La autoridad eclesial define la Cuaresma como el tiempo litúrgico de conversión, preparatorio para vivir en plenitud a la gran fiesta de la Pascua de Resurrección, también denominada ‘Domingo de Gloria’. Es el momento apropiado para que fluya el arrepentimiento de los pecados y de cambiar comportamientos, tratando de ser mejores y de vivir más cerca la verdad de Cristo, con la esperanza de poder compartir con él la vida eterna.
La Cuaresma (que abarca los cuarenta días entre el miércoles de Ceniza y la sagrada cena del Jueves Santo) es el tiempo de reflexión, de penitencia y de conversión espiritual en el que la Iglesia nos invita a seguir el camino de Jesucristo, escuchando la palabra de Dios. En esos días, la liturgia impone el color morado que significa luto y penitencia.
Es una invitación a cambiar de vida y a desarrollar una actitud cristiana en busca del perdón y la reconciliación fraterna, reflejada en la Cruz y en el sacrificio de Jesús, que se debe traducir en soportar con alegría nuestras propias penurias y en fomentar el entendimiento, la paz terrenal y la tranquilidad de espíritu…
Traducido al mundanal ruido de la política, la Cuaresma sería el periodo del ajuste de resultados en la acción de gobierno, de comprobar el ‘debe’ y el ‘haber’ de los tiempos en el ejercicio del poder, con los saldos deudores o acreedores resultantes, tratando de presentar un balance que abra la puerta a otro mandato electoral, garantía de la Gloria terrenal. Si el importe del debe es mayor que el del haber, habrá saldo deudor y catástrofe asegurada; y si el importe del haber es mayor que el del debe, el saldo será acreedor, evitando el naufragio y pudiendo seguir entonces en el puente de mando político.
Y en esas estamos justamente en estos momentos, que son antesala de las próximas elecciones municipales y autonómicas (del 24 de mayo) y de las subsiguientes catalanas y generales a consumar antes de concluir el año. Con las anotaciones previas de los latigazos ya recibidos por el PP en los últimos comicios europeos y andaluces, iniciando su particular camino del Calvario electoral.
Que en Europa y en Andalucía el descalabro del PP ha sido colosal y que las dos experiencias marcan una tendencia de caída irreversible en el futuro inmediato, no lo puede discutir ningún analista político sensato (los que mienten pagados por el poder son otra cosa).
De hecho, ahí quedan las declaraciones del ministro García-Margallo, reconociendo inmediatamente que los resultados cosechados por el PP en las elecciones andaluzas del 22-M han sido “mucho peor, infinitamente peor del que se podía esperar”, concluyendo: “No hay motivo para la alegría”. Un recelo al que hay que unir el de las baronías territoriales, que desde hace tiempo se vienen oliendo la tostada del desastre electoral, exigiendo actuaciones que no llegan para relanzar la imagen del PP de cara a las elecciones inmediatas del 24 de mayo: las de Esperanza Aguirre, Alberto Fabra, José Antonio Monago, Alicia Sánchez-Camacho, Alberto Núñez Feijóo…
El PP se sigue hundiendo electoralmente muy por debajo de sus peores previsiones, aunque pocos de sus dirigentes se atrevan a reconocerlo en público (y tampoco a cantarle las cuarenta al ‘Dedo Divino’ del que depende su vida política). Ahora verdaderamente asustados, porque para capitalizar todos sus errores (muchos y algunos ya sin posible rectificación) acaba de consolidarse un partido de relevo, una ‘fuerza tranquila’ con planteamientos sensatos y con opciones para arrebatar al PP el espacio centrista sin agitar el gallinero: Ciudadanos.
Y ahí es donde más le duele al partido del Gobierno, comprendiendo ahora la huida silente del voto moderado que ha ido sufriendo prácticamente desde el inicio de la legislatura, y temiendo -claro está- que siga creciendo hasta arrinconarle como fuerza política de extrema derecha vinculada al neocapitalismo y a la ideología más cerril y ultramontana. El presidente del Banco de Sabadell (entidad que no forma parte de la ‘gran banca’), Josep Oliu, que no parece compartir algunas actitudes de la actual clase dirigente, vio venir el fenómeno cuando en junio de 2014 reclamó “una especie de Podemos de derechas”: pues ahí está.
Ahora, los votantes que dieron al PP la desaprovechada mayoría absoluta en noviembre de 2011, tienen una opción de voto alternativa, fresca, limpia y mucho más social, con la que enfrentar la prepotente soberbia de Mariano Rajoy y su corte de ramplones ‘marianitos’ y ‘marianitas’. Y eso sin contar con que en la otra orilla se esté armando una mayoría de izquierdas que por sí sola puede mandar a los populares al infierno de la oposición.
Esa es la realidad y así la ven muchos dirigentes municipales y autonómicos del PP, temerosos de su ocaso político inmediato y del quebranto que van a sufrir los equipos y las estructuras locales del partido, sabiendo que cuando se destruye algo en política (y ahora es mucho lo que se puede destruir), su reconstrucción es muy difícil, lenta y costosa.
Prueba de ello es el malestar que, sin ir más lejos, llevó a muchos barones populares a dejar plantado a Rajoy en la reunión ejecutiva del lunes post morten de Andalucía, convocada en la sede central del partido: ausencias que hablan por sí solas.
Queda por ver, más pronto o más tarde, cómo las ratas del partido huyen de la quema, al igual que sucedió con el hundimiento de la UCD y sucederá con el de UPyD. Porque eso es ley de vida política.
Pero ¿qué nota están tomando Rajoy y su gurú Arriola de este progresivo fenómeno de auto destrucción política…? ¿Acaso escuchan los clamorosos trompetazos que anuncian el derrumbe electoral y el cambio de modelo político reclamado por el cuerpo electoral, al igual que se anunció la caída de los muros de Jericó ante las tribus de Israel…?. Dudamos que entiendan de verdad lo que está pasando, porque, de entenderlo, sus decisiones y actuaciones políticas serían muy distintas.
Ahora, lo único que han concluido esta pareja de suicidas políticos es que ha habido “un cambio significado en la correlación de fuerzas” y que el voto del PP se ha ido a Ciudadanos o a la abstención, para lo que no hace falta ser registrador de la propiedad ni politólogo; aunque tendrían que explicar por qué razón han perdido entonces el tiempo fajándose en una campaña furibunda contra Podemos. Y también reconocer la torpeza de etiquetar a Ciudadanos como formación catalanista y de centro-izquierda, dejándola libre de marca para que en Andalucía les levantara la tartera electoral del centro-centro (‘agudezas del profesor Bacterio Arriola’, que diría Federico Jiménez Losantos).
La contumaz irresponsabilidad de Mariano Rajoy
Pero tras la debacle de los comicios andaluces, en los que, como sucedió en los europeos, el PP no ha llegado a alcanzar el 27% de los votos -frente al 44,62% que logró en las elecciones generales de 2011-, en Moncloa siguen sin ver ningún peligro en su horizonte electoral (eso es lo que dicen), señalando que esos resultados no son extrapolables al ámbito municipal y autonómico ni a la renovación del Legislativo, y que, por tanto, el Gobierno no alterará su hoja de ruta. Ahí es nada.
Olvidan, como hemos advertido en otras ocasiones, el valor tendencial de las encuestas ‘barométricas’ y, sobre todo, la importancia real del cambio de modelo político que reclama el electorado. Razón por la que, al contrario de lo que sucede en un sistema estabilizado, la extrapolación de los resultados en ámbitos electorales distintos es más que razonable.
A última hora, Rajoy ha prometido, con la boca pequeña y ya sin la menor credibilidad, las reformas y la acción política que como un jugador de póker resabiado se había guardado celosamente en la bocamanga. Su exceso de confianza, confundido con una gran torpeza política acompañada de un desprecio abrasador de la voluntad popular, le ha hecho perder la partida de forma estrepitosa.
Rajoy calibra mal sus objetivos, y peor todavía sus estrategias y tácticas para alcanzarlos. Y piensa que aguantar el calvario de ir perdiendo algunas posiciones electorales y su devoción por Santa Rita de Casia, patrona de los imposibles y abogada de los casos desesperados, le va a permitir concluir la legislatura en estado comatoso, pero con el hálito de vida suficiente para, cual ave Fénix, resurgir de sus cenizas y poder seguir gobernando junto a sus fieles ‘marianitos’ y ‘marianitas’
Así, el único reconocimiento del fallo electoral andaluz (y del europeo), es que el partido y el Gobierno deben insistir más en sus ideas, apoyados en el socorrido tópico de que deben explicarse mejor; cuando la verdad es que toda su actuación política está meridianamente clara para el conjunto de la sociedad española. Ver para creer, mientras Rajoy pide a los suyos “ponerse más las pilas”.
Ahora, el sabio Arriola les ha contado el cuento de que el varapalo electoral del pasado 22 de marzo (el europeo ya se les ha olvidado), se va a quedar en Andalucía bailando por peteneras. Y les ha convencido de que ese es un territorio ‘pajolero’, con un microclima político especial, muy volátil, que ha permitido que los votos que podían haber ido a UPyD terminaran recalando en Ciudadanos, y que lo que en materia de corrupción allí se le perdona al PSOE, al PP no... Pues que bien.
Claro está que cuando en 2012 ese mismo PP llegó a ser el partido más votado en Andalucía, obteniendo 50 escaños frente a los 47 del PSOE, las ‘arriolinas’ fueron muy distintas. Entonces los andaluces tenían las ideas bien claras, cortaban un pelo en el aire y a nadie se pudo chorrear por votar a UPyD o al Partido Andalucista, que se quedaron in albis.
Es posible que el PP termine siendo el partido más votado en muchos municipios y autonomías, e incluso más tarde en las elecciones legislativas. Pero está claro que no gobernará sin obtener mayorías absolutas, porque la historia ha demostrado que -prepotentes a más no poder- repele a todas las demás fuerzas políticas y que las que en algún momento han tenido la debilidad de pactar con los populares, pasaron de forma inmediata a mejor vida, descoyuntadas por el ‘abrazo del oso’.
Ahora, el ‘marianismo’ más avispado (con Moreno Bonilla a la cabeza, quien después de quedarse para bailar santos en vez de sevillanas anda haciendo méritos de continuidad en vez de hacer las maletas de la política), pretende que los demás partidos le hagan el regalo de que, a partir de ahora, en todas partes gobierne el partido más votado. Y ello después de tratar a patadas a toda la oposición y pasarla por el rodillo parlamentario durante toda la legislatura, con el ‘tasazo’, la ‘ley mordaza’, la implantación de la cadena perpetua, las reformas laboral y fiscal, los desahucios… Algo desde luego patético.
Por tanto, no parece que podamos llegar a ver al Lázaro resucitado en el que Rajoy espera convertirse al final de la legislatura. Y menos todavía que, tras su cantada crucifixión y muerte política, se aparezca redivivo a sus discípulos antes de ascender a los cielos para gozar de vida eterna.
Es sabido que perder o ganar las elecciones es tarea propia y exclusiva del Gobierno, al menos en España. Y que nunca hay mejor representación de un gobierno que la de su presidente. Mariano Rajoy ha ido -y sigue yendo- a por todas, y con todas sus consecuencias.
Desde su indelegable posición de poder como presidente del Gobierno y ‘Dedo Divino’ del PP, Rajoy será el exclusivo responsable de perder o ganar las elecciones, y de arrastrar o no de nuevo a su partido al desesperante papel de oposición (claro está que acompañado de todas sus ‘alfombrillas’). En esa batalla, el arma definitiva no es otra que la confianza del electorado en el liderazgo político, apoyada en su credibilidad, hoy por hoy totalmente perdida por Rajoy. Su resurrección es, pues, menos plausible que su muerte y putrefacción política.
Fernando J. Muniesa