Cuando teníamos la oportunidad de recuperar Gibraltar, vemos como se aleja con nuestra ayuda, que es lo más triste. Hay gobiernos que convierten las derrotas en victorias. Los nuestros se han especializado en convertir las victorias en derrotas. El Brexit nos ofreció en bandeja acabar con la anomalía de la última colonia en Europa y, pronto, en el mundo. Gibraltar, para la ONU, debe autodeterminarse a través de negociaciones entre España y Reino Unido teniendo en cuenta que «toda situación colonial que destruya la unidad nacional e integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de Naciones Unidas». (Resolución 2353 de la Asamblea General del 19-XII-1967, renovada cada año). Para la Unión Europea, es «un territorio europeo cuyos
asuntos externos lleva un estado miembro», y así ha venido siendo hasta que Londres decidió salir de ella. ¿En qué situación queda Gibraltar? Pues vuelve a ser lo que era, una colonia fuera del espacio Schengen que regula las relaciones comunitarias de todo tipo, comerciales, políticas, sociales y culturales.
Puede imaginarse el terremoto que causó en el Peñón. La verja volvía a ser una frontera tan impenetrable como España quisiera, de ahí la oportunidad de que les hablaba. Afortunadamente para ellos, los gobiernos españoles no la vieron o no quisieron verla y unos por exceso, otros por defecto han reconducido la situación en sentido contrario. Los gibraltareños, con el apoyo tácito de Londres que «dormía» el asunto, lanzaron una ofensiva para atraerse al entorno, ofreciéndole compartir su prosperidad. No olvidemos que pese a ser sólo un Peñón inhóspito, tiene la tercera renta por cápita del mundo. No me pregunten cómo, pues es de sobra conocido: las 30.000 empresas que apenas pagan impuestos, y atraen dinero de todo el mundo, aparte del contrabando del tabaco y hachís, que convierte aquellas aguas en película de acción cada poco, más otros negocios menos espectaculares, pero más rentables. Nada de extraño que los gibraltareños que se precien duerman en su chalet de Sotogrande y vayan a The Rock sólo a la oficina. Esa es la prosperidad que ofrecen compartir a los españoles del Campo, que hasta ahora se tienen que contentar con trabajos ínfimos. Razón de que la inmensa mayoría esté de acuerdo y mientras La Línea pide convertirse en Ciudad Autónoma para facilitar el cambio, se realizan todo tipo de compras de inmuebles y solares a los gibraltareños y sus empresas. Piensen que está en marcha un proyecto de establecer un servicio de helicóptero entre el aeropuerto de Gibraltar (en territorio nunca cedido) al de Málaga para trasladar a ingleses ricos que quieran disfrutar a lo largo del año de las bondades de la Costa del Sol. Algeciras, el mayor puerto de la bahía, no es inmune a la tentación, pese a ser el PP el partido predominante. Pero amigo, la oferta es demasiado atractiva para rechazarla. De hecho, Fabián y sus amigos dominan desde la Universidad de Cádiz a buena parte de Sevilla, aunque el cambio de Gobierno les ha hecho más discretos. Para resumir: Gibraltar quiere quedarse en la Unión Europea a través de España, cuando se va Reino Unido, sin romper con él. Listos que son. Y tontos, nosotros. El Gran Gibraltar es la puerta trasera.
Lo inició Moratinos con su visita al Peñón, la primera de un Ministro español, pese a que España ha rechazado como interlocutores a las autoridades gibraltareñas. Entonces se sentaron las bases. El gobierno Rajoy no le prestó mayor atención, como a tantas otras cosas importantes. Pero el de Sánchez-Iglesias lo retomó dados los amigos e intereses que allí tienen. Su titular de Exteriores, Arancha González Laya, una economista, le ha dado un enfoque mucho menos político, pero igualmente peligrosos, como es entrevistarse con Picardo, dándole el rango de interlocutor, que nunca ha tenido, no lo hizo en Gibraltar, sino en Algeciras, pero a todos los efectos, es lo mismo. Aunque ha tenido que pisar el freno, no por las críticas de la oposición, a la que bien poco caso hace su gobierno, sino por haberse olvidado, como se olvidó de las resoluciones de la ONU y de las disposiciones de la Unión Europea, de que quien manda en Gibraltar no es Picardo, sino el gobierno inglés. Y la carta que le envió para concertar una cita e informarle de tales negociaciones aún no ha tenido respuesta. Ella se había olvidado de la soberanía, creyendo que acuerdos económicos podía sustituirla. Pero los ingleses nunca se olvidan de ella, pues Gibraltar es, aparte de una colonia británica, una importantísima base naval a la entrada del Mediterráneo.
¿Significa que los ingleses van a dejar colgado a Picardo? ¡En modo alguno! Le dejarán sacarnos cuanto pueda, siempre que no toque el arsenal donde se reparan sus submarinos nucleares y la pista de aterrizaje, que pueden ofrecer a los norteamericanos si les fallan las españolas, cosa siempre posible.
Esta es la situación. El Brexit no ha conducido a la españolización de Gibraltar, sino a la gibraltarización de su Campo, que amenaza extenderse al resto de Andalucía. ¿Cómo es posible que se actúe de forma tan estúpida contra los intereses nacionales?, preguntará algún lector. La respuesta es; si nuestros gobernantes admiten que quienes dieron un golpe de Estado estén en la calle a los pocos meses de darlo, anunciando que volverán a hacerlo, ¿qué puede importarles un Peñón, aunque sea una base militar extranjera en la punta sur del territorio nacional?
Y si me preguntaran qué deberíamos haber hecho cuando Londres decidió el Brexit, respondería: «Nada. Dejar que los acontecimientos siguieran su curso, devolviendo Gibraltar a lo que es: una roca pelada». Pero hemos hecho justo lo contrario: actuar contra nuestros intereses. Cornudos y apaleados. Ignorancia y resentimiento hacen el milagro inverso: estupideces...
José María Carrascal