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“Cipollino” y la “participación rusa” en la “crisis catalana”

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
lunes 20 de noviembre de 2017, 19:16h

España es miembro de la OTAN. Se debe a sus aliados y, en especial, se debe a los EEUU. En realidad, ni España ni EEUU son “aliados”, sino más bien, nuestro país es vasallo del “imperio”. ¿Qué imperio que se precie tiene aliados? Los EEUU y los países de la OTAN se han “portado bien” en la “crisis catalana”: han cerrado filas en torno al gobierno español. Ni un vaso de agua para el independentismo ni siquiera un gesto a favor del mister Proper Romeva que ha ido a diestro y siniestro proclamando que la nueva “república catalana” seguiría con sus compromisos internacionales, a pesar de renunciar a tener un ejército (o bien teniéndolo pero sólo reducido a plantar cara a la Legión, a las COE y a la Brunete). Pero, ya se sabe, los EEUU no hacen nada gratis. La contrapartida consistía en que el gobierno español “creyera” y aceptara que el enemigo secular de la OTAN, Rusia, había conspirado contra España… Y así se difundió en toda la prensa nacional, como hace quince años se difundía con la misma facilidad falsedades como la existencia de “armas de destrucción masiva”.

Era evidente que, por mucho que informaciones de este tipo procedieran de agencias de seguridad y defensa de los EEUU, eran “material averiado”, redactado para conseguir encabronar a la opinión pública española con el “enemigo ruso”, esos malditos cabronazos empeñados en hacernos la vida imposible. Aznar y los grandes del PP de 2002-2004, creyeron “a pie juntillas”, aquella mentiras sobre Irak, construidas para hacer digerible a las poblaciones europeas y a la misma opinión pública norteamericana la invasión de Irak. Es posible, incluso, que Aznar y sus ministros, se lo creyeran de buena fe. Tampoco habían demostrado ser unos grandes analistas, ni siquiera unos observadores atentos de la política internacional: el Departamento de Estado envió a Asuntos Exteriores español dossiers sobre la maldad del gobierno iraquí, el Departamento de Justicia envió a la Audiencia Nacional otros dossiers sobre la existencia de tramas de Al-Qaeda en España (que sólo fueron creídas por Baltasar Garzón en su deseo de obtener apoyos para situarlo en la poltrona principal del Tribunal Penal Internacional, demostrando sus tragaderas y su sumisión al imperio), la CIA y la NSA enviaron dossiers al CNI que éste resumió entregó al gobierno del PP y éste a la prensa y a algunos políticos que aparecieron como “especialistas” (Gustavo de Arístegui) en la cuestión de Oriente Medio. El razonamiento de Aznar y de los suyos era simple: “si viene de EEUU debe ser rigurosamente auténtico y, aunque no lo sea, debemos seguir la corriente”.

Quince años después, la misma farsa se repite: ahora es otro dossier llegado de los EEUU el que responsabiliza a Rusia de la “crisis catalana”. El gobierno ha cometido tres errores de apreciación: 1) Dar credibilidad a un informe interesado, 2) Filtrarlo a la opinión pública y 3) Hacer de Puigdemont un “manipulado” por Rusia, en lugar de un paleto de provincias embriagado con su propio desenfoque de la realidad.

La “crisis de la gencat” es suficientemente grave como para que el gobierno se la tome en serio. Si al frente de exteriores se encontrara un especialista en “política exterior” (y los hay, porque nuestro cuerpo diplomático figura entre los más capaces del mundo, solo que está supeditado a una ministra que lo ignora todo en la materia) sería evidente que los informes de la inteligencia norteamericana sobre Puigdemont hubiera ido directamente a la basura del ministerio, sin pasar siquiera por la trituradora de documentos. Rusia tiene problemas precisamente a causa del independentismo. Hay otras zonas de Europa en donde podría alimentar movimientos independentistas mucho más combativos y con más posibilidades (en Bélgica especialmente) que en una España cuya opinión pública es muy poco beligerante contra Rusia. A Rusia le interesa hoy, mucho más trenzar vínculos económicos y de amistad con España que figurar como “eterno conspirador”.

Harina de otro costal es que los rusos no sonrían con la “crisis catalana”. Occidente está tomando de su propia medicina: favoreció la desintegración de la URSS y la creación del “Estado bandido” kosovar, desencadenó la “revolución naranja” ucraniana, así pues, conocer lo que supone el desgarro de uno de sus territorios es una buena medicina para no volver a intentar ese proceso en territorios eslavos. Pero, lo sorprendente es que ni Romeva ni sus “diplomáticos” improvisados entre hermanos, cuñados y afiliados de los partidos independentistas se preocuparon por contactar con los rusos. Algo que no ha podido pasar desapercibido para el CNI. Toda la aventura independentista ha sido mucho más pedestre y cuando se ha dicho que no contaban ni con un solo apoyo internacional con ello se indica que ni una sola cancillería se los había tomado en serio.

Luego estaba el precedente histórico. La Italia fascista había mirado con cierto interés la revuelta de Companys y de Dencás en 1934, incluso éste último tenía una relación fluida con el consulado italiano en Barcelona que hubiera reconocido al “Estado Catalán dentro de la Federación Ibérica”… El problema vino cuando el castillo de naipes se cayó a poco de iniciarse la revuelta y apenas mediaron 10 horas entre la proclamación del invento y la salida por las alcantarillas. Con este precedente y con los informes de inteligencia que debían elaborar los funcionarios del FSB destacados en Madrid, Moscú no iba a mover ni un solo dedo por un proyecto llamado a caer finalmente en el descrédito más absoluto.

Pero también era evidente que los rusos iban a reaccionar ante las noticias difundidas por los medios españoles sobre su participación en la “crisis catalana”. Una protesta diplomática hubiera sido excesivo: sería dar crédito y tomarse en serio lo que no era más que un macutazo elaborado en alguna oficina de la CIA. España es vasallo de los EEUU, así pues, era evidente que nuestro país iba a “pagar” el apoyo norteamericano y de la OTAN de alguna manera: torpedeando al “enemigo ruso”. No valía la pena hacer “sangre”. Y los rusos han optado por el sentido del humor. Bien por ellos.

Anteayer la ministra de exteriores española, recibió una llamada que hemos oído traducida. Demostrando lo que los rusos aprecian a Puigdemont (y, al mismo tiempo, el que están perfectamente informados de su personalidad y de la naturaleza pueblerina de la crisis catalana) el que decía ser “ministro lituano de exteriores” reveló que el 50% de los turistas rusos que visitan Barcelona son miembros de la inteligencia rusa y que ¡el propio Puigdemont es agente ruso con el nombre de “Cipollino”…! (en italiano “cipollini” es cebollino y, como se sabe, reiteradamente, los independetas han sido calificados como “çeballuts”, cebollinos, así pues, el humorista sabía lo que se decía). Y la Cospedal, con esa actitud de mujer seria y prepotente que utiliza como imagen de marca, pero incapaz de cortar lo que era, evidentemente, una broma, ni siquiera se enteró de la novatada rusa, incluso –al parecer- informó a Rajoy… La alusión a Letonia venía a cuenta de la presencia de una escuadrilla de cazas españoles que desde hace 10 años “protegen” el espacio lituano. Sin olvidar que el teléfono al que habían llamado los dos humoristas, no figura en la guía telefónica. Todo lo cual sumado, no deja lugar a dudas: los humoristas recibieron los datos para su programa de humor de alguna oficina de la inteligencia rusa y supieron aprovecharla.

En esta España que llora el fallecimiento de Chiquito de la Calzada y en la que la clase política independentista parece sacada de una película de los Hermanos Marx con las luchas entre Ruritania y Libertonia, los rusos han estimado que los vasallos del imperio no se merecen siquiera que se les tome en serio. “Cipollini” es una anécdota, el remate a un proyecto político construido por paletos; en cuando a la Cospedal, lo mejor es reírse de ella: a la broma norteamericana sobre la “complicidad rusa” en la “crisis catalana” le han respondido con otra broma, seguramente más inofensiva y menos dramática, muestra en cualquier caso que Rusia no es la “enemiga”, ni mucho menos la instigadora.

Ernest Milá

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