Apenas sin reponerse de la bronca que le montó el respetable en la feria municipal y autonómica del 24-M (algo como lo del desastre de ‘Cagancho’ en Almagro), Mariano Rajoy ha pedido plaza para repetir suerte electoral en la Feria de Otoño, batiéndose el cobre con la nueva torería para no perder pie en el escalafón taurino durante la próxima temporada.
En los medios políticos que entienden de la fiesta nacional, es decir de la España cañí y del ‘pan y toros’, se asegura que Mariano Rajoy, conocido en ellos como ‘Don Tancredo’, ha tenido un voluntarios arranque de vergüenza torera y hecho suyo eso del “¡dejarme solo!” en la última corrida de la temporada: la de ‘limpieza de corrales’ y apertura de nueva legislatura. Un espectáculo anunciado para después del veranillo de San Miguel y una vez cumplido el festival plebiscitario de Cataluña, que ya veremos cómo queda.
Espoleado por los revolcones sufridos durante toda la temporada electoral, y sabiendo del resabio soberanista, que en la ‘feria del membrillo’ catalana (así se conoce también la de San Miguel) le puede dar otro disgusto de tres avisos y devolución del toro en suerte a los corrales, vivito y coleando, ‘Don Tancredo’ ha tenido a bien destapar su particular tarro de las esencias políticas y anunciar a la afición algunas triquiñuelas nuevas en su gastado entendimiento del noble arte de ‘Cúchares’. De poco fuste y sin cumplir las expectativas del momento electoral.
En otras palabras, de repente ha parecido que, por fin, ‘Don Tancredo’ iba a desprenderse del impoluto traje de escayola con el que ejerce su toreo inmovilista, que en el fondo es la negación del toreo; que iba a vestirse de luces como mandan los cánones del toreo, olvidarse del ventajista mano a mano PP-PSOE practicado en las corridas de antaño y exhibir, de una vez por todas, su torería con una cuadrilla de empaque y tronío y en una corrida concurso de ganaderías abierta a los más afamados hierros bravos.
Y, si fuera menester, toreando a plaza partida, compitiendo cerca de la sombra con ‘Riverita’ y cerca del sol con otros dos noveles: Pedro Sánchez, torero de corte campero aún sin cuajar, y el más pinturero Pablo Iglesias ‘El Coleta’. O con Susana ‘La Felipona’, entronada recientemente como máxima figura de la siempre notable torería andaluza.
Se ha llegado a afirmar, incluso, que ‘Don Tancredo’, que en ello se juega la ruina de sus menguantes seguidores refugiados en los tendidos bajos de la sombra política (el Ibex taurino), tiene avisados a los ayudas de callejón, gobernados por ‘Moraguitas’, para que anden listos con el hule de la enfermería. Porque en la tarde de marras o sale por la puerta grande de la catedral del toreo y del templo parlamentario, o se va para dentro con los pies mirando al patio de las malvas, con la femoral ‘partía’ y con el paquete intestinal hecho colgajos…
Sin embargo, todo puede quedar en agua de borrajas y en puro toreo de salón. Porque la querencia es la querencia y los mansos de la política gustan, ya se sabe, de refugiarse en tablas y buscar la puerta de los chiqueros, antes que arrancarse a los caballos del castigo en largo y por derecho.
Claro está que en tamaño desafío ‘Don Tancredo’ requeriría cuadrilla nueva: peones de confianza curtidos en mil ferias de renombre y con toros de todas las pintas y hechuras, banderilleros que -sin perder la compostura- sepan sortear los pitones que buscan sus pechos y dejar, airosos, los garapullos en lo alto del morlaco, picadores con brazo de acero, monosabios de vara presta para azuzar las monturas…
Porque estaba visto y comprobado que la colección de marianitos-toreros con la que se ha ayudado en las escasas lidias apeadas del inmovilismo con el que relevó al maestro ‘Zapatero’, a base de quites sin ton ni son, trasteos y recortes insulsos, adornos y revoleras sin gracia y golletazos atravesados, no da para la corrida monumental de fin de temporada que se avecina.
Pero, aun así, parece que ‘Don Tancredo’, que es muy suyo y gusta de ver la fiesta nacional acomodado en la barrera o en asientos de balconcillo antes que de pisar el albero y buscar al astado a pie de boca de riego, ha negociado el traspaso en diferido sólo de ‘Florianito’ y ‘Bombita II’ (el grisáceo González Pons), que ya estaban pasados de forma en la suerte de enervar a la afición, para incorporar a la faena sabia nueva, subalternos formados en la escuela taurina de las juventudes populares, poco placeados pero con buenas formas al menos en el toreo del carretón. Dejando como apoderado general en la sombra a Javier Arenas ‘El Filigranas’ y de mayoralas en la finca del partido a Dolores ‘La Mancheguita’, y a ‘Sorayita’ de ‘vicepresidenta para todo’ en la del gobierno, que, erre que erre, es lo suyo.
Y ello aunque la Feria de Otoño se antoje de grandes vuelos, sin que vayan a faltar el desfile de calesas, despeje de plaza con alabarderos reales, mujerío de rompe y rasga tocado de peineta y mantilla, galanes de los de clavelón en la solapa, mulillas enjaezadas, costaleros de pago, bullanga, pelamanillas voceando eso de ‘la que se va a armar’…
Con cinqueños en el ruedo a punto de romana, de los que se encampanan con el vuelo de una mosca y barbean al hilo de las tablas enseñando el ‘aquí estoy’ en las afiladas puntas de su cornamenta; derribos de cuanto caballo y caballero se ponga a tiro; faenas para los anales de la historia; arte y valor a raudales y estocadas en todo lo alto hasta enterrar la bola… Lo nunca visto desde la Transición, la que acabó con la vieja tauromaquia franquista para inaugurar el nuevo toreo participativo que tanto reclaman los tendidos de sol y repudian los de la sombra…
Lo malo es que ‘Don Tancredo’ tiene un sentido muy suyo del tiempo y de las formas, en lo político y en lo taurino. A su renqueante sentido de la oportunidad, hay que añadir su desinterés por cuajar una faena a tiempo, como espera la afición, de manera que, conjugando ambos factores, lo que cosecha son fracasos y descalabros manifiestos.
Esa mala interpretación del ritmo y el compás, de la acción y la reacción en el quehacer de la realidad político-taurina, unida a su desmedida afición por el ‘tancredismo’, camuflando sus faenas en el inmovilismo o con hechos tardíos, ha llevado a Rajoy al mal lugar que ocupa en estos momentos en la valoración del pueblo soberano: puesto a merced del morlaco electoral, o embrocado en cuadrado sobre corto, como dicen los iniciados en el arte de la tauromaquia. Es decir, a punto de ser corneado a placer hasta por los cabestros y bueyes de tiro, que ya es decir.
Porque esa forma ‘marianita’ de pretender dominar el cotarro ad eternum, y combinarlo con la ingravidez política, choca con la realidad de que los acontecimientos tienen vida propia, soliendo presentarse además de forma imprevisible.
El problema de ‘Don Tancredo’ es que, a fuerza de no querer mover pieza en temas sustanciales, ni querer adelantar acontecimientos siquiera en el orden de lo más pedestre o cotidiano, estos terminan por desbordarle. Así, cada vez que se ve obligado a apearse del pedestal y poner pie en el ruedo a destiempo, la cogida es segura.
Y el fenómeno es tan implacable como reiterado. Lo mismo da que se trate de las candidaturas electorales (secuestradas de forma absurda hasta última hora), de la reforma fiscal, de la lucha contra la corrupción política, de las reformas institucionales, de los ceses ministeriales, de poner a ETA en su sitio, de independizar la justicia… Cuestiones políticas que, por no haberse tratado de verdad en el tiempo debido, al final hay que afrontar con el pitón en la ingle y en la puerta de la enfermería.
Así se llegó al fracaso de Arias Cañete en las pasadas elecciones europeas, a que Esperanza Aguirre haya tenido que malvender su título de lideresa, al cese tardío de la ministra Ana Mato, a la defenestración del ministro Alberto Ruiz-Gallardón, a envainar la reforma de la ‘ley del aborto’, a enmendar el ‘tasazo’ y el IVA cultural, a imponer la ‘ley mordaza’ y, dentro de poco, posiblemente a parchear de nuevo el Consejo de Ministros peor valorado de toda la historia del toreo democrático…
Y, en fin, a que los voceros demoscópicos anuncien el fin del sistema político bipartidista. O a que se haya tenido que montar el ‘tinglado del miedo’ para tratar de estigmatizar a Podemos ante su triunfo en las urnas o inventarse una marca blanca del PP (y rosa del PSOE), Ciudadanos, en una práctica ciertamente degradante de la democracia, aunque en el mundo de los toros sea muy difícil doblegar la voluntad popular, que es la que pone y quita a las figuras.
La cuestión de fondo y a destacar en estos momentos, no es otra que la última responsabilidad de ‘Don Tancredo’ por no haber sustanciado ningún tipo de regeneracionismo político (más allá de cualquier ‘reformita’ de andar por casa), traicionando, con su mala utilización del tiempo y su permanente ejercicio de inmovilismo político, a los 10.866.566 aficionados que pusieron en sus manos la vara de mando necesaria precisamente para acometer, sin excusas ni dilaciones, la revaluación de la fiesta nacional.
De hecho, la consolidación de las nuevas figuras, que quiérase o no simbolizan renovación y aire limpio, frente al agotamiento del sistema y a la resistencia numantina de los viejos maestros incapaces de comprender la realidad de la fiesta, los nuevos gustos y apetencias de la afición, que afora el espectáculo y paga el piso de plaza, el ganado y el crudo de la torería, tienen su mayor razón de ser justo en el ‘tancredismo’ político, que hoy tiene en Rajoy su mejor intérprete.
En consecuencia, en él se ha cebado la venganza electoral que, como toda venganza, nace entre otras cosas de la realidad ignorada. Y se seguirá cebando en las elecciones de la Feria de Otoño.
Tras el último batacazo electoral, ‘Don Tancredo ha hecho creer a algunos ingenuos aficionados que mostraba cierto arrepentimiento, reconociendo la necesidad del ‘cambio’. Pero todo ha quedado en una tardía y escasa presentación de cuatro caras nuevas y más amables en el entorno del PP (con poco tiempo para placearse), en un mero maquillaje de las formas sin el menor interés por resolver el problema de fondo.
Tras la evidencia de la muerte de ‘Don Tancredo’ en las urnas, por activa y por pasiva, el susodicho no ha tardado en hacer un quiebro a la gallega y reivindicar el ¡larga vida a ‘Don Tancredo’! Así de terco es el personaje.
Fernando J. Muniesa