En nuestra anterior Newsletter (18/08/2013), en la que discurríamos sobre las consecuencias del ‘caso Bárcenas’ tanto para Rajoy como para el PP, considerando sus posibles secuelas y la retrospectiva del ‘caso Naseiro’, se recordaba el mecanismo funcional de la historia con sus recreaciones más o menos cíclicas. Es decir, asumíamos el dicho de que “la historia tiende a repetirse”.
Y, para ilustrar esa máxima, reproducíamos el inicio del ensayo de Karl Marx titulado “El 18 de Brumario de Luis Bonaparte” (publicado en 1852): “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa. Caussidière por Dantón, Luis Blanc por Robespierre, la Montaña de 1848 a 1851 por la Montaña de 1793 a 1795, el sobrino por el tío…”.
Justo en ese tipo de reediciones sucesivas de lo ya acontecido, que Marx identificó como réplicas farsantes, es donde, de entrada, hay que situar el último fogonazo de nuestra política exterior sobre el contencioso con Gibraltar. Pero ahora llevada ya lamentablemente al extremo de auténtico ‘esperpento’ en las dos principales acepciones del término que establece el diccionario de la RAE, la primera como un “hecho grotesco y desatinado” y la segunda como el “género literario creado por Ramón del Valle-Inclán, escritor español de la generación del 98, en el que se deforma la realidad, recargando sus rasgos grotescos, sometiendo a una elaboración muy personal el lenguaje coloquial y desgarrado”.
LA CHAFARRINERA POLÍTICA ESPAÑOLA SOBRE GIBRALTAR
Claro está que la ‘farsa’ y el ‘esperpento’ se identifican de antiguo con la política de España sobre Gibraltar. Al menos desde que siete años después de la muerte de Franco y bajo la presidencia de Felipe González, el 14 de diciembre de 1982, el paso fronterizo (la famosa ‘Verja’) se reabrió para peatones; hecho que algunos señalaron como gesto aperturista de España en la antesala de su entrada en la CEE, pero que en el fondo fue una concesión “gratis et amore Dei” (más tarde, a partir de febrero de 1985, se permitió la circulación de vehículos).
Así concluyeron los 13 años de aislamiento total al Peñón iniciados el 8 de junio de 1969 por el régimen franquista, cumpliendo la parte española por primera vez, de forma escrupulosa, el Tratado firmado en Utrecht 256 años antes. Una situación de diplomacia coherente y legítima que los sucesivos gobiernos de la extinta UCD mantuvieron con firmeza y que los poderosos hijos del antiguo Imperio británico tuvieron que soportar bien que mal…
Porque se debe recordar que aquel gesto de autoridad del Gobierno del general Franco frente a ‘la pérfida Albión’, se originó tras una propuesta formal española de devolución del Peñón enmarcada en las resoluciones de Naciones Unidas que instaban a Reino Unido a negociar su descolonización, que fue rechazada. Y, además, tras convocar el Gobierno de Londres el referéndum de 1967 por el que los gibraltareños se pronunciaron a favor de continuar su relación con el Reino Unido, invalidado por la ONU.
El 30 de mayo de 1969 otra consulta popular ilegítima aprobó la denominada “Constitución Lansdowne” que equivalía a un estatuto de gobierno autónomo para Gibraltar, territorio convertido entonces en un ‘dominio’ con un ministro Principal como representante de la Corona Británica. Una política de ‘hechos consumados’, como la que en 1908 ya llevó a su ejército a levantar una cerca o ‘verja’ de siete pies de altura que consagró unilateralmente la ocupación de más de 800 metros del istmo situado en territorio neutral. O a construir en 1938 (justo durante nuestra guerra civil) un aeropuerto militar en el territorio situado entre la Verja y el Peñón, cuya pista de aterrizaje invadía en más de 800 metros la bahía de Algeciras…
Paréntesis: Tampoco conviene olvidar que el 14 de diciembre de 1960, antes de que entre 1965 y 1968 la Asamblea General de ONU aprobara cuatro resoluciones sucesivas sobre la ‘Cuestión de Gibraltar’ (2070, 2231, 2253 y 2429), instando a Reino Unido a negociar su descolonización, dicho organismo aprobó una “Declaración sobre concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales" (Resolución 1514), en la que tras proclamar el derecho de todos los pueblos a la libre determinación, establecía en su apartado: “Todo intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de Naciones Unidas”.
No vamos a detallar la historia del Peñón de Gibraltar ni a tratar de hacer sangre con los continuos errores activos y pasivos cometidos al respecto por casi todos nuestros gobiernos democráticos, sin una estrategia identificada con la defensa estable de los intereses españoles, con la política de Estado y con la dignidad nacional, sólida en todos sus términos. Entre otras cosas porque la política exterior de España siempre ha sido desastrosa y poco más que un ‘juguete roto’ rehabilitado a remolque de acontecimientos que, aun siendo positivos en algunas ocasiones, siempre nos han venido impuestos por circunstancias externas (como los convenios hispano-norteamericanos de 1953, la descolonización de Guinea Ecuatorial y del Sahara Occidental, nuestra entrada en la OTAN, la integración europea, el dictado alemán…), sin iniciativas propias ni planes alternativos.
Pero, más a más, hemos de convenir que el contencioso con Gibraltar se lleva la palma de todos los ‘despropósitos’ de la política exterior española, poco visible más allá del impulso que haya podido darle el rey Juan Carlos en momentos y ámbitos puntuales, quien desde luego nada tiene que ver con los partidos en el Gobierno ni con los ministros del ramo. Mientras lo que podrían llamarse ‘propósitos activos’ de nuestra diplomacia se muestran realmente inexistentes.
Lo cierto es que el PSOE y el PP, uno por otro y otro por uno, no sólo han sido incapaces de convenir una política definida a medio y largo plazo sobre Gibraltar, sino que ese delicado terreno les ha servido para enzarzarse entre ellos, a veces con uñas y dientes, sin más interés que el electoralista y con demasiada frecuencia. Y ello al margen de que ambas formaciones políticas también hayan tomado el Peñón cuando les ha convenido como bandera para arriar determinadas señas de identidad partidista (humanitarias, de fraternidad, solidarias, patrióticas, populistas…), ajenas sin la menor duda al problema de fondo, y como generador puntual de cortinas de humo con las que distraer la atención de otros problemas y amenazas de mayor importancia: pura tinta de calamar para enmascarar la realidad política ante la opinión pública en momentos ‘delicados’… Y después ¡pelillos a la mar y vámonos de copas!
Desde la reapertura de la Verja en diciembre de1982 (que desde luego fue un generoso regalo de Navidad), la incompetente diplomacia española no ha dejado de sembrar chafarrinadas en el contencioso gibraltareño. En 1985, el ministro socialista Fernando Morán hizo alarde de una ingenuidad política extrema proponiendo una soberanía conjunta para la colonia y su posterior restitución a España con el compromiso de preservar el modo de vida de los gibraltareños y de mantener su nacionalidad británica, todos sus derechos políticos y laborales ya existentes, el autogobierno y las instituciones (el acuerdo se dejaría abierto para establecer un condominio o propiedad compartida en el plazo de 15/20 años)…
En 1997, el ministro Abel Matutes (PP) hizo una nueva propuesta en la que se preveía un período de cien años de soberanía conjunta antes de que se transfiriera definitivamente a España. El enfoque, esquemáticamente similar al anterior pero llevando la soberanía conjunta prácticamente ad infinitum, llegó a contar en la primavera de 2002 con el acuerdo provisional de José María Aznar y Tony Blair, quienes dieron por buenas las conversaciones que habían celebrado sus respectivos ministros de Asuntos Exteriores, Josep Piqué y Jack Straw: otro entretenimiento diplomático que fue abandonado por el duro rechazo que provocó en los gibraltareños, que ese mismo año llegaron incluso a convocar un referéndum sobre la soberanía de Gibraltar…
Un perfecto juego de ‘correveidiles’ tras el que el socialista Miguel Ángel Moratinos no dudó en pasar a la risible historia de la diplomacia española como el primer titular de Exteriores que cruzó la Verja. Y lo hizo el 21 de julio de 2009, nada menos que para reunirse con el ministro Principal de Gibraltar, Peter Caruana, y con el ministro británico de Exteriores, David Miliband, al amparo de un invento ‘zapateril’ del año 2004, el ‘Foro de Diálogo’, que llevó a negociar vergonzosamente el contencioso de marras a tres bandas con el mismo nivel de representación (España, Reino Unido y Gibraltar).
Aquel encuentro -todo un paradigma del esperpento- tuvo como objetivo “concertar nuevas medidas de cooperación en beneficio de la población de la zona”, pero sin entrar en la discusión de la soberanía de la colonia, cedida a los británicos por el Tratado de Utrecht (1713), ni en la de las aguas que la rodean. Una vez obviada esta cuestión fundamental, las tres partes (y aceptando España a Gibraltar como ‘parte legítima’) anunciaron acuerdos en materia de cooperación marítima y medioambiental, de lucha contra el crimen organizado y de visados, que se unieron a otros ya alcanzados desde la creación del ‘Foro de Diálogo’ en 2004, como el “uso compartido del aeropuerto”.
Inmediatamente, la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, consideró que aquella visita histórica era un “terrible error” porque sentaba el “peligroso” precedente de tratar a Gibraltar como un país soberano. Lo llamativo del caso es que en las calles por donde pasaba Moratinos, los gibraltareños no dejaban de exhibir banderas de Gibraltar y del Reino Unido como forma de reivindicación ante el ministro español y, por supuesto, de humillarle, mientras al otro lado de la Verja algunos compatriotas españoles le esperaba de regreso con una pancarta en la que se leía: “Por la dignidad de España. No tiremos por la borda 300 años de firmeza”…
LA ‘BOTA MALAYA’ DEL MINISTRO CASTIELLA
Claro está que, siendo los políticos británicos y gibraltareños más astutos y prácticos que los españoles, todas esas conversaciones (que son un puro entretenimiento diplomático) no han servido para nada. O, todavía peor, sólo han servido para mejorar la posición de los propietarios del Peñón en todos los órdenes.
Para comprobarlo, baste comparar la evolución política, territorial y socio-económica, de la colonia de Gibraltar desde la firma del Tratado de Utrecht hasta nuestros días, incluso en lo relativo a su asentamiento positivo dentro de la Unión Europea y del Derecho Internacional y, en particular, la que se inicia con la reapertura de la Verja en 1982. Hoy en día, el Peñón y la singular especie ciudadana que lo habita están mejor que nunca, gracias sobre todo al errático tratamiento de la cuestión por parte española, asentada en la farsa y el esperpento, cuando no en el inconfesado masoquismo con el que se caracteriza su praxis diplomática.
Y todo ello muy lejos, desde luego, de la política de ‘bota malaya’ sobre Gibraltar que le hubiera gustado desarrollar a Fernando María Castiella, el diplomático, catedrático de Derecho Internacional Privado y ministro de Asuntos Exteriores franquista que cerró la ‘Verja’ en 1969. Luis María Anson describe de forma acertada en un artículo de opinión titulado “Castiella, Gibraltar, Garel-Jones, Margallo” (El Mundo, 22/08/2013) el inamovible pilar en el que descansa la posición británica sobre el contencioso gibraltareño, para resumir a continuación la política lamentablemente inconclusa de aquel ministro franquista, contraponiéndola a la del desatinado ministro socialista Miguel Ángel Moratinos:
(…) El ministro Castiella tuvo conciencia clara de esa realidad y estableció una política consistente en hacer la vida lo más ingrata posible a los gibraltareños. Era y es el único camino. Si los gibraltareños disfrutan de todos los beneficios no se cuarteará nunca su voluntad de ser lo que son. Si España convierte el Peñón en un lugar inhóspito las cosas podrían cambiar. Castiella no llevó adelante todo lo que pensaba, pero sabía muy bien lo que se debía hacer y me lo explicó detenidamente en una larga conversación que mantuve con él. Era un hombre muy inteligente. Decidió cerrar la verja y proyectó cortar el suministro de agua española, de líneas telefónicas y de electricidad. Tenía pensado trasladar al entorno de Gibraltar las industrias menos salubres de España y absorber la mano de obra marroquí. Su propósito consistía en incomodar hasta el límite la vida de los gibraltareños. El ministro Moratinos cometió el desatino de hacer todo lo contrario. Convirtió al Gobierno del Peñón en interlocutor tripartito y benefició a los gibraltareños con toda clase de prebendas, cerrando los ojos ante el blanqueo de capitales, los delitos fiscales, el contrabando desaforado, los negocios ‘on-line’…
Paréntesis: La ‘bota malaya’ es un artilugio de tortura fabricado en madera con un mecanismo de ‘prensado’ que, al girar una palanca en forma de tornillo, la va encogiendo por dentro, aplastando así el pie de la víctima y rompiendo sus huesos con terribles dolores.
EN LA SENDA DE LA TORPEZA Y LA INDIGNIDAD NACIONAL
Y así, más o menos, se ha venido orquestando una especie de ‘Bolero’ político similar a la celebrada obra musical de igual título compuesta por Maurice Ravel en 1928. Un movimiento orquestal cadencioso, inspirado en la danza española y con un tempo invariable, con una melodía obsesiva -un ostinato- en do mayor, que se repite una y otra vez sin más modificación que la de los efectos sinfónicos, en un crescendo que culmina con una modulación a mi mayor y una coda o movimiento final estruendosa; un ejemplo magnífico de lo que musical y políticamente se llama ‘estudio de orquestación’.
Porque España, que va de monaguillo -ni siquiera de misacantano- en todos los fregados internacionales, incluyendo un montón de guerras y campañas de solidaridad mundial (que le vienen anchas y algunas ni le van ni le vienen), no ha avanzado ni medio metro en lo que debería haber sido un claro e irrenunciable compromiso de reclamar la soberanía del Peñón de Gibraltar de forma permanente a partir de las resoluciones aprobadas por la Asamblea General de Naciones Unidas, ya citadas, instando a la Potencia administradora a negociar su descolonización. Todas ellas incumplidas.
Una responsabilidad que, de entrada, debería mantener unidos a los partidos mayoritarios, PP y PSOE, de forma indisoluble. Porque si algo distingue a los países serios de los que no lo son, es el hecho de que, cuando cambian sus gobiernos, siendo incluso de signo ideológico contrario, la política exterior permanece inalterable en sus objetivos y principios esenciales; algo que los británicos tienen perfectamente asumido y con éxito contrastado.
Sin embargo, nuestra política sobre Gibraltar se caracteriza, sobre todo, por la controversia partidista, por el afán de cada formación política de deshacer lo hecho por otra, o por la toma de decisiones gubernamentales previstas como contrarias a las que tomaría la oposición, en un ejemplo perfecto del inacabado e inacabable manto de Penélope, tejido durante el día y destejido por la noche. Si un gobierno cierra la Verja, que fue una decisión coherente y acertada en todos sus términos (aunque la tomara el general Franco), y que como hemos dicho fue mantenida con firmeza por los presidentes de la extinta UCD (Suárez y Calvo-Sotelo), otro la abre de forma gratuita, sin obtener ninguna contraprestación política efectiva, y otro eleva más tarde a Gibraltar al rango de ‘Estado soberano’ sólo ‘porque sí’, sin cruzar palabra con la oposición que más tarde tendrá ocasión de hacer todo lo contrario…
Paréntesis: Antonio Cánovas del Castillo, la figura más relevante de la política española en la segunda mitad del siglo XIX, nos legó una frase bien elocuente al respecto: “Con la patria se está con razón o sin razón; como se está con el padre y con la madre”. Lo que pasa es que la actual clase política carece de ‘patriotismo’ (algunos en la derecha recalcitrante lo confunden con el ‘patrioterismo’ y otros, en la izquierda vergonzante, repudian directamente el término).
Hoy, España y el Reino Unido comparten los mismos principios comunes de las democracias occidentales, inmersas en la realidad ‘global’ del mundo; son Estados-miembro de la Unión Europea y de la OTAN y mantienen unas buenas relaciones bilaterales. Pero, a pesar de eso, Gibraltar pervive como la única y anacrónica colonia instalada en Europa, engrandeciéndose cada vez más el problema gracias a la aberrante política exterior española, que precisamente en ese marco de relaciones internacionales tiene todo a su favor para cortar de raíz la gangrena gibraltareña.
España ha perdido oportunidades históricas para zanjar de forma razonada y honorable el contencioso sobre Gibraltar, sobre todo por culpa del PP y del PSOE y por la falta de dignidad nacional con la que unos y otros negociaron nuestra entrada en la OTAN y nuestras sucesivas adhesiones a los Tratados Europeos ‘sin arreglar lo nuestro’. Es decir, ‘con los pantalones bajados y el espinazo doblado’, indigna postura política ensayada cada tres por cuatro en los contenciosos con Marruecos, Bolivia, Argentina, Venezuela… como icono de nuestra estrategia diplomática, sólo aliviada con algún que otro discutido “¿por qué no te callas?” regio, o peor todavía por los trapicheos propios de ‘la España Corinnata’ (ver Newsletter 53, 17/03/2013).
LA SOLUCIÓN: PUÑO DE HIERRO CON GUANTE DE SEDA…
La actitud política de Gibraltar, enrocada en un juego creciente de hechos consumados y constantes desafíos a España, amparados en la arrogancia chulesca de quien se siente protegido por ‘el primo de Zumosol’ (la Gran Bretaña), merece una reflexión y una respuesta estable que vaya mucho más allá de la advertencia lanzada por el ministro García-Margallo (“Con Gibraltar se ha acabado el recreo de la época de Moratinos”), que no vamos a criticar pero que tiene toda la apariencia de ser una fumarola diplomática más que se volverá a saldar sin ventaja para España. Respuesta que, desde luego, debería estar respaldada al cien por cien por el PSOE, anteponiendo la dignidad y el interés del Estado a la mezquindad de algunos particulares (que utilizan de forma sistemática la falsedad de una ‘hambruna’ en la zona, realmente inexistente, con objeto de justificar sus prácticas delictivas) y relanzando en cualquier caso como haya que relanzar la vida económica del Campo de Gibraltar.
El incidente de la arbitraria construcción de un muro submarino de cemento por parte de Gibraltar en aguas contiguas al Peñón, innecesario salvo para perjudicarlas como caladero de la flota de bajura linense y de mucha menor importancia que otras muchas iniciativas y actividades gibraltareñas ilícitas en el ámbito económico, financiero, fiscal, urbanístico y medioambiental, y que altera una vez más el statu quo del momento, no deja de ofrecer una magnífica excusa para cortar de raíz la escalada de abusos gibraltareños y volver a la política de “tolerancia cero”. Sobre todo si lo hace un Gobierno apoyado por una mayoría parlamentaria absoluta y cuyos votantes sienten inédito el ejercicio efectivo de tal poder en asuntos de Estado.
Lamentablemente, la pusilánime y contradictoria política de España sobre Gibraltar, asentada en imprecisas piruetas diplomáticas y enfrentamientos partidistas que seguramente reaparecerán a corto plazo y que suponen un trabajo perfecto en favor del oponente, ha generado una doble corriente de opinión. Al margen de la que ‘pasa’ del problema por desánimo político y total desconfianza en la clase dirigente, empezando por los partidos y terminando por los sindicatos; sin ignorar que, integrados en la UE el tema de las soberanías cada vez es más nimio y se diluye más.
En las dos posiciones esenciales, se sitúan, por un lado, quienes arrían con toda legitimidad la bandera de la dignidad nacional, exigiendo las decisiones más duras en todos los órdenes y con todas sus consecuencias y, por otro, quienes estiman conveniente reconducir las relaciones con el Reino Unido, fomentando y mejorando un entendimiento bilateral más práctico en una línea ‘persuasiva’ antes que ‘reivindicativa’.
Pero es que ese planteamiento ‘optativo’ es un tremendo error, porque las cuestiones de Estado (y el contencioso con Gibraltar sin duda lo es) no admiten la división de opiniones, el ser partidarios a conveniencia -valga el ejemplo- del equipo de fútbol preferido, como sucede en las ligas nacionales, porque quien juega es la selección española. Y en este caso sólo se pueden discutir, las diferentes estrategias, tácticas o alineaciones, pero no la selección en sí que es la que es y no puede ser otra.
Esto quiere decir que ‘las corrientes de opinión’ sobre la política relativa al caso, deben desaparecer y quedar subsumidas en una sola: la del Estado. Cosa relativamente fácil porque la línea reivindicativa y la línea persuasiva pueden y deben complementarse y caminar juntas, de la mano, sin causar el menor problema; ‘puño de hierro con guante de seda’ (y no el hierro o la seda), lema efectivo e irrenunciable de los países con verdadera política exterior.
Eso supone un exigente seguimiento de las resoluciones aprobadas por la Asamblea General de la ONU instando de forma reiterada a resolver la “Cuestión de Gibraltar”; la persecución permanente de cualquier actividad delictiva con origen en Gibraltar que atente contra los legítimos intereses españoles de todo tipo (político, económico, medioambiental, sanitario…), incluyendo la de los cómplices y cooperadores necesarios de nacionalidad española, sean personas físicas o jurídicas (millonarios, bancos, compañías de telecomunicación…); el control exhaustivo de la frontera, dado que no está incluida en el espacio y la cooperación del Tratado de Schengen; la declaración y vigilancia de las necesarias zonas estratégicas de exclusión aérea y marítima por razones de seguridad nacional, etc… Y, por supuesto, la cancelación de todos los acuerdos bilaterales ‘permisivos’ suscritos por cualquier gobierno anterior, junto con la rediscusión de todo lo gestionado por Gibraltar en la UE con visos de ilegitimidad o ilegalidad: por ejemplo la admisión en la FIFA del equipo de fútbol de Gibraltar…
… Y A DIOS ROGANDO Y CON EL MAZO DANDO
Todo ello compatible y en total armonía con la natural perfección de las relaciones anglo-españolas en cualquier ámbito razonable, empezando por el humanitario y hasta promoviendo, si fuera necesario, un Día Nacional de Confraternización con los turistas y residentes británicos en España o un monumento a la gaita escocesa en la Plaza Mayor de Madrid… Pero “a Dios rogando y con el mazo dando”, que es lo que han hecho nuestros amigos ingleses toda su vida y en todas partes, exactamente como hacen en el tema de Gibraltar.
Porque mantener la frontera abierta y respetar los derechos legítimos de los gibraltareños, no impide, por ejemplo, recrecer en paralelo la Verja de siete pies de altura instalada por los británicos en 1908 con otra de siete metros para impedir el trapicheo constante de tabaco; ni prohibir la salida de España de los áridos y materias primas utilizados en Gibraltar para ganarle terreno al mar, que nuestros sucesivos gobiernos han venido permitiendo hasta ahora de forma complaciente; ni perseguir con mucha mayor dureza sancionadora las prácticas contrabandistas y el blanqueo de dinero; ni gravar con mayores tasas los servicios públicos del entorno sobre-utilizados por la influencia de Gibraltar (accesos, transportes, servicios sanitarios…); ni plantear un plan especial de desarrollo comarcal que compita laboral y comercialmente con Gibraltar de una vez por todas…
Es decir, conjugando el ‘saber nadar’ con ‘guardar la ropa’, obligando a los gibraltareños y sus padrinos/protectores a cumplir con todas las leyes que deban cumplir, cosa incómoda pero de eficacia demostrada, y competir de forma más inteligente y ‘simétrica’ con su propio modelo de desarrollo. Porque si España ha sido tan decidida en la construcción de aeropuertos fantasmas, en el desarrollo de grandes equipamientos comerciales y de ocio, en la promoción de parques tecnológicos y empresariales, en la captación de eventos culturales y deportivos o en construir ‘Eurovegas’ allí donde realmente no hacen falta, ¿qué cosa mínimamente seria han hecho todos los gobiernos centrales y autonómicos para desarrollar el campo de Gibraltar…?
Y si la Royal Navy gusta del juego-amenaza de sacar pecho con maniobras y adiestramientos militares en el entorno gibraltareño, pretendiendo con ello humillar a las Fuerzas Armadas de un país amigo, ¿por qué no se le da la debida respuesta dentro de la OTAN y de la UE…?
¿Y por qué razón España no tiene entonces ninguna instalación militar de nivel táctico en la zona más inmediata y no realiza en ella ningún ejercicio de adiestramiento con visos de respuesta…? ¿Por qué las unidades de la Legión acuarteladas en Ronda o en Viator no asoman de vez en cuando sus atributos militares por el Estrecho, encaradas a Gibraltar…? ¿Y qué hace un Regimiento de Artillería pintando la mona en Astorga en vez de pintarla en Algeciras o en La Línea de la Concepción…?
Frente a la frustrante historia de la ‘Cuestión de Gibraltar’ y a la estulticia conjunta de su actual ministro Principal, Fabián Picardo, y de su Gobierno de opereta (que al cambio representa la mitad de la mitad del Ayuntamiento de Móstoles, por ejemplo), sólo cabe ya dar la batalla reivindicativa de la soberanía española de forma total e irreversible, tomando medidas legales inflexibles y con argumentos y estrategias adecuadas en todos los frentes (jurídicos, económicos, diplomáticos…). Pero -mucha atención al detalle- siempre y cuando exista un acuerdo al respecto de amplia base política y declarado inquebrantable, a cuyos efectos sería obligado suscribir un Pacto Nacional con la correspondiente fijación de principios y directrices que habrían de mantener los sucesivos gobiernos de la Nación.
Ya no caben más debates, fijación de posiciones políticas, pedradas en ojo ajeno ni monsergas partidistas. Sólo un acuerdo serio entre el PP y el PSOE -cosa difícil porque hoy por hoy no se les reconoce tal condición-, sin excluir por supuesto a los demás partidos con representación parlamentaria, como ya se ha hecho en otras cuestiones de Estado, bien que en tiempos políticos mejores. Porque Gibraltar y el Reino Unido se vienen pasando a España por el arco del triunfo 300 años y es de temer que, con políticos tan bacinillas como los actuales, se la seguirán pasando de por vida; de hecho, es lo mismo que ha sucedido con la implantación de los grupos etarras en las instituciones políticas del País Vasco, propiciada de consuno por Mariano Rajoy y Alfredo Pérez-Rubalcaba.
El teniente general Pedro Pitarch concluía un antiguo artículo sobre Gibraltar publicado en ABC (10/12/2009) de esta forma: “Cuando se regalan ciertas cosas, no sólo se podría estar haciendo dejación de una responsabilidad histórica, sino que se fomenta que el contrario se crezca. En última instancia el innegable placer de regalar se hace con el patrimonio de uno, no con el de todos”.
Aplaudimos esta apreciación de Pitarch (siempre es un placer citarle cuando lleva razón), pero no compartimos el entusiasmo que en el artículo de su blog titulado “Recreo gibraltareño” (06/08/2013) muestra con la ya citada sentencia del ministro García-Margallo sobre el caso: “Con Gibraltar se ha acabado el recreo de la época de Moratinos”. Bien dicho, pero no será así. Sabiendo con quien nos la estamos jugando y escrito lo que hemos escrito, es muy de temer que pronto vuelva el recreo gibraltareño y con ‘chuches’ de regalo.