Un JEME afecto a las “ocurrencias” de Rodríguez Zapatero
FULGENCIO COLL nació el 18 de julio de 1948 en Palma de Mallorca, en el seno de una notable familia de políticos y militares franquistas. Su padre, el general de Infantería Fulgencio Coll de San Simón, fue gobernador civil de Bilbao en los años 70 y después presidente de la última Diputación Provincial de Baleares, antes de su reconversión en “Consells Insulars”. Su abuelo, el coronel de Infantería Juan Coll Fuster, fue alcalde de la ciudad Palma entre los años 1945 y 1952.
Coll ingresó en la Academia Militar de Zaragoza en el año 1966, siendo promovido al empleo de teniente en 1970. Entre su formación militar complementaria destaca la realización de los cursos de Estado Mayor, Carros de Combate, Operaciones Especiales, Paracaidista, Buceador de Asalto y Criptografía. También realizó el curso de Infantería Avanzada del US Army.
Como capitán, mandó la Compañía de Operaciones Especiales nº 41 con sede en Barcelona. Posteriormente fue Consejero Técnico del Gabinete del Jefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) y oficial-jefe de la Sección de Operaciones del Cuerpo de Ejército Europeo en Estrasburgo (Francia). También estuvo al mando del Regimiento de Infantería Mecanizada “Asturias” nº 31.
En julio de 2001 ascendió a general de brigada, empleo en el que fue nombrado jefe de Estado Mayor del Mando Regional Pirenaico, con sede en Barcelona. A continuación, en abril de 2002, obtuvo el mando de la Brigada de Infantería Mecanizada “Extremadura” nº 11, con el cargo aparejado de Comandante Militar de la provincia de Badajoz. El 29 de octubre de 2004 ascendió a general de división, siendo designado de inmediato para mandar la emblemática División Mecanizada “Brunete” nº 1.
Entre los destinos desempeñados a nivel internacional, destacan el de observador de Naciones Unidas en Angola, el mando de la Unidad de Apoyo a Mozambique tras las inundaciones que padeció en el año 2000 y el de la Agrupación Táctica SPAGT XIV en Bosnia-Herzegovina. Desde diciembre de 2003 hasta abril de 2004, estuvo al mando de la Brigada Multinacional Plus Ultra II, integrada en la División Multinacional hispano-polaca y basada en las provincias iraquíes de Najaf y Qadissiyah, al sur de Bagdad. La brigada bajo su mando estaba compuesta por 1.300 efectivos españoles junto a otros 1.200 soldados de cuatro países centroamericanos: Honduras, El Salvador, República Dominicana y Nicaragua.
Cuando en abril de 2004 José Luis Rodríguez Zapatero, recién nombrado presidente del Gobierno, ordenó la retirada de las tropas españolas proyectadas en Irak, el general Coll cumplió la misión de forma correcta y sin contratiempos graves, exceptuando un ataque puntual en el que las fuerzas españolas tuvieron que responder con fuego real matando a uno de los insurgentes iraquíes. La culminación de aquella cuestionada retirada, que tuvo un gran impacto mediático, sirvió, entre otras cosas, para que el Consejo de Ministros concediera a José Bono, ministro de Defensa, la Gran Cruz del Mérito Militar, en reconocimiento a su “labor como ministro” cuando sólo llevaba mes y medio es ese cargo, lo que produjo cierta controversia pública. Ni la polémica del caso ni la vergüenza que produjeron los insultos proferidos contra las fuerzas españolas por militares del contingente internacional durante su viaje de retorno por territorio iraquí, agitando banderas blancas e imitando el cacareo de las gallinas en señal de burla, empañarían su agradecimiento hacia el general Coll, que se “comió el marrón” cumpliendo la directiva gubernamental.
Como primera compensación por el fiel cumplimiento de aquella retirada, en enero de 2006, y todavía con el empleo de general de división, Fulgencio Coll fue nombrado jefe de la no menos controvertida Unidad Militar de Emergencia (UME), recién creada entonces por empeño personal del presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero y en su origen dependiente directamente de la Subsecretaría de Defensa. Su apoyo personal a tan incongruente unidad militar, impuesta al criterio mayoritario del generalato, que en todo caso se mostró partidario de desarrollar esa misma fuerza operativa dentro del Arma de Ingenieros y encuadrada, como es lógico, dentro del organigrama jerárquico del Ejército de Tierra, propició que en marzo de ese mismo año fuera ascendido a teniente general, aunque permaneciendo al mando de la misma unidad que tenía dimensión de brigada reforzada (4.310 efectivos),
La UME, dotada de extraordinarios medios materiales, tiene como misión “actuar en situaciones adversas”, como incendios, inundaciones, nevadas, terremotos y riesgos biológicos, químicos o radiológicos. Con independencia de que estas tareas ya estuvieran tradicionalmente adscritas al sistema integrado de Protección Civil, y que a efectos de mejorar su eficacia lo más correcto hubiera sido reforzarlo, no cabe duda que, encuadradas de forma permanente y priorizada en el Ministerio de Defensa, representan una clara “desnaturalización” de la función militar. En todo caso, si lo que se pretendía era modernizar el equipamiento de las Fuerzas Armadas, aumentando su capacidad de apoyo a la sociedad civil, todo lo que comporta dicha unidad se podía haber canalizado sin más al Cuerpo de Ingenieros y a los regimientos apropiados, que han sido colaboradores históricos de todos los organismos no militares implicados en este tipo de actividades.
El 18 de julio de 2008, justo al cumplir los 60 años de edad, Fulgencio Coll fue designado Jefe de Estado Mayor del Ejército (JEME), momento en el que ascendió de forma preceptiva a General de Ejército. Con independencia de otros posibles méritos profesionales, su elevación política a tan emblemático cargo, que en el entorno militar oficialista se quiso justificar como un “premio a la experiencia”, fue no obstante entendida de forma generalizada entre sus compañeros de profesión, como una compensación personal del presidente Rodríguez Zapatero a la colaboración que le prestó en dos misiones muy criticadas en el ámbito castrense y en las que él mismo se había comprometido de forma muy personal: la retirada de las tropas españolas desplegadas en Irak y la creación de la UME. Con independencia de que también valorase su futura fidelidad a ultranza.
En enero de 2009, y a tenor de lo publicado en “El Confidencial Digital” (28/01/2009), Coll reconoció ante un grupo de periodistas que Carme Chacón “era la ministra de Defensa que a cualquier JEME le hubiera gustado tener”, afirmando que también había transmitido este mensaje a los generales retirados que le precedieron al frente del Ejército de Tierra. Generoso en sus elogios, añadió que tenía con ella una “relación de confianza” y que mientras la ministra hacía su trabajo “a mí me deja hacer el mío”. Finalmente, aseguró que ella se encargaba de la parte política del Ministerio de Defensa, permitiendo a los jefes militares decidir sobre la parte técnica, concluyendo: “Hay una línea que divide la función de cada uno, y ninguno la cruza”.
Con posterioridad (11/03/2009), aquel mismo medio informativo también dio noticia de las numerosas misivas críticas que Coll estaba recibiendo por su pasividad ante la retirada de la monumental vidriera cenital con el águila de San Juan ubicada en el comedor de la Academia de Infantería de Toledo, instalada durante el régimen franquista, e interpretando por ello el Ministerio de Defensa que debía desaparecer a tenor de la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, de la Memoria Histórica. Claro está que el símbolo en cuestión no es, ni mucho menos, privativo del franquismo.
De hecho, la Real Fábrica de Cristales de La Granja (Segovia) aseguró en un comunicado haber suscrito un convenio con dicho ministerio para renovar las vidrieras de las cinco academias militares, todas con el mismo símbolo de San Juan, con un presupuesto aproximado de un millón de euros.
Según “El Confidencial Digital”, uno de los escritos dirigido a Coll por sus compañeros le recordaba que su envidiable posición se debía, además de a su valer, a aceptar todo lo que hiciera el Gobierno, “porque en caso contrario ya estarías en la reserva”. Su autor también se hacía eco, precisamente, de la buena relación que con anterioridad había manifestado tener con la ministra de Defensa, Carme Chacón, haciéndole ver que “esa condición de confianza puede influir para que se paralice una infamia, una más entre tantas” padecidas por las Fuerzas Armadas.
Otro de los párrafos del escrito señalaba que “sectores muy amplios de la gran familia militar están muy sensibilizados ante lo que se pretende”, añadiendo en referencia a la cúpula militar que “tienen puestos sus ojos en vosotros, la verdad con pocas esperanzas”. Finalmente, se insistía en que desde su posición y la del JEMAD, y no exentos de prestigio ante los compañeros y ante la ministra, “si queréis podéis impedirlo”.
Instalado en esa actitud sumisa, unos meses después, en diciembre de 2009, Coll tampoco fue capaz de oponerse a la directriz ministerial que obligaba a cambiar el nombre de las plazas y calles que en algunos grandes acuartelamientos se habían dedicado a los militares “laureados”, en una interpretación torticera de la discutida Ley de la Memoria Histórica. De hecho, en esta persecución denigratoria de la más heroica condecoración castrense, se llegaba a incluir las Cruces Laureadas de San Fernando otorgadas en los años 20, durante el reinado de Alfonso XIII, a los generales Moscardó y Varela. La noticia del caso (“La Razón” 08/01/2010), afirmaba que el mismo criterio supresor se aplicaba también a algunos nombres de militares condecorados con la Medalla Militar Individual (no por su ideología sino por hechos de armas concretos), y hasta a calles con nombres de cuarteles históricos, como la del “Alcázar de Toledo”, en la base Daoíz y Velarde de Paterna, y la del “Cuartel de Simancas”, reiterada en la Academia de Infantería de Toledo y en la Academia General Militar de Zaragoza.
Con tan extemporánea iniciativa, y desde luego más allá de perseguir la simbología franquista, se ofendía de forma indigna la heroicidad militar, que en el absurdo socialista debería aplicarse entonces a todas las personas, militares o civiles y nacionales o extranjeras, condecoradas en vida de Franco. Claro está que esa decisión generaría reacciones ciudadanas mucho más briosas que las del jefe del Estado Mayor del Ejército y del propio JEMAD, quienes deberían recordar el ámbito objetivo y la naturaleza no ideológica de las más preciadas condecoraciones militares (Real Decreto 899/2001, de 27 de julio, por el que se aprueba el Reglamento de la Real y Militar Orden de San Fernando):
· La Cruz Laureada de San Fernando tiene por objeto premiar el valor heroico como virtud sublime que, con relevante esfuerzo de voluntad, induce a acometer excepcionales acciones, hechos o servicios militares, individuales o colectivos, con inminente riesgo de la propia vida y siempre en servicio y beneficio de la Patria o de la paz y seguridad de la Comunidad Internacional.
· Medalla Militar premia el valor muy distinguido como la virtud que, sin llegar a tener la consideración de valor heroico según se define en el artículo anterior, sobresale muy significativamente del valor exigible a cualquier militar en el desarrollo de operaciones armadas, llevando a acometer acciones, hechos o servicios militares, individuales o colectivos, de carácter extraordinario que impliquen notables cambios favorables y ventajas tácticas para las fuerzas propias o para la misión encomendada.
La personalidad del general Coll, marcada también por cierto exceso de autoestima, quizás pueda entenderse mejor con la anécdota que vivió mientras realizaba el curso de Estado Mayor. Algunos de sus compañeros cuentan que cuando quiso imponerles infructuosamente una especie de “código ético” para que todos ellos realizaran los exámenes con “limpieza” (es decir, sin ayudarse de “chuletas” y otros subterfugios que falsearan sus conocimientos reales), en la creencia de que de esa forma él lograría ser número uno de la promoción, abandonó la Escuela de Estado Mayor de forma un tanto ensoberbecida y regresó de inmediato a su ciudad natal para darse de baja en el Ejército. Un profesor de aquel curso, balear como él y que con el tiempo le precedería en la jefatura del Estado Mayor del Ejército, Luis Alejandre, se desplazó a Mallorca para convencerle de que depusiera su despechada actitud, dándose entonces por zanjado el incidente sin que aquel abandono intempestivo de su carrera militar llegara a surtir efecto.
Fulgencio Coll ha sido distinguido con numerosas condecoraciones españolas y extranjeras, entre ellas la Gran Cruz del Mérito Militar, la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, la Medalla de Oro de la Defensa Nacional francesa, la Cruz de Bronce al Mérito del Ejército italiano, la Medalla de Oro del Ejército polaco, la Medalla de la OTAN y de Naciones Unidas… En este capítulo de reconocimientos, fue muy significativo, y sin duda llamativo en el ámbito militar, que a Coll se le concediera la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica el 30 de abril de 2004, precisamente un día después de que Rodríguez Zapatero presidiera la disolución de la Brigada Plus Ultra II, que aquél había mandado en su última rotación, acto que tuvo lugar en la Base “General Menacho” de Bótoa (Badajoz), sede de la Brigada de Infantería Mecanizada “Extremadura” nº 11.
Lo más sorprendente de su biografía, es el hecho de que el Gobierno de Rajoy no le relevara de su cargo de JEME de forma automática tras las elecciones del 20-M, junto al JEMA y al AJEMA, como hizo con el JEMAD, José Julio Rodríguez, al tratarse de destinos de notoria confianza política. Y ello con independencia del tapón que tal permanencia supone para las aspiraciones profesionales del resto de compañeros.
FJM (Actualizado 12/02/2012)