Tras un largo y generoso periodo de gracia en el que el presidente Rajoy ha sido incuestionado dentro del PP, no sólo debido a la cohesión interna que genera el poder (y más bajo el paraguas de una mayoría parlamentaria absoluta), sino también por su conocida afición a marginar y defenestrar de forma silenciosa a quienes planteen la más leve crítica sobre su persona o su acción de gobierno, ahora ha dejado de ser intocable.
La veda del disentimiento en el PP se ha abierto, básicamente por el temor a que el partido sufra una estrepitosa debacle electoral en las próximas elecciones municipales y autonómicas, entrando en una caída libre similar (o peor) a la que propició el Gobierno de Rodríguez Zapatero para el PSOE…
Del ‘¡Váyase, señor González!’ al ‘¡Váyase, señor Rajoy!’
En 1959, Salvador de Madariaga resumió su visión de la política franquista de la época justo en el título de su celebrado ensayo ‘General, márchese usted’, publicado en Nueva York por Ediciones Ibérica. Como es natural, la recomendación del intelectual español -exiliado en Londres tras la Guerra Civil- para que el dictador Franco abandonara el poder, sería desatendida.
El ensayo de Madariaga, que llegó a ser ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes en el fugaz cuarto gobierno de la II República presidido por Alejandro Lerroux (del 3 de marzo al 28 de abril de 1934), y cofundador en 1949 del prestigioso Colegio de Europa, fue reeditado en Barcelona en 1992 por el Grupo Libro 88. Y esa exitosa reedición daría pie para que José María Aznar parafraseara al ilustre historiador y escritor espetando al presidente González en la V Legislatura un exigente “¡Váyase, señor González!”, que fue seguido de “no le queda otra salida honorable”.
Aznar pronuncio su lapidaria frase como líder del PP y jefe de la oposición al gobierno socialista exactamente el 19 de abril de 1994, durante el debate sobre el estado de la Nación celebrado en el Congreso de los Diputados. Se enmarcaba en los escándalos terminales del ‘felipismo’ y en alusión especial al ‘caso de los GAL’; de hecho afirmó: “Los GAL son la gota que colma el descrédito presidencial”.
Aquella exclamación lapidaria, inspirada desde luego en la obra de Salvador de Madariaga, quedaría registrada como una de las citas parlamentarias más memorables, dentro de un discurso de extremada dureza política que ya señalaba la victoria electoral del PP dos años después, en los comicios generales del 3 de marzo de 1996.
Más tarde, el 1 de agosto de 2013, Alfredo Pérez Rubalcaba remedaría al propio Aznar ante el Pleno del Congreso de los Diputados, en la sesión convocada para debatir sobre el ‘caso Bárcenas’ (celebrada en la sede del Senado), demandando al presidente del Gobierno: “Le pido que se marche, señor Rajoy”. Su duro discurso contra la financiación ilegal del PP, concluyó con este párrafo literal:
(…) Termino ya. Usted, señor Rajoy, ha venido hoy aquí a intentar salvarse. En sus propias palabras, y cito una vez más uno de sus SMS: “Hay que resistir”. Y, ¿sabe que le digo? Que la resistencia no es buena cosa cuando resistiendo se hace daño al país que uno gobierna. Y esa es la realidad en la que usted está. Usted está haciendo daño a España. Por eso hoy aquí le pido que se marche; le pido un acto de generosidad con un país que no puede sufrir por tener al frente a un presidente como usted.
Claro está que la conocida frase original de Madariaga era la más acertada de todas, dado que se dirigía a un dictador y que su ‘marcha’ dependía exclusivamente de su propia voluntad. En democracia, pedir la dimisión de un presidente del Gobierno no deja de ser un recurso de oratoria política facilona y más o menos diletante, a lo sumo un intento de socavar su apoyo electoral, la mayoría de las veces de forma poco convincente.
Pero, con todo, y por las mismas razones por las que ese tipo de demanda se ha utilizado en otras ocasiones, ahora ya se empieza a escuchar, cada vez con mayor insistencia, una versión actualizada de la misma exigencia: ‘¡Váyase, señor Rajoy!’. Y en este caso no sólo desde fuera del PP, y por tanto de forma más o menos gratuita hasta que hablen las urnas, sino también intramuros del propio partido.
En el presente régimen democrático, esa posición de agotamiento político y declive electoral ha estado especialmente visible en tres ocasiones: con Adolfo Suárez al final de la I Legislatura, con Felipe González en la V Legislatura y con José Luis Rodríguez Zapatero en la IX. El único presidente que no se ha visto sometido a esa situación de degradación en el cargo fue José María Aznar, de quien -pese a quien pese- puede decirse que lo abandonó por la puerta grande, renunciando voluntariamente a una nueva candidatura cuando las encuestas al uso le señalaban como previsible ganador de un tercer mandato electoral (la presidencia de Calvo Sotelo fue una anécdota sucesoria de Suárez tras el fallido golpe de Estado del 23-F).
Ahora, el presidente del Gobierno y del PP también empieza a verse acosado por ese reproche exigente del ‘¡Váyase, señor Rajoy!’, del mismo modo en el que se vieron acosados los otros presidentes citados cuando fueron enfilando sus respectivos partidos hacia el inmediato descalabro electoral. Y esa llamada a la retirada política (cuando de forma lamentable las rectificaciones del mal gobierno ya se muestran imposibles) suele concordar con la opinión y la demanda social -conforme advierten los estudios demoscópicos-, como sucedió en su momento con Suárez y González.
Hace tiempo que el PP ha perdido su capacidad de repetir una mayoría absoluta en cualquier ámbito electoral, y ni siquiera en sus dos plazas más emblemáticas: las comunidades de Madrid y Valencia. Pero, más allá de que esa sea la realidad inapelable que reflejan todas las encuestas al uso, la tradicional incapacidad del PP para llegar a entendimientos con el resto de fuerzas políticas (acuerdos electorales o de otro tipo), y por tanto la brutal pérdida de poder que se le viene encima, es el alimento cierto de un pánico interno muy difícil de contener.
Por ello, ahora reaparecen las críticas contra Rajoy soterradas desde que en el XVI Congreso Nacional del PP celebrado en Valencia (20 al 22 de junio de 2008), tras perder las elecciones generales del 9 de marzo ante un candidato como ZP (que le ganó por segunda vez y todavía con un millón de votos de diferencia), se le nominase de nuevo como candidato electoral y líder del partido sin suficiente carisma ni capacidad objetiva para ello. Otra cosa es que en 2011 el PSOE perdiera las elecciones abrasado por el ‘zapaterismo’, y también por el recuerdo del ‘felipismo’, estigmas políticos de las que tardará en recuperarse.
En 2008 Rajoy ya fue seriamente cuestionado dentro del mismo PP como candidato a presidir el gobierno de España. Pero nominado in extremis por tercera vez, se volvió a dejar llevar pasivamente por los vientos alisios que, convertidos poco a poco en fuerza mayor de la naturaleza, estaban sacando a ZP del teatro político.
Nada hizo tampoco Rajoy por ‘ganar’ las elecciones generales de 2011, que -como decimos- fueron más bien ‘perdidas’ por el PSOE, aunque sí se aplicó a liquidar políticamente a todos los compañeros y compañeras que fueron críticos con su persona en el congreso de Valencia y a montar la camarilla ‘marianista’ que -prácticamente en su misma línea de pasotismo ejerciente y caracterizada por el mismo síndrome de la alfombrilla- sería el núcleo duro de su futuro gobierno. Y así le va al PP con los ‘marianitos’ y las ‘marianitas’ que hoy conforman su Estado Mayor y el propio Ejecutivo: cuesta abajo, paralizado políticamente y acongojado por su futuro electoral (con la suerte, eso sí, de tener enfrente a un PSOE neo-zapateril incapaz de rehacerse).
Rajoy cuestionado por sus propios correligionarios
Ahora, Rajoy y los suyos ya no están cuestionados sólo por la ‘guerrilla’ del congreso de Valencia (Esperanza Aguirre, María San Gil, los Rato, Acebes, Zaplana, Arístegui…), ni por la gente del VOX (Vidal-Quadras y compañía), ni por los Aznar o los Mayor Oreja, ni por los antiabortistas de Benigno Blanco (de armas tomar), ni por las asociaciones de víctimas del terrorismo, ni por una creciente lista de gente muy genuina del partido que se siente personalmente víctimas del ‘marianismo’ (tan distintas y distantes como Rita Barberá y Alberto Ruiz-Gallardón), ni por los Camp, los Cotino, los Monago, los pillados en las redes corruptas del partido…). Ni tampoco por las huestes mediáticas que el PP ha dejado para vestir santos mientras salvaba de la ruina económica al Grupo Prisa (quizás las que más daño le hacen)…, es decir por un rosario de gentes propias dejadas graciosamente en las cunetas del poder.
Véase, a título de ejemplo, lo que después del 9-N ha escrito Luis María Anson sobre ‘La renovación del PP’ en El Mundo (11/11/2014), sin duda mirando de reojo hacia Podemos y que también podía haberse titulado con el consabido ‘¡Váyase, señor Rajoy!’:
“(…) Los responsables del PP no se han dado cuenta todavía de la necesidad de rejuvenecer el partido y adaptarlo a las demandas de la generación nueva. Resulta duro decirlo: para la juventud, Mariano Rajoy es un viejo que pertenece a los tiempos pasados. El incienso quemado en el botafumeiro que todos los días bambolea Soraya ante el despacho de Rajoy, el hedonismo de las zahúrdas del poder, la molicie de los que disfrutan de la situación, impiden darse cuenta de que el esplendor en el que viven en Moncloa es ya el esplendor del incendio”.
“(…) No será fácil que Mariano Rajoy entienda el mensaje de las nuevas generaciones. Tras cuatro años en el poder querrá repetir. Es una posición lógica pero, quizá, no inteligente. Lo inteligente es dar paso, abrir cauces limpios, despejar los horizontes inciertos. Sería un gesto de soberano acierto si Mariano Rajoy atendiera a las exigencias de la ciencia política y despejara la incertidumbre del futuro, tal y como piden ya dirigentes cualificados del PP. La Monarquía, la Iglesia, la gran empresa, el partido Socialista, la extrema izquierda se han renovado en los últimos meses. El Partido Popular no puede perder el tren del futuro. Debe subirse a él en marcha y sumarse a la construcción de una España nueva que supere los secesionismos estériles, la corrupción de una clase política tábida y voraz, la esterilidad de los sindicatos reumáticos y el asco profundo que los albañales del régimen producen en una juventud divorciada del sistema y cada día más indignada ante el espectáculo de la putrefacción”.
Una diagnosis acertada de la situación, pero errada en el llamamiento a la rectificación política personal, totalmente fuera de la capacidad física y psíquica, e incluso metafísica, del hombre llamado a conversión. Es decir realizada con un gran desconocimiento del personaje afecto, caracterizado por las deficiencias objetivas que se le achacaron en el rifirrafe del XVI Congreso Nacional del PP y que exhibió durante ocho años como líder de la oposición.
La palabra ‘rectificación’ no va con Rajoy, que es una especie gallega del ‘sabelotodo’ (muy parecida al ‘sabelonada’), y por eso cuando por razones de fuerza mayor se impone esa rectificación, siempre llega tarde y, por tanto, con malas consecuencias políticas. Como ha sucedido con la retirada de la ley del aborto, sobre la que el exministro Ruiz-Gallardón acaba de decir de forma contundente (El País 15/11/2014): “No me importa. Lo único que me da es asco”.
Rajoy, está claro, preside un Gobierno sin cintura política, engreído y que encubre su ineficacia resguardado en el autoritarismo, los decretazos y la falta de sensibilidad para conectar con la realidad social, lo que le ha llevado a ser rechazado por propios y extraños. Cuanto antes asuma su falta de liderazgo político, mejor para él y para su partido.
Rajoy, y eso ya es algo muy evidente, no rectificará sus torpezas políticas ni variará su hoja de ruta por mucho que se lo recomiende Anson o el propio Fraga desde la ultratumba, caiga quien caiga y aunque sea a costa del futuro del PP. Va a su bola y con su gente para hacer (o no hacer) lo que le viene en gana. Y eso se ha visto muy claro al sustituir a Ruiz-Gallardón (un gallo de pelea que se le subía en la chepa) por Rafael Catalá al frente del Ministerio de Justicia, otro dócil personaje de la camarilla marianista que a tenor de su currículum parece servir lo mismo para un roto que para un descosido (otro ‘sabelotodo’ o ‘sabelonada’ y un buen mandado en toda regla) y que precisamente por eso tampoco solventará los catastróficos problemas de la Justicia española…
Dice la vicepresidenta para todo y ministra portavoz del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, a la que muchos carcamales del PP llaman ‘Sorayita’ (la imberbe ‘sabelotodo’ dispuesta –agárrense al asiento que vienen curvas- a tomar el relevo de Rajoy), que hay que escuchar a la gente. Y lo dice, tan pancha, sin haber escuchado jamás a nadie, ni hacer caso de lo que el propio PP en su conjunto entendió que debería hacer una vez llegado al Gobierno.
Un desentendimiento que ni siquiera cesó cuando las protestas en contra de la política activa e inactiva del Ejecutivo comenzaron a atronar y cuando el vocerío que clamaba contra la corrupción (incluida la del PP) traspasaba fronteras jamás traspasadas. En tanto que su patrón sigue fumándose un puro con la nave de España a la deriva, esperando que la Merkel, la Lagarde, el Juncker o el Draghi de turno, o una milagrosa reactivación de la economía global, vayan a enderezar su rumbo.
Pero, con todo, el marianismo ya está cuestionado no sólo por las bases del PP y sus afines, sino, mucho peor aún, por sus aparatos de poder municipal y autonómico, que están viendo seriamente amenazados su estatus y su futuro electoral por la desidia común del Ejecutivo y de los órganos de dirección del partido, incapaces de afrontar con eficacia los problemas que les deterioran ante el conjunto de la opinión pública: básicamente la crisis, la corrupción y el secesionismo, nacidos del propio modelo autonómico que ni con mayoría parlamentaria absoluta se quiere corregir.
Y ello con una secretaría general del partido medio pensionista, dado que su titular, María Dolores de Cospedal, es una adicta al pluriempleo, empeñada en simultanear esa alta responsabilidad (que va manga por hombro como se vio en la Convención Nacional del PP celebrada en Valladolid a principios de 2014 y como se continúa viendo con el continuo afloramiento de casos de corrupción interna) con otra aún mayor de presidir una Comunidad Autónoma con cinco provincias, más de dos millones de habitantes, 21 escaños nacionales en juego, una larga tradición socialista y, hoy por hoy, con un equipo de gobierno muy limitadito (ya veremos cómo defiende el PP de Castilla – La Mancha su posición en las próximas elecciones municipales y autonómicas). Una doble responsabilidad que tras la victoria electoral de 2011 se debería haber resulto nombrando dos titulares distintos con plena dedicación.
Una ingenuidad, por no llamarla torpeza, finamente plasmada por Rubén Amón en El Mundo (08/11/2014), mirando también de reojo a Podemos, como ya hace cualquier analista sin nómina del poder:
La vida en rosa
El puchero electoral del PP se abastece de incondicionales, amnésicos y avergonzados. Sería la manera de explicar el tránsito estratosférico de la intención directa (11%) a la adhesión final (27%), pero la alquimia culinaria del CIS sobrentiende que el partido del Gobierno se expone a una lealtad demasiado precaria, con más razón cuando la hipotética fertilidad de la economía representa un recurso igualmente lábil.
Le ha sucedido a Obama en EEUU. Le ha ocurrido que el crecimiento del PIB (3,5%) y la cifra acomplejante de desempleo (6%) no han matizado el batacazo de las elecciones en el Senado, fundamentalmente porque sus compatriotas han antepuesto las vísceras a la cabeza, derivando los comicios a un problema de intolerancia personal: sus partidarios han eludido las urnas y sus detractores se han movilizado para escarmentarlo.
Con mayores motivos y bastante más graves, Mariano Rajoy se arriesga a la ingenuidad de vincular su resurrección a la recuperación económica. Y no sólo porque las cifras del paro y el presupuesto doméstico contradicen cualquier planteamiento eufórico, sino porque la percepción de la corrupción, muy superior a la corrupción misma, ha rebasado el umbral de la tolerancia y ha predispuesto la represalia de los votantes.
Es el espacio coyuntural que desempeña Podemos. O no tan coyuntural si la especulación política y hasta programática que representa Iglesias en su esfuerzo de abjurar de la subversión y la guillotina oscila del primer mensaje subliminal de Podemos (“Que se jodan”) a la ambición incluyente de una utopía (“Otro mundo es posible”).
Incluyente quiere decir que Iglesias ha desdibujado su pasado y su ideología genuinos para erigirse no sólo en caudillo del cabreo sino en timonel de una experiencia política que subordina la pretensión del antisistema a la promesa de la decencia. Que pretende pescar en el caladero de los amnésicos y de los avergonzados. Y que se plantea a los electores, desprovista de peligros, renegando de la verborrea de Beppe Grillo en Italia, proporcionando no tanto una papeleta como una tarjeta roja y una carta a los reyes magos. Por eso la encuesta del CIS retrata el orgullo y el entusiasmo de los votantes de Podemos en sus prioridades. Su voto es un supervoto, una opción vigorizada del ejercicio prosaico o mecánico que antaño suponía acudir a las urnas. Una manera de llegar al cielo sobre los escombros de la casta.
Los tres temas que desnudan políticamente a Rajoy
Rajoy, convertido poco a poco en el Zapatero de la derecha española (tal vez decidiera imitarle cuando comprobó la simpleza con la que éste le ganó dos elecciones seguidas), ya puede ir pensando que su estrategia de fiar el futuro del Gobierno y del PP a la recuperación económica (a la que él y sus alfombrillas pregonan falsariamente y no a la verdadera), más que llegar a buen fin le llevará al linchamiento electoral: edad y experiencia tiene para saber que por ahí van los tiros, con todas sus consecuencias personales y colectivas.
Y tampoco le sirve resguardarse bajo la falta de alternativas políticas que subyacen en el absurdo eslogan de ‘El PP o la nada’, lanzado sin éxito por la Cospedal en la decepcionante Convención Nacional 2014 de Valladolid. Y, ni mucho menos, tildar de ‘frikis’ a quienes ya le están robando la tartera de los votos simplemente con ponerse en pie, levantar la mano y decir que están dispuestos a arrasar con la mangancia política; patochada del casposo gurú electoral agarrado como una lapa a la nómina del PP desde el año de la tana (al que también le va al pelo un sonoro ‘¡Váyase, señor Arriola!’).
Ni confiarse -como decimos- en tener al frente de la oposición a un PSOE neo-zapateril, empeñado en lavar su propia corrupción con agua de borrajas (en vez de hacerlo con sosa caustica, que sería lo necesario) y en combatir el secesionismo huyendo hacia adelante con la torpe reinvención de la España Federal; vía por la que, además de liarla bien liada -como ya se vio en la I República-, jamás levantará cabeza. Las propuestas ‘federalizantes’ del PSOE, además de arcaicas y socialmente insanas, son propias de políticos cobardes y de carcamales incapaces de reconducir con sensatez los errores del Estado de las Autonomías, un camino para la desvertebración total de España y una soga perfecta para el auto ahorcamiento del ingenuo Pedro Sánchez; razones por las que jamás entusiasmaran a las nuevas generaciones mucho más inteligentes de ciudadanos-electores…
Tras tres años de Gobierno, nada queda de aquél PP presente en todas las grandes manifestaciones repletas de banderas de España en las que Rajoy y la plana mayor del PP chupaban cámara protestando contra la política antiterrorista del ínclito ZP. Manifestaciones convocadas exactamente por las mismas asociaciones de víctimas del terrorismo que después vieron cómo el PP las traicionaba, complaciente con la canalla etarra en su asalto a las instituciones democráticas del País Vasco, hasta el punto de fomentar su propio y estrepitoso desalojo político (¿dónde terminaron el iluminado Patxi López y su comparsa, el ‘popular’ señor Basagoiti…?).
Un engaño similar al que se ha visto sometido el movimiento antiabortista, al que Rajoy apoyaba ciegamente desde la oposición al PSOE para alcanzar el poder a costa de las promesas que fuera (reiteradas también a otros grupos sociales disconformes con las políticas socialistas). Y no distinto al embeleco de su incumplido programa electoral; un compendio de promesas, reformas estructurales e institucionales, revolucionarias medidas de política económica y de remoralización de la vida pública que nunca llegaron, y que nunca llegarán con su Gobierno, defraudando masivamente a millones de electores que jamás volverán a confiarle su voto.
En la recta final de su mandato legislativo con mayoría parlamentaria absoluta -insistimos-, totalmente desaprovechado, y ante unas elecciones municipales y autonómicas inmediatas -políticamente decisivas- Rajoy se encuentra solo, encerrado en un oscuro cubículo de irrealidad social y hasta enfrentado con todos aquellos que en su día le ayudaron a desgastar al gobierno de ZP para que un PP regeneracionista pudiese volver a poner las cosas en su sitio. Y, lo peor de todo, ya sin tiempo para orientar de verdad la salida de la crisis (por ejemplo, apoyando la economía productiva y reformando de verdad las Administraciones Públicas), combatir de forma creíble la corrupción política (que es una consecuencia del modelo que Rajoy no quiere corregir) y frenar la nueva desmembración de la Nación española (propiciada por las torpezas de ZP y por la pasividad y falta de decisión política del propio Rajoy).
Los decepcionados por Rajoy (y su Gobierno de políticos ineptos), son ya una abrumadora mayoría de votantes de todos los colores políticos, que le va a sacar de La Moncloa en cuanto tenga la más mínima oportunidad de hacerlo. Con los arrepentidos de haberle otorgado su confianza política y su voto el 20 de noviembre de 2011 a la cabeza, justamente airados -conviene insistir- por su incapacidad para gestionar la crisis, acabar de raíz con la corrupción (lacra que sigue coleando fuera y dentro del PP) y consolidar o reponer constitucionalmente las bases sólidas de la unidad de España: todo un irrefrenable aliento para lanzarle, efectivamente, el anatema político del ‘¡Váyase, señor Rajoy!’.
Al margen de otras deficiencias del gobierno ‘marianista’, entre las que destaca una política exterior de seguidismo estadounidenses y alemán a ultranza, carente de personalidad y objetivos propios conforme a nuestra excepcional historia y a las condiciones de relación internacional inherentes, serán los tres grandes fracasos citados los que tensarán el ahorcamiento político de Rajoy y el desastre electoral del PP. Después será muy difícil que la derecha recupere una posición relevante en la política española y muy fácil que regrese a las catacumbas de las que salió gracias al estrepitoso fracaso de la UCD: se lo está ganado a pulso.
Sobre los continuados errores de la política económica desarrollada por Rajoy (quizás fuera más apropiado decir ‘no desarrollada’), mucho se ha escrito y de forma bien prematura en nuestras Newsletters, al igual que sobre el fenómeno de la corrupción. Y más todavía hemos escrito sobre la grave amenaza del independentismo (catalán y vasco), sobre su imparable avance político y social y sobre la desidia histórica del PP y del PSOE para pararlo en seco de forma razonable (en vez de realimentarlo, que es lo que en realidad ha hecho y seguirá haciendo de forma sistemática y lamentable el Estado de las Autonomías).
Sin dejar de advertir insistentemente desde el principio de la legislatura sobre el tremendo coste electoral anejo para el PP y el PSOE (artífices del desastre), anticipando primero la caída del bipartidismo y anunciando acto seguido que el creciente malestar social generado con tanta torpeza política se aglutinaría en torno a la primera fuerza política que supiera encauzarlo. Un fenómeno que comenzaron a protagonizar inicialmente fuerzas como IU y UPyD, pero que, ante su creciente pujanza y radicalidad (y sin que los partidos de corte tradicional supieran valorarlo y acogerlo), ha terminado concurriendo de forma masiva en un movimiento ex novo: Podemos.
Sobre Podemos también hemos escrito bastante. Y todo indica que vamos a tener que seguir haciéndolo. De momento, hoy toca hablar -como siempre con una visión analítica de anticipación- del ‘¡Váyase, señor Rajoy!’. Y, como no es de nuestro estilo usurpar el copyright de nadie, concluyamos con un artículo del visionario Arcadi Espada, sin duda poco sospechoso de militar en la izquierda, publicado hace ya más de un año precisamente con ese exigente título (El Mundo 23/05/2013):
¡Váyase, señor Rajoy!
El presidente Rajoy gobierna un país con seis millones de parados y que debe mucho dinero. El presidente Rajoy gobierna un país con una fractura política y emocional respecto del Estado que afecta a dos de sus llamadas nacionalidades históricas. El presidente Rajoy gobierna un país donde su máxima institución está sometida a la sospecha pública de la corrupción y la inmoralidad. El presidente Rajoy gobierna un país donde el principal partido de la oposición no es ni aliado ni alternativa. El presidente Rajoy gobierna un país con una opinión pública invertebrada, producto del crítico desconcierto de los medios y del ascenso del populismo. El presidente Rajoy gobierna un país donde tres de las comunidades más influyentes tienen una mayoría política adversa.
El presidente Rajoy gobierna un país que solo cuenta con una estructura firme y estable: los 185 diputados del Partido Popular, que conforman una mayoría suficiente para aplicar las decisiones políticas. Contra ese último y único núcleo de estabilidad apuntó la noche del martes el expresidente del Gobierno José María Aznar, en una intervención sin precedentes, hecha a partes iguales de política-espectáculo y egocracia, y cuyo sentido último traducía al día siguiente el editorial de este periódico: «Pero si Rajoy no está dispuesto a cambiar de política, debería ser el partido a través de un congreso extraordinario quien se pronunciara sobre el líder y el programa».
El presidente Rajoy gobierna un país que ha tenido que afrontar una tentación permanente: la de cambiar gobiernos desde el macilento cuarto de banderas, las áticas oficinas de los bancos o el fragor rotativo de los periódicos. Para librarse de la tentación a veces el país se ha entregado a ella. El expresidente Aznar coqueteó con la tradición al dar su famoso grito, pronunciado cuando el presidente González apenas llevaba diez meses gobernando. Por suerte tuvo que ganar unas elecciones. Porque cuando los presidentes españoles caen a voces, se trate de don Manuel Azaña o de don Adolfo Suárez, vienen una guerra civil o una asonada, siempre malas cosas.
Cierto es que Rajoy ha sobrevivido un año y medio desde que la afilada pluma de Espada le animara a la prejubilación política y también que, con toda seguridad, acabará la legislatura como presidente del Gobierno. Pero lo que sí ha acabado definitivamente es el tiempo sobrado que ha tenido para la rectificación motu proprio. Dentro de poco, el ‘¡Váyase, señor Rajoy!’ será portada hasta del ABC y La Razón.
Fernando J. Muniesa