Desde que se inició la democracia en España, el país ha estado atrapado por las reivindicaciones nacionalistas que luego resultó que eran “independentistas”. El nacionalismo se arrogaba la representatividad de regiones enteras y el gran error de la izquierda española fue aceptar que en Cataluña, el País Vasco y Galicia el nacionalismo debía gobernar por encima de cualquier otra opción “si se quería la estabilidad” de todo el país. El error de la derecha, por su parte, consistió en carecer de “memoria histórica” y olvidar algo tan esencial como que al final del camino de todo nacionalismo lo que existe es la aspiración a tener una “Nación Estado” independiente. Y llevamos cuarenta años con esta matraca que nos impide atender a noticias mucho más importantes que aparecen diariamente en los medios y que, desde hace más de 40 años son ignoradas sistemáticamente por el gobierno autonómico catalán y por quienes siguen sus medios de comunicación.
Cuando Europa estaba aterrorizado por las consecuencias que podía acarrear el despliegue de misiles Pershing II en el centro del continente o por las convulsiones que empezaban a sucederse en los países del Este, aquí, en España, el país estaba envuelto en la polémica sobre la LOAPA y el procesamiento a Jordi Pujol por el Caso Banca Catalana. Cuando la situación internacional era extremadamente grave y se estaba preparando la agresión contra Irak, nuestra clase política estaba polemizando sobre el “nou Estatut” y el “Pacto del Tinell”… y así sucesivamente. Hoy, cuando la economía mundial está entrando en una espiral de desaceleración, hay gente que se manifiesta -pacífica o molotov en mano, poco importa para el caso- por ideales que, de poderse hacer realidad, deberían haberse concretado a mediados del XIX, cuando tocaba crear Estados Nacionales modernos y no en el siglo XXI, cuando un Estado Nacional, cuanto más pequeño es, más débil y más sometido está a la amenaza de consorcios financieros internacionales.
Podemos advertir la enormidad de la situación por la vía del esperpento: es como si en las ciudades italianas del Renacimiento alguien reivindicara la libertad que daba la tribu antigua a sus miembros. O si, en el mundo clásico, alguien hubiera salido en defensa de los derechos de los neanderthales. O aquel otro que después de Sócrates, fundase una nueva escuela pre-socrática. Todo eso y lo de los Torra, de los CDR o de Ómniun es lo mismo: proyectos que no entienden que su tiempo ha pasado… ¡Y de qué manera!
Alguien dirá que si en el tiempo de Leonardo, Miguel Ángel, Rafael y demás, alguien propusiera retornar a la organización tribal, la aspiración sería legítima si fuera compartido por “amplias masas populares pacíficas”… Error: las masas no hacen la historia y si alguien ha creído que las masas han protagonizado en algún momento un capítulo de ese gran libro, está en el error. La historia la hacen élites que tienen el don de la oportunidad y tienen lucidez, valor y voluntad de poder suficiente para abrir camino a la historia. Ese camino por el que luego discurren las masas. ¿Alguien ve élites en el independentismo actual? Si alguien los ve, que me lo diga, porque yo lo único que veo son espabilados que defienden su poltrona apelando al “país”, tontorrones condenados por malversación y a los que la sentencia ni siquiera concedió el que supieran lo que estaban haciendo, sino que presenta como pardillos que ni siquiera tenían intención de separase del Estado, ni sabían cómo hacerlo, ni tenían los medios para hacerlo (y le faltaba decir que apenas tenían el apoyo de un sector minoritario de la sociedad catalana, como si la independencia fuera posible con la mitad más uno) y los chicos de la gasolina que precisan un par de cachetes en el culo y clases de sentido común y lógica aristotélica.
De hecho, si hoy existe un “conflicto” en España es porque en ninguno de los dos lados del Ebro existen “élites” dignas de tal nombre. Uno de los motivos por los que Cataluña es España es, precisamente, porque se dan los mismos niveles de corrupción, las mismas pautas sociales, el mismo modelo económico, la misma ausencia de élites… Lo bajo es OTRO motivo más que índice -además de la historia en común, de la cultura en común, de dos lenguas con la misma raíz, además de generaciones y generaciones de catalanes que se han sentido y se sienten españoles- para desdecir las aspiraciones independentistas.
Lo importante que ha ocurrido en Cataluña este mes de octubre no son las manifestaciones indepes en Cataluña ni siquiera la sentencia sobre el 1-O, sino noticias que no han merecido eco en TV3.
- A la opinión pública le ha pasado desapercibido, por ejemplo, que, mientras la vida en Cataluña era alterada por gente que aún no había entendido que el “procés” ha concluido hace mucho, la Audiencia Nacional registraba las oficinas de la Asamblea Catalana de Municipios en relación a la ¡continuación de la trama del 3% que revivía con la excusa, ahora, de dar un soporte al “soberanismo y a los políticos exiliados”. Dicho de otra manera: que el amaño de concursos públicos, el racquet del 3%, siguen existiendo y siguen caminando de la mano de aquellos que ya en los años 70 y 80 creían que era posible expoliar a los inversores en Banca Catalana o que los que “sirven al altar de la independencia, deben vivir del culto a la independencia” y lo tienen todo permitido. “Xoriços” sí, pero por la “patria”.
- A la opinión pública le ha pasado desapercibido el que el abogado de “Pies Veloces” Puigdemont haya sido imputado en una investigación sobre el reciclado de dinero negro procedente del narcotráfico gallego y del inefable Sito Miñanco y nadie, por supuesto, ha recordado que el fulano en cuestión ya estuvo preso por el secuestro de Emiliano Revilla por parte de ETA.
- Incluso al independentismo catalán le ha pasado desapercibido el que el Bloque Quebequés haya mejorado sus posiciones en las elecciones canadienses, a costa de olvidarse de la matraca independentista que lo había llevado al borde de la extinción. Claro está que no existe comparación posible entre Canadá y España (angloparlantes y francoparlantes estuvieron en guerra hasta 1860 y, por lo demás, ambas son lenguas de raíces diferentes, mientras que la región catalana siempre a estado vinculada en sus distintas fases históricas a fórmulas idénticas a las de otras regiones peninsulares y ambas lenguas, catalán y castellano, son hispano-romances). Pero la pista quebecois sería buena que no la olvidara el nacionalismo catalán que tanto la tuvo en cuenta para justificar su “inmersión lingüística”.
- Se olvida que España ha registrado los peores datos de paro en el tercer trimestre desde 2012 y que la amenaza de cierra plantea sobre la planta de Martorell de SEAT que tendría una repercusión social infinitamente mayor que el despido de 1.300 trabajadores. Se olvida que, desde el punto de vista económico, en 2020 pintan bastos.
Pero, sobre todo, se olvida que estamos ante una revolución sin precedentes que marcará el tránsito de la tercera a la cuarta “era industrial” y entre 2020 y 2050 cambiará radicalmente el mundo. Estamos viviendo sus primeros despuntes, pero esto sólo parece interesar a sus protagonistas (ingenieros genéticos, investigadores en el terreno de la inteligencia artificial, técnicos en biomecánica, en criogenia, etc, etc). Si hoy ya es imposible organizar a la sociedad del siglo XXI con las ideas y los sistemas aparecidos al final del XVIII, podemos imaginar lo que ocurrirá en apenas diez años. Pero ninguna élite política apuesta por anticiparse al futuro y preparar a las poblaciones.
Ninguna élite política es capaz de ofrecer nada más a su electorado que marketing electoral, espectáculo y entertaintment. Y aquí, en España, unos optan por un independentismo que pertenece a otra época, los otros por trasladar los restos de Franco y todos a competir a ver quién tiene más diputados para garantizar mayores ingresos a sí mismos y a los cuñados…
Y esta ceguera sea quizás lo que más duele de todo el problema independentista: lo irremediablemente triste del ideal independentista y lo absolutamente inútil de defender la unidad del Estado apelando a una constitución que incluyó la posibilidad de un “estado de las autonomías” y que, por tanto, está en el origen del problema.
El problema de España es que hay que mirar mucho más lejos de indepes (mansos o bravos) y “constitucionalistas”. Hay elecciones el 10-N ¿hay alguna opción que tenga un proyecto de futuro? Sería a lo único que valdría la pena votar.
Ernest Milá