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NÚMERO 169. Manuela-Tierno Galván-Carmena

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
domingo 07 de junio de 2015, 14:41h

“Cuando murió Franco el desconcierto fue grande: no había costumbre”. Esta mordaz e irrefutable referencia histórica de Julio Cerón, refleja con cierta adecuación lo que le ha pasado al PP en Madrid a cuento de las elecciones municipales.

Desde 1991, y casi durante un cuarto de siglo, el PP ha gobernado el ayuntamiento capitalino con José María Álvarez del Manzano hasta el 2003 (los suyos le llamaban ‘alcalde Mantequilla’), con el súper-sobrado Alberto Ruiz-Gallardón hasta el 2011 y con Ana Botella (creadora del inefable A relaxing cup of café con leche in la Plaza Mayor”) hasta el 2015. Y se había acostumbrado.

Lo de Tierno Galván, que falleció en 1983 con las botas de regidor puestas, quedaba lejos. Y la interinidad de Juan Barranco, seguida de una legislatura frustrada por la moción de censura con la que Rodríguez Sahagún -que a la postre fue un buen alcalde- le apeó de la poltrona, también.

Para el PP, Madrid era un baluarte electoral y un emblema político blindado a cal y canto por sucesivas mayorías absolutas, logradas básicamente por las deficiencias palmarias de la competencia. Era impensable que esa plaza (‘la Deseada’) pudiera perderse electoralmente mientras el PSOE siguiera presentando candidatos, uno tras otro, de tercera división; con el beneficio añadido de que, generosa como una buena madre, Madrid apuntalara siempre con sus votos el Gobierno autonómico.

Pero tanta confianza llevó al Dedo Divino de Rajoy a sentar en el trono de la Villa y Corte a Ana Botella, como hizo Napoleón tras el levantamiento del dos de mayo, entregando a su hermano ‘Pepe Botella’ el trono de España ‘porque sí’ (José I Bonaparte). Pensando ambos, el gallego y el corso, que la finca España era suya y que, con ella, podían hacer de su capa un sayo…

No había costumbre de soltar la vara del mando municipal y, claro está, eso de que ahora la puedan manejar fuerzas ajenas sienta mal, muy mal. Sobre todo porque el pueblo madrileño es agradecido y quien le da un poco de cariño político puede coger postura en el cargo para años.

Vamos, que, así como el catedrático Tierno Galván se convirtió en el ‘viejo Profesor’ querido por sus convecinos, la juez emérita Manuela Carmena se puede convertir en otro ejemplo de buen regidor; en una Manuela-Tierno Galván-Carmena, sin desmerecer para nada sus propios méritos.

La  labor de Tierno Galván como alcalde de Madrid generó un amplísimo respaldo ciudadano en torno a su persona y a su actuación política, más allá de su filiación política, adquiriendo una fama que traspasó fronteras hasta llevarle a presidir la Federación Mundial de Ciudades Unidas. El ‘foro’ -que dicen los castizos madrileños- vivió en aquellos años un espectacular renacimiento de la vida cultural, artística y social, conocido como ‘movida madrileña’, tras el letargo padecido durante el franquismo, y llegando a identificarse con la propia persona del ‘viejo Profesor’, inventor de un populismo particular que conectaba con un amplio espectro ciudadano en todas las edades del macizo social.

Desde la desaparición del ‘viejo Profesor’, hace más de treinta años, ni el PSOE ni el PP han sabido ni querido seguir por esa vía de entendimiento entre el pueblo madrileño y su regidor/a municipal, imponiendo candidatos muy alejados de su perfil carismático. No han comprendido que Madrid es, políticamente, un punto y aparte, muy distante de lo que los madrileños pueden entender conveniente para el mejor gobierno del país o la región.


Manuela-Tierno Galván-Carmena tiene la difícil virtud de ‘comunicarse’ con el pueblo de forma sencilla y natural, con pocas pero sensatas palabras, y dejándose ver en los medios de transporte públicos, de los que no piensa prescindir cuando sea alcaldesa (ni de su bicicleta cuando se reponga de la tendinitis que padece actualmente). De momento, para meterse en el bote a los madrileños la ha bastado entender, de verdad, lo de la política social; o visitar humildemente a los prebostes de la banca para, al menos, intentar paliar el drama de los desahucios.

O hacerse la foto desayunando en su casa con José Mujica, ex presidente de Uruguay, y su mujer, la antigua tupamara uruguaya y actual senadora Lucía Topolansky, para trasladar una imagen de proximidad a la política de reivindicación social que representan estos personajes, verdaderamente respetados y apreciados en su país a cualquier nivel social (y también en otros).

La juez progresista ‘comunica’ casi sin abrir la boca, avanzando además su previsible intención de apoyarse en los hechos más que en la devaluada política parlanchina. Sabe lo que se trae entre manos, demostrando que las mentiras y barbaridades políticas lanzadas contra su persona (no ser juez de oposición, ser amiga de los etarras, representar a la extrema izquierda e incluso al ISIS -el brutal Estado Islámico-, convertir el Club de Campo en una granja agrícola…), caen por su propio y espantoso peso.

Escribe Juan Cruz en  El País (02/06/2015), y escribe bien:

“(…) Carmena ha hecho de su biografía un currículum de persona normal: ha escrito artículos y libros, ha hecho discursos y ha convencido a acólitos comunistas cuando esta palabra estaba proscrita; convenció a los delincuentes de que no era correcto delinquir, y lo hizo con la palabra, suavemente. (…) Carmena amansa las fieras amansando primero las palabras, y ese es un arte mayor de su vida y también de su campaña. En el epicentro de la polémica que tuvo con ella Esperanza Aguirre, ella se mantuvo incólume, como si oyera llover. Y en el epílogo de esa lucha volvió al estilo pedagógico e indiferente: cuando la presidenta del PP madrileño volvió a la carga para desposeerla de la dignidad de la alcaldía, Manuela Carmena puso la voz en su sitio para decir que su famosa oponente necesita a su lado alguien que la ayude.

En eso se parece a Tierno, en la manera tranquila de establecer su distancia entre el verbo ajeno y el verbo propio. Comunica y escucha; es raro imaginarla en una situación en la que alce la voz más allá de lo que se puede escuchar. Y se entretendrá (quizá como Tierno) hasta con las cosas que le importan un bledo. Es educada, en grado sumo. Por eso quienes no son sus votantes, pero conocen el Ayuntamiento, creen que se equivocan quienes creen que va a llegar y, antes de escuchar, va a decir cuatro frescas…


Manuela Carmena es suficientemente inteligente como para entender que un ayuntamiento es algo más que una empresa y que gestionarlo bien tiene mucho de interés general, antes que grupal, e incluso antes que ideológico. Y comprender que lo apreciado por el pueblo en el gobierno municipal no es la filiación política, sino la capacidad y la calidad humana de quienes lo dirigen, y su alejamiento de la etiqueta partidista en favor de la calidad de vida y el bienestar general de los ciudadanos.

No hace falta ser ninguno de los siete sabios de Grecia para entender lo fácil que es ser un buen alcalde o una buena alcaldesa. Se dice en apenas seis líneas.

Practicar a ultranza las cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza. Ser persona sencilla, trabajadora y honrada a carta cabal. Sentirse cerca de los ciudadanos, escucharles, gobernarles con transparencia y atenderles con igualdad de trato, sea cual fuere su condición o ideología. Rodearse de funcionarios probos y capaces y procurar una convivencia ciudadana basada en el bienestar general (económico, social y cultural)…

Sin necesidad de portar todo ese sencillo bagaje, casi medio centenar de alcaldes españoles, exactamente, 47 siguen al frente de sus respectivos ayuntamientos desde que ganaron las primeras elecciones democráticas en 1979. Casi todos con holgadas mayorías absolutas, y algunos habiendo sido previamente alcaldes franquistas por designación.

No será tan difícil. Para eso vale hasta una juez emérita.

Parafraseando a Cerón, el próximo 13 de junio, fecha reglamentada para la constitución de los ayuntamientos tras las elecciones del 24-M, también se podrá decir que cuando el PP perdió la Alcaldía de Madrid el desconcierto fue grande: no había costumbre. Así es la historia.

Fernando J. Muniesa