Mientras el independentismo catalán prosigue incansable con su hoja de ruta, ahora insistiendo en la naturaleza plebiscitaria de las elecciones autonómicas del próximo 27 de septiembre (es decir con la intención de agrupar y abducir a sus partidarios), al presidente Rajoy sólo se le ocurre advertir que con ellas “conviene no crear confusión”… Pero parece que el más confundido con lo que está significando ese proceso a lo largo de toda la legislatura, es él mismo.
Lo natural sería considerar que, con ese carácter plebiscitario, marcado por supuesto por las exigencias de los partidos que patrocinan el enredo independentista, se podrá conocer de verdad cuántos ciudadanos catalanes se sitúan en cada una de las orillas del problema. Aunque lo esencial seguirá siendo quien o quienes terminan ocupando la Generalitat y lo que a posteriori se pueda hacer o no hacer al respecto desde esa posición de Gobierno.
Al mismo tiempo, claro está, se sabrá también en qué lado se ha estado más o menos confundido al respecto. Y uno no deja de apreciar que, de momento, el supuesto ‘plebiscito’ y la ‘candidatura única’ independentista son pura estrategia electoral para mantener el poder autonómico, porque sin él todas las veleidades soberanistas no pasarían de ser una mera aspiración fantasiosa.
Tiempo al tiempo para que las cifras canten. Aunque, de momento, una parte de la sociedad catalana (la soberanista) parece que sigue haciendo sus tareas establecidas hace tiempo, y con buena aplicación, y otra (la españolista que debía liderar el propio Rajoy) sólo espera confiada como los ilusos anti españoles se pegan el batacazo; cuando, llegados a este punto, lo suyo sería plantear otra candidatura conjunta de los partidos que ante esa estratagema política sean partidarios de mantener a Cataluña en la lealtad al sistema político establecido.
Porque, el simple hecho de sumar los votos de cada partido que puedan ser favorables a una u otra posición (alguno puede que se limite a buscar su acomodo en el Parlamento Autonómico ignorando la proclama plebiscitaria), poco tiene que ver con la ventaja de la ‘candidatura única’ para hacerse de verdad con el Gobierno de la Generalitat. En realidad eso es lo que está en juego y lo esencial -como decimos- para que el proyecto soberanista pueda seguir en pie.
Habiendo dejado a Artur Mas plantear las cosas como están planteadas, si la opción soberanista gana las elecciones del 27-S, el lío será mayúsculo y evidente el respaldo ciudadano -manipulado o no- a sus aspiraciones. Porque los votos se podrán contar y analizar como se quiera, pero lo importante es quién o quienes ganarán estas elecciones y ocuparan la mayoría de los escaños del Parlament y los despachos de la Generalitat.
Y el caso es que esa candidatura integradora (que capitalizará el apoyo de la Assemblea Nacional Catalana, Òmniun, la Plataforma Proseleccions y la UFEC, junto al potencial propio de CDC y de ERC), tiene todos los visos de poder alcanzar la mayoría parlamentaria absoluta, apoyada en última instancia también por la CUP, que se ha auto excluido de la lista electoral integrada por razones de procedimiento pero que coincide en el fondo de la cuestión. Dejando previsiblemente otra vez en la oposición a todas las fuerzas políticas ‘españolistas’ que hayan participado en esos comicios ‘plebiscitarios’ cada una con su sigla: la ley D’Hont crujirá al PP y al PSOE como tanto ha venido crujiendo a los partidos minoritarios en las elecciones generales.
Pero la arrogante incapacidad de Rajoy para muñir una operación política también integradora (el entendimiento puntual de ambos partidos con Ciudadanos y con Unió -ahora separada de Convergència), que sería la única maniobra posible para enfrentarse a la ‘candidatura única’ con posibilidad de contrarrestarla, es evidente. Como lo es también su continua insolvencia para diseñar una campaña gubernamental adecuada, en fondo y forma, que evite el éxito de la propuesta soberanista.
Hasta el emergente Podemos ha sabido aliarse en esta ocasión con ICV y EUiA (Esquerra Unida i Alternativa) para capitalizar los votos de quienes simplemente defienden el derecho a decidir. Alianza que también parece un ensayo para explorar otros acuerdos de futuro.
Lo único que se la ocurrido al lobby españolista es alentar a parte del empresariado catalán para que actúe como prescriptor del voto, lo que es de una ingenuidad total. Pretender que los empleados o consumidores de Freixenet, sin ir más lejos, voten lo que les recomiende el propietario de la marca, al más puro corte caciquil, da verdadera pena.
Y pena da también, por poner otro ejemplo, ver el esfuerzo de última hora para difundir unos cuantos libritos que defienden el enraizamiento de Cataluña con España, editados a destiempo y sin el menor impacto social.
¿Qué significa eso frente a una sola y simple fotografía de los cuatro candidatos a la Presidencia del Barça mostrando la camiseta catalana del 27-S bajo un cartel de ‘Compromís de País’, que es un documento a favor de la independencia catalana, y haciendo piña con los representantes de las organizaciones que la promueven…?
Paréntesis: No deja de ser curioso que, a pesar de sensibilidad política común, la candidatura ganadora en las elecciones del Barça (casi con el 55 por 100 de los votos) haya sido precisamente la menos ‘independentista’, liderada por Josep María Bartomeu, amparado por la realidad del último ‘triplete’ de copas conseguido bajo su mandato.
La estrategia de Mas se puede interpretar como se quiera, y criticar cuanto se quiera, pero los hechos son los hechos y estos le han permitido volver a retomar impulso político, simplemente porque tras el referéndum del 9 de noviembre de 2014 sobre la independencia de Cataluña, que fue declarado inconstitucional, el Gobierno de Rajoy creyó que ya había ganado esa tormentosa guerra, tomando una posición pasota en vez de pasar a reforzar la victoria legal con la victoria de la razón política y la convicción ciudadana.
Artur Mas, el gran manipulador, ha vuelto a imponer su hoja de ruta; entre otras cosas por la incapacidad de Rajoy para liderar la política nacional y afrontar las reformas institucionales necesarias para la estabilidad funcional del Estado, coleccionando fracasos electorales continuos. A los que con toda seguridad va a tener que añadir también el del 27-S, antes de llevar al PP a la merecida oposición en las próximas elecciones generales…
El 25-N consolidó en Cataluña una mayoría parlamentaria ‘independentista’ de 74 escaños (CiU, ERC y CUP) frente a una oposición formalmente ‘españolista’ de 61 escaños (PSC, PP, ICV y C’s), que, además de estar menos cohesionada, no comparte una misma idea del Estado ni tiene las cosas claras al respecto, lo que, por otra parte, evidencia su incapacidad para defenderlo. Una aritmética parlamentaria que mostró la división real de la sociedad catalana en relación con el concepto de España y su sistema de convivencia, sin que el Gobierno de Rajoy haya tomado nota de ello.
Y tres años después, el 27-S, veremos cómo ha evolucionado ese ratio con Rajoy y el PP al frente del Gobierno de la Nación. Entonces tendremos un nuevo ranking de ganadores y perdedores que, además, será decisivo para poder confirmar las previsiones de las inmediatas elecciones generales.
Rajoy sigue instalado en la inopia del problema catalán, confundiendo la realidad jurídica con la realidad sociopolítica del caso. Esa confusión, y no la que él achaca a Artur Mas (que sabe muy bien lo que hace), junto con su insistencia en remitirlo todo a la aplicación de la ley, será una de las causas de su muerte política, acompañada con la demolición del PP. La enfermedad que padece se llama ‘parálisis intelectual manifiesta’ o ‘síndrome de Don Tancredo’.
Fernando J. Muniesa