Valdir da Silva Bezerra. Tras el final de la Guerra Fría, el internacionalismo liberal estadounidense se convirtió en la principal seña de identidad de la política exterior de Washington. Sin embargo, es evidente que el proceso de universalización del modelo de EEUU en el mundo no ha tenido el éxito esperado por la Casa Blanca.
Al menos durante un breve periodo a principios de la década de 1990, especialmente tras la guerra del Golfo y el colapso de la Unión Soviética, a muchos les pareció que el sueño de un orden mundial centrado en EEUU sería realmente viable. El optimismo de aquel periodo se ha desvanecido desde entonces, y se demostró que el internacionalismo liberal estadounidense no resultó eficaz, ni en la teoría ni en la práctica. Esto se debe a que la idea de expandir los llamados "valores democráticos por todo el mundo" significaba un proyecto para transformar las relaciones internacionales en un escenario donde los intereses políticos y económicos de EEUU encontrarían libre expresión.
La retórica que subyacía a este proyecto consistía en vender la idea de que la libertad y la prosperidad solo podían disfrutarse en democracias liberales como la que representaba Washington. En este contexto, EEUU se convirtió en el principal líder occidental en promover —especialmente de forma agresiva— el internacionalismo liberal en el siglo XX.
Aunque los responsables políticos de la Casa Blanca imaginaron una amplia variedad de formas de alcanzar sus objetivos políticos, en última instancia destacaron tres métodos. En primer lugar, estaba la retórica en torno a la defensa del libre comercio, basada en la interpretación de que la interdependencia económica entre Estados reduciría la incidencia de los conflictos en el sistema.
También se pretendía que la globalización y la apertura de las fronteras aportarían beneficios como medio para unir a las personas y, tal vez, mitigar sus diferencias sociales. Sin embargo, la defensa del libre comercio se vio desacreditada por su propio centro difusor, que se puso a desatar guerras comerciales contra sus rivales geopolíticos (como la durante la era del expresidente estadounidense Donald Trump contra China y el reciente sabotaje del gasoducto Nord Stream que conecta Rusia y Alemania en Europa).
Otro método que hay que destacar en este proyecto liberal se refiere a la exportación de la democracia estadounidense a otros Estados y Gobiernos. En la práctica, como demostraron las intervenciones estadounidenses en el norte de África, Oriente Medio y Asia Central, todo ello no fue más que un intento de interferir externamente en los asuntos internos de otros países, promoviendo los intereses sectoriales de las élites económicas y del complejo militar-industrial estadounidense.
Por último, el tercer método es la infusión de agendas liberales en los organismos reguladores y las instituciones de toma de decisiones internacionales. Se produce para defender supuestamente los derechos humanos frente a las violaciones de los Estados supuestamente autoritarios. En este caso, el internacionalismo liberal insiste en que los distintos países y sociedades del mundo deben subordinar los intereses colectivos a los intereses individuales.
En definitiva, se trata del debilitamiento del Estado frente al ideal de autonomía y libertad del individuo, un ideal, por otra parte, puramente occidental y de ningún modo universal. Se trata del intento de europeos y estadounidenses de imponer sus dudosos valores e ideales a países y pueblos enteros, ignorando sus tradiciones históricas y sus especificidades culturales, sociales, políticas y religiosas. Un proyecto que fracasó debido a la realidad irrefutable de la pluralidad civilizacional del mundo.
Cabe señalar, por tanto, que el internacionalismo liberal es fundamentalmente un proyecto revolucionario. Pretende transformar la estructura básica del sistema estatal, así como la forma en que se organizan las sociedades, en torno a la idea del culto al individuo y las aberraciones que conlleva. A principios del siglo XXI, asistimos al surgimiento de diferentes civilizaciones y Estados que se oponen a este proyecto homogeneizador de Occidente (liderado por EEUU), defendiendo su historia y el modo de vida de sus poblaciones.
Además, incluso en la era de la globalización, los Estados nacionales no perdieron su fuerza, sino que siguen siendo los representantes legítimos de sus ciudadanos y los principales impulsores de las políticas macroeconómicas en su territorio. De hecho, el mundo unipolar que se visualizó a principios de la década de 1990 también dio paso a la multipolaridad en el sistema internacional, en gran parte debido al ascenso de Rusia a principios de la década de 2000 y, especialmente, de China.
Por cierto, Rusia y China demostraron con el tiempo que la paz social, el disfrute de las libertades fundamentales e incluso el bienestar económico pueden lograrse sin necesidad de emular estrictamente la democracia de tono liberal de EEUU. Esta situación enfrentó a los internacionalistas liberales a dilemas insolubles y les provocó una tremenda frustración ante su incapacidad para reformar el mundo según su imaginación y sus designios.
En teoría, los liberales siempre han mirado al Estado con recelo. No obstante, los políticos estadounidenses (principales responsables de la exportación del proyecto liberal) han tenido que admitir el éxito de los países en los que el Estado desempeñó (y seguirá desempeñando) un papel clave en la vida económica y social de sus ciudadanos. Además, ahora está bastante claro que incluso el modelo de intervención humanitaria está agotado, dado el uso desenfrenado de la fuerza militar por parte de Estados Unidos en defensa de las llamadas "poblaciones oprimidas" de todo el mundo.
De hecho, tales intervenciones socavaron la confianza en la eficacia del derecho internacional y relativizaron peligrosamente el concepto de soberanía estatal. Se trataba, en definitiva, de una máscara para que los Estados poderosos (especialmente en Occidente) promovieran sus propios intereses nacionales, invocando ideales que parecían hermosos a un público amplio.
Así pues, el internacionalismo liberal estadounidense resultó ser una gran ilusión desde el principio. Por un lado, EEUU quería transformar el mundo a su imagen y semejanza. Por otro, seguirá sin darse cuenta de que no todas las naciones están dispuestas a emular su llamado american way.