En el sistema político bipartidista se ha venido en llamar ‘barones’ a los líderes del PP y del PSOE que gobiernan en una comunidad autónoma con mayoría absoluta, de forma por lo general continuada en más de una legislatura. Y a pesar de que, como título prestado, la ‘baronía’ sea el de menor dignidad entre toda la nobleza.
Además, esa baronía se ha extendido a los alcaldes y alcaldesas de las ciudades más importantes cuando las gobiernan también en régimen de mayoría absoluta, con vara de ordeno y mando sobrada en el tiempo. Es decir a los regidores municipales que, por la importancia que tienen en su circunscripción electoral, y por su aceptación popular, se consideran vitales para el éxito de su partido en las elecciones autonómicas y generales.
A todos ellos les encanta la deferencia, aunque algunos sean socialistas o se las den de serlo. Es más, todos ellos se suelen crecer con la parafernalia del tratamiento que reciben para convertirse, o creer que se han convertido, en virreyes de sus autonomías o ciudades emblemáticas. Algo que es fácil de entender a tenor de la concepción caciquil que subyace en el Estado de las Autonomías y en nuestro sistema político general.
La cosa no deja de tener su guasa, porque, en buena lógica, la democracia, y aun cuando en nuestro caso tome forma de Monarquía parlamentaria, debería guardar cierta distancia con los símbolos y tratamientos propios de los regímenes absolutistas históricos. Pero, entendido esto de las baronías como una expresión coloquial de autoridad política territorial, su uso debería sujetarse al menos a ciertas reglas de coherencia o ajustes con la realidad, sobre todo para verificar que ese poder personal es real y efectivo, y que, habiéndose ganado de forma clara y meritoria en las urnas, es digno de tal consideración.
Así, tendríamos barones o baronesas del PP y del PSOE con suficiente crédito en sus carreras políticas para merecer el tratamiento, y caigan mejor o peor a unos y otros. Ahí estarían, personajes vinculados a la sigla ‘popular’ como Rita Barberá, Esperanza Aguirre, Juan Vicente Herrera, Pedro Sanz, Alberto Núñez Feijoó… Y también otros acogidos a la ‘socialista’ como Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Manuel Chaves, José Rodríguez de la Borbolla, José Bono, Francisco Vázquez…
Pero lo cierto es que otros cuantos cabecillas de partido que alardean de pertenecer a su ‘nobleza’, y que gustan de ejercer de auténticos barones (o baronesas), nunca han sido merecedores de tal título, porque jamás han alcanzado la cota del éxito político personal necesario. De hecho, ocupan sus cargos gracias al apoyo de otras fuerzas políticas menores, a las que además desprecian o ningunean a la hora de sentar desde ellos cátedra en materias que sobrepasan su función pública.
Hoy, el PSOE acoge en su seno a no pocos de estos espabilados personajes empeñados en creerse líderes del partido y comportarse públicamente como si fueran la mamá de Tarzán, cuando en realidad sólo son barones o baronesas de cancamacola. Jamás han logrado una mayoría electoral absoluta, ocupando sus cargos sólo gracias al apoyo de otros partidos, en su momento coincidentes en el interés porque no gobernara el PP.
Y lo peor es que en la polémica suscitada en torno a la investidura presidencial y a los acuerdos de gobernabilidad, todo este falso estamento de nobleza territorial socialista, de poca valía personal y escaso empuje electoral (nada que ver con la de las legislaturas socialistas presididas por Felipe González), se está pronunciando a favor de Rajoy y del PP (que es su mayor oponente político y al que no deben nada de nada), contrariando los intereses de las fuerzas de izquierdas que son su principal sustento en los municipios y comunidades donde gobiernan (y desde luego los propiamente suyos).
Está claro que la baronesa de Andalucía (Susana Díaz) y los barones de Aragón (Javier Lambán), de Castilla-La Mancha (Emiliano García-Page), de Extremadura (Guillermo Fernández Vara) y de la Comunidad Valenciana (Ximo Puig), contradicen su teórica ideología socialista con el apoyo que recaban de forma contumaz para que gobierne el PP, mientras guardan para sí sus poltronas autonómicas apoyados como es obvio por otras opciones políticas confrontadas con los populares (grave incongruencia). Son, ya lo hemos dicho, una baronesa y cuatro barones del PSOE de auténtica cancamacola.
Y su escasa capacidad de reflexión, acorde con su mínimo peso político específico, es tal que les impide vislumbrar siquiera las reacciones que pueden provocar con su comportamiento en el conjunto social progresista que apoya sus gobiernos. Que en todos los casos (incluso en Andalucía), insistimos, se formaron justo para evitar un gobierno del PP: el mismo que ahora ellos no dejan de procurar para el conjunto del país.
Estamos, pues, ante una corte de reyezuelos territoriales tan incoherente que en sí misma se revela como clase política de chichinabo, traidora a la representación popular que ostenta y extrañamente vendida al contrario ideológico más antagónico. Ver para creer.
Ya veríamos lo que estas baronías socialistas de andar por casa duraban en sus respectivos gobiernos, caso de que pudieran consumar la investidura presidencial de Rajoy y la formación de un nuevo gobierno antisocial, gracias a su presión para forzar la abstención del PSOE. Lo suyo debería ser apoyar a su secretario general sin fisuras o dejar que los electores decidan el curso de la historia en unas nuevas elecciones generales.
Pero estas cinco joyas de la corona socialista, sin el prestigio ni la gloria de haber alcanzado mayorías electorales significadas, van a tener muy pronto ocasión de mostrar su valía personal y su predicamento interno compitiendo con Pedro Sánchez en las primarias para nombrar al candidato presidencial del partido. Aunque lo más probable es que les falte valor para enfrentarse a esa responsabilidad y tomen en tropel las de Villadiego, ciudad en el siglo XIII, y que por orden de Fernando III el Santo, fue un refugio protector de los judíos que huían de las persecuciones callejeras.
Y no se equivoque nadie con nuestra opinión sobre las baronías socialistas de cancamacola. Ni somos ‘pedristas’, ni administramos filias ni fobias de nadie, ni contra nadie: sólo defendemos la coherencia y la decencia políticas, allí donde se encuentren.
Fernando J. Muniesa