Alexander Markovics. Los manifestantes lanzan cócteles molotov contra la policía. Banderas europeas en mano, intentan asaltar el Parlamento.
Lo que parece un escenario de guerra civil o una revolución de colores de libro ilustrado tuvo lugar del 6 al 10 de marzo en el estado caucásico de Georgia. El «escollo» era, literalmente, una propuesta de ley del gobierno georgiano para hacer pública la financiación extranjera de las ONG si recibían más del 20% de sus fondos del extranjero. Estas organizaciones habrían estado obligadas a dar acceso al Ministerio de Justicia a todos los datos, incluida la información personal.
Pero este planteamiento, que es práctica habitual en Estados Unidos y otros países occidentales, ha sido acusado en este caso de «giro autoritario» por Bruselas y Washington. La organización Transparencia Internacional, que habría sido la más afectada por la ley, ha convocado principalmente protestas contra la decisión. Sus partidarios públicamente visibles pertenecen a una familia geopolítica terriblemente occidentalizada: la Comisión Europea, la Open Society Foundation del autoproclamado «rey de Europa del Este» George Soros y el International Republican Institute, próximo al National Endowment for Democracy, a su vez un think tank y grupo revolucionario financiado por Estados Unidos.
Por tanto, el gobierno georgiano tenía motivos de sobra para mantener una vigilancia crítica sobre las numerosas ONG presentes en el país, especialmente desde que en 2003 ya se había producido una revolución de colores, la «Revolución de las Rosas». Esto no sólo llevó a Mijaíl Saakashvili al poder en 2004, sino que también provocó un rearme del país por parte de Estados Unidos, que finalmente empujó a Georgia a provocar a Rusia en 2008.
Esto condujo a la Guerra del Cáucaso de 2008, que Georgia perdió. Gracias en parte a la presidenta pro-occidental de Georgia, Salome Zurabishvili, los manifestantes ganaron finalmente su caso y la ley fue retirada. Hasta ahora, la situación actual de la soberanía georgiana es decepcionante. Frente a la presión exterior, el Primer Ministro Irakli Garibashvili advierte contra la ucranianización del país. Según él, este plan de Occidente debía conducir a un golpe de Estado en Georgia para abrir un segundo frente contra Rusia en Georgia con un jefe de gobierno dócil, con el objetivo de invertir el destino de la guerra a costa de Rusia. ¿Así que pronto moriremos no sólo por el «último ucraniano», sino también por el «último georgiano»?
En este contexto, el tristemente célebre ministro alemán de Asuntos Exteriores Baerbock visitó Georgia para encaminar al país hacia la Unón Europea. Pero hasta ahora, Bruselas no quiere dar al país una perspectiva de adhesión, ya que las reformas son demasiado «lentas». El Gobierno de Tiflis, por su parte, no parece tener prisa y prefiere liberarse poco a poco de las garras de Occidente. El recuerdo de la derrota en la guerra de 2008 aún está demasiado fresco como para querer precipitarse en la próxima guerra. Por tanto, el futuro de Georgia sigue abierto.