Un militar de “sangre azul” al servicio del poder
EMILIO ALONSO MANGLANO nació el 13 de abril de 1926 en Valencia. Ingresó en la Academia General Militar el 24 de julio de 1944, ascendiendo a teniente de Infantería en 1948, a1957, a comandante en enero de 1970 y a teniente coronel en 1976. capitán en
A pesar de la imagen de demócrata a ultranza con la que se le caracterizó tras la intentona golpista del 23-F, los primeros destinos militares de Emilio Alonso no acreditan desafección alguna hacia el régimen franquista: teniente en el tercio “Duque de Alba”, II de La Legión (con base en Ceuta), y a continuación en el Regimiento de la Guardia de Su Excelencia el Generalísimo, unidad a la que se accedía de forma voluntaria y hasta con la intención de acreditar el currículo personal. Desde este destino pasó, en 1953, a la Primera Bandera Paracaidista y después, en 1955, a la Escuela de Geodesia y Topografía del Ejército. A continuación, en 1957, ocupó plaza de capitán en el Batallón de Infantería del Ministerio del Ejército.
En cuanto a su mitificado perfil profesional, y sin menosprecio alguno de su capacitación, conviene aclarar que los cursos de paracaidismo, topografía y de carros de combate que realizó en su momento, eran los seguidos de forma generalizada en el Arma de Infantería, y que durante sus estudios en la AGM fue superado en méritos por el 14 por 100 de los compañeros integrados, como él, en su 3ª Promoción. No obstante, y ya siendo comandante, si que consiguió diplomarse como número uno en la 57ª Promoción de Estado Mayor del Ejército, gracias a la discutible aureola que logró al participar en la campaña de Ifni-Sahara.
Con respecto a ese diploma, se debe precisar que el capitán Alonso comenzó el curso de Estado Mayor en septiembre de 1957, como alumno de su 56ª Promoción, aunque inmediatamente después se incorporó, junto con el malogrado capitán José Galera Sánchez-Serrano (fallecido en un ejercicio de salto en paracaídas), a la Agrupación de Banderas Paracaidistas efectivamente combatiente en Ifni. En septiembre de 1958 ambos militares se reincorporaron a la Escuela de Estado Mayor con la promoción número 57, en la que el profesorado catapultó a Emilio Alonso al puesto de líder (sólo en razón de su experiencia africana), distinción que nunca fue aceptada por sus compañeros.
También realizó cursos de información y cooperación aeroterrestre, junto con el de defensa europea impartido por el CESEDEN. Obtuvo, igualmente, el diploma de Estado Mayor del Aire.
Durante los acontecimientos del 23-F, el entonces teniente coronel Alonso se encontraba destinado en la Brigada Paracaidista (BRIPAC) como jefe de su Estado Mayor y bajo el mando del general Ángel Mendizábal. Aquella unidad (en la que Alonso no dejaba de ser un mero “auxiliar del mando”), ciertamente “operativa” y acuartelada en las inmediaciones de la capital madrileña, y por tanto de gran importancia en cualquier intento golpista, se mantuvo en efecto al margen de la asonada protagonizada por los generales Milans del Bosch y Armada. Circunstancia que más tarde sería valorada en exceso para justificar el acceso inmediato de un simple teniente coronel sin méritos suficientes, y que también carecía de la deseable experiencia en tareas de inteligencia, a la dirección del CESID, que además ya se debía asignar de forma reglamentaria a un oficial general.
En este punto de su biografía, merece la pena traer a colación el comentario que en el libro “23-F, la pieza que falta” (Plaza & Janés Editores, 1998) hace Ricardo Pardo Zancada sobre la participación de Emilio Alonso en las reuniones de carácter conspirador celebradas en el otoño de 1980. En dicha obra, su autor pone en boca del coronel José Ignacio San Martín que cuando éste propone a quien después terminaría siendo director del CESID participar en alguna actuación para “corregir” la desviada situación política del momento, su interlocutor aceptó tomar parte en el plan “siempre que no fuese contra el Rey, sino con el Rey”.
Por otra parte, no menos llamativa fue la circunstancia de que el 23 de febrero de 1981, apenas una hora antes de producirse el asalto al Congreso de los Diputados, el mismo jefe de Estado Mayor de la BRIPAC suprimiera “preventivamente” el toque de paseo reglamentario. Con posterioridad, ni el Gobierno ni la jurisdicción instructora de la causa, ni mucho menos los mandos militares, pidieron aclaración alguna al respecto.
Y más curioso aún fue que ese mismo día, haciendo gala de su adaptable sentido de la fidelidad, el teniente coronel Alonso usurpara las funciones del general jefe de la BRIPAC para telefonear directamente al “mando supremo” de las Fuerzas Armadas y poner la unidad a su incondicional disposición. Aquella habilidad para situarse en la estela de los vientos más favorables dejaría prendado a Alberto Oliart, ministro centrista de Defensa tras el 23-F, quien describió así su primer encuentro con tan perspicaz personaje: “Fue en marzo de 1981, en una visita que hice al cuartel de la BRIPAC. Cuando pasaba revista a las tropas, con el capitán general de Madrid, Quintana Lacacci, éste me advirtió que el teniente coronel que venía detrás de nosotros era una de las glorias del Ejército español”. Poco después, ambos terminarían oportunamente afincados en los aledaños del poder socialista.
En cualquier caso, la designación en mayo de 1981 de Emilio Alonso Manglano al frente del CESID, justo tras la asonada del 23-F, fue avalada de forma personal por el rey Juan Carlos I, quien, reforzado entonces en su condición de máximo mando de la institución militar, habría de permanecer bien atento a su comportamiento institucional.
De hecho, Su Majestad mantenía una antigua relación personal con Emilio Alonso desde que éste estuviera destinado en la Casa Militar del Caudillo, cuando el entonces “aspirante” a la Corona se educaba al amparo del dictador. Relación que se hizo bien notoria en 1962, al ser el entonces capitán Alonso uno de los pocos militares que asistió a la boda del Príncipe Juan Carlos con Doña Sofía, celebrada en Atenas. Además, mantuvo una singular amistad con Carmen Díez de Rivera, marquesa de Llanzol, especialmente introducida en el entorno privado de la Zarzuela.
También es conocido que en aquellos años era un declarado “donjuanista”, vocación que, junto con su aspiración irrealizada de ser miembro del Consejo Privado de Don Juan de Borbón, compartió con el mismo presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo, que le terminaría nombrando para aquel relevante cargo. Precisamente, un “consejero” efectivo de ese reducto borbónico, su tío Joaquín Manglano, barón de Cárcer y primer alcalde de Valencia tras la Guerra Civil, fue quien le introdujo en los círculos monárquicos.
Dentro de aquel peculiar ambiente monárquico-liberal, un tanto estrambótico, Emilio Alonso mantuvo una estrecha relación con dos de sus más significados representantes, que también eran miembros destacados del Opus Dei: Rafael Calvo Serer, a la sazón presidente del diario “Madrid”, y Antonio Fontán, que, además de dirigirlo, fue uno de los profesores encargado de tutelar la educación universitaria del Príncipe Juan Carlos. Con el 23-F todavía caliente, la recomendación de Fontán cerca de Alberto Oliart fue decisiva para que éste propusiera su nombramiento expreso como director del CESID, sustrayéndole de otro destino como asesor de la Presidencia del Gobierno que ya le había ofrecido el propio Leopoldo Calvo-Sotelo en atención a sus afinidades “donjuanistas”.
Tras su nombramiento como director del CESID, Emilio Alonso Manglano, consciente del proceloso papel jugado por los Servicios de Inteligencia en el suceso golpista, dedicó sus primeros esfuerzos a restaurar la deteriorada imagen de la institución. Para ello fue necesario eliminar todos los rastros de su implicación en aquel reprobable acontecimiento, tarea en la que ya se había aplicado de forma inmediata su secretario general, el teniente coronel Calderón. En dicha labor jugó un papel importante el comandante Juan Ortuño, destinado en el Centro desde 1978 y precipitado sustituto del comandante José Luis Cortina al frente de la Agrupación Operativa de Medios Especiales (AOME), unidad implicada directamente en la asonada.
Por otra parte, siendo conocedor también de la aparatosa derrota electoral que se cernía inexorablemente sobre la UCD, también impulsó al máximo los teóricos logros del Centro contra la llamada “involución militar”, tarea en la fue especialmente asistido por Santiago Bastos (considerado antiguo topo del grupo “Forja” dentro del SECED y después fiel colaborador de Javier Calderón en el CESID). Este celo de salvaguarda democrática, ciertamente magnificado, alcanzó un primer momento estelar con el “desmontaje” de un supuesto segundo intento desestabilizador conocido como el “golpe del 27-O” (“operación Cervantes”). Más tarde se culminaría con la “desarticulación” del también hipotético magnicidio que teóricamente se habría de producir el 2 de junio de 1985, durante un desfile militar en La Coruña (“operación Zambombazo”).
Partiendo de estos éxitos tan artificiales y cuestionables, pero que no obstante permitieron a Felipe González aludir de manera insistente a la “deuda que los demócratas mantienen con el general Alonso Manglano”, el nuevo director del CESID fue rindiendo la institución de forma progresiva al Gobierno socialista, y muy en particular ante Narcís Serra, que fue su primer ministro de Defensa, con efectos simbióticos evidentes. De acuerdo con esa entrega a la causa gubernamental, el ascenso en los empleos militares de Emilio Alonso fue ciertamente vertiginoso.
El director del CESID fue promovido al empleo de coronel el 12 de julio de 1981, a general de brigada en 1983, a general de división en abril de 1985 y a teniente general en enero de 1987. Promoción excesiva que fue muy criticada por sus compañeros de profesión, al carecer de experiencia en el mando sobre unidades de fuerza y al facilitársele ascensos incluso sin plazas vacantes que los justificaran legalmente. De hecho, el Consejo Superior del Ejército se opuso de forma expresa a que fuera ascendido a teniente general, molesto, además, por las maniobras políticas que había realizado previamente buscando su nombramiento como Jefe del Estado Mayor del Ejército.
Del mismo modo, también se cuestionó su excesiva permanencia al frente de los Servicios de Inteligencia, prolongada durante catorce años, y más aún al haber superado su vida profesional en activo (pasó a la reserva el 13 de abril de 1990 al cumplir la edad reglamentaria de 64 años), razón por la que en su propio departamento se le llamaba “el Fósil” y en el entorno castrense “el Intocable”. Con una continuidad en el cargo tan dilatada, se contravenían las normas ya establecidas previamente en el SECED y en otros muchos organismos técnicos y de representación política, fomentándose así la proclividad a utilizar el CESID más en beneficio directo del Gobierno y del partido que lo sustentara, que en su estricto sometimiento al interés del Estado.
Siendo ya teniente general en situación de reserva, Emilio Alonso Manglano presentó su dimisión como director del CESID el 15 de junio de 1995, motivada por el escándalo de las escuchas telefónicas ilegales realizadas bajo su autoridad a personajes relevantes de la vida pública. No obstante, permaneció en el cargo de forma interina hasta el inmediato 7 de julio, fecha en la que fue sustituido por el general de división Félix Miranda Robredo. Entonces Gustavo Suárez Pertierra le acogió como asesor en el Ministerio de Defensa con el fin de “aprovechar su experiencia” en el ámbito internacional (en realidad seguía manejando de forma encubierta los hilos del CESID), cargo en el que cesó de forma fulminante el 17 de mayo de 1996 tras la constitución del nuevo Gobierno presidido por José María Aznar.
Después de haberse archivado la causa instruida inicialmente por aquel llamativo affaire de los “pinchazos telefónicos”, y ya con José María Aznar al frente del Gobierno, en octubre de 1997 la juez Ana María Pérez Marugán dictó auto de apertura de juicio oral contra Emilio Alonso Manglano y siete agentes del CESID implicados en el mismo. La sentencia correspondiente, dictada por la Sección Quince de la Audiencia Provincial de Madrid el 26 de mayo de 1999, le condenó a seis meses de arresto y ocho años de inhabilitación absoluta por un delito continuado de escuchas telefónicas ilegales.
El fallo del tribunal atribuyó al general Alonso Manglano el control y la asunción de los hechos “dentro de una política de mal entendida seguridad nacional” y estimaba que las pautas operativas del CESID en ese asunto reflejaban un “estado de cultura” caracterizado “por un débil sentido de la legalidad”. También criticaba al Ministerio de Defensa por haber dificultado que declarasen como testigos algunos de los que previamente lo hicieron ante la jurisdicción militar, lo que se calificó como una “actitud negativamente discriminatoria”.
Sobre el fondo de ilegalidad juzgado, la sentencia consideraba además acreditada, “con un rigor probatorio que pocas veces concurre”, la realización de escuchas durante años “a una infinidad de ciudadanos”. Y aun cuando el contenido de sus conversaciones fuera totalmente ajeno a ese tópico “indefendible por inconstitucional” que es “una seguridad nacional que implica inseguridad en el disfrute de derechos fundamentales”.
Conocido el fallo, los condenados presentaron recurso ante el Tribunal Supremo, alegando “contaminación” del órgano que les condenó, ya que éste había resuelto antes del juicio la anulación del archivo de la causa. El 23 de marzo de 2001, el Tribunal Supremo confirmó la sentencia, aunque la Audiencia Provincial acordó, sin embargo, suspender la ejecución de las penas privativas de libertad de los condenados que lo requirieron, mientras se resolvía el indulto que habían solicitado ante el Ministerio de Justicia.
El 26 de marzo de 2004, el Tribunal Constitucional anuló la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid, así como la del Tribunal Supremo que la había confirmado, al estimar parcialmente los recursos presentados por los condenados, acordando la repetición del juicio.
Para entonces, el general Alonso Manglano contaba ya con una nueva condena. El 4 de abril de 2003, la Audiencia Provincial de Álava le había sentenciado con una pena de tres años de prisión en la causa abierta por las escuchas realizadas también en la sede de Herri Batasuna de Vitoria, descubiertas por esta formación política el 31 de marzo de 1998.
No obstante, dicha condena no llegó a ser firme, ya que el Tribunal Supremo dictó sentencia absolutoria el 16 de abril de 2004, absolviendo igualmente al general Calderón Fernández, ex director del CESID como él e implicado en los mismos hechos, al entender que no se podría deducir que la actuación delictiva enjuiciada fuera conocida por ellos sólo en razón de haber sido máximos dirigentes de dicho organismo.
Al margen de estas dos causas penales, estuvo imputado en otros procedimientos penales: el “caso Oñaederra”, relativo al asesinato de este presunto miembro de ETA militar acaecido en Bayona en diciembre de 1983; el caso que investigaba la posible utilización de mendigos como cobayas por parte de los servicios secretos (“operación Mengele”), y en el sumario instruido por el juez Baltasar Garzón sobre el atentado cometido por los GAL en el hotel Monbar de Hendaya (Francia) en 1985, con resultado de cuatro muertos. También se vio obligado a prestar declaración como testigo en el caso del secuestro del ciudadano vascofrancés Segundo Marey, así como en el del secuestro y posterior asesinato de los presuntos etarras José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala.
Emilio Alonso Manglano ha sido distinguido con tres Cruces del Mérito Militar, con la Medalla de la Campaña Ifni-Sahara, la Cruz Roja del Mérito Militar, dos Cruces de la Orden del Mérito Naval, Cruz del Mérito Aeronáutico, Medalla del Mérito Militar de la República de Portugal y con la Encomienda de Isabel la Católica. Asimismo posee la Cruz, Placa y Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y la Gran Cruz del Mérito Militar, que le fue concedida en noviembre de 1978.
En edad madura, bordeando los cincuenta años, Emilio Alonso Manglano contrajo matrimonio con Susan Lord-Williams, de nacionalidad estadounidense e hija de un pastor protestante, unión de la que nacieron un hijo y una hija. Falleció en Madrid el 8 de julio de 2013 a la edad de 87 años, víctima de un cáncer.
En definitiva, la carrera del teniente general Alonso Manglano, a la postre más política que militar, y en particular sus catorce años al frente del CESID, le caracterizan como un hombre inteligente y culto, calculador y ambicioso, siempre situado tras la estela del poder. Habiendo llegado a la cumbre de su profesión, optó erróneamente por la connivencia con el “felipismo” más deplorable (los GAL, Roldán, escuchas ilegales, fondos reservados...), en vez de servir a los intereses exclusivos del Estado.
FJM (Actualizado 08/07//2013)
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