder de la transición energética africana mientras mantiene una ocupación militarizada sobre el Sahara Occidental, reprime a su propia población cuando protesta por derechos sociales básicos y se apoya en la complicidad de socios europeos y estadounidenses que priorizan la seguridad energética sobre la justicia y la autodeterminación.
El futuro de la transición energética en África no debería depender de proyectos diseñados para sostener estructuras coloniales. Una verdadera alternativa verde y emancipadora pasa por el reconocimiento del derecho del pueblo saharaui a decidir sobre su destino y por un modelo energético que no reproduzca dependencias, sino que fortalezca la soberanía de los pueblos. De lo contrario, el hidrógeno verde y las renovables corren el riesgo de convertirse en una nueva máscara de un viejo sistema: el del saqueo colonial. Frente a esta realidad, la lucha saharaui y la resistencia de los pueblos africanos marcan el camino hacia una transición que sea no solo ecológica, sino también profundamente descolonial y liberadora.
* Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP.
La filtración del hacker que agita Marruecos: la astronómica factura de la corte de Mohamed VI
Francisco Carrión
Llevaba varias semanas sin aparecer, aunque había amenazado con seguir revelando los secretos mejor escondidos del régimen alauí. Y ahora, al calor de la nueva oleada de protestas convocada para este sábado por la Generación Z de Marruecos, el hacker Jabaroot que desde hace meses desnuda al poder ha vuelto a irrumpir en escena: su última revelación golpea de lleno al Palacio Real y la astronómica factura de los empleados de la corte de Mohamed VI.
Los ficheros difundidos por el hacker, días después de que en un discurso Mohamed VI defendiera la “justicia social” y la polémica apuesta por las inversiones millonarias en estadios, revelan los sueldos de las 3.400 empleados de la Casa Real marroquí, distribuidos en varias decenas de palacios, viviendas y propiedades de la familia gobernante a lo largo y ancho de Marruecos. Según las tablas filtradas -que incluyen el nombre, fecha de inicio del contrato, nacionalidad e incluso sus direcciones personales-, el gasto en personal supera los 50 millones de euros. La media salarial entre la corte de Mohamed VI es superior a los 15.000 euros anuales, el triple de la media nacional (situada en torno a los 4.500 euros).
Sin parangón entre las monarquías europeas
Un dispendio que está lejos del apartado salarial de la Casa Real española, que ronda los 4 millones de euros. El presupuesto global de la monarquía alauí excede los 200 millones de euros, muy lejos de los 8 millones de Zarzuela. En la partida española solo se incluyen los gastos gestionados directamente desde la Casa Real, pero no los otros costes que asumen otros ministerios estatales, como la seguridad, a cargo del Ministerio del Interior); la Guardia Real y otros servicios militares, dependientes del Ministerio de Defensa; los vehículos y conductores (Ministerio de Hacienda), los viajes oficiales por Exteriores así como el mantenimiento de palacios por Patrimonio Nacional.
Si se compara con el gasto de las familias reales europeas, ninguna llega al gasto anual de la Casa Real alauí. A la cabeza se sitúa el Reino Unido, cuya Casa Real recibió en 2024 una dotación de 86,3 millones de libras esterlinas, equivalentes a entre 100 y 110 millones de euros. El coste real es bastante mayor, pues no incluye partidas asumidas por otros departamentos del Estado, como la seguridad, el transporte o el mantenimiento de residencias reales. En segundo lugar se encuentra Mónaco, con unos 48 millones de euros anuales, seguido muy de cerca por las monarquías de Noruega y los Países Bajos, cuyos presupuestos rondan los 43 y 44 millones de euros. En el caso noruego, la cantidad cubre tanto los gastos personales del rey como los del personal y mantenimiento de las residencias oficiales.
Unas cifras que pueden alimentar la contestación en las calles de Marruecos, donde desde hace tres semanas colectivos juveniles organizados desde internet piden mejores servicios públicos de educación y sanidad; medidas para paliar el desempleo juvenil y reducir los abismos sociales, mientras el establishment marroquí invierte millones en la construcción y renovación de estadios con la vista puesta en el Mundial de fútbol de 2030, que Marruecos organiza junto a España y Portugal.
"Todo vuestro sistema está bajo control"
El regreso a escena de Jabaroot está acompañado de sus amenazas al poder alauí, en línea con sus ya habituales mensajes a ministros y capos de la seguridad y la inteligencia. "Todos vuestros sistemas están bajo control", amenaza en la publicación que desnuda el gasto de palacio, en un claro desafío a Mohamed VI, una figura que hasta ahora ha quedado fuera de las protestas a pesar de que los jóvenes le reclaman la caída del Gobierno y medidas contra la corrupción de la élite política y económica.
"Esta publicación es la réplica al desprecio del rey con relación a las reivindicaciones de la juventud marroquí para que disuelva al Gobierno", explica Jabaroot ahondando en la crisis que vive el país vecino. "Es también un aviso para quienes creían estar a salvo del peligro", agrega.
Jabaroot es el nombre de un misterioso hacker que ha sacudido los cimientos del poder en Marruecos. Fuentes con conocimiento de los pasillos del poder en Marruecos, en conversación con El Independiente, lo identifican como un antiguo miembro del aparato de inteligencia del país decidido a vengarse de quienes, según él, manejan con impunidad los secretos del Estado. Su actividad, descrita como una forma de presión psicológica excepcional contra la poderosa Dirección General de la Seguridad del Territorio, ha dejado al descubierto el nervio más sensible del régimen: su propio sistema de espionaje.
Desde su canal de Telegram, Jabaroot ha lanzado acusaciones y documentos que comprometen a figuras clave del Estado marroquí. En su narrativa, denuncia la corrupción, el abuso de poder y el uso de la vigilancia como herramienta política. Sus filtraciones, cada vez más precisas y explosivas, lo han convertido en una figura incómoda, comparada con Julian Assange por su audacia y su capacidad para desafiar a las estructuras más herméticas del país.
Entre sus revelaciones más sonadas está el caso de Abderrahim Hamidine, jefe de la inteligencia en Casablanca, al que atribuye la compra de una lujosa mansión con piscina pese a su salario de funcionario. También ha apuntado contra Mohamed Raji, conocido como “Monsieur Écoute”, a quien señala como cerebro del espionaje electrónico y responsable del uso del programa Pegasus dentro del país.
Otra filtración relevante afectó al ministro de Justicia, Abdellatif Ouahbi. Jabaroot difundió documentos que, según él, muestran que el ministro adquirió una vivienda en Rabat con un crédito millonario pagado en un plazo inusualmente corto, y que más tarde donó la propiedad a su esposa con un valor inferior al real. La acusación, acompañada de copias de contratos y escrituras, provocó un revuelo político en Rabat.
Las filtraciones no se detienen en casos individuales. Jabaroot ha publicado listas con los nombres y datos personales de altos mandos de la DGST, revelando supuestos movimientos de dinero y conexiones opacas entre responsables de inteligencia y círculos empresariales. Su objetivo declarado es mostrar cómo el poder en Marruecos se sostiene sobre un sistema de control y vigilancia que, en sus palabras, “espía a todos para proteger a unos pocos”.
El impacto de sus acciones ha abierto un debate interno sobre la seguridad del Estado y las tensiones dentro del aparato de inteligencia. Diversas interpretaciones sugieren que Jabaroot podría ser la cara visible de una guerra interna entre facciones del poder, o incluso una operación encubierta para desacreditar al todopoderoso director de seguridad, Abdellatif Hammouchi. Sea quien sea, el hacker ha logrado algo inédito: que los secretos del régimen marroquí circulen a plena luz y sin control, en un país acostumbrado al silencio y la opacidad.
Fuente: El Independiente

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