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Sudán: ¿más allá de un enfrentamiento por el poder?

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
miércoles 24 de mayo de 2023, 19:11h

Resulta extraño que todas las miradas del mundo se centren hoy en Sudán. El país del Cuerno Africano está atravesando por uno de los momentos más críticos de su historia reciente o, al menos, desde la división de su territorio el año 2011. En ocasiones, conflictos como las que se viven en Ucrania u Hong Kong, parecen quedar en un segundo plano. Son acontecimientos que están cambiando el mapa de la geopolítica global para las próximas décadas.

Jad el Khannoussi

 

Jad el Khannoussi

Resulta extraño que todas las miradas del mundo se centren hoy en Sudán. El país del Cuerno Africano está atravesando por uno de los momentos más críticos de su historia reciente o, al menos, desde la división de su territorio el año 2011. En ocasiones, conflictos como las que se viven en Ucrania u Hong Kong, parecen quedar en un segundo plano. Son acontecimientos que están cambiando el mapa de la geopolítica global para las próximas décadas.

La opinión pública mundial sigue con interés los sucesos de Jartum, así como los del resto de capitales de esa zona tan agitada, pues este caos se veía venir desde el derrocamiento del Bachir en 2019, quien alcanzó el poder tras un golpe militar en 1989. Medida de fuerza habitual en una nación habituada a acontecimientos históricos de tal naturaleza, sacudido por constantes revueltas y rebeliones. Estamos ante un país que, desde la polémica decisión del Jamal Abdel Nasser de separar Sudán de Egipto, siempre ha estado situado en ojo del huracán por fuerzas regionales e internacionales, con especial atención por Israel y Estados Unidos, que no limitaron sus esfuerzos para desestabilizarlo.

Por qué Sudán vive en un permanente estado de inestabilidad.  Hablamos de un país, o más bien, de una región, que presume de ser la más antigua de la humanidad, que vio nacer la primera civilización y la aparición del ser humano, según dictan las excavaciones arqueológicas. Cuáles son las partes implicadas en este conflicto. Antes de sumergirnos en el dilema sudanés, resultaría conveniente destacar los factores naturales y humanos que elevan este conflicto a escala global. Sudán representa el flanco derecho de África, con salida al Mar Rojo, y paso central del transporte comercial y energético internacional. Se inserta entre el Canal de Bab al-Mandab y el Canal de Suez, transporte marítimo de sumo interés geoestratégico mundial por su ubicación entre Oriente y Occidente, así como entre el Norte y el Sur. Una posición tan privilegiada hace que este país pueda influir en grandes áreas de suma importancia geopolítica: la región del Sahel, Golfo Árabe, Mar Mediterráneo, Oriente Medio, Mar Rojo, etc. Sudán posee la segunda línea de costa más extensa de este último, con 750 kilómetros, donde se ubica el puerto de Sudán, de gran importancia estratégica. Unas áreas fundamentales, en especial, la denominada Gran Cuerno Africano, formada por ocho países: Sudán, Sudán del Sur, Yibuti, Uganda, Etiopía, Eritrea, Kenia y Somalia. Allí se están librando grandes batallas entre fuerzas viejas y nuevas, peleando por intereses estratégicos y energéticos. Al parecer, nadie desea por el momento sofocar las llamas del conflicto. Por ello, no debería sorprenderemos la aparición en breve de conflictos subsidiarios, grupos terroristas o hambrunas, cuyos primeros síntomas ya estamos observando en Somalia.

A esta posición geográfica privilegiada se le añade la abundancia de recursos naturales, con abundantes yacimientos del petróleo (1.200 millones de barriles y una reserva de 3 trillones) de los que sólo se han descubierto el 20%, además de oro (100 toneladas al año), minerales como el uranio (cuyo pozo más grande está en Sudán) y marfil. El país del Cuerno Africano destaca también por su abundancia de territorios fértiles, alrededor de 2,5 millones de acres para el cultivo, y está considerado por la FAO como uno de los tres países (con Canadá y Australia) capitales para solucionar la crisis alimentaria del mundo. A estas riquezas agrícolas hay que añadirle sus 250 millones de cabezas de ganado (cifra que cuadriplica a la de Holanda). Por todo ello, en esta región siempre se alzan voces críticas exigiendo poner en valor lo que denominan el “cestero del mundo árabe”, no sólo para aprovechar toda esa gran cantidad de riqueza sino, sobre todo, para intentar poner fin a su constante dependencia del exterior. No olvidemos que los países árabes importan casi todas sus necesidades del extranjero. Pero las reclamaciones que exigen mirar siempre hacia Sudán, no se dan cuenta de que, la mayoría de sus regímenes, no son más que simples delegados de un colonialismo que trabaja firme para que esta región del planeta continúe en un permanente estado de debilidad.

Aplicando una óptica exclusivamente geoestratégica, Sudán detenta un valor importante para el mundo árabe. Cualquier análisis de su mapa geográfico nos revela que representa su ruta de acceso hacia África del Sur. Estamos hablando de un país árabe y musulmán, que comparte lengua y tono de piel con los de esta región, y que podría convertirse en uno de los bastiones del pan-arabismo (o, mejor dicho, del islamismo). Desde la época colonial, así como en las posteriores, los cálculos estratégicos occidentales, temerosos de una posible expansión del islam hacia estas zonas, han intentado levantar una muralla entre el mundo árabe y África (de ahí la importancia de dividir Sudán en 2011). Al respecto, resulta oportuno citar unas palabras del ex ministro israelí, Ave Dejter, en 2008: “Sudán, con su enorme superficie, sus habitantes y sus riquezas, podría convertirse en una potencia regional […] y era fundamental impedir que este país se transforme en una fuerza más para el mundo árabe […] Nuestra estrategia se consagró en el Sur de Sudán, ahora que logró cambiar la situación del país hacia el declive y la división. Los conflictos actuales, tarde o temprano, acabarán con la división del país en varios países. Las fuerzas internacionales al mando de Estados Unidos permanecerán firmes en la independencia del Sur y la región de Darfur, a semejanza de Kosovo. Gran parte de nuestros objetivos se han cumplido en el Sur de Sudán y se están consolidando en Darfur”. Unos propósitos que hasta los propios rebeldes de Sudán del Sur reconocieron, caso de sus jefes John Garang o Josef Lago, o el propio Bagan Amom, secretario general del Movimiento Popular de la Liberación. Por tanto, no debería extrañar la nueva división de la cartografía árabe, es decir, el intento de dividir lo ya fraccionado en Sykes-Picot, hace más de un siglo. Entonces ya aparecía el nombre de Sudán encabezando la lista de los repartos, lo cual parece cuanto menos curioso.

Todo este proceso divisionario resultaría imposible si el pueblo sudanés hubiera trazado su propio destino. Pero, al igual que el resto de países árabes, Sudán, a lo largo de sus casi siete décadas de historia, sólo ha vivido once años bajo un régimen civil, el resto de su existencia ha padecido férreas dictaduras militares. Unos regímenes autoritarios que no consolidaron un Estado nación fuerte y, además, aumentaron las diferencias entre las distintas etnias que conforman el mosaico social del país africano. Y, como reza el dicho, los tiranos siempre abren la puerta de su país al invasor, Sudán resultó ser una presa fácil para las ambiciones externas. La actual crisis no sería más que un fiel reflejo de este presupuesto.

Qué está sucediendo allí ahora. Todo comenzó durante los últimos años del mandato de Omar al-Bachir, quien se mostró muy cauto con los militares y creó lo que se conoce como Fuerzas de Apoyo Rápido, para hacer frente a las rebeliones en la región de Darfur. Entregó la jefatura a Mohammad Hamdan Dagalo, más conocido por el nombre de Hamidti, que logró poner fin a todas las revueltas, lo que le permitió no sólo asentarse en el poder, sino que la FAR fuese oficialmente reconocida por parte del régimen. Idéntico paso dio también Bachir nombrando a al-Burhan como jefe de las Fuerzas Armadas, sabiendo que él operaba a su vez con las FAR, a fin de generar una conexión entre ambos que les garantizase su pervivencia en el poder.

Hasta aquí, todo lo sucedido resultaba, hasta cierto punto, lógico y normal. Pero el presidente al-Bachir, quien gobernó el país durante tres décadas con mano de hierro (algo habitual en la región árabe, salvo tímidas experiencias depuestas desde el exterior, caso de Morsi en Egipto o el izquierdista al-Marzuki por el estado profundo de Túnez), fue derrocado. Los dos hombres que colaboraron en aquella destitución, intentaron desde un primer momento ganarse el apoyo exterior y, al mismo tiempo, frenar a cualquier intento de trasladar el poder a los civiles. Derrocaron a Ibn Awf, supuestamente, el general que se encargaba del período de la transición, Además, ambos se involucraron en la guerra de Yemen con Emiratos Árabes, pero quedó una cuestión pendiente: el rechazo de Hamidti a incluir a las FAR en las fuerzas armadas sudanesas. A partir de entonces, los altos mandatarios del ejército empezaron a contemplar con preocupación la creciente actividad de las tropas rápidas, que pasaron de ser una simple guerrilla a formar un contingente equivalente a las fuerzas gubernamentales. Incluso, se comenzó a tomar medidas y llegar a acuerdos, sin el permiso de las fuerzas armadas. Por tanto, y a pesar del vínculo que mantenían al principio, ambos nunca se pusieron de acuerdo sobre la cuestión del poder en el país, lo que convirtió a Sudán en una especie de ente con dos cabezas, y donde uno intenta a eliminar al otro. Especialmente, tras el último y nefasto acuerdo, “al-Itary”, con las fuerzas civiles, celebrado el pasado 5 diciembre, por el que se acordó traspasar el poder a la autoridad civil, si bien, nunca se hubiese podido llevar a cabo, conociendo que todas las papeletas otorgaban la victoria al Congreso Popular de tendencia islámica. Ya sabemos el temor que genera este asunto, tanto en las fuerzas regionales como internacionales. Precisamente, en dicho acuerdo se estableció la inclusión de las fuerzas de apoyo rápido en el ejército sudanés por el plazo de un año. Cuestión que negó Hamidti, exigiendo que fuera por un periodo mínimo de catorce años. Es decir, que se fueran incluyendo gradualmente a sus miembros en las fuerzas armadas, pero a condición de que, durante todo ese tiempo, no se llevase a cabo ningún proceso de conspiración para garantizar la mayor presencia de sus fuerzas en el ejército.

En los últimos meses la tensión entre ambos fue aumentando, sobre todo, cuando al-Burhan prohibió a su oponente acceder a informes de seguridad y cualquier actividad diplomática, entre otras restricciones. Una situación que obligó a Hamidti a aproximarse a las fuerzas políticas, en especial a la izquierda, carente de cualquier legitimidad en la sociedad sudanesa. Incluso, llegó a nombrar un asesor, un tal Yusuf Izat, para maquillar su imagen, y buscó refugio en las fuerzas tribales, como en la región de Darfur, de donde él proviene. Todo parecía indicar que estábamos ante una noche semejante a la del golpe del 25 de octubre de 2021, que los dos ejecutaron. Especialmente, cuando el jefe de las fuerzas armadas, al-Burhan, decidió el pasado 12 de abril crear una nueva fuerza de intervención rápida, pero bajo el mando del ejército. Era un mensaje lanzado a Hamidti: que no iban a tolerar su negativa a integrarse en la órbita del ejército. Al-Burhan dejó claro que la maniobra se hacía para el caso de que hubiera un posible traspaso del poder a los civiles, aunque era imposible que eso llegara a producirse. Y quien conoce la historia de este país sabe muy bien lo que significan estas palabras. Las experiencias de Numairi o del propio Bachir son un fiel reflejo de lo que estamos diciendo. Al-Burhan se mantendrá a la cabeza de la jefatura militar, con un gabinete formado por él y catorce generales de su confianza, es decir, gozando todos ellos de autonomía plena, y pudiendo intervenir sin control en el ámbito de la política.

A partir de entonces, movió sus fuerzas, sobre todo en las zonas estratégicas del país. Es cierto que, previamente, ya había obtenido luz verde por parte de Abu Dabi, desencadenando un conflicto que tiene todas las trazas de desembocar en una prolongada guerra civil, que puede arrasar todo Sudán. Porque estamos ante un enfrentamiento entre dos hombres obsesionados con el poder, además de tener el apoyo de fuerzas exteriores que irán alimentando a diario el conflicto. No olvidemos que la delegación cuatripartita -es decir, EE UU, Gran Bretaña, Arabia y Emiratos Árabes- es quien mueve realmente los hilos de los acontecimientos, excluyendo a Egipto, el principal afectado, por ser un país vecino del Sur. Pero como bien sabemos, el país del Nilo ya ha dimitido de todos los acontecimientos regionales e internacionales, convirtiéndose en un mero rehén de las pretensiones del Golfo por un puñado de dólares. Norma habitual en aquellos países donde los militares controlan todos los resortes del poder.

La intervención externa desestabilizará aún más el panorama interno sudanés, inmerso en otra confrontación bélica. La actual, intensificará las luchas entre las viejas fuerzas y las nuevas, que llevan tiempo buscando su espacio en el continente africano, y no hay mejor puerta de acceso que Sudán. Quien haya seguido el panorama político del Cuerno Africano durante los últimos meses comprobará todo este proceso. No es casualidad, por ejemplo, que la última visita del ministro de Exteriores ruso a este país coincidiera con la llegada de seis delegados europeos. Una gran actividad diplomática que esconde la enorme lucha que se está librando en suelo sudanés.

Quiénes son los posibles implicados en este conflicto. Por un lado, China y su enfrentamiento con Estados Unidos, que proyecta construir una presa en el Sur de Sudán (Nilo Blanco). Ambos aspiran a su financiación, y la gran obra producirá una cantidad de 2.500 megavatios. Una capacidad que superará a la de presa de Asuán y, por tanto, generará un enorme beneficio para una de las dos potencias y, por contra, resultará adverso para el país del Nilo (Egipto). A ello se añade la enorme lucha mantenida entre Beijing y Washington por los recursos africanos, especialmente, el cobalto (oro azul), un mineral vital para la industria aeroespacial, computadoras y móviles, que marcará el dominio de la tecnología durante los próximos decenios. La guerra en el Congo democrático (un país que posee el 70% de las reservas mundiales), sería una prueba de esta codicia. Rusia, por su parte, es otra potencia que en los últimos años ha ido aumentado su presencia en el Cuerno Africano, en especial, Sudán. Moscú, en su constante búsqueda por asentarse en las aguas calientes, un viejo sueño que persigue la élite rusa desde la época de los zares, logró afianzarse en partes importantes del continente africano. Se aprovechó, sobre todo, de la buena imagen que todavía mantiene en el continente africano desde los tiempos de la Guerra Fría, frente al enorme rechazo que estos pueblos sostienen frente a las potencias occidentales. El mejor ejemplo sería la expulsión de Francia de gran parte de sus bastiones establecidos allí. Rusia aprovechó el enfrentamiento entre el régimen de Bachir y Occidente para acercar sus posturas con Jartúm, una puerta que parecía cerrada para siempre, cuando Yaafar al-Numeiry expulsó a los soviéticos en 1971, a raíz del fracaso del golpe comunista contra él, precisamente, el partido que dos años antes le había apoyado para acceder al gobierno. El mismo escenario volvió a darse en 1989 con el régimen de Bachir y los islamistas.

Durante su visita a Moscú en 2017, Bachir firmó una serie de acuerdos económicos y militares, además de la solicitud implícita de protección rusa ante la intervención norteamericana en los asuntos de su país, pues dejaba claro que ésta quería dividir Sudán en cinco Estados, además de presentarse como la llave de África. En primera instancia, sus declaraciones resultaron sorprendentes, pero luego quedó de manifiesto que Washington puso como condición eliminar a Sudán de la lista de países que fomentan el terrorismo, si Omar al-Bachir no concurre a las elecciones de 2020. Por su parte, Moscú aprovechó esta situación para aumentar sus posibilidades de asentarse en la región, especialmente, aquellas relacionadas con el fácil acceso al Mar Rojo, tras ser rechazada las peticiones rusas de establecer una base en Yibuti, el país con mayor presencia de instalaciones extranjeras en su territorio, y en Etiopía. Por tanto, sólo le quedó Port Sudán. El régimen de Bachir aprobó la solicitud rusa, además de poder utilizar los aeropuertos del país para transportar armas y el material necesario para la base. Además, de permitir a Rusia enviar cuatro buques y trescientas personas como máximo para este puerto, que empezaba a convertirse en el primer punto marítimo ruso en todo el continente africano. Se trata de un acuerdo de gran dimensión geoestratégica, pues no sólo permite a los barcos rusos arribar a este puerto, sino que también conecta con otros lugares de asentamientos rusos: República Centro África, Mozambique, Madagascar, Malí, e incluso hasta Siria por el Norte a través del Canal de Suez. Y aunque al-Bachir fue derrocado en 2019, el acuerdo siguió vigente. A ello se añaden los acuerdos que mantuvieron empresas rusas de petróleo (Gazprom, Rosneft o Zarubzeneft) con Sudán del Sur, coincidiendo con su intención de crear en Sudán una refinería de petróleo con capacidad de 200 mil barriles diarios. Todo gracias a los beneficios que le procuraba su asentamiento en Port Sudán. Sin olvidar sus inversiones en oro sudanés que, a la postre, resultó un elemento decisivo, pues la economía rusa lo utilizó para hacer frente a las sanciones occidentales. La creciente presencia rusa durante el último decenio en Sudán generó un enorme revuelo en Occidente, que contemplaba con preocupación todo este proceso.

A estas dos grandes potencias se añaden otras como la Unión Europea, especialmente Francia y Turquía, que empezaron a ganar cada vez mayor presencia en la región, una situación que no se daba desde el fin del Imperio Otomano. O Etiopía, el país que aspira a ejercer un rol central en el nuevo y ampliado Cuerno Africano, el mismo que jugó durante la época del colonialismo británico. No en vano, Adis Abeba se convirtió en un fortín para las fuerzas de intervención rápida, ya que esta situación bélica le permite hacerse con más de 2,5 millones de terreno para el cultivo en la región de Al-Fashaga, conociendo que el 60% de Etiopía lo forman montañas. Los sucesivos gobiernos etíopes, al menos desde mediados de los años cincuenta, nunca escondieron sus pretensiones de apropiarse de estos territorios. Al-Burhan lo negó rotundamente y, en más de una ocasión, ordenó al ejército sudanés atacar la presencia etíope allí, sin olvidar la cuestión de la presa del Renacimiento. Todas estas apetencias hacen que el dilema sudanés vaya adquiriendo el estatus de conflicto subsidiario, el cual se prevé que se extenderá mucho en el tiempo, y lo más probable es que veremos nuevos mapas trazados en esta codiciada zona del planeta.

En resumen, podemos asegurar que la situación es muy complicada en Sudán. Un país joven que, desde que alcanzó su independencia, siempre ha estado situado en el ojo del huracán de la política internacional. Por tanto, en el momento actual, hablar de un alto el fuego parece demasiado precipitado. Nadie sabe cuándo finalizará el conflicto, norma habitual en un país que, si se prende el fuego bélico, tarda mucho tiempo en apagarse. En este sentido, el jefe de las fuerzas armadas al-Burhan, despojó a Hamidti de todos sus cargos, y nombró vicepresidente a Malek Aqqar, enemigo declarado del jefe de las fuerzas rápidas. Ello significa que los enfrentamientos se van a intensificar durante los próximos meses, especialmente, en la región de Darfur. Además, hay que destacar las intervenciones externas, que irán aumentando a favor de uno u otro bando, y no será extraño contemplar en breve allí a grupos armados o milicias externas, semejante a lo ocurrido en Siria o Libia. Nos encontramos, sobre todo, ante una lucha que no va a centrarse en las grandes ciudades como está ocurriendo ahora, porque desgastaría al ejército sudanés. El conflicto podría extenderse hasta los pueblos y las tribus. Una situación que, si llegara a producirse, tendría consecuencias nefastas para el país. Pocos dudan que existe un proyecto en contra de este país para que no celebren elecciones libres, e imponer así otro plan. Por eso, el pueblo sudanés debe estar a la altura, y no dejase llevar ni por uno ni por otro de los bandos enfrentados, porque entonces vería a su país hundirse en un caos definitivo, lo que significaría el fin de Sudán tal como lo hemos conocido. Es decir, que asistiríamos a otro capítulo del proyecto Gran Oriente Medio, que constantemente aparece y desaparece en la historia, y cuyo objetivo no es sólo dividir este país, sino todas las fronteras trazadas en Sykes-Picot. Quien piense que la guerra de Irak se ha acabado ignora otros parámetros. Se trata, simplemente, de que cambian los protagonistas de un conflicto cuyo objetivo no es destruir ejércitos o apropiarse de recursos naturales, sino poner fin a los componentes de esas sociedades o, mejor dicho, de ese cinturón que se extiende desde los Balcanes hasta Afganistán.

En fin, si la inestabilidad reina en Sudán, se generaría un caos en todo el Cuerno Africano, que se trasladaría a la región del Sahel, comenzando en el Chad y acabando en las costas atlánticas. El proceso pondría en cuestión todo el comercio marítimo que atraviesa el Mar Rojo y, además, desestabilizaría todo el Norte de África, inmerso en una lucha entre las grandes potencias. Occidente intenta que ninguna potencia se asiente en esta estratégica parte del mundo, pero el equilibrio de fuerzas está cambiando. En otras palabras, Washington ya no es el único que dicta las reglas del juego de los países. Por tanto, hay que exigir una pausa reflexiva, contemplar los mapas, y buscar respuestas claras y precisas, no sólo en este país tan castigado, sino abarcando otras áreas del Oriente mágico. De no suceder así, los árabes perderán otro siglo, excluidos de la historia común de toda la humanidad.