En una de nuestras Newsletters anunciamos, antes de producirse, la derrota conjunta del PP y el PSOE en las elecciones europeas del 25-M. Cosa poco meritoria porque así lo venían señalando todas las encuestas al uso; aunque sus estimaciones fueran menospreciadas por esas mismas fuerzas políticas mayoritarias que, acomodadas en el confort del sistema bipartidista, no terminaban -ni terminan- de entender la caída de un modelo agotado por su degeneración partitocrática y por la corrupción que lo retroalimenta.
Entonces, frente a las teorías exculpatorias de los fracasos electorales que suelen circunscribirlos a cada uno de sus ámbitos diferenciados (municipal, autonómico o legislativo), y aunque todos los procesos electorales estén perfectamente compartimentadas desde el punto de vista jurídico-formal, advertimos que políticamente se integran en un sistema común de vasos comunicantes. De forma que, dígase lo que se diga, los resultados de cada elección afectan directamente tanto a la organización interna de los partidos y a la proyección de su imagen pública como a la movilización y actitud social en los comicios que les sigan de forma inmediata.
Y baste recordar al respecto que, a menudo, las elecciones de cualquier ámbito político se proyectan de forma plebiscitaria sobre otro distinto, y que el voto en un ámbito de elección concreto arrastra el de otro cuando se hacen coincidir ambas votaciones. Hoy, la realidad política también es global, al igual que lo es la comunicación humana, de forma que los electores visualizan perfectamente la acción de los partidos y los gobiernos a través de todo tipo de medios de información, mediatizados y no mediatizados.
Los líderes políticos lo saben, aunque no lo reconozcan públicamente, y por ello a Rajoy y Rubalcaba no les llegaba la camisa al cuello en la antesala de las elecciones europeas del 25-M. Y después menos: basten contemplarse al respecto la continuidad del rechazo social al bipartidismo PP-PSOE, la propia dimisión de Rubalcaba, la demoledora caída en la valoración social del presidente Rajoy y, por supuesto, la avasalladora intención de voto a favor de Podemos registrada en las encuestas, incluso en las circunscripciones donde todavía carece de implantación física.
El 25-M europeo ya anunció el fin del bipartidismo
En los momentos previos a las elecciones europeas del pasado 25 de mayo, Javier Pérez Royo, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Sevilla y habitual comentarista político de El País, planteaba de forma previa en ese diario (17/05/2014) la siguiente pregunta-clave: “¿Puede ser el resultado electoral del 25-M, a pesar de su previsible baja participación o tal vez como consecuencia de ella, el indicador de que se abre una nueva etapa política, en la que nada va a ser igual que antes en el sistema político español?”.
Y, acto seguido, el articulista se contestaba a sí mismo con esta apretada y concluyente reflexión:
“El sistema político en este momento ha dejado de proporcionar la legitimidad necesaria para gobernar. El Gobierno dispone de mayoría absoluta, pero los ciudadanos lo suspenden de manera abrumadora. Y lo mismo ocurre en todos los escalones de la fórmula de gobierno. Y con los partidos que están en la oposición. El sistema político español es un sistema político formalmente representativo, en el que los gobernantes son elegidos periódicamente en elecciones competitivas, pero materialmente ha dejado de serlo, en la medida en que los ciudadanos no se sienten reconocidos en las políticas que se ponen en práctica. Se está viendo venir desde hace tiempo, pero es en esta consulta del 25-M en la que la contradicción entre el carácter formal y materialmente representativo de nuestro sistema político puede tal vez resultar inocultable”.
Ahora, tras el susto proporcionado por Podemos al establishment político en las elecciones europeas, Pérez Royo reafirma su fuerza electoral, anotando en su haber la ruptura definitiva del bipartidismo y advirtiendo que, hoy por hoy, ningún partido (y tampoco ningún sindicato) se considera legitimado para llamar al país a una manifestación masiva como la convocada por esta nueva fuerza política (casi nonata) para el próximo 31 de enero. Una fecha en la que, además, los resultados de las elecciones griegas del 25-E ya estarán puestos en negro sobre blanco: todo un desafío.
Y advierte que Podemos ha alterado el equilibrio presente en el sistema de partidos desde la Transición (en la que la extinta UCD se enfrentaba al PSOE), pasando a ocupar el centro de la atención política y a protagonizar las especulaciones sobre los pactos para gobernar. De hecho, el partido de Pablo Iglesias ya está obligando a los demás a resituarse, en cierta similitud con lo que está suponiendo la presencia de Syriza en el juego político de Grecia. Y así lo escribe Perez Royo, creemos que acertadamente, también en El País (29/12/2014):
El año de Podemos
Si tuviera que definir políticamente 2014 en pocas palabras lo calificaría, sin duda, como el año de Podemos. Antes de constituirse siquiera como partido político posibilitó con su presencia en las elecciones europeas que se hiciera visible la quiebra del bipartidismo que había venido dominando el sistema político español desde el 15 de junio de 1977, pero cada vez con más intensidad. Desde mayo de 2014 ya no es así. Podemos, como todos los estudios de opinión indican de manera reiterada, ha alterado los equilibrios que han presidido el sistema de partidos en el Estado, en la mayor parte de las comunidades autónomas y en los principales municipios del país. En cierta medida se puede decir que Podemos ha ganado ya las múltiples elecciones que se van a celebrar en 2015, porque en todas va a ocupar el centro del tablero. Incluso en aquellas en las que brille por su ausencia.
La Política, con mayúsculas, gira ya en torno a Podemos. ¿Cómo es posible de lo contrario explicar el impacto que ha tenido su presencia en Cataluña esta semana pasada? Pablo Iglesias ha demostrado que, incluso en un terreno de juego tan embarrado, en el que los jugadores, tanto los locales como los visitantes, habían llegado a una situación en la que no podían siquiera mover el balón, él sí puede. Y que puede hacerlo levantando la cabeza y dando un pase largo y profundo. Ha movido las aguas estancadas y ha obligado a todo el mundo a resituarse. No hay prácticamente ningún columnista relevante en la prensa catalana que no se haya visto obligado a pronunciarse sobre lo que ha significado su presencia en Barcelona. Ni por supuesto ningún partido que no se haya dado por aludido.
Así ha terminado 2014. En la plaza más difícil, Cataluña. Y de forma parecida va a empezar 2015. En el escenario general, en España. La convocatoria lanzada a la ciudadanía de todo el Estado para que salga a la calle en Madrid el 31 de enero, va a marcar políticamente no solo el comienzo de este año electoral, sino posiblemente todo el año. Podemos está poniendo de manifiesto que es el único partido que se siente en condiciones de hacer en solitario una convocatoria de esta naturaleza. Ningún partido se considera legitimado para hacer un llamamiento al país, como el que ellos han hecho. Atreverse a ofrecer en solitario a toda la sociedad española sin distinción un cauce de expresión para que manifieste su voluntad de hacer frente a una situación de emergencia tan prolongada como la que estamos atravesando, no se ha atrevido a hacerlo ningún partido nunca. La convocatoria del día 31 de enero es la primera de esta naturaleza en la historia de España. No es poca cosa para un partido recién nacido. Veremos.
Syriza y Podemos como espejo político
Pero hay analistas que, además de reconocer que 2015 será un año decisivo políticamente (el año de Podemos), piensan incluso que nuestro destino va a estar marcado de forma anticipada por las inmediatas elecciones griegas, es decir, a partir de una eventual catarsis helena. Y bueno será, al menos, estar atentos a lo que nos enseñe esta experiencia revulsiva, como advirtió Thomas Piketty, el economista de moda en la izquierda europea que con 29 años fue nombrado director de estudios en la EHESS, la ‘École des Hautes Études en Sciences Sociales’, en un mesa redonda promovida por la Fundación Diario Madrid sobre ‘Capitalismo crisis y desigualdad’ el pasado 8 de enero.
El titular más destacado de dicho acto fue esta frase de Piketty: “No hay que tener miedo a Podemos y Syriza, hay que inspirarse en ellos”. Además, el economista francés afirmó que nuevas formaciones políticas, como Syriza, en Grecia, o Podemos, en España, son partidos “pro europeos”, y por eso no se les debería tener miedo sino más bien integrarles en el debate para encontrar una mejor solución para Europa, cosa que parece razonable.
Además, también advirtió que, siguiendo por el camino que vamos, en 50 años toda la riqueza del mundo pertenecerá a las grandes fortunas, culpando de ello a las privatizaciones y a la crisis financiera, que han aumentado la desigualdad.
En su conferencia-coloquio (en la que participó el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, sin nada que aportar y sólo a efectos fotográficos), Piketty, reputado como gran especialista en economía de la desigualdad, comentó que si los más ricos crecen dos y tres veces más que el resto, la riqueza del mundo terminará concentrada en las exclusivas manos de los más acaudalados y eso, sostuvo, “debería detenerse en algún momento”. Tras preguntarse en voz alta cuándo va a parar esta reorientación de la riqueza, se lamentó de que no exista de momento “una fuerza natural” para detener esta acumulación desequilibrada en “un punto razonable”.
En el ámbito de la anécdota, Piketty, que actualmente es profesor en la PSE (Paris School of Economics), dedicada a la formación selectiva de Masters y Doctorados, acaba de rechazar (el pasado 1 de enero) la Legión de Honor otorgada por el Gobierno francés, que es la condecoración más conocida y destacada del país, establecida por Napoleón Bonaparte, con esta sencilla declaración: “Rechazo esta nominación porque pienso que no es el papel del gobierno el decidir quién es honorable”.
Dejando al margen este inciso sobre las opiniones de Piketty, y volviendo al nexo entre las opciones de Syriza en las elecciones griegas y el impulso de Podemos en España, hay que admitir que, de confirmarse una victoria del partido liderado por Alexis Tsipras el próximo domingo, alguna consecuencia tendrá para su partido-espejo en España. Ya situados a tiro de urna, Syriza mantiene su ventaja sobre la conservadora Nueva Democracia liderada por el primer ministro en funciones, Andonis Samarás, a pesar de la ‘campaña del miedo’ desatada por esta formación con el apoyo generalizado del establishment político y las autoridades de Bruselas.
Sin embargo, el abanico de fuerzas minoritarias (To Potami, Pasok, Partido Comunista, el Movimiento de los Demócratas Socialistas, Antarsya, Griegos Independientes…) y el alto porcentaje de electores indecisos, no permiten aventurar una victoria cierta de Syriza ni el color del futuro Gobierno griego. Lo que sí parece evidente es que el resultado de esa confrontación en las urnas puede marcar nuestro año electoral, sobre todo si aceptamos -como se ha aceptado- la identidad política que enlaza a Syriza con Podemos.
Así lo percibe Enrique Gil Calvo, catedrático de Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense, y así lo cuenta en un artículo de opinión publicado en El País (05/01/2015):
Catarsis
El nuevo año recién iniciado se va a desenvolver en clave no económica, como pretenderá hacernos creer el Gobierno, sino marcadamente electoral, puesto que comienza con los inmediatos comicios griegos cuyo resultado quizá reabra la crisis del euro, seguirá con las elecciones locales y autonómicas que le costarán al PP la pérdida de su hegemonía política, y se cerrará con las decisivas elecciones generales en las que una fragmentada izquierda recuperará la mayoría natural que le corresponde por la orientación ideológica de la ciudadanía. Ahora bien, lo más interesante es que esas tres convocatorias están vinculadas entre sí de tal modo que los efectos de la primera predeterminarán los resultados de las otras dos. Podemos decir por tanto que la catarsis griega marcará nuestro destino último, y eso será debido sobre todo a la identidad política que hay entre Syriza y Podemos.
Ambos partidos se presentan ante las urnas con el mismo relato justiciero, que demanda tanto castigar a las élites culpables de la crisis como resarcir al pueblo por el injusto sacrificio que se le ha infligido. Un relato que ha pasado a ser creído por la mayoría de los ciudadanos, no por la propaganda mediática de Pablo Iglesias y compañía sino porque fundamentalmente está en lo cierto, resultando verosímil e irrebatible para el sentido común. En efecto, demagogias aparte, puede decirse que la política de austeridad ejecutada a partir de 2010 por nuestras élites bipartidistas (en Grecia y España como en Italia o Portugal) ha sido tanto un error como un crimen. Un error porque su naturaleza contracíclica abortó la incipiente salida de la crisis y determinó la caída en una segunda recesión de la que a duras penas nos estamos recuperando. Y un crimen porque el coste de esa política de austeridad sólo recayó sobre las clases populares más pobres e inermes, a las que se sacrificó innecesariamente mientras las élites se enriquecían. Siendo esto así, ¿cómo no indignarse, si encima les asiste toda la razón?
Pero el relato de Syriza y Podemos prosigue demandando no sólo el justo castigo a los culpables sino la necesaria reparación a las víctimas: hay que devolver al pueblo los derechos sociales que se le recortaron, y no sólo por hacer justicia sino como plan de choque para reactivar la deprimida demanda agregada. Una vez más, puro sentido común keynesiano, que así es favorablemente comprendido por la mayoría de la opinión pública. Ahora bien, aquí es donde surge el gran problema, pues como afirma el refrán, el infierno está empedrado de buenas intenciones. Por moralmente justificado que esté, el voluntarismo de Syriza y Podemos puede acarrear efectos imprevistos y contraproducentes. En concreto, de aplicarse el plan de choque propuesto, las clases populares podrían sufrir un nuevo castigo inmerecido comparable al anterior. O incluso peor, ya que llovería sobre mojado.
De ahí el interés del experimento que se dispone a ejecutar Syriza si llegase al Gobierno tras las próximas elecciones. La nueva política económica que se adopte podría abortar la incipiente recuperación griega y, en tal caso, las clases populares más castigadas podrían volver a sufrir nuevas penalidades doblemente inmerecidas. Esa es la verdadera lección que tanto Podemos como sus posibles electores futuros tendrán que extraer de la inmediata catarsis griega.
Aunque esta Newsletter pueda ir cargada de opiniones ajenas, que en todo caso consideramos acertadas, no renunciamos a reproducir otro comentario -incidente en el tema- del experimentado analista Raúl del Pozo, con miles de crónicas a sus espaldas desde los tiempos de Franco. En una de sus columnas del diario El Mundo (05/01/2014), su fina intuición política apunta también a la esencial importancia del presente año electoral, ya a remolque del ‘fenómeno Podemos’ y sus coincidencias con Syriza:
Año 2015: la gran batalla
Europa tiene miedo a las elecciones que se celebrarán después de que pase esta Epifanía seca en Grecia; luego esperará a lo que ocurra en Portugal y en España. ¿Quién iba a pensar que Europa vería como un riesgo las elecciones libres en la ciudad donde se inventó la democracia?
Hace tres años, el Gobierno de Mariano Rajoy y el PP eran una fortaleza con 800.000 soldados militantes, con 3.600 barandas en las alcaldías -34 de ellas, en capitales de provincia-, y hegemonía total en los parlamentos. Tres años después de su estruendosa victoria, el PP ha perdido la mitad de la confianza de los suyos, juega al contraataque y al cerrojo. La derecha se siente acorralada por los chicos que se reunían en las calles y gritaban contra el basural de Europa, ignorando que fuera de Europa están los bárbaros, la desdicha y la peste.
Los clásicos ya nos dijeron que la política es la guerra sin efusión de sangre y, a estas alturas, incluso los augures ignoran el desenlace de las batallas que se aproximan. ¿Serán el Austerlitz o el Waterloo de Mariano Rajoy? Es posible que pierdan Austerlitz y ganen Waterloo, porque son más fuertes que todos los enemigos y porque sí es verdad que hay más gente en las cafeterías y en las gasolineras, dicen los realistas.
La otra cara del bipartidismo, el PSOE, vive también obsesionada con el mal griego. Además de no saber quiénes son sus amigos, tienen un problema de fagocitosis interna, porque Susana, la trianera, está devorando a Pedro Sánchez como si fuera un microbio. Además, los viejos de la tribu temen que al PSOE le ocurra lo que al Pasok: se le ha ido el 20% de sus votos a Syriza.
Todos temen a Podemos, que anda de plató en plató respondiendo a las pullas, olvidando cuáles son las relaciones de fuerza y la advertencia de Gramsci, que advertía que cuando la fantasía, la soberbia, los deseos propios sustituyen al examen imparcial, todo puede terminar en un juego de diletantes. “La serpiente -dice el autor de Cuadernos de la cárcel- muerde al charlatán, o sea, al demagogo”. Sus propuestas de impago de la deuda -ahora matizadas- pueden crear más tensión en el sur. Cantan tarde los blues del Banco Mundial: ajústate el cinturón, despuebla el Amazonas. Ahora sería: vende algunas de las 1.900 islas griegas y paga la deuda, aunque revientes.
En su mensaje de Año Nuevo, Pablo Iglesias le dice a Alexis Tsipras: “Este 2015 será el año del cambio en España y en Europa. Empezamos en Grecia. Vamos, Alexis. Vamos, Syriza”. En Grecia hay, efectivamente, muchas islas, algunas inhabitables. Entre ellas, Rodas, la que Carlos Marx recuerda citando la fábula de Esopo donde se habla de un fanfarrón que presumía de haber dado allí un salto prodigioso. Los que le escuchaban contestaron: “Aquí está la rosa, salta aquí”. Los del PP gritan todos los días: “Pablo, la Troika también es esto: salta aquí. Di eso de no pagar la deuda”. El PP tiene hecha la campaña con el mensaje demoledor: Podemos llevará a España a la insolvencia si nos contagia el mal griego.
De la teoría de la recuperación del PP al discurso del miedo
Claro está que los sabios politólogos del PP, con Pedro Arriola a la cabeza, niegan la trascendencia del momento electoral o la tergiversan haciendo ver que piensan otra cosa. Creen (o dicen creer), ni más ni menos, que una victoria de Syriza en las elecciones griegas perjudicará mucho a Podemos por dos razones.
La primera, porque la inestabilidad subsiguiente a una eventual derrota de Antonis Samarás, que es el líder de la derecha griega asimilable a Mariano Rajoy, asustará a muchos votantes potenciales de Podemos, que ahora el Gobierno cataloga de ‘moderados’ (así reconocen su captación de votos del PSOE o incluso del PP), que podrían ver las dificultades de un gobierno no querido por los grandes poderes europeos (es decir, no servil a los dictados de Merkel).
Y la segunda, porque, en su caso, Grecia será un espejo -afirma el PP- de las dificultades de incumplir la política de austeridad o de renegociar la deuda internacional. Cada día, el eventual Gobierno de Syriza demostraría, según opinan varios ministros del devaluado Ejecutivo español (que se atreven a oficiar de maestros politólogos), que apenas existe margen de negociación con Bruselas y que, entonces, el Gobierno de Atenas se vería obligado a cumplir las exigencias de la Comisión Europea o salir del euro…
Pero es que, bajo ese supuesto, tampoco se entiende muy bien la campaña de Rajoy en apoyo del partido de Samarás, porque -según el PP- la mejor forma de hundir la alternativa de Podemos en España y mantener el actual sistema político, sería que Syriza triunfara en las elecciones griegas. Una relación, pues, entre la opinión y el comportamiento del PP francamente contradictoria.
Lo que en el fondo temen Rajoy y el PP es que la reestructuración del rescate griego, que hasta ahora ha consumido 210.000 millones de euros sólo de créditos de la UE (de los que nuestro país ha puesto 26.000), vuelva a repercutir en las finanzas españolas y, mucho peor todavía, que deje en evidencia la estrategia seguida en el rescate de nuestro sistema bancario y en la lucha contra el déficit público. De hecho, cualquier nueva quita que Alexis Tsipras, líder de Syriza, pudiera negociar con la ‘troika’ (la Comisión Europea, el FMI y el BCE), y más tras la primera restructuración de la deuda del país acordada en marzo de 2012, sería un auténtico torpedo en la línea de flotación del actual gobierno popular.
Ello con independencia de la incongruencia que supone criticar a Syriza y Podemos por plantear reestructuraciones de la deuda (muy distinto de no pagarla), mientras el ministro Montoro pretendía una quita del 10% de la deuda de las comunidades autónomas, que por la oposición de Luis de Guindos en el Consejo de Ministros se ha limitado sólo a una condonación de los intereses. Ya veremos hasta donde se estira el chicle de las conveniencias políticas y del oportunismo gubernamental…, tanto en Grecia como en España.
Y lo cierto es que por la falta de realismo político de Rajoy, aferrado sólo a las directrices de Bruselas (condicionadas por los intereses de la poderosa Alemania y el aparato funcionarial de la Comisión Europea), el PP se ve ahora arrinconado entre el espejismo de la recuperación económica (puro tactismo electoral) y el pánico que le produce el fenómeno de Podemos, sobre todo con Syriza abriéndole camino. Una situación que, como señalaba Raúl del Pozo, le lleva al triste discurso del miedo (“… El PP tiene hecha la campaña con el mensaje demoledor: Podemos llevará a España a la insolvencia si nos contagia el mal griego”): a una defensa numantina del actual bipartidismo, fuera del cual sólo hay, en opinión del presidente Rajoy, radicalismo. Una musiquilla que suena a celestial en los oídos del establishment.
Las encuestas siguen encumbrando a Podemos
En esta situación de vigilia ante las urnas griegas, la última encuesta de Metroscopia sobre opiniones y actitudes electorales (Barómetro de Enero con trabajo de campo realizado los días 7 y 8 de ese mes), sigue situando a Podemos a la cabeza de la estimación de resultado electoral sobre voto válido, con un 28,2% de cuota sobre el total, seguido del PSOE con un 23,5% y del PP con un 19,2%, que son las posiciones de cabeza marcadas ya en el Barómetro de Noviembre. La novedad más señalada en esta nueva medición es el repunte de Ciudadanos que -tras anunciar que presentará candidaturas en toda España- aparece con una estimación del 8,1% de los votos, situándose en cuarta posición y por delante de IU/ICV (5,3%) y de UPyD (5,0%), con origen claro en un trasvase de votos del PP.
Otra anotación llamativa de esta misma encuesta es que en el apartado de valoración de los líderes políticos, que se mide mediante el saldo entre los índices de aprobación y de desaprobación, es que sólo al rey Felipe IV y Albert Rivera (Ciudadanos) les resulta positivo (+57 y +5 respectivamente). Al resto, el saldo les resulta negativo: Alberto Garzón (-10), Rosa Díez (-12), Pablo Iglesias (-13), Pedro Sánchez (-16), Juantxo López de Uralde (-24)… y Mariano Rajoy (-50).
Con todo, está claro que Podemos va afianzando su estabilidad después de ceder en el Barómetro de Diciembre 2,7 puntos sobre el 27,7% de votos del mes anterior, porcentaje que ahora se aumenta en medio punto (hasta el 28,2%) al tiempo que agranda sus diferencias con el PSOE (4,7 puntos) y con el PP (9 puntos). También se confirma que el presidente Rajoy vuelve a salir muy malparado en la valoración social (es el líder más rechazado de todos de forma continuada y en términos sin precedentes históricos). Al igual que se mantiene la amenaza de la ruptura del bipartidismo encarnado en el PP-PSOE, partidos que tendrían que compartir la tarta electoral con las dos fuerzas emergentes más destacadas: Podemos y Ciudadanos.
Ateniéndonos, pues, a los resultados de la esta última encuesta barométrica de Metroscopia, también hay que tener en cuenta que, de momento, las cuatro primeras fuerzas políticas nacionales concitarían una abrumadora mayoría de izquierda (Podemos y PSOE alcanzarían el 51,7% de los votos) frente a una exigua minoría de derechas (PP y Ciudadanos sumarían un 29,9%), en parte porque los partidos nacionalistas y regionalistas (CiU, PNV, CC, PAR…) restan votos a la derecha nacional.
Todas estas consideraciones se corroboran además con la encuesta realizada para la cadena SER por la consultora MyWord, nacida en 2012 de la mano de Belén Barreiro, ex presidenta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas adscrito al Ministerio de la Presidencia). En esta encuesta, hecha pública el pasado 9 de enero, Podemos también aparece como primera fuerza electoral en estimación de voto (sobre voto válido y con un modelo de evaluación distinto del aplicado por Metroscopia) con un 27,5%, seguido del PP con un 24,6% y del PSOE con un 19%, limitando el avance de Ciudadanos hasta un 5% (frente al 8,1% que le asigna Metroscopia), lo que podría justificar que el PP aún se mantenga en segunda posición.
Según argumenta MyWord, Podemos arrancaría con mucha fuerza en unas hipotéticas elecciones generales, alimentando su voto de fuentes variadas, entre ellas la del ‘voto huérfano’, correspondiente a quienes dicen que antes habían votado blanco, nulo, no votaron o aseguran no recordar por quién lo hicieron. Un 36% de estos votantes no fidelizados por otras fuerzas políticas asegura ahora que su opción es Podemos.
A esa fuente de votos hay que añadir que tanto el PP como el PSOE apenas retendrían a un 40% de sus antiguos votantes. De hecho, en este sondeo un 36% de los electores que hasta ahora votaban socialismo prefieren la opción de Podemos, al mismo tiempo que un 10% de antiguos votantes del PP también respaldaría en estos momentos a la opción liderada por Pablo Iglesia.
El de Podemos es, pues, un voto transversal de muy distinto origen; pero parece claro que sobre todo proviene de quienes se siente más perjudicados por la crisis. Así, si entre aquellos que declaran haberse empobrecido durante estos años un 28% asegura que hoy votaría a Podemos, esa cifra se reduce en 5 puntos (hasta un 23%), entre los que no han visto variar su nivel de vida.
Además, Pablo Iglesias es el preferido entre los encuestados para ocupar la Presidencia del Gobierno en todas las hipótesis planteadas por la encuesta de MyWord, tanto si tuviera que gobernar en la situación actual como si debiera hacerlo en una España que volviera a entrar en recesión o que incluso creciese tanto como en el pasado. El 44% de los españoles cree que Pablo Iglesias sería el mejor presidente para España en los próximos cuatro años, siguiéndole Pedro Sánchez con un 32% de respaldo (12 puntos menos) y, en último lugar, Mariano Rajoy, quien sólo recibe el apoyo del 23% de los encuestados; aunque en un contexto de mayor crisis económica las preferencias de Iglesias sobre Pedro Sánchez se agrandarían en cuatro puntos y en el de menor crisis se reducirían en seis puntos.
Otro dato derivado de esta encuesta es que Podemos no infunde ningún temor generalizado. Por un lado, un 90% de sus votantes recibiría una victoria electoral con alegría y esperanza y ninguno se arrepentiría de su decisión. Y, por otro, un 40% de sus detractores sentiría curiosidad por ver cómo gobierna, pero no siente ningún miedo ante esa posibilidad.
Los que manifiestan más temor ante la hipotética victoria de Podemos son, obviamente, los votantes del PP: el 67% así lo afirma, frente a un 21% de los electores del PSOE. Además, hay un 11% de electores que, a pesar de dar su voto a Podemos, mantendrían cierta intranquilidad ante los cambios que esa situación pudiera acarrear. También se registra un 14% de votantes de Podemos en las pasadas elecciones europeas que ahora manifiestan algún temor a que esta misma formación se alzase con la victoria en las próximas elecciones generales…
Lo que hay que tener presente es que, antes de esas elecciones legislativas, han de celebrarse unas municipales y autonómicas, con resultados que van a ir moldeando o acondicionando el clima político y la sensibilidad electoral de la sociedad, con lo que el avance de Podemos se puede ir consumando de forma tranquila y progresiva. Sin que tampoco quepan discusiones sobre la pésima valoración social que hoy merecen tanto el PP como el PSOE, junto con el modelo político que ambos representan.
El bipartidismo PP-PSOE está saltando por los aires gracias a su hermanamiento en la austeridad económica y la corrupción política, siendo muy difícil pensar en una nueva continuidad o alternancia en el poder de cualquiera de los dos partidos. Máxime si uno y otro siguen anclados en una dialéctica fuera del nuevo contexto social, marcado por la explosión de las clases medias, el crecimiento de las desigualdades, la ruptura generacional…
PP y PSOE, al igual que otros partidos convencionales, interpretan su papel en clave antigua, pensando en una sociedad que ya no existe. Se ciñen a recuerdos y actitudes electorales desfasadas y, por ello, toman decisiones erróneas, como reivindicar a ultranza el sistema establecido y fomentar la campaña del miedo, pensando que eso les permitirá salvarse del naufragio.
Y esa es una memoria de la historia reciente que les confunde, porque la crisis ha conformado una sociedad distinta de forma acelerada, en la que sus clases medias son hoy extremadamente desiguales y con un débil muro de contención entre ricos y pobres; es decir, con lo que Antonio Machado definió como ‘el macizo de la raza’ en los versos de ‘El mañana efímero’, resquebrajado (Dionisio Ridruejo daría después a la expresión un sentido político como el núcleo esencial del sistema social). La pena es que se carezca de capacidad de análisis para reconocerlo.
Luis García Tojar y Antón R. Castromil, profesores de Sociología y Opinión Pública de la Universidad Complutense, reconocen el fenómeno de Podemos como el suceso político más interesante desde la Transición y sostienen la necesidad de que los partidos respondan al desafío que supone contar con ese nuevo jugador en el tablero político. Y así lo exponen en el siguiente artículo publicado en El País (12/01/2015):
Las cuatro crisis de Podemos
Un fantasma recorre España: el fantasma de Podemos. Desde las elecciones europeas de la primavera pasada, el sistema político español está estresado por la amenaza de un objeto político no identificado que promete una transformación radical del orden constitucional surgido de la Transición. Partidos, instituciones representativas y medios de comunicación han de responder al desafío de un nuevo jugador cuyo perfil no se adapta del todo a lo que estábamos acostumbrados a ver.
Pero, ¿qué es Podemos? Por ahora esta pregunta sólo se puede contestar de manera provisional. Aquí avanzaremos una respuesta alrededor de cuatro elementos que manifiestan los efectos de una crisis económica y al menos tres crisis políticas diferentes: de líderes, de discursos y de partidos.
1. Podemos es un movimiento social. Por lo que sabemos, la mayoría del electorado de Podemos se nutre de dos fuentes: votantes frustrados con el PSOE y el PP, por un lado, y abstencionistas tradicionales movilizados por los efectos de la crisis económica en la que nos hallamos inmersos.
Empecemos por los votantes. La segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero en el poder (2008-2011) se parece mucho a una fruta cortada de cuajo por la mitad. El problema es que una parte se antoja una naranja y la otra un limón. La naranja: Zapatero mantuvo durante meses su intención de gestionar la crisis sorteando la penalización a las clases medias y trabajadoras que se sugería desde Bruselas. El limón: la presión política y mediática llegó a ser tan fuerte que el expresidente terminó por dar su brazo a torcer. La consecuencia: la “salida social de la crisis”, principal encuadre del PSOE, terminó hecha añicos encima de la mesa de una socialdemocracia en descrédito. El PPSOE, tan coreado en las calles del 15M, estaba tomando carta de naturaleza.
En este sentido, las elecciones de 2011 pueden entenderse como un “puestos a recortar, que recorten los que saben”, en clara referencia al PP. Rubalcaba recibía una herencia envenenada: un socialismo sin argumentos y con el principal de sus encuadres inoperante. La crítica a la política del recorte resultaba ya imposible y, con ello, su capacidad de maniobra. Y aquí entra Podemos. Los ideólogos de la nueva formación no tuvieron más que dejar pasar el tiempo y conectar con el descontento callejero. El verdadero logro de la nueva formación tiene mucho más que ver con la comunicación del descontento que subyace al PPSOE que en su propia creación. Gran parte de lo que surge a partir del 15M y las distintas mareas reivindicativas (educación, sanidad, vivienda…) se vuelve tangible mediante la marca Podemos.
En su momento fundacional, enero de 2014, corre ya por España un poderoso movimiento social de rechazo al ‘sistema’ donde confluyen estos dos grupos frustrados, los viejos votantes del PPSOE y las nuevas víctimas del precariado y el desempleo masivos. Podemos ha convertido en círculos esas mareas: las ha fijado a objetivos políticos sin dejar de mantenerlas en movimiento, por lo menos hasta ahora, lo que le proporciona una fuente de energía política -carisma genuino, manufacturable en forma de liderazgo pseudocarismático- de la que los grandes partidos carecen.
2. Podemos es una nueva elite política. Con Podemos entra en juego un grupo de intelectuales de izquierda, universitarios, con conocimientos y experiencia en el campo de la comunicación política (especialmente en América Latina). Desde 2008, a partir del éxito de un programa de televisión local, esta élite va entrando en la arena del poder y acuerda con las pequeñas formaciones que pugnaban por representar a los indignados la creación de una supermarca electoral de cara a las europeas de mayo. Pablo Iglesias es la cara principal del grupo, sin cuyo saber-hacer el voto de la frustración se habría perdido entre logotipos.
3. Podemos es una nueva retórica política. ¿En qué consiste este saber-hacer? La élite de Podemos es antes que otra cosa una élite mediática, más concretamente televisiva. Tras curtirse en el formato de tertulia política ‘hooligan’ de las cadenas digitales, en 2013 los responsables de Producciones CMI (Con Mano Izquierda) dan el salto a las cadenas generalistas de televisión y se convierten en “estrellas” de programas como ‘Las mañanas de Cuatro’ y ‘La sexta noche’, que han popularizado una nueva manera de hablar y por tanto hacer política, desde el partisanismo y la confrontación en lugar del debate en busca de consenso. Podemos es, también, un ejemplo de colonización del campo político por parte del campo mediático, proceso detectado por el sociólogo Pierre Bourdieu (‘Sur la télévision’, 1996) y sobre cuyas consecuencias aún no se ha reflexionado lo suficiente.
Desde el punto de vista retórico, la gran victoria de esta formación ha sido la imposición de la metáfora de ‘la casta’, con la que movimiento y partido se dotan de objetivo además de cambiar el marco político tradicional (izquierda-derecha), que dividía al electorado en dos mitades más o menos iguales y legítimas, por otro que sitúa a todo ‘el pueblo’ frente a un enemigo común: banqueros, especuladores, troika y PPSOE. Es por eso que, para desconcierto de algunos, Podemos pide el voto por la izquierda y la derecha y sin duda es, desde el punto de vista técnico, un partido populista, neopopulista o simplemente ‘pop’ en el término acuñado por Gianpietro Mazzoleni y Anna Sfardini (‘Politica pop’, 2009). Aunque mejor es invertir el argumento: la televisión ha convertido la política en política pop y Podemos es el primer actor que en España se ha adaptado al nuevo juego.
4. Podemos es el resultado de un sistema político agotado. El éxito de Podemos es también el fracaso del modelo de bipartidismo imperfecto heredado de la Transición. Aunque existen excepciones, los partidos centrales de nuestro arco parlamentario vienen actuando desde hace tiempo más como defensores de privilegios -propios y ajenos- que como paladines del bien común. En tiempo de bonanza no supieron enfriar la euforia, ni emplear la riqueza nueva en medios de producción ligados a la innovación, y en la escasez no han sabido explicar a una población adulta por qué y para qué es necesario tanto sufrimiento. En definitiva, es difícil esquivar la conclusión de que nuestra democracia necesita una reactivación. Y el partido de Pablo Iglesias gusta porque se ofrece para llevarla a cabo.
Podemos es el suceso político más interesante ocurrido en España en los últimos 30 años. Su futuro electoral es incierto y más aún lo son las consecuencias que tendrá su emergencia sobre nuestro orden político. En clave interna, la apuesta fundamental es el mantenimiento del matrimonio, mal avenido también, entre movimiento social y partido político. Este objetivo depende por completo de la alquimia entre televisión e Internet, territorios respectivos de la élite y los círculos. Mientras pueda presentarse como ambas cosas, la nueva formación tendrá una ventaja estratégica decisiva: nunca será del todo ‘casta’. En clave externa, los demás partidos pueden temblar, si quieren, o esforzarse en entender que con Podemos (e incluso a pesar de Podemos, eso ya se verá) alcanza la mayoría de edad una ciudadanía más culta y politizada, capaz de conectar problemas personales y contradicciones colectivas. Un ciudadano que no ha existido nunca en la historia de España pide la palabra frente a una estructura de poder cada vez más cerrada y opaca. Se va definiendo así, más claramente, la cuestión social del siglo XXI.
Lo inapelable es que 2015 va a ser el año de la ‘verdad electoral’ y también el de la ‘verdad política’, y posiblemente el ‘año del cambio’ en la forma de entender y ejercer la política. Un año en el que PP y PSOE –con el sistema bipartidista que ambos partidos representan- podrán comprender este proverbio árabe: “No desprecies a un rival por pequeño que sea; el mosquito puede dañar los ojos del león”.
Quedemos, pues, atentos, a los resultados de las elecciones griegas del próximo domingo (25 de enero) y, sobre todo, a su incidencia en el impulso a Podemos, con la consiguiente reacción estratégica precipitada que -en su caso- puedan tener los hasta ahora partidos mayoritarios. Después vendrán nuestras elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo y las legislativas de Portugal en octubre, en las que podremos comprobar si las señales de aviso para navegantes de las elecciones europeas del 25-M eran o no eran correctas. Aunque ya se sabe que la clase política española está poco acostumbrada a una cosa extremadamente sencilla: comprender la realidad -la propia y la ajena- tal y como es.
De momento, en Atenas hemos visto a Mariano Rajoy apoyando a Nueva Democracia (Andonis Samarás) y combatiendo a Syriza (Alexis Tsipras), que es algo tan torpe como medirse de forma anticipada y ‘a cara de perro’ con Podemos y su novel dirigente (Pablo Iglesias). Aparte del riesgo político que conlleva para el presidente del Gobierno apoyar de forma ostentosa a un posible perdedor, lo que se entiende malamente es que en un papel tan comprometido afirme a los cuatro vientos que “prometer lo imposible genera frustración”, en referencia a Syriza: una desvergüenza de tamaño colosal si recordamos las muchas promesas electorales que han sido absolutamente incumplidas por el propio Rajoy.
¿Es esta presencia activa del PP en las elecciones griegas otra idea genial del gurú Pedro Arriola…? ¿Una muestra más de la disciplinada colaboración de Rajoy con la señora Merkel…? ¿Un osado intento de capitalizar el posible tropiezo electoral de Syriza…? ¿Se retratará también Rajoy junto a Andonis Samarás si le gana la partida Alexis Tsipras…?
Quizás sólo estemos ante un reflejo pánico del PP frente a Podemos con los papeles perdidos, que sería lo peor de todo. El próximo domingo veremos si nuestras consideraciones previas son o no son correctas.
Fernando J. Muniesa