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El Raknarok ha comenzado

Por Victoria
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vicky_8598hotmailcom/10/10/18
jueves 18 de mayo de 2017, 19:35h

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Donald Trump es multimillonario y presidente de los EEUU… lo que no quiere decir que sea “todopoderoso”. Sus primeros cien días en la Casa Blanca salieron a campaña mediática en contra diariamente. Los “todopoderosos” fueron, realmente, quienes articularon tales campañas que solamente bajaron de intensidad cuando Trump ordenó el bombardeo de las posiciones del Ejército Sirio: era el gesto exigido por el complejo petrolero–militar–industrial y por la oligarquía financiera para rebajar su nivel de oposición al gobierno legalmente elegido en los EEUU. Una especie de gesto de sumisión y respeto ¿Alguien pensaba que con Trump, al día siguiente, las cosas cambiarían radicalmente? Han cambiado, sí, pero sólo en la medida de lo posible, no hasta donde muchos hubiéramos deseado.

También hay varios fenómenos en el mundo “euroescéptico” a tener en cuenta:

– La decepción por los resultados de las elecciones presidenciales austríacas en las que el candidato del FPÖ no pudo vencer al ecologista.

– En Holanda, el Partido por las Libertades de Gert Wilders mejoró posiciones pero no lo suficiente como alcanzar la mayoría.

– Por su parte, en Francia, solamente el paso de Marine Le Pen y de Jean–Luc Melenchon (el equivalente a Podemos) a la segunda vuelta electoral, hubiera podido dar la victoria a la primera, y evitar la sucesiva dimisión de Marion Le Pen y las críticas internas de las que es objeto, en estos momentos, la línea oficial del partido (especialmente por su ataque al Euro).

Hace apenas cinco meses, algunos podían pensar que todo iba a ser más rápido: que la victoria de Trump (o, incluso, el Brexit) eran una victoria definitiva contra el stablishment y que Europa se vería salpicada por enclaves cada vez más en ruptura con el “viejo orden” de la globalización. No ha sido así. Es cierto que se ha registrado una “mejora general” en las posiciones de las fuerzas antiglobalización y euroescépticas. De hecho en todos los países europeos que hemos mencionado, son ya el “primer partido de la oposición”, esto es la “segunda fuerza”. Las victorias de los partidos del stablishment son –vale la pena no olvidarlo– “pírricas”: esto es, de muy corto alcance. Macron, apenas es una especie de última excrecencia del régimen francés con lenguaje híbrido entre la corrección política y el discurso neoliberal, tardará poco en fracasar. Veremos si el gobierno holandés, con las costuras de un Frankenstein, puede resistir mucho tiempo. Y no parece que en Austria las simpatías por la inmigración masiva y los “refugiados” hayan aumentando con la victoria de un “ecoloco soft”.

Los sistemas políticos modernos son complejos: no basta una simple “marcha sobre Roma” para derribarlos de un plumazo. Además, se apoyan unos a otros internacionalmente. Y lo que es aún peor: su “infraestructura” es común a todos ellos y está  formada por una malla compuesta por oligarquías económico–financieras que constituyen el basamento mismo del sistema y del poder mundial: no acuden a las elecciones, pero son el verdadero poder. Pensar que un simple proceso electoral puede hacer saltar de un plumazo a estas oligarquías es mostrar una absoluta ingenuidad, especialmente porque las elecciones tienen carácter “nacional” y esta infraestructura constituye los cimientos de un “sistema mundial”.

A partir de aquí hay tres posibilidades:

o bien el sistema mundial, construido sobre el absurdo neoliberal, terminará por desplomarse como un castillo de naipes (lo que parece más probable y a lo que seguirá un caos generalizado antes de que vuelva a estabilizarse un mínimo orden internacional);

o bien las fuerzas “europescépticas” y “antiglobalizadoras”, irán avanzando sus posiciones más y más, –como han hecho en los últimos 5 años– hasta que, por puro desgaste de las fuerzas que actúan en la “superestructura” del stablishment (los Macron y sus avatares) ya no estarán en condiciones de contener por más tiempo a los “populismos” (y en este caso, no bastará la victoria de estos en un país, sino que deberá ser en toda un área geográfica para alcanzar la masa crítica necesaria capaz de dar un vuelco a la situación);

– o bien, en última instancia, la aparición de una forma de terrorismo de nuevo cuño que, en lugar de golpear ciegamente, se oriente hacia los centros de poder haciéndolos saltar mediante cyberataques inmisericordes y/o liquidación física de la oligarquía (hipótesis posible que conocen bien los gemólogos: cuanto más dura es una estructura cristalina –un diamante– más fácilmente resulta hacerlo estallar simplemente dando un golpe preciso en un punto crítico).

La primera es la opción del Buda: “actuar sin actuar”, permanecer vigilantes ante el desplome del sistema (que inevitablemente sucederá), es la vía del “sacerdote”, del que medita y se prepara para cuando ocurra ese momento. Es la de quienes “cabalgan el tigre”: permanecen quietos y serenos hasta se ven pasar delante de casa el cadáver del enemigo y, entonces llega la hora de “los que han sabido permanecer en vela en la noche oscura”.

La segunda es la vía electoral emprendida por los partidos “euroescépticos”: es una vía a medio plazo de la que no puede excluirse que su victoria vaya, fatalmente, a confluir con la primera opción. Una victoria de este tipo puede precipitar el hundimiento del sistema mundial. Es la opción del “trabajador”, del que actúa con sus manos, con su esfuerzo y lo hace como un artesano medieval: hilando fino y realizando un trabajo preciso y constante. Es la opción de las “hormiguitas laboriosas”, del trabajo paciente sobre el terreno de la política convencional.

La tercera es la vía del guerrero y de la espada vengadora, propia de aquel que quiere precipitar el caos súbito para que genere, además de una catarsis liberadora, la destrucción de los fundamentos mismos de la “infraestructura” del sistema mundial. A fin de cuentas, si alguien pudo hablar de un “gramscismo de derechas”, ¿por qué no va a existir un “yihadismo euroescéptico”? Posibilidad remota hoy, pero que no hay que excluir mañana. Es la opción del toro que, en lugar de cargar contra el paño rojo que le ponen ante las narices, quiere “hacer sangre” e hincar sus cuernos en el núcleo duro del sistema, pero también es la actitud de quienes aceptan que les puedan clavar un estoconazo por todo lo alto.

No hay una cuarta opción, ni una cuarta salida. Porque pensar que el sistema mundial conseguirá funcionar indefinidamente mostrando unos niveles de eficacia incompatibles con las reglas del sistema económico mundial y con su tendencia desde hace 150 años a ir concentrando el capital en cada vez menos manos, es obstinarse en pensar a la manera “progresista”: ver la realidad a través de un espejo, olvidando que lo que estamos viendo es un reflejo de la realidad, y su inversión. Es decir, negarse a ver, por ejemplo, que, detrás de las victorias parciales de las fuerzas del stablishment, lo que existe es

1) un deterioro inexorable del sistema ante imposibilidad por parte de la globalización de estabilizarse y satisfacer a todas las partes,

2) un avance de las opciones “euroescépticas” que son ya la “segunda fuerza” en buena parte de Europa y

3) una progresiva brecha entre los intereses de la población y los de las oligarquías económicas que llevarán cada vez más a actitudes radicales tanto por una parte como por otra, constituyendo el detonante de la crisis desintegradora.

Simbólicamente, podríamos decir que “el Ragnarok ha comenzado”: la forma en la que percibíamos el mundo está muriendo. El “Lobo Fenrir” (la alta finanza, los centros de poder económico, los consorcios mediáticos, en definitiva, “la infraestructura” del stablishment) devora los mundos. Lo que tenemos ante la vista, no es la posibilidad de un simple cambio político, es mucho más. Los viejos dioses, todos ellos, están cayendo, todos, sin excepción. Pero estamos en un momento de transición en el que lo que está muriendo y agoniza, todavía mantiene, mal que bien, sus posiciones, y lo que está por nacer todavía no ha alcanzado el nivel suficiente de maduración. De ahí la ambigüedad de nuestro tiempo y el que los signos de desesperación se alternen con síntomas de que se aproxima el amanecer.

Personalmente, concedo más valor a las leyendas de los ancestros que a los mitos progresistas que constituyen la “superestructura” emotiva y sentimental de nuestro tiempo. Las leyendas arcaicas nunca se equivocan.

Ernest Milá