Estaba cantado que el PP se la iba a pegar en las elecciones catalanas con independencia de quién las ganara y en qué quedara su pulso plebiscitario implícito, tan torpemente aceptado por el Gobierno de la nación y apoyadoen términos de debate y opinión pública por todas las demás fuerzas políticas, la banca y el empresariado.Así lo habíamos advertido en no pocas de nuestras últimas Newsletters, sin necesidad de reclamar ahora título alguno de adivinos porque la previsión era de libro.
Tras la derrota en las elecciones municipales y autonómicas del pasado 24 de mayo, el presidente del Gobierno y del PP, Mariano Rajoy, y los barones regionales del partido hicieron cierta autocrítica en la reunión inmediata de su Comité Ejecutivo Nacional. En ella,no pocos dirigentes autonómicos coincidieron en señalar el fuerte rechazo que suscitaba su ‘marca’ ante el electorado, pero sin apreciar que lo realmente reprobado era su política, que lejos de rectificarse se mantuvo hasta sus últimas consecuencias.
Algunos ingenuos entendieron entonces que el problema se resolvía, sin más, con cambiar su logotipo (a peor), medio jubilar a algunas figuras súper amortizadas como Rita Barberá o abrasadas por su distanciamiento con la realidad social (José Ramón Bauzá, Alberto Fabra, Alicia Sánchez-Camacho…), elevar al segundo nivel directivo a cuatro dirigentes del partido algo más frescos (Pablo Casado, Rafael Maroto, Fernando Martínez-Maillo y Andrea Levy), y activar un poco su presencia mediática (contar mejor todas las cosas buenas que en su opinión hacía el Gobierno), sembrando por doquier sonrisas de última hora antes nunca vistas.
Formas y maneras que, más o menos, resguardaban las cabezas de los máximosresponsables del partido: Rajoy, Cospedal y Arenas. Sin variar un ápice la política de fondo que viene hundiendo electoralmente al Gobierno y al PP, hasta llevarles a la derrota final.
Nadie se atrevió a decir entonces que todo eso era insuficiente y que, a punto de concluir la legislatura, las oportunidades de rectificación perdidas debían de conjurarse de forma radical y urgente. Empezando, claro está, por convencer a Rajoy de que renunciase a ser candidato presidencial para ser relevado por quien mejor pudiera congraciarse con el electorado, Núñez Feijóo, Sáenz de Santamaría o quien estuviera por ahí.
Porque la realidad es que, hoy por hoy, el mayor lastre electoral del PP es el propio Rajoy. Su rechazo social es infinitamente superior al del partido, de forma que el problema real no es tanto de ‘marca’ o de logotipo como de personas y de liderazgo político.
Tras las elecciones municipales y autonómicas del pasado 24 de mayo, Rajoy compareció ante los periodistas para darles su evaluación de los resultados, reconociendo que no estaba satisfecho con los mismos -faltaría más-, insistiendo en que el PP había ganado las elecciones -pues que bien- y achacando no obstante el castigo electoral a tres factores: la falta de recursos de los gobiernos autonómicos, las consecuencias de la crisis y los casos de corrupción. Pero sin ponerse en ningún momento frente al espejo de sus propias responsabilidades.
Entonces, y ya con el agua electoral al cuello, admitió que los populares tenían que ser “más próximos, más cercanos y comunicar más con los españoles”. Algo que se intentó pero que no ha surtido el menor efecto sobre el electorado catalán, que según datos provisionales (sondeos a pie de urna) les ha podido retirarentre 8 y 10 escañosde los ya escasos 19 que aún conservaban en el Parlament y dejado a la cola del ranking de representación política.
Entre las tímidas voces autocríticas que a la luz del 24-M se atrevieron a reconocer la realidad (Luisa Fernanda Rudi,Arantza Quiroga, Alberto Núñez Feijóo, Alberto Fabra…), destacó la de José Ramón Bauzá, entonces presidente en funciones de la Comunidad Balear. Pidió reconocer que “aquí ha pasado algo” y que en algo se había equivocado el PP para obtener los resultados que obtuvo.
Bauzá exigió analizar la situación con humildad, advirtiendo: “Obviamente, si no somos conscientes de que en algo nos hemos equivocado, no podremos mejorar; solamente se mejoraaprendiendo de los erroresy asumiendo los errores”. Pero todo quedó en un mea culpa circunstancial, sin que nadie se atreviera a plantear siquiera la posibilidad -como decimos- de que no fuera la marca del PP la que estuviera quemada sino la figura de Rajoy,todavía con la opción de cambiar de candidato para las elecciones generales y frenar de raíz el deterioro electoral del partido.
Algo muy sencillo de hacer en un congreso extraordinario, digan lo que digan los estatutos del partido. Porque la opción a esa candidatura presidencial es un acto libre y para cesar en ella bastaría simplemente la exclusiva voluntad de Rajoy.
Entonces era tarde para rectificar algunos errores políticos consumados, pero no para rectificar otros. Y sobre todo aún se estaba a tiempo de no cometer errores nuevos.
Ahora, cuatro meses después del desastre popular del 24-M, precedido de las claras señales de riesgo electoral registradas en los últimos comicios europeos y en los anticipados de Andalucía, el nuevo batacazo del PP en las elecciones autonómicas de Cataluña, consideradas las más decisivas desde la Transición por su carácter plebiscitario, ratifica la cuesta abajo por la que camina. Su mala estrategia política y de comunicación, le ha llevado incluso a apostar públicamente (junto a Ciudadanos) por una victoria de su partido griego ‘hermanado’, Nuevo Amanecer, en las elecciones griegas del pasado 20 de septiembre, que las ha vuelto a perder de forma estrepitosa frente a Syriza.
La cúpula directiva del PP (o sea Rajoy, Cospedal y Arenas) estan torpe y contumazcomo la que arruinó electoralmente al PSOE de Rodríguez Zapatero,aunque con otro registro político.
En Cataluña acaba de llevar al partido a la marginalidad política (como ha sucedido en Navarra y el País Vasco), consolidando una grave situación de enfrentamientos social y dejando en evidencia su incapacidad total para reconducir el gran lío del independentismo.
¿Y ahora qué, señor Rajoy…? ¿Seguirá siendo usted el candidato electoral que nadie quiere…?
En su momento, José María Aznar lanzó contra el líder del PSOE y entonces presidente del Gobierno su famoso “¡Váyase, señor González!”. Pues, aunque sea tarde, tome nota de la frase y aplíquese el cuento, señor Rajoy.
Fernando J. Muniesa