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NÚMERO 134. El Gobierno de Rajoy agota su credibilidad al insistir en una falsa superación de la crisis económica

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
domingo 05 de octubre de 2014, 18:44h

Uno de los más graves y habituales errores de los políticos en el poder, es creer que el resto de los mortales (los gobernados y la propia oposición) son gentes estúpidas y desinformadas incapaces de analizar sus mensajes y distinguir las mentiras y tergiversaciones de la verdad que contienen frente a la palpable realidad de los hechos. Y ese es un camino por el que suelen irse deslizando de forma indefectible hacia la derrota electoral.

La credibilidad -frente al descrédito, la desconfianza o el escepticismo- es un concepto que las personas utilizan para decidir si creen o no creen una información de la que no son testigos directos. En su aplicación intervienen componentes objetivos y subjetivos que se conceden a las fuentes, canales o plataformas de difusión de información, que ahora no parece necesario precisar.

Lo que si hay que destacar es que la credibilidad está íntimamente ligada a la verdad, de modo que la persona o fuente vinculada poseerá un mayor grado de credibilidad si no se ha visto involucrada en episodios mentirosos o en afirmaciones deshonestas. Por otra parte, la credibilidad también se puede perder -cosa frecuente en la vida política- no por faltar a la verdad, sino por una acumulación de errores en la difusión de la información o de incongruencias y carencias en las opiniones o interpretaciones con las que se presenta la realidad.

La pérdida de credibilidad del Gobierno de Rajoy se inició de forma muy temprana, creciendo rápidamente a lo largo de la legislatura, como han venido atestiguando las sucesivas oleadas barométricas de valoración social ofrecidas por diversos institutos demoscópicos. Algo sin precedentes en el nuevo régimen democrático, a pesar de haber estado respaldado ab initio con una mayoría parlamentaria absoluta.

Un proceso que los responsables del PP suelen justificar con el manido recurso al ‘no sabemos vender las cosas que hacemos bien’, aunque cuando las cosas que se hacen bien sean de muy fácil y convincente presentación ante la opinión pública. Pero es que, sea como fuere, y estando ya en la recta final de la legislatura con procesos electorales a pocos meses vista, Rajoy sigue enrocado en una torpe política de comunicación -y no digamos en la propia política económica- perfecta para alcanzar el insólito objetivo de ‘credibilidad cero’; lo que tampoco impide que el PSOE y otros partidos de la oposición se encuentren en la misma o parecida situación.

Dejando a un lado el indigesto tema de los incumplimientos electorales, de por sí capaz de acabar con la credibilidad de cualquier político, insistir como insiste el Gobierno y el aparato del PP en que la crisis ya está superada, no deja de desbordar cualquier planteamiento de astucia propagandista para rayar en la pura estulticia. Con inevitables consecuencias de castigo en las urnas.

La torpeza gubernamental de predicar en el desierto

Ahora, y soportando la grave crisis económica y de agobio social que se soporta, la secretaria de Estado de Presupuestos y Gastos del Ministerio de Hacienda, Marta Fernández Currás, ha tenido la ligereza (por no hablar de desvergüenza) de afirmar a bombo y platillo que el actual Gobierno “ha sacado a España de la crisis”. Alegría que sigue la pauta marcada por el propio Rajoy antes de iniciar sus vacaciones veraniegas y, claro está, en contra de la realidad más palpable y agotando con ello los ya escasos restos de credibilidad  gubernamental.

Su mensaje de prepotencia gubernamental se prefabricó el pasado mes de febrero en la ‘Convención Nacional 2014’ del PP celebrada en Valladolid, la de “España en la buena dirección” y “El PP o la nada”. Pero, sin mejores ideas ni apoyos argumentales, el “Hemos zanjado la crisis económica” se relanza ahora como idea-fuerza del nuevo curso político, sí o sí; es decir, al margen de la realidad y en línea -valga el símil- con esa reprobable práctica periodística que se niega a que la verdad pueda matar un buen titular de prensa.

El exceso comunicativo (por no hablar de esperpento) de la responsable de Presupuestos y Gastos del Gobierno, tomó cuerpo durante un debate del PP celebrado en Ávila el pasado 27 de septiembre bajo el lema ‘Juntos salimos: Los Presupuestos del Empleo’. Allí, Marta Fernández, gallega y marianista hasta las cachas, no se cortó un pelo para afirmar rotundamente que el actual Gobierno “ha sacado a España de la crisis”, encantada de escucharse a sí misma.

Claro está que al hacer un último balance del pasado curso político justo antes de iniciar sus vacaciones, con los medios informativos convocados en Moncloa (01/08/2014), el propio Rajoy decretó el fin de la crisis, afirmó también con gran gratuidad y sin el menor rubor, no que la economía sigue más o menos estancada y sin perspectivas claras de futuro (que es como está), sino que “la recuperación ha venido para quedarse” y que éste es un “pronóstico inapelable”: así que -vino a decir- todos a la playa y aquí paz y después gloria…

Pues eso. De regreso de la playa, Marta Fernández se puso los Presupuestos Generales del Estado (PGE) para 2015 por montera y siguiendo en la estela comunicativa de su jefe supremo dijo que son los del “crecimiento y el empleo”, algo “para celebrar”, recalcando la idea-consigna del acto: “Juntos estamos saliendo”. Y, más todavía, recordó que los presupuestos de 2014 eran los de “la recuperación” (que nadie ha percibido) mientras que -mucho mejor- los de 2015 son (no podría ser) los de “la consolidación” e incluso los de “la aceleración de la recuperación”.

En ese mismo sentido, señaló que los PGE del próximo ejercicio “devuelven la promesa del Gobierno”, que en su opinión tenía la “misión fundamental de sacar a España de la crisis”, según ella obviamente cumplida.

“Lo hemos hecho: Hemos sacado a España de la crisis”, afirmó para señalar a continuación que, de ser “el enfermo de Europa”, nuestro país ha pasado a ser considerado en Alemania -alucina vecina- como uno de los “futuros motores del crecimiento europeo”. Según Marta Fernández, España es uno de los “socios destacados y casi VIP de la Unión Europea”, porque en su opinión la política desarrollada por el Ejecutivo es “de primera división”.

Y, más o menos en la misma línea triunfalista, la secretaria de Estado de Empleo, Engracia Hidalgo, también participante en el debate propagandista de marras, destacó la “ingente tarea del Gobierno” en los últimos dos años y medio, lo que ha contribuido a meternos en “la senda de la recuperación, el crecimiento y el empleo”.

Por su parte, María Dolores de Cospedal, encargada de clausurar el acto como secretaria general del PP, sostuvo que “ahora” la discusión es “si España va a crecer el 1,8 o el 2,1%”, mientras que, “hace tres años, España era el gran problema de Europa”. “Cuando se crece, se crea empleo y juntos salimos, aunque hay algunos que, con su ceguera, no se dan cuenta de lo que le están quitando a los ciudadanos”, declaró.

En esa misma línea, recordó que el PP había “defendido” a su Gobierno “en momentos muy complicados”, cuando tuvo que tomar decisiones difíciles para “salvar a España de una intervención” (no se referiría a la del sector bancario) y que se había “garantizado” la sociedad del bienestar y las pensiones, sin congelarlas en estos años, proclamando que “el PP es la garantía de las pensiones”. Y destacó que los Presupuestos del Estado para 2015 incluyen “por primera vez” una cantidad para pagar los intereses de la deuda “sustancialmente menor” que en 2014 (sólo 900 millones de euros menos), y también un incremento del 16% en políticas de activación, lo que permitirá acabar 2015 con “más de 600.000 empleos” creados…

Todas ellas lecturas de los PGE tan triunfalistas como increíbles y en total sintonía con las declaraciones realizadas a continuación, el pasado 30 de septiembre, por el propio ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro, al presentarlos en el Congreso de los Diputados. Y, por supuesto, acordes con las muletillas repetidas por todo alto cargo que se pronuncie sobre el tema (la vicepresidenta Sáenz de Santamaría reiteró de forma aplicada: “Los Presupuestos de 2015 son los de la consolidación de la recuperación y del empleo”).

Claro está que el portavoz del PSOE en el Congreso, Antonio Hernando, se apresuró a calificar esos mismos presupuestos elaborados por el Gobierno para la consolidación y aceleración de la recuperación económica, como los de la “desigualdad”, afirmando que enmascaran recortes de miles de millones de euros en sanidad, educación y servicios sociales. En una rueda de prensa celebrada sobre la marcha en Almería, manifestó críticamente: “Van a ser los presupuestos que consoliden la destrucción de más de 400.000 empleos a lo largo de la presente legislatura”.

El diputado socialista emplazó al PP y al Gobierno a que en su tramitación parlamentaria “admitan y colaboren” con las fuerzas de la oposición “para mejorarlos” evitando que sean de nuevo “presupuestos de la desigualdad y, por tanto, inútiles”. Para Hernando, estos presupuestos “no combaten” el “principal problema” actual en España, el desempleo, puesto que no “sirven para mejorar la economía ni para crear empleo”, concluyendo que Rajoy comenzó su legislatura con unos presupuestos “que pusieron de manifiesto las mentiras de la campaña electoral” y que ahora “va a terminar con unos presupuestos que demuestran el fracaso de sus políticas y de sus reformas para acabar con el desempleo”.

Un conjunto de críticas luego ampliadas y compartidas por el resto de los partidos de la oposición con pocos matices diferenciales. Es decir, como ha sucedido en otras ocasiones, el Gobierno defiende y magnifica su trabajo con todo tipo de artificios contables e interpretativos, mientras que la oposición trata de desacreditarlo pero sin presentar otras alternativas más o mejor fundamentadas.

Hasta ahí, cada uno en su papel y sin dar más de sí. Lo que pasa es que, de entrada, el ciudadano de a pie se queda perplejo ante las afirmaciones y las directrices económicas del Ejecutivo, reafirmando por activa y por pasiva su falta de confianza en unas y otras, simplemente porque la realidad del día a día -su realidad vital- se lo impide, consolidando en el cuerpo social una falta total de credibilidad e insolvencia gubernamental.

Y así se da la gran paradoja de que, por ejemplo, cuando TVE publicita urbi et orbi las consignas del Gobierno, las encuestas con cámara y micrófono en mano que pretenden apuntalarlas como sea, resulta que las desbaratan. Porque los encuestados niegan la mayor en sus respuestas y afirman que la crisis continúa y que lo de la recuperación económica es un cuento que atenta contra la inteligencia y el sentido común de la ciudadanía.

Dejando a un lado las tracamandangas contables y estadísticas utilizadas por el Gobierno para presentar los datos macroeconómicos a su mejor conveniencia (por ejemplo, incorporando al PIB una estimación del negocio ilegal de las drogas y la prostitución -¿¿??- para reducir su proyección sobre la deuda pública y rebajar el déficit de 2013 del 6,62 al 6,33%, o alterando los factores del IPC con objeto de presentar el índice de inflación y el poder adquisitivo de los salarios y las pensiones ‘a medida’), hay negaciones de la realidad que claman al cielo.

La más impresentable de todas es la de insistir machaconamente en una falsa “consolidación de la recuperación y del empleo”. Sobre todo teniendo como tenemos 5,6 millones de desempleados, una tasa de paro del 24,47% (según la EPA del II Trimestre de 2014) y con una continua reducción de la población activa por emigración que se deja de contabilizar como ‘parada’ o ‘desempleada’.

A tenor de lo recogido en algunos análisis de servicios de estudios solventes (como el de La Caixa), el desempleo en el pasado ejercicio de 2013 no superó los 6 millones de parados sólo gracias a la válvula de escape que supuso la emigración de trabajadores en paro, forzados a buscar empleo fuera de España.

El propio presidente de la CEOE, Joan Rosell, acaba de reconocer que se crea “poquito” empleo y se destruye “muchito”. Y lo cierto e irrefutable, a pesar de los muchos jaleadores interesados que tiene la ineficaz política económica del Gobierno, es que si en vez de manejar estadísticamente ‘puestos de trabajo’ se manejaran ‘jornadas de trabajo’ estándar, el total de la carga laboral del país o de puestos de trabajo ‘constantes’ se traduciría en un paro real muy próximo al 30%, desbordando con mucho el existente antes de las últimas reformas laborales del PP y heredado de la anterior legislatura.

Dicho de otra forma, el empleo actual no es ni mucho menos empleo a tiempo completo sino ‘empleo parcial’ (en muchos casos ‘medios empleos’), aunque el Gobierno sí que los contabiliza uno por uno como trabajadores cotizantes y no como ‘medio cotizantes’. En consecuencia, está claro que en el empleo real -cosa muy distinta de la afiliación a la Seguridad Social- no se avanza ni un paso, sino que más bien seguimos estancados o incluso retrocediendo, tanto en términos cualitativos (con jornadas parciales y peor retribuidas) como cuantitativos o del tamaño real de la masa laboral y de las horas de producción; y que si en España hemos tenido una tasa de actividad laboral históricamente baja, ahora está en su peor registro (en torno a un 60% de ocupación).

¿Y qué pasaría si, de repente, los dos millones de españoles hoy residentes en el extranjero según el padrón oficial (en realidad puede haber muchos más), o una buena parte de ellos, regresaran para apuntarse al desempleo nacional…? ¿Seguiría el Gobierno hablando tan alegremente como habla de una inexistente “recuperación del empleo” o reconocería por fin la realidad del triste panorama que tenemos delante de nuestras narices…?

Con todo, lo más aberrante de los PGE para 2015 es que se han elaborado supeditados a una evolución positiva de la economía europea, de forma que, de no sustanciarse esta premisa estimativa, su eficacia será nula. Y hasta suicida, dado que el ministro Montoro ha pasado olímpicamente de tener previsto un plan presupuestario B ante la más que posible eclosión de una tercera crisis económica de ámbito continental motivada por causas exógenas y de geopolítica, sobre la que ya han advertido seriamente tanto Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), como Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional (FMI).

De hecho, ésta última autoridad económica no dudó en señalar el pasado 2 de octubre en Washington que el repunte de la economía global está siendo “mediocre” y en anticipar que en 2015 será “modesto”. Por tanto, nada que ver con lo que espera el Gobierno de Rajoy para que el tirón de la economía exterior le saque las castañas del fuego, dado que la baja tasa de inflación, la pérdida de poder adquisitivo de los asalariados y pensionistas, la falta de créditos al consumo… y, en definitiva, el desprecio del modelo de economía productiva (con un crecimiento cierto del empleo y los salarios para que puedan crecer el consumo y la inversión), poco o nada se aporta a la falsa “recuperación” que proclama el Gobierno.

Christine Lagarde, marcó la agenda de la reunión anual del FMI con estas palabras: “Sí, está habiendo una recuperación. Todos la sentimos. Pero el nivel de crecimiento y de empleos no son lo suficientemente buenos”. Y por eso ha pedido a los líderes convocados a la reunión de Washington más ambición y más esfuerzo para combatir de verdad la crisis económica, tarea que Rajoy y su Gobierno ya dan por hecha presentándose como si fueran los chicos más listos de la clase.

La recuperación de la última crisis -insistió la directora del FMI- está siendo “decepcionante”, “quebradiza” y “desequilibrada”. Y dejó clara la amenaza persistente de los riesgos y la posibilidad de que el crecimiento se quede bloqueado a estos niveles “mediocres”, por debajo del potencial, añadiendo: “Esperamos solo un modesto repunte para 2015”

¿Por qué, entonces, el Gobierno del PP insiste en magnificar los muy pobres resultados de su política económica y en tratar inútilmente de embaucar con ellos a una sociedad que tiene perfectamente medida y sufrida la realidad del desempleo y la crisis económica…? Eso es, entre otras cosas, ‘predicar en el desierto’: práctica que le está hundiendo de forma inexorable entre el desdén del electorado.

¿Es posible que el ministro de Hacienda haya perdido la cabeza…?

Pero está claro que lo que piensen Lagarde y los economistas del FMI (o el BCE) nunca ha impresionado mucho al profesor Montoro. Hace un año, cuando participó en el debate sobre ‘El potencial de España’ celebrado en la Escuela de Verano del PP de Gandía en septiembre de 2013, ya proclamó que “España es el gran éxito económico del mundo”.

Prematuramente instalado en el triunfalismo más absoluto, liderado desde luego por el propio Rajoy, el titular de Hacienda y Administraciones Públicas argumentó su alocada afirmación con las siguientes palabras: “Cuando uno examina un manual de crecimiento económico, realmente España está en el máximo en ese manual, en la parte aplicada. ¿Cuáles son las teorías modernas del crecimiento económico? Las que sitúan a España junto a otros países, efectivamente asiáticos”. Tal cual.

Entonces, el ministro Montoro presumió de una acelerada recuperación económica, proclamando un “fenómeno inédito” que -según dijo- se estaba dando “a una velocidad que no era esperable” y que nadie pronosticó, ni el Gobierno español ni los organismos internacionales.

Allí, afirmó que “nunca un país con un tipo de cambio fijo había conseguido un superávit de cuenta corriente de casi un 300%”. Y cual quijotesco portento de la política nacional (confundiendo algunos molinos de viento con la realidad macroeconómica) sostuvo: “Está ocurriendo un fenómeno inédito de un ajuste que permite que el país vaya a una velocidad que estamos rompiendo los pronósticos”, lamentado que en el país faltase pedagogía para explicarlo.

En su sorprendente discurso, Montoro llegó a reclamar a los millones de españoles que están en el paro que “miren a la gente que está trabajando, miren la gente que va cada día a su trabajo, que ha sido capaz de encontrar trabajo, que ha emprendido y ha creado puestos de trabajo en nuestro país como nunca había ocurrido en nuestra historia”. Añadiendo sin un ápice de rubor la siguiente proclama: “Somos el ejemplo del mundo”

Y en concordancia con esta teoría visionaria de Montoro, el ministro de Economía, Luis de Guindos, también declaraba el año pasado al Financial Times de forma no menos gratuita que “empezamos a ver la luz al final del túnel”. Mientras el presidente del BCE avanzaba que la recuperación en Europa estaba “muy verde” y que no compartía “ese optimismo”, posición coincidente también con la del G-20.

Cierto es que teóricamente el baremo para determinar que una economía crece es que haya dos trimestres consecutivos de crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB), efecto levemente alcanzado en los últimos periodos contables, aunque introduciendo en su medición cambios metodológicos de maquillaje (por ejemplo, la estimación del negocio ilegal de las drogas y la prostitución). Pero, aun con todo eso, en el currículum del Gobierno siguen sin borrarse los seis millones de parados computados en la EPA y una brutal e imparable deuda pública que ya supera el 100% del PIB (galopante durante el mandato de Rajoy) y que es la segunda mayor del mundo tras la de Estados Unidos…

Volviendo, pues, a la racionalidad, conviene constatar que entre alegría y alegría del Gobierno, que como hemos dicho no dejan de ser auténticas prédicas en el desierto, algunas editoriales y análisis económico-financieros desapasionados ponían el punto sobre las íes del propagandismo oficial. Así, El País (15/08/2014) alertaba en una de sus editoriales sobre el parón del crecimiento y la baja inflación, llamando a frenar el triunfalismo y la carrera desbocada por subir cada semana las previsiones de un crecimiento en el que pocos creen y que, una vez incumplido, dejará en triste evidencia los PGE para 2015:

Eurozona estancada

El estancamiento de la economía de la eurozona en el segundo trimestre de este año es una llamada de atención muy seria a las políticas que se están aplicando o recomendando en la fase de recuperación desde los propios Estados europeos y desde Bruselas. La vuelta de caídas trimestrales del PIB en Alemania e Italia (-0,2% en ambos casos), junto con el parón de Francia, sugieren que la fase de recuperación puede sufrir una grave regresión y convertirse en una recaída si no se adoptan las medidas económicas y monetarias que requiere tan inquietante situación. La zona euro vive en un escenario de crecimiento estancado con una tasa de inflación muy baja, cuyas consecuencias ya están a la vista: dificultades para reducir el endeudamiento y el desempleo, rentas más bajas y probabilidad de empeoramiento de las condiciones financieras públicas y privadas.

El Fondo Monetario, Bruselas y el BCE han alertado de forma persistente sobre la debilidad del crecimiento europeo; debilidad agravada además por la guerra comercial con Rusia y las tensiones energéticas latentes en los conflictos de Irak y Libia. Las estadísticas del segundo trimestre indican que la debilidad afecta al propio corazón de la eurozona (Francia y Alemania), mientras que España o Portugal alcanzan crecimientos intertrimestrales del 0,6%. El análisis parcial, es decir, el que consiste en celebrar lo bien que les va a los periféricos y lo mal que lo están pasando los países centrales, es incorrecto. Alemania y Francia, se quiera o no, actúan o deben actuar como polarizadores del crecimiento del resto del área; si se estancan o caen, la recuperación en España y Portugal resultará dañada. La exportación española, debilitada en los últimos meses, queda muy expuesta por la debilidad alemana.

Lo que debe hacerse en este momento parece claro en términos económicos, pero es difícil de articular en términos políticos para el conjunto de Europa. Las políticas de restricción a ultranza del gasto público ya no tienen sentido (si es que lo tuvieron alguna vez); el crecimiento debe fundarse en el consumo y en el ahorro; uno de los objetivos prioritarios debe ser el recorte de la deuda y tiene cierta urgencia corregir la baja inflación (que obstaculiza, entre otras cosas, el pago de la deuda).

Todo esto exige una respuesta europea; las acciones parciales de los Estados no enderezarán la situación, incluso aunque acierten con sus políticas fiscales. La amenaza de un estancamiento con baja inflación, que ya no es una hipótesis lejana, es una de las razones por las que cabe pedir una implicación mayor del BCE en las políticas no convencionales. Hay que insistir en que las decisiones monetarias heterodoxas no pueden demorarse mucho más.

En este entorno de parálisis, la posición correcta del Gobierno español consiste de entrada en abandonar la carrera desbocada por subir cada semana las previsiones de crecimiento. La deuda (por las nubes, un billón de euros), la inflación (por los suelos, igual que el ahorro) y el desempleo no autorizan tanto rapto de optimismo.

Apenas una semana después de publicarse esta editorial de El País, Agustín del Valle Garcés, profesor de Teoría Económica en diversas Universidades y de Entorno Económico en varias Escuelas de Negocio, especialmente en la EOI donde ejerce la docencia desde principios de los años 90, profundizaba en esta misma realidad económica -distorsionada por el Gobierno- en un profundo, ponderado y elocuente artículo de opinión reproducido en el mismo medio informativo (24/08/2014).

En él, éste reconocido analista económico, que además ha sido director del Servicio de Estudios y asesor de Presidencia sucesivamente en los bancos Urquijo, Hispano Americano y Central Hispano (últimamente ha ejercido de asesor en la Fundación Banco Santander), negaba que nuestro país sea en modo alguno ‘locomotora europea’ y sostenía que, bien al contrario, si Europa se estanca económicamente, el actual supuesto de que España se recuperará, es inviable:

Eurozona estancada: dos lecturas

Las cifras publicadas la semana pasada sobre el crecimiento español y el estancamiento de la eurozona en el segundo semestre pueden dar origen a dos lecturas antagónicas. La primera enfatizaría el dinamismo de nuestra economía frente a la debilidad de la eurozona, gracias a las “audaces” (según la Comisión Europea) reformas del Gobierno. La segunda subrayaría la gravedad que representa el estancamiento europeo para nuestra recuperación, cuestionaría las políticas y reformas gubernamentales y urgiría un giro radical de las políticas económicas europeas y españolas.

Es cierto que entre abril y junio la economía española creció el 0,6% intertrimestral frente al estancamiento del conjunto de la eurozona, determinado principalmente por las caídas del 0,2% en Alemania e Italia y el nulo crecimiento en Francia. Además, casi dos tercios del crecimiento nacional se debió a la demanda interna. Pero también es verdad que las exportaciones son cruciales para salir de la crisis ante nuestra elevada deuda exterior neta y, sobre todo, dadas las dificultades tanto del crecimiento del consumo, con salarios a la baja y fuerte endeudamiento familiar; como de la inversión, con crédito difícil y caro para las pymes. En este sentido, las exportaciones a los grandes países europeos son las más relevantes por su especial peso en la economía española, frente a la fragilidad de los países emergentes y a la difícil situación de la economía portuguesa, nuestro tercer cliente comercial.

No parece, pues, sensata una lectura triunfalista de la supremacía nacional en el crecimiento frente a la eurozona. El estancamiento europeo debe ser motivo de grave preocupación para la economía española: según los últimos datos, las ventas de mercancías al exterior encadenan ya tres meses en números rojos, lo que podría dificultar la revisión al alza del PIB para 2014 prevista por el Gobierno. No somos la locomotora de Europa sino al revés y las perspectivas no son halagüeñas: Italia está en recesión, el futuro de Francia es incierto y Alemania, además de verse previsiblemente afectada por el conflicto ucranio, no está dispuesta a acelerar su crecimiento.

Las causas de nuestro dinamismo son incontestables para el presidente Rajoy: el mayor crecimiento español demuestra “que se hizo lo que había que hacer”. Afirmación, cuando menos, discutible. Es cierto que la situación actual ha mejorado notablemente respecto a la economía semicaótica y desesperanzada de finales de 2011 y que las actuaciones del Gobierno, especialmente las referidas al saneamiento de las cuentas públicas, han contribuido a este cambio. Pero no es claro que la política económica o las reformas realizadas hayan sido siempre las más adecuadas ni la única alternativa posible. Permítanme algunas matizaciones.

En las políticas, sólo apuntaré dos datos fundamentales. No es posible olvidar que la segunda recesión, con sus fuertes secuelas de desempleo, obedeció claramente a la excesiva contracción fiscal impuesta por Alemania y seguida con especial entusiasmo por el actual Gobierno. Ni tampoco se puede desconocer que la recuperación española no ha sido impulsada prioritariamente por las políticas del Ejecutivo, sino por la expansión europea, la reducción de la prima de riesgo consecuencia de las palabras de Draghi y el sacrificio de los trabajadores, que aumentaron la competitividad española con reducciones salariales y aumentos de productividad derivados del mayor desempleo.

En cuanto a las reformas, la laboral acertó al flexibilizar el mercado y reducir las indemnizaciones por despido, pero no introdujo el contrato único para afrontar eficazmente la temporalidad y olvidó las imprescindibles políticas activas de empleo. Como consecuencia, se está creando un empleo cualitativamente precario (temporal, a tiempo parcial y con salarios excesivamente bajos) y cuantitativamente insuficiente: al ritmo de la última EPA se tardarían más de diez años en recuperar el empleo anterior a la crisis.

La reforma financiera culminó la iniciada anteriormente solicitando el rescate europeo, algo ciertamente inevitable dado el brutal deterioro al que los últimos Gobiernos habían conducido al sistema financiero. Pero el contribuyente ha pagado un coste injusto y desorbitado y todavía no se han logrado aumentos significativos del crédito. De las restantes reformas, destaca la ocasión perdida para realizar una verdadera reforma fiscal, limitándose a una indiscriminada reducción impositiva con fines electorales. La reforma de pensiones, acertada en lo esencial, es abiertamente insuficiente y habrá de revisarse en el futuro. Finalmente, no creo que nadie otorgue el carácter de reforma a los arbitrarios recortes del sistema sanitario para reducir el déficit o a la nueva ley de educación.

En resumen, crecemos y creamos empleo débilmente, pero no siempre como consecuencia de unas adecuadas políticas económicas y reformas. Indudablemente, la recuperación debe depender principalmente de nuestra política económica y de nuestras reformas, pero también está fuertemente ligada a Europa. Por ello, habrá que afrontar la debilidad de la eurozona con cambios fundamentales en la política y en las instituciones comunitarias.

Las directrices de Juncker son una esperanza, pero insuficiente. Las políticas de la eurozona deben ser más expansivas. Habrá de dilatarse la senda de reducción de los déficits públicos y fortalecer las inversiones gubernamentales. Y, sobre todo, debe cambiar radicalmente la actuación del BCE: es hora de emprender, pese a los halcones germanos ultraortodoxos, una contundente política monetaria expansiva heterodoxa pues de ella depende aumentar el crédito en muchos países, evitar la deflación, una necesaria depreciación del euro y el desendeudamiento público y privado. Sin estos cambios, la zona euro difícilmente saldrá de su estancamiento.

En línea con estas directrices para Europa, España deberá realizar una política fiscal selectivamente expansiva, fortalecer los mecanismos de concesión de créditos, incentivar el desendeudamiento privado, corregir las carencias de la reforma laboral y acometer las reformas pendientes (fiscal, sanitaria, educativa, administrativa y de mercados).

Pero, además, es absolutamente necesario afrontar nuestra grave lacra de encabezar el ‘ranking’ europeo de aumento de la desigualdad hasta niveles abiertamente intolerables. Una desigualdad que el Gobierno no acaba de asumir pero claramente desencadenada en estos años de crisis. Por un lado, el aumento del desempleo derivado de la contracción fiscal, la reducción salarial acentuada por la reforma laboral y los recortes de todo tipo para reducir el déficit (sanitarios, educativos, de remuneraciones de funcionarios, de subsidios al desempleo, etcétera) han deprimido, en muchos casos hasta niveles de pobreza, las rentas de la mayoría de la población. Por otra parte, el crecimiento sustentado en los bajos costes salariales ha empujado al alza márgenes empresariales y cotizaciones bursátiles propiciando la mejora de las rentas del capital y aumentando el número de millonarios. La brecha de la desigualdad se ha ensanchado. Y las consecuencias son devastadoras: en España se está deteriorando gravemente la cohesión social, cada vez estamos más expuestos a populismos de todo signo y, como sostienen Krugman, Stiglitz y un elevado número de prestigiosos economistas, la desigualdad constituye un lastre para el crecimiento económico.

No somos la locomotora europea: al contrario, si Europa se estanca, España no se recupera. Pero, además, si no corregimos esta injusta desigualdad, no será posible un crecimiento económico robusto y digno.

Mientras los que saben y no condicionan sus opiniones profesionales con las conveniencias políticas o partidistas ponen el pernicioso propagandismo gubernamental en su sitio, el ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos, insiste en que España tiene su propia “hoja de ruta” y pontifica:

“El Gobierno tiene su propio esquema de reformas y va a continuar con algunas. Eso es lo que ha sacado a España de la crisis y ha evitado caer en el abismo”.

Pero, en paralelo, el Banco de España confirma que las “raíces vigorosas” de la recuperación económica marianista seguirán alumbrando brotes verdes ilusorios hasta más ver. Porque, frente a la opinión del equipo económico de listos y pipiolos que le hacen el caldo gordo al presidente Rajoy, con un auténtico émulo del ‘profesor Chiflado’ a la cabeza, es imposible que España salga de la crisis si su principal cliente comercial (Francia) está postrado económicamente.

Y porque, diga lo que diga el Gobierno, la economía española carece del dinamismo necesario para lanzarse a sustituir un mercado tan importante como el francés de un día para otro, mientras toda Europa pierde pulso económico, como reconocían estos días Mario Draghi y Christine Lagarde. ¿Qué pasaría si, por poner un ejemplo, el sopapo que el pequeño veto comercial de Rusia ha supuesto para el sector agroalimentario español, se amplía de repente a los sectores vinícola y turístico…?

De momento dejémoslo ahí y no tentemos al diablo con llamadas de mayor calado. Pero dejemos claro también que, insistiendo el Gobierno y el PP en una falsa superación de la crisis económica como insisten, además de llevar la nave a ningún puerto, están agotando ya la escasa credibilidad social que aún pudiera quedarles entre sus electores más incondicionales.

Y si no, al tiempo.

Fernando J. Muniesa