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NÚMERO 235. ¿Y quién le dijo al Rey que Rajoy podía gobernar?

Por Victoria
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vicky_8598hotmailcom/10/10/18
domingo 04 de septiembre de 2016, 09:58h

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Al Rey, que es el Jefe del Estado, no se le puede mentir así como así; y menos aún en el ámbito de las relaciones institucionales o por personas que ostentan mandatos de representación política. Aunque lo suyo es que Su Majestad tampoco debiera dejarse engañar.

Este principio de respeto a la más alta magistratura del Estado, y también de responsabilidad propia, se desprende del papel que le otorga la Carta Magna como árbitro y moderador del funcionamiento regular de las instituciones (art. 56.1 CE). Y si en ellas se instala la deslealtad y la mentira, minando su quehacer y llevándolo a la irregularidad, el titular de la Corona debe procurar que tal situación se subsane llamando al orden a quien proceda, incluso de forma pública si fuera necesario.

Partiendo de ese obligado entendimiento institucional, y sabiendo que en nuestro sistema político todo se supedita a la aritmética parlamentaria (su ‘regla de oro’), sorprendió que tras el 26-J, y una vez realizadas las consultas pertinentes, el Rey propusiera a Rajoy por segunda vez para optar a la investidura presidencial. Por la sencilla razón de que sus expectativas ciertas no se compadecían con los resultados de las dos últimas elecciones generales, ni con sus circunstancias de entorno, a pesar de que su partido fuera el más votado.

Por tanto, alguien ha debido confundir a Don Felipe de forma sucesiva asegurando apoyos falsos al candidato; incluyendo en ese ‘alguien’ al propio presidente en funciones interesado en repetir mandato de Gobierno (en contra de la mayoría parlamentaria), al menos tras el 26-J. La alternativa sería una confusión o equivocación regia poco comprensible, y en todo caso inadmisible, deduciéndose por tanto la triste realidad de que el Jefe del Estado ha sido engañado por uno o varios de los partidos o portavoces consultados…

Y eso no es cosa menor, ni tiquismiquis de comentaristas enredadores. Porque con tanto devaneo ya vamos camino de superar el año sin un Gobierno de la Nación efectivo, con lo que eso supone de parálisis en nuestro sistema político sobrecargado de paro, corrupción, recortes sociales, déficit presupuestario y deuda pública; salvo que se produzca el milagro de un apoyo sobrevenido a Rajoy que no se atisba por ningún lado, aparte del que le prestan Ciudadanos -empeñado en apuntarse a un bombardeo- y CC (con un sólo voto de escaso valor práctico).

Si se llega al caos, que seguramente no se llegará porque el país lo aguanta casi todo, o en otro caso si la vida nacional sigue su curso más o menos normal y sin mayores sobresaltos, lo que quedará en evidencia será la ineficiencia del aparato institucional y la desmedida parafernalia y falsedad que le rodea. Malo, se mire por donde se mire.

Y claro está que, por esa vía de irresponsabilidad política, la tentación ciudadana de demoler el sistema sigue siendo grande, sobre todo con un  malestar como el presente (la crisis económica sigue ahí, dígase o no se diga, ahogando a los más débiles). Al margen de la lectura que se quiera dar a las protestas sociales del 15-M (el ‘Movimiento de los Indignados’), en nuestra agitada historia no han faltado intentos de hacerlo saltar por los aires, y la última de ellas bien cercana: el golpe de Estado del 23-F, fallido por los pelos.

No somos partidarios de meter el miedo en el cuerpo a nadie sin razón o con ella, como gustan de hacer algunos capitostes del establishment si ven amenazados sus intereses o peligran sus posiciones de privilegio. Pero el aviso no es gratuito, porque los agujeros negros del sistema están ahí y son bien visibles, convertidos en vías de agua bajo su línea de flotación que impiden una buena gobernación del país. Y esto es tan claro como lo fue, sin ir más lejos, la pasividad institucional con la que se permitió el saqueo político de las Cajas de Ahorro, dejando tocado al erario público y al Estado del bienestar al menos para toda una generación…

Ahora, el sistema político soporta un impasse de desprestigio y falta de credibilidad social, con lo que las ocurrencias institucionales deberían comedirse al máximo. Analizando el espectáculo de la investidura presidencial de Rajoy, a mediados de agosto ya planteamos la necesidad de que el Rey superara su distanciamiento del problema o su actitud de esfinge y abriera la vía constitucional de proponer para el cargo a un candidato independiente de los partidos.

Rodeado de tanto político irresponsable y veleta (hoy prometen una cosa, mañana sostienen la contraria y al día siguiente consuman otra distinta, como hace el señor Rivera), Don Felipe tendría que tentarse la ropa antes de meterse otra vez en el lío de unas nuevas elecciones con la posibilidad de una tercera investidura fallida. Lo suyo sería considerar ya, de forma cautelar, la posibilidad de formar un Gobierno técnico y de sostenimiento institucional, sin ataduras de tipo ideológico, como se ha hecho en Italia en no pocas ocasiones.

Cierto es que en la política, como en la vida misma, a veces no es fácil decidir qué hacer o qué camino seguir entre los posibles. Pero sí que se sabe, casi a ciencia cierta, lo que es improcedente o lo que no se debería hacer en ningún caso: por ejemplo, mentir a quien ostenta la jefatura del Estado y es el rey constitucional de todos los españoles, como han hecho algunos.

El jugueteo de Rajoy para negarse a una primera negociación de investidura siendo el candidato más votado (20-D), y poniendo después a Su Majestad plazos y condiciones previas en una segunda ocasión (26-J), es decir inventándose otro laberinto de Creta en el que ocultar su responsabilidad o su fracaso electoral, da la medida del esperpento político que vivimos. Está visto que este país aguanta lo indecible; aunque a veces estalle de la noche a la mañana, con los consabidos ‘ayes y lamentos’ posteriores por los errores cometidos.

Claro está que ciertos portavoces de los partidos con representación en el Congreso pudieron trasladar al Rey una predisposición favorable a la investidura de Rajoy en dos ocasiones seguidas, desde luego sujeta a negociación política. Pero, aun siendo este proceder en apariencia sensato, implica desconocer al personaje en cuestión (verdadera rara avis), cuyo talante desconfiado y reservón, inmovilista y anti social, ha sido manifiesto durante su larga carrera política, en la que como es obvio ha hecho pocos amigos dentro y fuera de su partido. Total, que con Rajoy sentado al otro lado de la mesa, ese tipo de negociaciones más o menos razonables, no dejan de ser una misión absurda o prácticamente imposible.

Ahora, lo que resta, por si la situación se repite tras las elecciones del 25-D, (la alternativa sería una legislatura inestable del signo político que fuere), es que el Jefe del Estado comprenda que, sea por lo que sea, o el candidato Rajoy saca una mayoría de escaños por sí suficientes para gobernar (incluidos los de su ‘marca blanca’, que sin un proyecto político propio irá a menos) o no gobernará. Visto lo visto, no parece tan difícil de entender.

Fernando J. Muniesa