Dice un refrán español que quien paga a los músicos elige la canción; algo que es perfectamente aplicable al mundo de la demoscopia política. Así, quien paga las encuestas electorales parece que elige la receta con la que se ‘cocina’ la presentación pública de sus resultados, porque sólo así se pueden entender las diferencias existentes entre unas y otras aun siendo coincidentes en el tiempo y la temática.
Pero pague quien pague esas manipulaciones diferenciales, las tres últimas ediciones barométricas menos insolventes (las de Metroscopia, Sigma Dos y el CIS) coinciden en una cosa, quizás porque sea su dato más consolidado. En todas ellas, y se combinen como se combinen los votos previsibles de los cuatro partidos nacionales en liza, la posición de cabeza sigue reservada para una ‘mayoría de progreso’, arrastrando un acuerdo post electoral entre el PSOE y Podemos.
En el cuadro adjunto se evidencia que, estando todos los partidos lejos de la mayoría absoluta, que sólo se puede alcanzar a partir del 40% de los votos (con el 39,6% el PSOE obtuvo justo 175 escaños en 1989), y provengan los datos del instituto demoscópico que provengan, la combinación más sólida en términos aritméticos es, en efecto, la que ideológicamente se puede entender como ‘progresista’, integrada por el PSOE y Podemos. Hoy por hoy esa suma es la única que supera la marca del 40%, teniendo además un margen de crecimiento con los antiguos votantes de IU si dicha sigla se sigue mostrando políticamente agotada o inoperante.
Pero es que, además, esta valoración meramente aritmética se corresponde con las preferencias mayoritarias del electorado en cuanto a posibles pactos postelectorales de gobierno, que serán inevitables dada la fragmentación de los resultados previstos.
De hecho, de acuerdo con el último barómetro de opinión del CIS del mes de julio, con el trabajo de campo realizado habiéndose conocido ya los pactos establecidos para la gobernación de ayuntamientos y comunidades autónomas tras las elecciones del pasado 24 de mayo, la opción preferida por los españoles en el caso de que ningún partido consiguiese alcanzar la mayoría absoluta en las elecciones generales, es decir la alianza ‘favorita’, sería una coalición de Gobierno PSOE-Podemos.
Ese posible pacto entre las formaciones lideradas por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es la primera opción para el 21,1% de los encuestados, muy por delante de la segunda, respaldada sólo por el 11,6%, que apostaría por dejar gobernar en minoría al PP si fuera el partido más votado.
Por debajo de esa segunda opción, se encuentran el respaldo de una ‘bisagra’ de Ciudadanos con el PSOE (del 10,9%) o con el PP (del 10,3%). La quinta opción sería la de un gobierno del PSOE en solitario, con un respaldo del 9,1%, y la sexta y más distanciada la de una ‘gran coalición’ PP-PSOE, apoyada tan solo por un 5% de los ciudadanos según el CIS.
A pesar de la lectura oficialista que se da al discutible ‘crecimiento’ del PP y del PSOE (ambos partidos siguen muy alejado de los resultados que obtuvieron en 2011), afirmando casi que el bipartidismo se recupera, lo cierto y evidente es que ninguno de ellos podrá gobernar sólo con sus votos. Y que la ‘gran coalición’ entre ambos propuesta por Felipe González, es la más rechazada por el electorado, en consonancia con su oposición al sistema bipartidista que, en ese caso, daría paso poco menos que al ‘partido único’ de inspiración dictatorial…
Lo que chirría en la encuesta del CIS
Pero, como ha sucedido en otras mediciones barométricas del CIS, en esta última hay datos que chirrían bastante, o que son incoherentes. De entrada, a pesar de que el PP parece tomar ventaja sobre el PSOE (con un 28,2% de los votos frente al 24,9%), en la posición del voto directo o ya decidido, es el PSOE el que se impone sobre el PP (un 17,3% para los socialistas frente al 16% de los populares)…
Por otra parte, la posición de cabeza adjudicada al PP, relativa porque conlleva nada menos que la pérdida de un 16,4% de los votos obtenidos en las anteriores elecciones generales (más de la tercera parte), tampoco se compadece del todo con la pésima valoración que los mismos encuestados hacen del presidente Rajoy y su Gobierno, que sigue siendo la peor que se ha registrado desde la Transición. Dicho de otra forma, ¿cómo puede ser que el líder político peor valorado sea al mismo tiempo el más votado…? ¿Es que alguien gusta de continuar apoyando al mismo líder político que ha venido repudiando prácticamente desde el inicio de la legislatura…?
¿Y es que, acaso, los problemas que más preocupan a los encuestados (el paro, la desigualdad, la corrupción y el mal horizonte de la economía social), no siguen siendo -por irresueltos- exactamente los mismos…?
En consecuencia, no debe extrañarnos que la inmensa mayoría de los encuestados, nada menos que el 59,9%, consideren mala o muy mala la gestión del Gobierno (el 28,2% en un caso más el 31,7% en otro). Y que sólo un 0,8% la considere muy buena y un 10,1% simplemente buena. Lo que significa que mucho más de la mitad de los posible votantes del PP le votarían pensando que su gestión ha sido ‘regular’ (así opinan un 28% de los encuestados).
Algo parecido sucede con la valoración de la función opositora del PSOE, porque otra mayoría del 51,1% considera que ha sido mala o muy mala (un 18,1 en un caso y un 33% en el otro). Mientras que apenas un 7,4% la considera buena y un inapreciable 0,3% muy buena.
Todo ello sin olvidar que en este barómetro del CIS del mes de julio se contabiliza un 18,1% de encuestados ‘indecisos’, que todavía pueden balancear los resultados definitivos. Para ellos, los últimos in-puts políticos (las próximas decisiones y actitudes de cada partido) serán esenciales.
Incluyéndose en este margen el efecto de los resultados que arrojen las elecciones catalanas del 27-S. ¿Qué reflejo a nivel nacional puede tener un eventual desbordamiento del PPC por otros partidos de corte conservador como Ciudadanos o incluso como UDC…? ¿Y cómo encajarían los potenciales votantes nacionales del PSOE otro fracaso electoral del partido en Cataluña o su posición de inferioridad ante los simpatizantes de Podemos…?
Claro está que es importante ver quién termina ganando las próximas elecciones generales, pero en este nuevo escenario de fragmentación política todo indica que el nuevo gobierno será de coalición y no contando necesariamente con el partido más votado, sobre todo si es el PP. La nueva formulación de apoyos postelectorales ha mostrado ya las dificultades que los populares liderados por Rajoy tienen para poder gobernar si no alcanzan mayorías absolutas; al tiempo que los pactos ya establecidos se mantienen bajo una clara observación ciudadana para consagrarlos o rechazarlos como sistema alternativo al bipartidismo.
Las tareas que tiende pendiente Podemos
Además, también hay que observar los movimientos estratégicos y tácticos menos evidentes de cada partido en liza, salvando el caso del PP que en ese sentido sufre un notable aislamiento, debido sobre todo a su permanente enrocado político.
Mientras Ciudadanos se debate entre ser una segunda marca de la derecha o tratar de liderar el espacio político de centro-derecha (y en su caso entenderse con el PSOE), en el frente de la izquierda, con más siglas en juego, las oportunidades son mayores y aparentemente más viables, al menos si se valida la puesta al día del ‘frente popular’, es decir una suerte de alternativa social o de progreso.
En ese terreno laten tres movimientos compatibles o superpuestos, girando todos ellos en torno a Podemos: su entendimiento o desentendimiento con los restos de IU, el liderazgo y capitalización de los movimientos ciudadanos que han actuado de forma exitosa en el ámbito electoral municipal (de cara a los comicios legislativos) y, finalmente, sus relaciones con el PSOE.
Y lo cierto es que, desde el famoso encuentro ‘secreto’ de Pablo Iglesias con Zapatero y Bono, parece que las relaciones entre Podemos y el PSOE se suavizan de forma progresiva. Ahí están, por ejemplo, los apoyos prestados al PSOE para que recuperara una gran parte del poder autonómico que había perdido (en Valencia, Castilla-La Mancha, Extremadura, Baleares, Aragón…), algo vital para mantener las expectativas socialistas de futuro.
Pero al mismo tiempo sería un tremendo error que Podemos deje de marcar sus distancias con el PSOE y, peor aún, que trate de emularlo renunciando a su identidad original, senda que quedó marcada, por ejemplo, con las recientes declaraciones de Pablo Iglesias en favor de la Monarquía. Está claro que ante un Podemos imitativo del PSOE, y que se olvidara de su origen fundacional, sus seguidores regresarían hacia las versiones genuinas del PSOE y de IU.
En paralelo, Podemos debería pasar ya, sin perder un minuto, a concretar programáticamente sus propuestas de cambio político, si no quiere caer en un discurso diletante que apague la llamarada de entusiasmo popular lograda en su fase inicial o de presentación pública. Un paso decisivo que tendría que completarse resolviendo el contencioso con IU y aclarando la maraña de relaciones con las ‘mareas’ y movimientos sociales emergidos en las pasadas elecciones municipales, pendientes de consolidación.
La tarea todavía sin hacer de Podemos es tan trascendente para el sector de la izquierda extra socialista, que, si no se concreta con cierta rapidez, su caída (junto con la de IU) puede ser tan llamativa como su nacimiento, haciendo entonces renacer al PSOE de sus propias cenizas. Eso significa que ya existe un pre acuerdo entre Alberto Garzón y Pablo Iglesias para unificar y consolidar todos los movimientos alternativos al PSOE, quizás contenido por razones tácticas, o que ambas formaciones caminan sin saberlo al mismo precipicio en el que han acabado Rosa Díez y UPyD por no pactar con Ciudadanos a su debido tiempo.
Fernando J. Muniesa