Un experto “superviviente” en la lucha policial contra ETA
MANUEL BALLESTEROS nació en 1935 en Pulianillas (Granada) y falleció el 13 de enero de 2008 en Madrid, a causa de un aneurisma de aorta, dejando viuda y dos hijas.
En varios de sus apuntes biográficos se afirma de forma errónea que Ballesteros cursó la licenciatura en Derecho, y también, con algo más de verosimilitud, que era diplomado en Criminología.
En sus primeros destinos significativos adquirió fama de policía eficaz, frío y calculador, pero en realidad fue un “superviviente” nato, especializado en apuntarse méritos ajenos. De hecho, él mismo se creó una aureola periodística de profesionalidad efectivamente útil en sus sucesivas “adhesiones” al poder político de turno, desempeñando puestos de confianza con todos los ministros responsables de la Policía, desde que existiera el antiguo Ministerio de la Gobernación franquista y hasta la caída del “felipismo”.
Ballesteros fue nombrado comisario jefe de San Sebastián en 1974 y más tarde, en 1978, jefe superior de Policía en Bilbao. En 1979 sustituyó al sórdido “superagente” Roberto Conesa al frente de la Comisaría General de Información, dimitiendo de ese cargo en febrero de 1981, cuando fueron procesados por torturas cinco policías bajo su mando que habían participado en el interrogatorio del etarra José Ignacio Arregui Izaguirre, miembro del “comando Madrid” muerto como consecuencia de los malos tratos sufridos tras su detención. A partir de ese reprobable incidente, comenzó a propagarse también cierta leyenda sobre su sentido de la lealtad, que teóricamente le impulsaría a proteger a su gente, sobre todo en situaciones extremas, actitud sin duda discutible y que en todo caso tampoco justificaría los problemas que tuvo con la Justicia en ese entorno de respaldos y connivencias.
No obstante, poco después, el 27 de marzo de 1981, y con el mismo gobierno de UCD, accedió a la dirección del Mando Único de la Lucha Antiterrorista (MULA), organismo que de forma casi inmediata pasó a denominarse Mando Único de la Lucha Contraterrorista (MULC). Con la llegada del PSOE al poder en 1982, Ballesteros fue sustituido al frente de la Comisaría General de Información por Jesús Martínez Torres, permaneciendo destinado en la misma pero ocupado en tareas intrascendentes. En ese momento, se le achacó el haberse llevado los archivos oficiales, dejando a su sucesor sin pista alguna sobre confidentes y colaboradores de ETA.
Más tarde, en 1986, el propio Rafael Vera, secretario de Estado de Seguridad con el Gobierno socialista, le nombró jefe de Operaciones Especiales y director de su Gabinete de Información, una posición también clave en la lucha contra ETA, pero en la que se vio superado por las actuaciones específicas de la Guardia Civil y de la propia Comisaría General de Información. En 1994 fue cesado por el equipo ministerial de Juan Alberto Belloch.
Teóricamente, Ballesteros era un perfecto conocedor del entramado etarra, aunque él mismo fuera quien sobrevaloraba sus contactos y fuentes personales de información para hacerse valer ante los sucesivos altos cargos de Interior. En medios policiales se le ha considerado un bluff profesional, que siempre tuvo detrás hombres más preparados para apoyarle en su trabajo y que le sustentaran su imagen de policía eficaz, como Luis Antonio González Pacheco, conocido como “Billy el Niño” y, sobre todo, Joaquín Domingo Martorell.
Un trágico hecho marcó de manera especial la vida del comisario Ballesteros. Ocurrió en la noche del 16 de junio de 1981 cuando la Policía tuvo conocimiento de que el sanguinario “comando Goyerri Costa” se ocultaba en el cuarto piso de un inmueble situado en el centro de Zarauz. Los agentes de la Brigada Central de Información, con sede en Madrid, pero que se encontraban en misión de servicios en Guipúzcoa, fueron los primeros en llegar a la guarida de los etarras y, movidos por su celo profesional, decidieron proceder a su detención sin aguardar la llegada de los GEO.
Dos agentes subieron en el ascensor, mientras que María Josefa García Sánchez, de 23 años y perteneciente a la primera promoción de mujeres que ingresaron en el Cuerpo Superior de Policía, ascendió por las escaleras, la misma vía de escape que habían elegido los pistoleros Mikel Goikoetxea, alias “Txapela”, y José Luis Eciolaza Galán, conocido como “Dienteputo”, tras haber advertido la presencia policial desde una ventana. En ese escenario, “Txapela”, todavía oculto en un rellano de la escalera, disparó en la nuca y a bocajarro a la joven policía, que murió en el acto.
Ballesteros, que admiraba el coraje de la joven agente asesinada, prometió que no descansaría hasta poner a los culpables a disposición judicial. No logró este propósito, porque “Txapela” fue asesinado en diciembre de 1983 por mercenarios de los GAL, cuando servía “txikitos” como camarero en un bar de San Juan de Luz, mientras que “Dienteputo” permaneció en la dirección de la banda terrorista sin llegar a ser detenido en vida de Ballesteros.
Uno de sus mayores éxitos cuando colaboraba con Rafael Vera en la Secretaría de Estado para la Seguridad, fue la desarticulación, el 16 de enero de 1987, del “comando Madrid”, que dirigía el etarra José Ignacio De Juana Chaos, y que en año y medio había provocado 22 víctimas mortales. Su atentado más sangriento fue el perpetrado el 14 de junio de 1986 en la plaza de la República Dominicana de Madrid, en el que murieron doce guardias civiles.
Como hombre de confianza que terminó siendo de Vera, Manuel Ballesteros participó en los preparativos de las conversaciones celebradas por el Gobierno y ETA en Argel, en los primeros meses de 1989. Para ello, se reunió con el entonces máximo cabecilla de la banda, Domingo Iturbe, “Txomin”. El policía con fama de duro supo adaptarse para convertir un encuentro realmente tenso en distendido. Algún cronista de aquellas conversaciones, afirmó que dirigiéndose a su sanguinario interlocutor le comentó amigablemente: “Yo no pensaba que usted era así”. A lo que “Txomin” respondió: “Pues con tu fama de torturador, tampoco creí que fueras así. Lo que hubiéramos dado por engancharte y matarte cuando eras jefe de la lucha contraterrorista; después de conocerte, me costaría trabajo”.
En 1985, el comisario Ballesteros se vio inmerso en un largo calvario judicial: la Audiencia de San Sebastián lo condenó a tres años de suspensión del cargo por negarse a revelar la identidad de tres confidentes policiales sospechosos de participar, cinco años antes, en un atentado perpetrado en un bar de Hendaya (Francia). Ese ataque, atribuido al denominado Batallón Vasco Español (BVE), causó la muerte de dos personas con otras diez heridas.
El caso llegó al Supremo, que absolvió al comisario alegando que había actuado en la "creencia errónea" de que era más importante proteger a los confidentes que informar a la Justicia. Pero Manuel Ballesteros volvió a ser acusado, condenado de nuevo por la Audiencia Provincial y de nuevo absuelto por el Supremo en 1994.
Ballesteros, que conocía perfectamente todo el entramado etarra, y también como funcionaba la guerra sucia, se mantuvo, no obstante, al margen de los GAL, que como tales surgieron en el entorno del Ministerio del Interior durante la época socialista. Tampoco participó en el reparto de los fondos reservados organizado por Rafael Vera para dar un sobresueldo a implicados afines en la lucha contra ETA (cargos políticos, policías, guardias civiles…). Es más, él fue quien desmontó en octubre de 2001 la coartada que se había inventado José María Rodríguez Colorado, ex director general de la Policía con el Gobierno del PSOE, para justificar los cien millones de pesetas que había recibido de forma irregular.
Rodríguez Colorado argumentó ante la Justicia que el dinero que le había ingresado Interior era para pagar a un colaborador o confidente de la Policía: Mariano Jaquotot, amigo personal suyo y ex vicepresidente del Real Madrid. Entonces, a preguntas del fiscal, Ballesteros fue tan tajante como contundente: “Yo nunca he conocido al señor Jaquotot y no he conocido ningún trabajo realizado por él”.
Ballesteros, que falleció a punto de cumplir los 73 años, y que en sus operaciones secretas utilizaba el indicativo “Águila”, estaba en posesión de la Cruz de Oro Policial. Es obvio que a través de sus continuas “adhesiones” políticas y su larga vinculación a la lucha contra ETA, fue testigo y guardián celoso de muchos secretos generados durante la llamada “Transición” (cambio del régimen franquista al democrático).
(Actualizado 02/02/2009)
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