El domingo 10 de noviembre de 2013, Alfredo Pérez Rubalcaba, secretario general del PSOE, clausuraba con un encendido discurso la Conferencia Política Socialista puesta en escena ese fin de semana en Madrid, tras casi nueve meses de arduo trabajo en busca de un reencuentro con el futuro electoral y político perdido desde la debacle del ‘zapaterismo’. Conferencia ‘de ideas’ con la que sus promotores pretendían nada menos que ‘Ganarse el Futuro’, según el título de la ponencia marco aprobada al respecto con 1.798 propuestas.
Pero ese mismo discurso conclusivo de Rubalcaba, a la postre puro fuego de artificios, también lo podría haber pronunciado sin mayor problema un redivivo príncipe de Lampedusa (Giuseppe Tomasi di Lampedusa, 1896-1957), autor de la novela histórica Il Gattopardo (publicada en 1958). Porque la fuente inspiradora del cónclave socialista de falsa ideación no ha sido otra que la teoría y praxis política finamente descrita en esa celebrada obra, conocida como ‘gatopardismo’, o adjetivada como lo ‘lampedusiano’, que ha pasado a definir el cinismo con el que los partidarios del Antiguo Régimen se amoldaron al inevitable triunfo de la revolución, para usarlo en su propio beneficio.
Esta forma de entender la acción política, ha quedado acuñada en una frase lapidaria: “Que todo cambie para que todo siga igual”. Y, a pesar de que se identifica plenamente con la descripción del escritor y aristócrata siciliano (el príncipe de Lampedusa también fue duque de Palma di Montechiaro), tienen un origen más remoto en la cita de Alphonse Karr (1808-1890) “Plus ça change, plus c’est la même chose” (Cuanto más cambie, es más de lo mismo), publicada en el número de enero de 1849 de su revista satírica ‘Les Guêpes’ (Las Avispas).
En Il Gattopardo, el personaje Tancredi Falconeri declara a su tío Fabrizio Corbera (príncipe de Salina) la reveladora contradicción: “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi”(Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie). Una frase que, en su contexto, simbolizaba la capacidad de los sicilianos para adaptarse a lo largo de la historia a los distintos gobernantes de la isla; pero también la intención de la aristocracia de aceptar la revolución unificadora para poder conservar su influencia y su poder.
Y así, desde la publicación de Il Gattopardo se suele llamar ‘gatopardista’ o ‘lampedusiano’ al político que pretende -como ahora ha hecho Rubalcaba- una transformación “revolucionaria” pero que, en realidad, tan sólo altera la parte superficial de las estructuras de poder, conservando sus elementos más esenciales. De hecho, la novela, llevada al cine de forma memorable por Luchino Visconti, muestra cómo la aristocracia absolutista del Reino de las Dos Sicilias es expulsada del poder político para instaurar la monarquía parlamentaria y liberal del Reino de Italia, pero sin que tal cosa implique transformar las estructuras ni el statu quo de poder existente: la burguesía leal a la Casa de Saboya, simplemente sustituye a los aristócratas como nueva élite que acapara para sí todo el poder político, recurriendo incluso al fraude electoral camuflado, claro está, con cierta apariencia democrática…
DEL ‘GATOPARDISMO’ AL ‘QUIEN RESISTE GANA’
Y, al parecer, bajo la sabia inspiración del príncipe de Lampedusa, lo que el actual y gastado ‘príncipe del PSOE’ -nadie hay en la política activa del país más démodé que Rubalcaba- ha buscado con la Conferencia Política Socialista, es agitar el partido pero para dejarlo más o menos como ya estaba justo en su peor momento. Algún escultor metafórico de conceptos políticos ‘lampedusianos’ un tanto iconoclasta, como el fallecido catedrático de Derecho Político Jesús Fueyo, que al inicio de la Transición percibió como nadie la perfecta continuidad del régimen franquista, podría haber definido también esta nueva burundanga del PSOE con un lapidario y acertado “fin del paganismo y principio de lo mismo”.
Porque, si analizamos la poca enjundia que subyace en el entretenido fin de semana conferenciante de los socialistas, lo que encontramos es agua de borrajas. Eso sí, vendida a la opinión pública como agua bendita envasada con aromas populistas, poco menos que como una versión socio-quijotesca del Concilio de Trento, destinada a conjurar las disidencias protestantes y reivindicar al PSOE como promotor exclusivo de la igualdad, la paridad, la laicidad, la radicalidad… y como máximo apoderado de la izquierda social, que es por donde se le han ido y se le siguen yendo los electores.
Pero es que, frente a ese empeño de reconversión y recuperación del poder socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, a quien no se le puede negar capacidad de trabajo, inteligencia y brillantez para la política más oscura, está limitado no sólo por carecer del carisma personal necesario, sino por identificarse con los peores momentos del ‘felipismo’. Después de nombrarle ministro de Educación y Ciencia en 1992, Felipe González le arrastró a comerse el marrón de los escándalos socialistas como ministro de la Presidencia y portavoz del Gobierno (1993-1996), con intervenciones muy penosas, por ejemplo, negando de forma reiterada cualquier relación del Ejecutivo con los GAL o bregando con la corrupción desatada en el Ministerio del Interior y con la eclosión de los casos Filesa, Malesa, Time-Export, AVE, etc…
Y, tras aquel duro crematorio socialista, Rubalcaba tampoco puede ocultar que su revival político, que le ha llevado a alcanzar altas cotas de poder después de haber sido ministro quemado con el presidente Gonzalez, se ha producido directamente de la mano del ínclito ZP. En 2004 fue nombrado portavoz del Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados y entre 2006 y 2010 ejerció como ministro del Interior, cargo que compatibilizó con el de vicepresidente primero y portavoz del Gobierno a partir del 2010, para terminar siendo el candidato socialista en las elecciones generales del 20-N y secretario general del PSOE en febrero de 2012.
Todavía más. Al ser el más activo y apreciado peón de confianza del entonces presidente Rodríguez Zapatero (más que María Teresa Fernández de la Vega o Pepiño Blanco), tampoco puede negar su total responsabilidad, directa y sustancial, en el desastre político y de partido del socialismo ‘zapateril’.
Está visto, pues, que a tenor de su historia personal, las cualidades de Rubalcaba -que tenerlas las tiene- son buenas sobre todo para mantener a raya o destruir al enemigo y para tareas de alta fontanería política próximas a las alcantarillas del poder (ahí quedan, por ejemplo, su manejo de la crisis de los atentados terroristas del 15-N, sus acuerdos secretos de ‘paz’ con las organizaciones etarras o el proceloso ‘caso Faisán’). Pero totalmente inútiles para perfeccionar o consolidar el proyecto socialista, y desde luego mucho menos para reanimar a personas o instituciones moribundas, salvo que se trate de él mismo.
Y, por tanto, si alguien esperaba que este afilado personaje, que con un leve suspiro es capaz de cortar un pelo en el aire, o de segarle la hierba bajo los pies al mismísimo coloso de Rodas, aclarara en esa suerte de cónclave tridentino su sucesión en el papado socialista, o que se fijaran unas primarias inmediatas al respecto, se ha equivocado de cabo a rabo. Y más aún si esperaba que simplemente se aprobara -como correspondía- una verdadera hoja de ruta ideológica, de pensamiento y de acción política, renovadora y realmente adecuada para afrontar la tremenda crisis interna del PSOE.
Alfredo Pérez Rubalcaba ha hecho lo que mejor sabe hacer. O sea, entretener al personal como un perfecto malabarista de la política, como un auténtico ‘tahúr del Mississippi’ que diría Alfonso Guerra, y ganar tiempo hasta consumar el próximo trile congresual en beneficio del actual aparato de poder socialista… con él al mando. Porque tiene conchas más que suficientes para dominar el faldicorto banquillo socialista y marcar los tiempos políticos del partido a su estricta conveniencia.
Rubalcaba es mucho Rubalcaba y por eso no ha tenido empacho en pasarse por la faja las encuestas que muestran la laminación electoral del PSOE (en su opinión el último sondeo del CIS es “cocina de cuartel”) y proclamar sin el menor sonrojo que está “fuerte” para presentarse a las primarias como candidato a la presidencia del Gobierno (TVE, 07/11/2013). Aunque siga en la astucia de no dar a conocer hasta el último instante su decisión final.
En la antesala de la Conferencia Política Socialista, Rubalcaba se plantó ante las cámaras de televisión y espetó a María Casado, la presentadora del programa ‘Los Desayunos de TVE’, cuando ésta le preguntó si se veía con fuerza para concurrir a las primarias: “¿Me ve flojito esta mañana?”. La contra-respuesta fue que no y el líder socialista zanjó la cuestión con un rotundo “Pues ya está: estoy fuerte”.
También explicó que el PSOE no sólo iba a hablar de sus primarias abiertas en la Conferencia Política, sino que lleva meses haciéndolo a través de la ponencia marco, pero subrayando que de lo que no hablaría es de fechas, aunque “algunos quieran” hacerlo. Rubalcaba señaló, no obstante, que el sistema “abierto” de las próximas primarias socialistas, finalmente aprobado en la conferencia, será “revolucionario” en España, ya que los ciudadanos que no militan en el PSOE van a poder votar para elegir al candidato del PSOE a la Moncloa, incluso con 16 años de edad y, por tanto, sin mayoría de edad legal (“Anda jaleo, jaleo…”, que diría García Lorca).
Mientras tanto, Rubalcaba deja que los enanitos del partido (Carme Chacón, Emiliano García Page, Patxi López, Eduardo Madina y el espectro viviente de Tomás Gómez), previsibles perdedores sin fuste ni vara, se vayan poniendo de perfil nada menos que como candidatos socialistas a la Presidencia del Gobierno y quemándose a fuego lento (¡pobrecitos!). Y alienta que se sigan presentando al frangollo de las primarias cuantos más candidatos mejor, rebajando del 10 al 5% los avales necesarios para ello: barra libre, pues, y que los perejilillos de ocasión surjan en abundancia, como las setas en primavera…
Claro está que, al mismo tiempo, el astutísimo Rubalcaba pacta discreta y razonablemente con quienes dentro del partido conservan algo más de fuste y vara: Susana Díaz (Andalucía), Javier Fernández (Asturias), Chimo Puig (Valencia), Pere Navarro (PSC)… Y, por supuesto, con la vieja guardia y con los inevitables referentes del partido: Felipe González, Zapatero, Rodríguez Ibarra, Bono (de quien se dice que podría encabezar el cartel electoral del PSOE al emblemático Ayuntamiento de Madrid).
Y conviene recordar que la Ejecutiva Federal del PSOE, en la que Rubalcaba ejerce de secretario general, fue elegida de forma reglamentaria en su XXXVIII Congreso Federal (órgano soberano del partido), celebrado en febrero de 2012, tras la apabullante derrota electoral del 20-N. Y también que el Congreso se reúne ordinariamente entre el tercer y el cuarto año siguientes a la celebración del ordinario anterior, y en edición extraordinaria cuando así lo convoquen el Comité Federal, la Comisión Ejecutiva Federal o lo soliciten la mitad más uno de los militantes, en atención a circunstancias especiales... Quiere ello decir que, de forma razonable, la actual directiva del partido continuará en sus funciones hasta las elecciones generales de 2015, controlando también en lo posible la elección del candidato socialista en principio prevista para julio de 2014…
De cualquier forma, el lema del actual secretario general de los socialistas no es otro que “Quien resiste, gana”: exactamente el mismo que Camilo José Cela proclamaba a menudo, identificándolo con la esencialidad de la vida española y, de forma retrospectiva, con el ‘gatopardismo’ y la vigencia de la política ‘lampedusiana’. De hecho, lo que suele suceder en España no es tanto que alguien gane verdaderamente el Gobierno en las urnas, sino que en un momento dado las pierda quien lo preside (así, más o menos, consiguieron encabezar el Consejo de Ministros por primera vez Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y, sobre todo, el propio Mariano Rajoy).
“A carrera larga, galgo de fuerza”, como dice el refranero español. Porque para presidir el Consejo de Ministros de España está demostrado que no sirven de mucho ni las ideas ni la credibilidad de los candidatos. Sólo parece ser necesario aguantar en primera línea de la oposición hasta que decaiga el contrario.
Y eso es lo que en definitiva, hizo Rubalcaba. Entrar en la Conferencia Política del PSOE a punto del descabello y salir vitoreado por la puerta del desolladero, más que por la puerta grande, proclamando más chulo que un ocho: “Hemos vuelto. El PSOE ha vuelto”, aunque quienes se habían ido y sin vuelta previsible eran sus votantes. En esencia, eso, que realmente es lo suyo, fue todo, como consta en la vaciedad del discurso con el que clausuró la parranda socialista, pieza que en sus párrafos conclusivos debería haber resumido normalmente la esencialidad del nuevo mensaje socialista y que se quedó en un puro ‘chau-chau’, manido y ramplón, al uso en la política del momento:
(…) Y termino ya.
Todo lo que hemos hecho en estos dos días de debate, se resume en dos palabras: Igualdad y Futuro. Precisamente, las dos cosas que se está cargando la derecha.
Pero quiero recordaros algo más. Compañeros, somos el Partido Socialista Obrero Español. El más importante de la izquierda, el único partido de izquierdas capaz de parar a esta derecha desalmada, que está trayendo mucha desgracia y mucho sufrimiento a nuestros ciudadanos.
Este es el PSOE. Somos el Partido Socialista Obrero Español. El partido que más ha hecho por el progreso de los ciudadanos, el que más ha hecho por la convivencia entre nuestros pueblos y nuestros ciudadanos.
Somos el Partido Socialista Obrero Español, el partido de la mayoría, porque representamos a los trabajadores que son la mayoría de este país.
Salimos de esta conferencia fuertes, unidos, con las ideas claras.
Somos el Partido Socialista. Que ha vuelto. Tenemos un proyecto para España. Un proyecto para Europa. Tenemos un proyecto para salir de la crisis con solidaridad, con justicia. Tenemos un proyecto para cambiar la política, la democracia, para hacerla más fuerte. Tenemos un proyecto para convertirnos en el instrumento de los progresistas. Tenemos un proyecto.
Somos el único partido capaz de llevar a la práctica sus ideas. El único que lo ha hecho. Sabemos lo que queremos hacer. Sabemos lo que la gente espera de nosotros. Salid fuera y hagámoslo. Compañeros. Hagámoslo.
Total, un final muy aproximado al del estrambote que remata el soneto de Miguel de Cervantes ‘Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla’:
… Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
Raúl del Pozo, avezado observador de la vida política española, resume en el párrafo inicial de su columna habitual ‘El ruido de la calle’, dedicada en esta ocasión a ‘La felipona’ (Susana Díaz), la apretada peripecia política de Rubalcaba, que, en efecto, quedose en nada, o a lo sumo en un espejismo del oasis que no existe en el desierto socialista (El Mundo 12/11/2013):
El 23 de enero de 1988 Mitterrand descendía la gran escalera del Elysée cuando se cruzó con el autor de su biografía. Se paró y dejó caer: “No entiendo por qué está usted escribiendo un libro sobre mí”. “Porque -contestó el autor- va usted a presentarse para la presidencia”. “No tiene ni idea -contestó con tristeza-, no soy más que un buen viejecito. No tengo porvenir. Estoy acabado”. Esa misma frase podría haberla dicho Alfredo Pérez Rubalcaba horas antes de la conferencia política; unas horas después, el político que siempre sobrevive, logró desactivar el intento de anticipar las primarias con una serie de delicados y discretos consensos de aparato. Al final los voraces levantiscos tragaron, Rubalcaba resucitó y se hizo con el mando. Él mismo, exhausto y ronco, lo reconoce: “He sudado la camiseta como Camacho”…
LA ‘BURRA CIEGA’ DE RUBALCABA
Pero lo que todavía no sabemos es qué diantres quiere y debe hacer el PSOE, con quien sea al frente, para solucionar los problemas reales y esenciales del país (que son bien evidentes), y no los accesorios o inexistentes que se pretenden resolver con el rollo de las 1.798 propuestas (¡ahí es nada el papelón!) aprobadas en el enredo verbenero de Rubalcaba. Una letanía inacabable, rebosante de chuminadas, simplezas, infantiles peticiones a los Reyes Magos de Oriente y de no pocos desvaríos sin pies ni cabeza, impropios de una Política adulta y escrita con mayúscula, que producen no poca vergüenza ajena fuera y dentro del partido (¿casi nueve meses de intenso trabajo para reunir tanta pajilla intelectual…?).
Y desde luego seguimos sin saber, más allá de que el PSOE pretenda remendar el roto que tiene por su izquierda, cuales son las ideas-fuerza más eficaces para asegurar política y electoralmente la nave del partido en calamitosa zozobra, y no la sarta de pijadas progresistas y de ocurrencias astrosas que sigue rezumando por los cuatro costados (¿más ‘zapaterismo’ frente a la normalidad, el sentido común y la inteligencia…?. Por su parte, Cayo Lara ya ha advertido a Rubalcaba -y lleva razón- que la verdadera izquierda está en IU y que la política socialista que ahora se propone debió hacerse desde el Gobierno, en vez de querer hacerla en la Oposición.
Otro comentarista no menos avezado que Raúl del Pozo en el análisis crítico de la política, Miguel Ángel Aguilar, poco sospechoso de arremeter de forma infundada contra la vieja guardia del PSOE (a la que Rubalcaba pertenece), resumía su versión de lo acontecido en la Conferencia Política Socialista advirtiendo que, el invocar los errores y abusos de los rivales, como si sirvieran de excusa o prestaran indulgencia a los cometidos en las filas propias, es realmente inaceptable. En su artículo de opinión titulado ‘En busca de la credibilidad’ (El País 11/11/2013), incluía estos dos jugosos párrafos:
(…) Alfredo Pérez Rubalcaba llegó al atril. Se desprendió de la chaqueta, ajustó los micrófonos a su altura, hizo los agradecimientos de ritual y dijo a las compañeras y compañeros que el PSOE está de vuelta con más ofertas, mirando a la izquierda. Ahí han quedado las propuestas a la búsqueda del tiempo perdido. Pero para conectar y ganarse el voto de los electores, falta todavía recuperar la credibilidad, sacar a los corruptos de las filas socialistas sin condescendencia alguna, cada vez que intenten, y lo intentarán, acampar en ellas, comportarse de modo intachable en el servicio público, evitar la convalidación del “y tú más”, e inaugurar la ejemplaridad debida. Porque la honradez personal de los líderes es condición necesaria pero no suficiente. Son juzgados con mayor severidad y han de responder del comportamiento de sus entornos. Pero a quienes metan la mano en beneficio propio, de sus socios, amigos o parientes, apropiándose de dineros del erario público, no cabe mostrarles condescendencia alguna, ni ofrecerles tregua indefinida hasta que llegue el improbable día del juicio. Se impone proceder a la alemana, descartándolos de modo fulminante.
Esa es la diferencia que el público anhela. Invocar los errores y abusos de los rivales como si sirvieran de excusa o prestaran indulgencia a los cometidos en las filas propias es inaceptable. El tiempo de mirar para otro lado ha caducado. La primera exigencia tiene que ser hacia dentro. Que sigan los demás con sus festines, que no dejen a nadie atrás, que salven a Bárcenas, con sus 50 millones de euros ganados en buena lid, y de paso a toda la saga de tesoreros admirables al cargo de unas cuentas de las que nadie en la cúpula partidaria se responsabiliza, que destruyan las pruebas, que prescriban los delitos fiscales, que llegue el sobreseimiento esperado en diciembre. El circuito de reconocer in extremis el error sin reparar sus consecuencias, de manifestarse decepcionado y de proponer nuevas leyes se ha agotado. Más que leyes, ahora hacen falta conductas.
Y también lleva razón Aguilar, porque, desbrozada la ponencia marco de marras, queda en ella mucha paja y poco o ningún grano, a pesar de que ‘la clac’ (claque) asistente haya aprobado y jaleado sus 1.798 propuestas, que por muchas que sean no valen prácticamente para nada (“Ni chicha ni limoná”, al decir castizo). Quizás por esa evidente simpleza (más ruido que nueces), dice Rubalcaba que el PSOE no ha hecho “un programa electoral”, sino que más bien ha diseñado un “cambio de proyecto político”, unas “líneas maestras para continuar, para avanzar, las líneas por las que España tiene que transcurrir”.
Esas líneas, ha insistido el ajado líder socialista, muestran que existe “otro camino” distinto al que ha elegido el PP para salir de la crisis, que pasa por “acabar” con las desigualdades y avanzar hacia una sociedad “justa” y en la que predomine la “cohesión social”. Y añade que, ese, “es el modelo que hemos diseñado en esta Conferencia Política” para que el PSOE se dedique a “reconstruir” todo lo que “el Gobierno de la derecha está destrozando”.
Pero, ¿cómo y de qué ignota manera Rubalcaba pretende hacer tal cosa, si ni siquiera ha sabido distinguir un simple ‘camino’ de una ‘línea maestra’, de un ‘modelo’ o de un ‘programa’, entremezclado todo ello con el bodrio de las 1.798 propuestas lanzadas sin mayor argumentación y sin medir sus consecuencias…? ¿Es que se ha hablado en algún momento de medios y objetivos…? Y, en todo caso, ¿dónde está el invisible ‘modelo’ que según Rubalcaba se ha diseñado en la Conferencia Política Socialista…? ¿Es quizás el descrito en dos palabras, Igualdad y Futuro, que no llegan a concepto por su penosa inconcreción y que, confrontadas con la realidad, no dejan de sonrojar a los simpatizantes socialistas más prudentes y realistas…?
¿De qué Igualdad y de qué Futuro habla Rubalcaba…? ¿Cuáles son y dónde se han descrito técnicamente las reformas necesarias para el etéreo ‘cambio de proyecto político’ que ha anunciado y que se aplaude de forma tan gratuita y autocomplaciente…?
Para entender bien el fracaso de la Conferencia Política Socialista -el éxito personal de Rubalcaba ya se ha descrito con claridad-, baste comprobar, por ejemplo, que después de demandar en su ponencia marco la reforma constitucional para una notable cantidad de chorradas, nada se dice sobre la recuperación de las competencias exclusivas del Estado cedidas de forma irresponsable a las Comunidades Autónomas. Y mucho menos de reforzar aquellas en materia de Justicia, Sanidad, Educación o Policía, donde residen los excesos más significados y desastrosos del Estado de las Autonomías.
Nada, absolutamente nada, se dice de despolitizar las altas instituciones del Estado (el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal de Cuentas, el Defensor del Pueblo…), cuya sistema electivo se mantiene de forma escandalosa bajo la abominable influencia partidista. O de independizar de verdad otros organismos que por su propia naturaleza deben ser del todo independientes (como la Fiscalía General del Estado, el Defensor del Pueblo, los entes reguladores…).
Y nada se dice tampoco de acabar con los privilegios introducidos a favor de los partidos mayoritarios en la Ley Electoral o en los reglamentos del Congreso de los Diputados y del Senado, a pesar de plantear otras reformas absurdas e incluso extemporáneas en el sistema general de representación política. Como la de imponer elecciones primarias en todos los partidos políticos para elegir sus candidatos a la Presidencia del Gobierno (algo que con toda probabilidad será mala para el cosa para el PSOE), aunque de forma paradójica el propio coordinador de la conferencia socialista, Ramón Jáuregui, admita que “a la gente no le preocupan las primarias” (El Mundo 10/11/2013). O como establecer en las listas electorales nuevas cuotas de candidatos no sólo en razón de su género, sino también para las minorías étnicas y sexuales o para personas con discapacidad (quizás segmentada además por tipologías), con un discutible concepto de lo que debe ser una auténtica integración social...
Pero hay muchas más preguntas todavía sin respuesta creíble. ¿Qué pueden decir los socialistas de su interés, reflejado en la ponencia marco de la conferencia, por ‘atemperar’ los indultos ad personam (la Constitución prohíbe los indultos generales) en vez de suprimirlos o limitarlos de forma exclusiva a casos de inequívoca humanidad…? ¿Y qué decir también de su desinterés por reponer con claridad el ‘mando supremo’ de las Fuerzas Armadas en la Presidencia del Gobierno, que sería lo suyo, en vez de seguir manteniéndolo en manos del Rey, como un anacronismo sin vigencia en el resto del mundo democrático (incluido el Reino Unido), arcaico y además heredado del franquismo…?
A la hora de defender el Estado del bienestar, Rubalcaba no tuvo el menor empacho en proclamar: “Hay que estar ahí porque los ciudadanos que salen a defender la sanidad pública, están defendiendo el modelo que pusimos en marcha los socialistas”. Y subrayó que no es igual quien instauró la sanidad y la educación pública que quien se las están “cargando”. Pero, ¿cómo no sonrojarse ante la desmedida petulancia de arrogarse la creación de un sistema médico-asistencial y una enseñanza pública que tienen sus orígenes en el régimen franquista y que recibieron un claro reimpulso por parte de la extinta UCD…?
Claro está que lo más jocoso de la Conferencia Política Socialista fue la atronadora ovación dedicada a la propuesta de denunciar el Concordato con la Santa Sede, declaración de intenciones que puso en pie al auditorio con ZP aplaudiendo como jamás se le ha visto aplaudir en ningún sitio. Porque, como diría también Cayo Lara, ¿qué impidió no revocarlo durante las seis legislaturas que gobernó el PSOE, la última con el propio Rubalcaba en la pomada…?
Rubalcaba ha garantizado que cuando los socialistas recuperen el Gobierno derogarán todas las leyes sustanciales aprobadas por el PP (la reforma laboral, la Ley Orgánica para la Mejora Educativa o ‘Ley Wert’, la pendiente reforma popular de la denominada ‘Ley del Aborto’…) y que, en efecto, denunciaran los acuerdos con el Vaticano para que no haya “más castas” ni “más élites” dirigiendo a los ciudadanos, porque -subrayó- “queremos unos españoles que gobiernen sus vidas libremente”. Pero, no se opuso a que esos mismos ciudadanos sean dirigidos por la ‘casta política’, por el aparato de los partidos o por las organizaciones empresariales y sindicales falsarias.
Y, tras anunciar que la futura Ley de Partidos del PSOE ilegalizará las formaciones ‘ultra’ (sin definirlas ni por la derecha ni por la izquierda), nada se dice tampoco de ilegalizar a los partidos-pantalla de organizaciones terroristas no disueltas, o a los que repudian pública y formalmente el orden constitucional…?
Aunque lo más sorprendente de esta chafarrina socialista sea la escasísima atención prestada a uno de los problemas más importantes del momento, con derivadas especialmente preocupantes para el PSOE: su elucubración mental sobre la organización ‘federal’ del Estado, su relación posicional con el PSC y su ambigüedad sobre el pulso soberanista, apenas se despachan con cuatro líneas dentro de una magra ponencia marco de casi 400 páginas. Y desde luego sin aclarar al respecto nada de nada, aunque, eso sí, volviendo a proclamar gratuitamente que su partido también es el que más ha hecho por la convivencia, el progreso y la cohesión de España (dime de qué presumes y te diré cuáles son tus complejos)…
EL PSOE EN LA ALMONEDA BARATA
En definitiva, en la Conferencia Política Socialista (otro hito más en el desesperante desprestigio del PSOE), Rubalcaba ha brillado como el incomparable vendedor de la ‘burra ciega’ que es. Adornada en esta ocasión con falsos atributos de Igualdad y Futuro y -en sus propias palabras- “con valentía y con responsabilidad” para poder “reconquistar la confianza de los ciudadanos”; cuando en el fondo su torpe propuesta de ‘más izquierda y menos centro’, demagógica y electoralmente poco inteligente porque después de perder votos por su izquierda va a perderlos también por su derecha, encubre una cobardía política y una dirección irresponsable del partido, con las que en modo alguno se va a recuperar la confianza de nadie, sino que seguirán alejando a la ciudadanía del meritorio socialismo histórico, cada vez más olvidado.
Rubalcaba no ha recuperado la credibilidad perdida del PSOE, porque no ha elaborado ningún “cambio de proyecto político” convincente y ni siquiera constructivo. Sólo ha intentado presentarse públicamente como un quijote fantasmal de la izquierda más radical y de los movimientos sociales emergentes, sin conseguirlo y alejando del PSOE al espectro centrista: ya se lo aclarará IU, mientras los agobiados mulillas y pichicomas y del PP, con Rajoy al frente, toman algo de oxígeno y los avispados de UPyD bailan por alegrías.
El trile político de Rubalcaba (“Que todo cambie para que todo siga igual”) ha quedado en evidencia. Porque, en contra de lo que él asegura, el PSOE no puede volver porque sigue donde estaba, medio perdido en tierra de nadie por su constante negación de las verdaderas exigencias reformistas, a costa de su permanencia personal. Y ello al margen, además, de que nada de lo aprobado en la Conferencia Política Socialista -pirotecnia y atrezzo de calidad para una puesta de escena embaucadora- tenga validez formal, que sólo puede emanar de un Congreso Federal.
En su papel ‘lampedusiano’ y en su corta visión ‘gatopardista’ de la política, Rubalcaba se ha limitado a seguir devaluando la nueva firma del partido (‘Socialistas’) rodeado de sus agitados ganapanes y a tratar de vender lo que ya hemos dicho por activa y por pasiva: otro cambio por el cambio y sin recambio. Un producto de almoneda barata fuera de la realidad, propio de la España arrasada por el ‘zapaterismo’, que nadie le va a comprar.