En España, las elecciones legislativas o generales se suelen glosar de forma bien curiosa -y hasta chusca- nada más conocerse los resultados definitivos arrojados por las urnas. Lo más traído y llevado por parte de los analistas y tertulianos al uso, y sea cual fuere el nivel de sorpresa deparado, es la sistemática afirmación del ‘ya lo había dicho yo’ o el ‘esto estaba cantado’.
Al cierre de esta Newsletter, con el escrutinio electoral del 20-D consumado al 98% y apuntando a un éxito insuficiente del PP, a una ruina absoluta del PSOE (aunque paradójicamente pueda terminar salvando los muebles de la quema gracias al batacazo de Rajoy) y a un definitivo segundo y cuarto puesto de Podemos y Ciudadanos, que pasan respectivamente de cero escaños nada menos que a 69 y 40 respectivamente (esos son sus cuatro aspectos más significados), no faltan declaraciones de esa recurrente naturaleza. Así, todos los medios informativos recogen opiniones de muchos politólogos de ocasión que, aun habiendo apostado en el fondo por mantener al PP y al PSOE como fuerzas más representativas, y por tanto anclados hasta el último momento en un bipartidismo irredento, ahora rectifican sobre la marcha poco menos que arrogándose la posición de augures de lo acontecido.
De hecho, y como se recogió en el cuadro-resumen de las últimas encuestas previas al 20-D publicado por El País (14/12/2015), todos los pronósticos colocaban al PP como ganador, con una horquilla de escaños en el Congreso de los Diputados que iba de los 103 a los 128, y al PSOE en segundo lugar con otra de entre 76 y 94. Además, Ciudadanos aparecía en tercer lugar con una variabilidad de 52 a 72 escaños y Podemos con la de 45 a 64.
Pero ninguna de esas estimaciones -todas con márgenes de desviación muy grandes- puede decirse que fueran afinadas. O, matizando más, ahora hay que reconocer las presiones ejercidas durante cuatro años por toda una corte de periodistas y analistas instalados en la mamandurria del sistema, tratando de frenar de forma interesada la realidad del cambio político que de forma clamorosa reclamaba la sociedad española, e incluso combatiendo a los dos partidos emergentes (Ciudadanos y Podemos) como si en ello les fuera la vida, tachándoles, como mínimo, de inexpertos y advenedizos de la política.
Todo un esfuerzo para contener el desmoronamiento del sistema, apoyado por no pocos medios informativos negados para criticar la podredumbre a la que había llegado el bipartidismo PP-PSOE y espabilados como nadie para lanzar la crítica más visceral contra quienes le supusieran una amenaza. La contumaz insistencia del sistema en combatir a Podemos y Ciudadanos, sólo ha servido, por un lado, para que el centro-derecha (PP+Ciudadanos) no alcance la mayoría absoluta y, por otro, para que Podemos presione al PSOE arrebatándole la enseña del ‘socialismo de corazón’.
Un dato este último -tómese nota- que podría haber hecho saltar por los aires el actual modelo político si Pablo Iglesias y Alberto Garzón hubieran sumado sus dos formaciones políticas. De hecho, y primados en ese caso por la ley d’Hont, Podemos con IU, o viceversa, habrían alcanzado de forma destacada el segundo puesto electoral con el 25% de los votos, superado ampliamente al PSOE.
Cierto es que en esa campaña mediática interesada a favor de preservar el modelo político degenerado -esa es la realidad que se ha vivido- y en contra de sus enemigos emergentes, ha habido honrosas excepciones. Y desde luego muy meritorias porque han carecido del favor publicitario controlado por el poder político, buscando el ahogo económico de sus proyectos empresariales mientras los medios más afines, públicos y privados, veían solucionados sus problemas financieros de forma ciertamente generosa.
Ahora, la realidad del voto ha desbordado las esperanzas del establishment, por no hablar de sus manipulaciones argumentales y demoscópicas. Ahora, ya existen acta fehaciente de defunción del modelo bipartidista y, en consecuencia, una necesidad absoluta de soslayar las habituales mentiras políticas y tomarse las cosas más en serio y en todos los niveles de la vida nacional; porque esto de pasar por las urnas tiene su miga y cuando el electorado se harta, sucede lo que ha sucedido: que, tras agotar su crédito social, el PP y el PSOE han quedado pateados -no se sabe quién más y quién menos- por un grupo de aprendices de la política -que es lo que todavía son-, dicho sea con todo el respeto del mundo.
Ahora, el inmovilista, ensoberbecido y mentiroso PP de Rajoy se ha quedado compuesto y sin novia, como para ‘vestir santos’, después de arremeter torpemente contra los centristas de Albert Rivera en vez de respetarles como posibles socios políticos, sin moverse un milímetro de su errada posición numantina. Al tiempo que el PSOE ha bajado desde el infierno en el que ya había sido instalado por el zapaterismo a la más pura nonada o nimiedad, arrasado por Podemos y obligado a una refundación inmediata y radical.
Paréntesis: El debate ‘cara a cara’ entre Rajoy y Sánchez del pasado 14 de diciembre -el último privilegio del bipartidismo- fue decisivo al respeto, porque, como anunciamos de forma premonitoria en nuestra Newsletter del domingo precedente, sería perdido de forma deplorable y conjunta por ambos contendientes (Iñaki Gabilondo advirtió sobre su apariencia ‘rancia’ y ‘viejuna’).
El PP y el PSOE de hoy se la han pegado un tremendo batacazo en relación con su posición del 2011, tanto en su caída de votos como de escaños. ¿Y dónde han quedado, por ejemplo, los 70 escaños que algunos adjudicaban a Ciudadanos, y dónde los menos de 50 que otros asignaban a Podemos…?
Más que en errores profesionales, en sí mismos inconcebibles, tenemos que pensar que la mentira y la podredumbre del sistema político ya habían transcendido incluso al entorno mediático o al llamado ‘cuarto poder’. Lo que justifica todavía más el necesario asalto de Podemos y Ciudadanos al sistema y la conveniencia de reformar en profundidad la Ley Electoral y también el desviado mundo de la información.
La ‘derechona’ española ha caído en el mismo pozo antisocial que la griega de Antonis Samarás o la portuguesa de Pedro Passos Coelho sin que le haya funcionado su lamentable invocación a los fantasmas del miedo, mientras el socialismo de baratija puesto en almoneda por Rodríguez Zapatero sigue con los papeles perdidos. Sin embargo, eso no está reñido con el hecho de que PP y Ciudadanos sumen 162 escaños, muy similares a los 160 que suman PSOE y Podemos (162 con IU), aunque las expectativas de apoyos o abstenciones de cada bloque para formar Gobierno sean muy distintas, con la circunstancia añadida de que el PP haya conseguido la mayoría absoluta (un tanto intranscendente) en el Senado.
A Rivera le ha sobrado ambigüedad y le ha faltado decisión para creer en sí mismo y sacudirse el vértigo que le producía arremeter contra el PP y desplazarle a las cavernas de la ultra derecha, que es lo que tenía que haber hecho (su error fue anunciar que se abstendría para que gobernase el partido más votado -es decir Rajoy- y que no apoyaría ningún pacto 'para desbancar al PP', con lo que en el fondo renunciaba al voto de la derecha descontenta). Mientras a Pablo Iglesias no le ha temblado el pulso para hablar al PSOE de ‘tú a tú’, reprobarle que una cosa es lo que promete en las campañas electorales y otra lo que hace cuando gobierna y proclamar que el ‘socialismo de corazón’ es el de Podemos.
Hoy, como vaticinaban Pablo Iglesias y Albert Rivera (el primero con más fe que el segundo, ha llegado la hora de la nueva política frente al viejo, corrompido y esclerotizado bipartidismo del ‘quítate tú para ponerme yo’. Podía haberlo hecho a través de la autocrítica y la negada reconversión conjunta del PP y del PSOE, pero ha venido de la mano de Podemos (sobre todo) y de Ciudadanos, porque así lo han impuesto los electores españoles: sólo queda apretar las filas para sacar el país adelante y que quienes tanto se han equivocado rectifiquen pronto todo lo que tengan que rectificar.
Fernando J. Muniesa