En un clima de tensión, rodeada de seguridad y sin ninguna perspectiva de que se vaya a hacer justicia a corto o medio plazo, Odessa conmemora hoy el tercer aniversario de la masacre del 2 de mayo que en 2014 costó la vida a casi medio centenar de personas, la inmensa mayoría en el incendio provocado en la Casa de los Sindicatos. Como en años anteriores, las semanas previas a esta fecha han estado acompañadas de reproches, amenazas y advertencias de posibles incidentes.
La temporada de advertencia de “provocaciones” y llamamientos a defender la ciudad de los inminentes actos separatistas dio comienzo tras los incidentes que se produjeron en la conmemoración de la liberación de Odessa. Aquel día, miembros de organizaciones de la extrema derecha nacionalista liderados por el exlíder local del Praviy Sektor, Serhiy Sternenko, trataron de agredir a ciudadanos de Odessa que pacíficamente habían acudido a celebrar el aniversario del final de la ocupación nazi. Esos enfrentamientos y especialmente la actuación de la policía en defensa de los civiles agredidos -el incidente acabó con la detención de Sternenko y otros “activistas” nacionalistas radicales- provocaron la ira y el enfado de otras figuras de la extrema derecha del país que, como Andriy Biletskiy, comenzaron a repetir el discurso del pasado. Como ya hiciera hace un año desde la plaza Dumskaya, ante el ayuntamiento de Odessa, Biletskiy advirtió del peligro que acecha a Ucrania. El líder de Azov y figura más importante de la nueva unión de la derecha nacionalista más extrema llegó a sugerir que se preparaba una rebelión separatista en todo el sudeste del país para este 9 de mayo. En ella tendría gran importancia Odessa, con el 2 de mayo como punto de partida.
Poco importa que el discurso fuera exactamente el mismo hace un año y que no se produjera ninguna de las “provocaciones” de las que advertían los representantes ucranianos. Ucrania preparó entonces un despliegue sin precedentes para garantizar la seguridad en un evento -la conmemoración del segundo aniversario del 2 de mayo- de apenas unas horas de duración que iba a celebrarse en un lugar abierto, aunque reducido y sin excesivas complicaciones para controlar. Durante la semana anterior al 2 de mayo, la televisión ucraniana repitió sin cesar la palabra “provocación”, primero en relación con el 1 de mayo, después en referencia al aniversario de la masacre de la Casa de los Sindicatos y ,finalmente, con ocasión del Día de la Victoria.
Sin un solo grupo con capacidad ni disposición para organizar un acto político público y garantizar la seguridad de los participantes en él, era evidente hace un año -de la misma forma que lo es ahora- que no iba a darse tal “provocación” política ni rebelión armada o desarmada de ninguna clase.
Las provocaciones “separatistas” de un pequeño grupo de activistas se limitaron al despliegue de un cartel de varios metros en los que se podía ver una fotografía del presidente Poroshenko y una exigencia de justicia y a una breve concentración de apenas unos minutos en la que un grupo de personas mostró una imagen de Andriy Parubiy, al que consideran responsable de una masacre que entienden fue planificada.
La principal provocación que se dio hace hoy exactamente un año en Odessa no vino de parte de los activistas de Kulikovo que, en nombre de la paz y para no caer en provocaciones, retiraron rápidamente los pocos lazos de San Jorge que se vieron ese día. Kulikovo pagó un precio por esos actos: durante meses, las autoridades alegaron amenazas de bomba -siempre falsas- para impedir que las reuniones semanales de homenaje a las víctimas se celebraran junto a la valla que aún impide el paso a la entrada principal de la Casa de los Sindicatos.
La mayor provocación no fue tampoco de la extrema derecha, que amenazó a los representantes del Bloque Opositor que habían llegado a la ciudad para rendir homenaje a las víctimas. Incapaces de enfrentarse a un grupo de una veintena de miembros del Praviy Sektor y Automaidan, Yury Boyko y otros representantes del partido prefirieron abandonar Odessa sin haber conseguido salir del aeropuerto. Esa fue la gran victoria ucraniana en el segundo aniversario de la masacre de Odessa. Ante la inacción de la policía -que como se vio este 10 de abril es capaz de contener al grupo liderado por Sternenko-, un pequeño grupo de radicales evitó lo que las autoridades trataban de evitar: la fotografía de los líderes del Bloque Opositor, que aún podría tener cierto peso en regiones como la de Odessa, homenajeando a los asesinados en la Casa de los Sindicatos.
Tras una semana de alertar contra las “provocaciones separatistas”, fueron las autoridades las que cometieron la mayor de ellas el 2 de mayo de 2016. Una conveniente “amenaza de bomba” que nadie creyó -especialmente teniendo en cuenta las docenas de soldados que tranquilamente se relajaban sentados a la sombra de los árboles del campo de Kulikovo- fue la excusa perfecta para impedir que el acto se celebrara en el lugar previsto, junto a la valla de la Casa de los Sindicatos. Allí debía haberse colgado la pancarta con la foto y el nombre de los allí fallecidos.
Tras horas de espera, bajo un intenso calor y desesperadas plegarias a los responsables de la seguridad para que permitieran el paso hasta la Casa de los Sindicatos, el acto de Kulikovo transcurrió sin incidentes, aunque de forma indigna. Voluntarios sujetaron durante horas la pancarta mientras los miles de personas allí congregadas celebraban el homenaje, completamente rodeadas por fuerzas de seguridad y del ejército y bajo la mirada de efectivos del SBU desde lo alto de un edificio cercano. Durante gran parte del día las autoridades bloquearon también las comunicaciones móviles.
Apenas unas horas más tarde, cuando tras cuatro horas de acto aún llegaban ciudadanos de Odessa a homenajear a los muertos en Kulikovo, los nacionalistas recordaron a su líder, Igor Ivanov, asesinado también aquel 2 de mayo. En un ambiente en el que era imposible distinguir a los participantes en el homenaje de quienes se encargaban de la seguridad -todos ellos de uniforme militar y con pañuelos amarillos-, la extrema derecha homenajeó con una misa en la plaza Grecheskaya a quien en 2014 era el líder del Praviy Sektor. Minutos antes de iniciarse el acto, y mientras Todor Panovsky ordenaba las tropas, Serhiy Sternenko bromeaba tranquilamente con los policías encargados de mantener el orden.
El acto transcurrió sin un solo incidente, sin una sola provocación y en el lugar previsto. Pero dejó también una imagen: la diferencia entre los miles de personas que horas antes habían soportado el calor en Kulikovo y la limitada capacidad de convocatoria de la extrema derecha en el centro de la ciudad. Allí, miembros del Praviy Sektor y Automaidan, además de un pequeño grupo de ciudadanos rindieron su homenaje a Igor Ivanov a pocos metros del lugar en el que murió tiroteado.
Como hace un año, su muerte es la única que parece importar a Ucrania. A pesar de la exigencia de las víctimas e incluso del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que ha vuelto a llamar la atención a Kiev, en el último año no se ha producido progreso alguno en una investigación que en nada interesa a Ucrania. Tras las alocadas teorías -los activistas anti-Maidan provocaron el incendio desde dentro del edificio, fue el viento el que hizo arder la Casa de los Sindicatos y otras teorías de la conspiración- este año Ucrania ha tratado de culpar de la tragedia al diputado Vyacheslav Markin, del Partido de las Regiones, al que acusa de incitar al grupo a refugiarse en el edificio. Testigos niegan esa acusación. Markin, que murió a causa de sus heridas poco después de salir con vida de la Casa de los Sindicatos, no puede defenderse de una acusación que, aunque fuera verdadera, no podría en ningún caso suponer su culpabilidad por un incendio que se produjo a causa de los cócteles Molotov lanzados desde el exterior.
“Han pasado más de dos años y medio desde los actos violentos del 2 de mayo de 2014 en Odessa y, sin embargo, no se ha hecho responsable a nadie por la muerte de 48 personas”, afirmaba el documento de Naciones Unidas en marzo de este año. “La investigación se realiza de forma selectiva y los juicios en curso continúan a causa de los constantes retrasos e interferencias”.
Los mismos detenidos que se encontraban en prisión hace un año por los disturbios que se produjeron la mañana de aquel 2 de mayo siguen a día de hoy entre rejas. Tras varios intentos por parte de los jueces de que varios de ellos fueran puestos en libertad bajo fianza, el pasado 11 de marzo, el tribunal extendió por otros sesenta días esas detenciones preventivas que duran ya tres años.
¿Quién dio la orden de detener a los supervivientes de la Casa de los Sindicatos la noche del 2 de mayo?, se pregunta el periodista de Odessa Yury Tkatchev en su extensa e investigada reconstrucción de los hechos. Fue entonces cuando Evgeny Mefedov, ciudadano ruso residente en Odessa, fue detenido. Sin pruebas en su contra, los jueces han dado la orden de que fuera puesto en libertad al menos en tres ocasiones. En cada una de ellas, la rápida intervención de la extrema derecha, siempre permitida o incluso incitada por las autoridades, ha impedido, con amenazas a los jueces o por la fuerza, la puesta en libertad del detenido incluso después de que hubiera sido abonada la fianza.
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En su reconstrucción de los hechos, Tkatchev sostiene que es posible afirmar que las autoridades ucranianas y los activistas nacionalistas preparaban para el día 2 de mayo de 2014 el desalojo del campamento anti-Maidan del campo de Kulikovo, coincidiendo con el partido de fútbol entre el equipo local y el Metalist de Járkov que iba a atraer a la ciudad a un gran número de ultras. Aunque capaces de acciones localizadas -como las agresiones que se produjeron el 10 de abril, amenazas o falsos avisos de bomba para impedir, con la colaboración de las autoridades, actos en Kulikovo-, los grupos de la extrema derecha de la ciudad no contaban entonces, ni cuentan ahora, con la fuerza necesaria para derrotar a la mayoría no nacionalista de la ciudad. Como indica Tkatchev, la preparación del desalojo por la fuerza y utilizando a la extrema derecha para ello no significa necesariamente que hubiera intención de matar. Pero la impunidad con la que actuó la extrema derecha, unida a la ausencia de policía en las inmediaciones de Kulikovo y la lenta reacción de los bomberos -a escasos quinientos metros del lugar- hizo posible que el número de víctimas alcanzara casi el medio centenar, algunas de ellas rematadas a golpes tras haber logrado salir con vida de la Casa de los Sindicatos.
Y en una parte de la historia que muchos parecen haber olvidado, en los días posteriores a la tragedia, fueron las autoridades ucranianas las que terminaron el trabajo iniciado por los radicales. Tras esos días, el movimiento surgido alrededor del campo de Kulikovo -en sí un movimiento heterogéneo cuyo nexo era el rechazo al actual régimen y al nacionalismo ucraniano- quedó reducido a la mínima expresión. Con amenazas o detenciones de las figuras políticas que habrían podido liderar un movimiento de oposición y habían sobrevivido al incendio, Ucrania consiguió acabar con la resistencia en la ciudad.
Tres años después, representantes como Anton Gerashenko se felicitan de que el SBU haya acabado con “provocaciones” que en realidad no existían y, con mediación de la OSCE, las autoridades locales prometen a los activistas de Kulikovo celebrar el homenaje ante la Casa de los Sindicatos a cambio de garantías de que no habrá “provocaciones”, es decir, lazos de San Jorge, banderas rusas o soviéticas y, posiblemente, mensajes políticos. Despolitizado y centrado únicamente en exigir justicia para los fallecidos, Kulikovo solo puede suponer un peligro para Ucrania cada 2 de mayo, cuando queda demostrado que las fuerzas nacionalistas no son más que una minoría en esta ciudad de habla y cultura rusa.
Con sus actos hace ahora un año, las amenazas, la excesiva presencia policial, la demostración de fuerza unos días antes con un desfile militar en Kulikovo y la insistencia en el peligro inminente buscaban evitar una gran aglomeración de personas ante la Casa de los Sindicatos. Sin embargo, su efecto fue el contrario. Lo que normalmente habría sido un goteo de personas acercándose a la valla para colocar sus flores y abandonando el lugar se convirtió en una concentración de más de seis horas de personas que esperaron durante horas hasta que el cordón policial permitiera el paso, algo que nunca ocurrió.
Las declaraciones de los últimos días parecen sugerir que Ucrania ha aprendido de su error. Sin embargo, en una repetición de lo ocurrido en 2016, en las últimas horas las autoridades locales han informado de la aparición de explosivos –concretamente granadas, con lo que ha justificado detenciones y las patrullas de vehículos propios de una zona en guerra- en las inmediaciones de Kulikovo. Nada está garantizado, salvo la perseverancia de las familias de las víctimas que, pese a estos tres años de amenazas y desprecio por parte de las autoridades locales, regionales y nacionales y gran parte de la prensa, continúan exigiendo justicia para las víctimas.
Fuente: News Front