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NÚMERO 186. Las falsas lecturas de las elecciones catalanas

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
domingo 04 de octubre de 2015, 17:02h

Hace prácticamente tres años, al hilo de las elecciones catalanas del 25 de noviembre de 2012, ya advertimos las falsas lecturas que los partidos perdedores hacían de los correspondientes resultados, con el objeto de confundir a la opinión pública y, peor aún, de envolverse ellos mismos en un irreal imaginario por el que deslizarse hacia las zonas más oscuras de la política. Así les ha ido.

En aquella ocasión reflexionamos sobre la conveniencia de conocer la realidad objetiva a efectos del buen gobierno político. Decíamos que, en esencia, la razón depende de la verdad y que sólo cuando el gobernante o el opositor conocen y asumen las cosas como son en sí, alcanzan esa verdad, lo que les permitiría actuar con razón y no contra ella, mientras que de otra forma caerán en el error y, por tanto, en la acción política inútil, cuando no perniciosa.

Este es un razonamiento muy sencillo, pero de difícil sustanciación a tenor de los muchos ejemplos que nos ofrece la política española. Uno fue el del 25-N catalán y otro es el recién consumado del 27-S.

El 25-N algunos negaron, incluso, la evidencia de que las elecciones las había ganado Convergència Democràtica de Catalunya (CiU) de forma inapelable y -ojo al dato-en vía radical, obteniendo 50 escaños (con el 30,68% de los votos válidos emitidos). Mientras ERC, la segunda fuerza política, solo alcanzaba 21 escaños (con el 13,68% de los votos); es decir bastante menos de la mitad, aunque doblando los 10 que ya tenía y con propuestas políticas también de mayor radicalidad y arrebatándoselos en parte a CiU.

Pero, si la victoria de CiU fue tan abrumadora, ¿a qué vino el absurdo de algunos portavoces de los partidos perdedores empeñados en deslegitimar esa clara victoria, pidiendo, incluso, la dimisión de Artur Mas como presidente de CiU? ¿Y, en todo caso, qué derecho tenían aquellos políticos fracasados para inmiscuirse en las decisiones internas de una organización que les era ajena…?

Cierto es que Artur Mas había demandado a los electores que votaran a CiU de forma masiva para conseguir una mayoría absoluta (algo que siempre es un resultado extraordinario), lo que, además de ser legítimo y tácticamente conveniente, debería pretender cualquier líder que se precie. Pero lo que está clarísimo es que si a quien ha ganado unas elecciones se le pide que dimita por no haber conseguido mayoría absoluta, quienes habiéndolas querido ganar aun con mayoría simple (que es lo normal) las pierden, tendrían que aplicarse la misma exigencia que reclaman a otros y, con mayor motivo, ser los primeros en dimitir de sus cargos partidistas.

Dada la importancia política de aquellos comicios de 2012, en los que sin duda alguna ya se medía perfectamente el crecimiento del independentismo catalán y, por tanto, la fortaleza o debilidad del actual modelo de Estado, lo primero que demostró la legítima victoria electoral de CiU, que en efecto perdió 12 escaños respecto de su posición anterior, fue la incapacidad del PP para recogerlos, entendiéndose entonces que todavía representaban votos de la derecha catalana no secesionista. Pero el PP se quedó atascado en los 19 escaños y en el 12,99% de los votos, lo que a tenor de la bandera ‘españolista’ que arrió en la campaña y de ostentar la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados y en el Senado, presidiendo por supuesto el Gobierno de la Nación, era una derrota sin paliativos, extremadamente grave a efectos del problema catalán de fondo que subyacía en aquellos comicios. Y punto pelota.

Pero es que, todavía peor, aquel fracaso político del PP en Cataluña de 2012 se vio acrecentado por el éxito de Ciutadans, que incrementó su peso parlamentario con seis escaños más sobre los tres que ya tenía; es decir creciendo en escaños un 200% y consolidándose como fuerza política directamente competidora del PP. David comenzó a robarle la posición política a Goliat y Rajoy se fumó un puro, que es lo que mejor sabe hacer, aunque aquello comenzara a marcar el principio del fin del PP en Cataluña.

Ahora, con los resultados del 27-S puestos en negro sobre blanco, vemos que nuestro análisis y advertencias sobre el 25-N han derivado por la senda prevista. Ahora Ciutadans casi ha triplicado su representación en el Parlament, mientras que el PP la ha bajado, cuesta abajo y sin frenos, de 19 a 11 escaños, incapaz siquiera de recoger en sus filas a los busca-puestos de UDC, que han pasado a mejor vida política…

Pero los despropósitos interpretativos siguen vivos. Ahora tenemos al propio Ciutadans que, sin saber capitalizar todavía con mayor eficacia su indudable éxito electoral, lo ha vuelto a interpretar en clave de absurdo político o de pueril pataleta: pidiendo otra vez la dimisión de Artur Mas, que ha ganado las elecciones más que doblándoles en escaños (62 frente a 25) y -ahí es nada- pidiendo también unas nuevas elecciones catalanas, quizás para calentar más el sentimiento independentista y acrecentar el problema. Algo realmente simplista (un error de noveles quizás demasiado crecidos), como quien quiere apagar un fuego con gasolina, que no dice mucho en favor de quien ya debería aspirar a presidir el próximo Consejo de Ministros con otras propuestas de mayor transcendencia nacional.

Otra cosa es que el señor Mas pueda tener su vida política agotada y que, como cuestión interna, CDC necesite una renovación que entierre el ‘pujolismo’ y sus secuelas de corrupción de forma definitiva. Pero ahí queda su ciclo de apertura a la secesión, bien patente ante el papanatismo de los últimos gobiernos centrales.

Y no menos curioso es que todos los analistas silencien que quien realmente ha triunfado en las elecciones del 27-S ha sido la CUP (Candidatura d’Unitat Popular), experimentada formación de la izquierda radical y pancatalanista, que ha triplicado de sobra sus escaños con un reprise electoral superior al logrado por Ciutadans en 2012 (de 3 ha pasado a 10). Porque ahora la CUP es quien ahora tiene la sartén del gobierno catalán cogida por el mango, algo sin duda delicado siendo como es el partido más furibundo dentro del aguerrido entorno independentista…

En esa misma zona sensible de equilibrios y desequilibrios políticos, hay que reconocer, pues, el corrimiento de votos que se produce desde las antiguas posiciones nacionalistas o catalanistas a las secesionistas; es decir, que lo perdido por la suma de CiU + ERC se traslada con mayor radicalidad a la CUP, como ya sucedió en 2012 con el trasvase de votos de CiU a ERC. Los analistas aprecian por un lado los retrocesos del partido liderado por Artur Mas, pero sin ver al mismo tiempo cómo, por el otro, crece la temperatura política en el entorno independentista.

Hoy, hasta en inmovilista Rajoy -que ya es decir- reconoce la fractura social y las tensiones políticas consolidadas en Cataluña, aunque, torpe él, crea que ‘solo’ afectan a cuatro de cada cinco catalanes. En realidad afecta a más de la mitad del Parlament (72 escaños frente a 63) y casi a la mitad del electorado (el 47,78% frente al 48,53%, al que se debe añadir el 3,63% de los votos que no alcanzaron representación en escaños), lo que es una barbaridad y un desastre sin paliativos porque supone una clara ruptura del consenso constitucional de 1978.

Claro está que la mayoría absoluta en escaños del independentismo catalán se quiere contraponer con una ligera desventaja en porcentaje de votos. Lo que ni mucho menos anula o desvanece el fondo del problema, ni justifica el que los líderes que aspiran a gobernar España en la próxima legislatura no quieran enfrentar esa dura realidad.

Quizás porque están obcecados en el análisis provinciano y barriobajero, en tapar o maquillar sus derrotas -en el caso del PP y del PSOE-, en no reconocer la caída definitiva del bipartidismo y en arremeter sin ton ni son contra Junts pel Sí, coalición que, con o sin plebiscitos, ha ganado legítimamente las elecciones, mientras los demás las han perdido. Y formación que va a dirigir la Generalitat sí o sí (so pena de tener que volver a celebrar otras elecciones anticipadas si cabe más peligrosas), y con años por delante para alcanzar sus objetivos políticos y tratar de sustanciar sus aspiraciones secesionistas.

Pero si el analista sensato podía preguntarse por qué extraña razón los resultados electorales del 25-N habían de provocar la dimisión de Artur Mas y no la de la popular Alicia Sánchez-Camacho, que a pesar del lío en el que se metió parecía encantada de haberse conocido, o la del propio Rajoy, que había fracasado totalmente en su defensa del Estado español, también podía mirar hacia el PSOE y plantearse algo parecido. Pere Navarro, entonces líder del PSC, y su padrino político Alfredo Pérez Rubalcaba, se mostraban razonablemente satisfechos porque, como gran alternativa de gobierno en España, sólo habían perdido ocho escaños, tres o cuatro menos de los que les vaticinaban los sondeos demoscópicos previos…

Ahora, Miquel Iceta también está encantado con haber perdido otros cuatro escaños, quedándose en tan solo 16 después de haber sido un partido hegemónico en Cataluña (llegó a tener 52 escaños en 1999). Lo que les señala como una verdadera tropa de cantamañanas, incapaces de reconocer sus errores ni con la cabeza puesta al filo de la guillotina electoral.

En 2012 las elecciones catalanas fueron ganadas por CiU y perdidas por el PSOE y el PP, y en 2015 las ha ganado Junts pel Sí y las han vuelto a perder el PSOE y el PP. Y ahora, ni a Ciudatans ni al PP les gusta que gobierne el partido más votado, que es lo que defendían hasta hace muy poco y lo que querrán defender en las próximas elecciones generales si la aritmética parlamentaria entonces les es favorable.

Incoherencia especialmente delicada para la formación de Albert Rivera que, como esperanza blanca de la llamada centralidad política, debería distanciarse prudentemente del PP, al igual que del PSOE, con una formulación de política nacional genuina y enraizada con una reforma españolista y radical del deteriorado sistema político. Y reponiendo los intereses del Estado donde deben estar y los de las autonomías -que no son naciones ni mucho menos otros Estados- en el suyo, que es simplemente el del autogobierno que les toque. Y punto pelota.

La otra pata del banco electoral a nivel nacional (Podemos y su maraña de coaligados), ha pinchado en Cataluña por los despistes, las ‘gracietas’ y la escasa madurez de Pablo Iglesias, convertido en un niño terrible de la política que ha confundido la Puerta del Sol de Madrid y las decisiones asamblearias con la política y el marketing electoral reales. Y que, de seguir así, no pasará de ser otra muletilla falsaria de la utopía marxista, obligada a doblegarse ente el PSOE.

Los chicos de Podemos harían bien en apretarse ellos machos, abandonar la sopa de siglas (y las siglas de sopas) y pactar razonablemente con IU si no quiere diluirse como un azucarillo dentro de un vaso de agua, dejándose de verborrea y populismos de corto alcance y entrando en la praxis del sistema y en el acuerdo político -sin renunciar a su ideario social- para no expirar de forma prematura como UPyD.


LOS INDEPENDENTISTAS SIGUEN SU CAMINO

Lo que subyace en todas las interpretaciones equivocadas de los resultados electorales del 25-N y el 27-S, y en las rabietas de la oposición contra Artur Mas, acompañadas con la absurda exigencia paralela de que renuncie al liderazgo de su partido (un problema menor que en cualquier caso tendría una sustitución más agresiva), es su trasfondo secesionista. Abanderando la eclosión ciudadana del independentismo, palpable a más no poder, CiU se atrevió por primera vez en 2012 a encabezar su programa electoral con esta rotunda y arriesgada aspiración política.

Su ‘pulso’ frente al Gobierno de la Nación (y también frente a la oposición socialista) fue total, y en el análisis objetivo de la situación hay que decir que fue ganado en toda regla y lo sigue siendo, por mucho que se quiera ocultar o no reconocer.

A este respecto hay que tener presente dos consideraciones sustanciales que tanto el PP como el PSOE quieren ignorar, o que simplemente ignoran por su escasa capacidad analítica.

La primera de ellas es que por primera vez en el nuevo Estado democrático, los votantes catalanes han asumido con plena consciencia, y expresándolo sin ambages en las urnas, la exigencia independentista, porque todas las fuerzas políticas habían aceptado de hecho, y con gran torpeza, el carácter plebiscitario de las elecciones catalanas y porque los votos de quienes piensan de forma distinta o se han sentido más ‘españolistas’ han emigrado del PP y del PSOE hacia otras formaciones políticas (caso, por ejemplo, de los 734.910 votantes de Ciutadans). Por tanto, a partir del 27-S, e incluso desde el 25-N, ya no caben dudas ni equívocos sobre el independentismo catalán.

En segundo término, el gran refrendo de esta exigencia de independencia es mucho más palpable ahora con el éxito obtenido por la CUP, partido que ha triplicado sus escaños por su radicalidad y que ya podrá competir en ese terreno con ERC; un dato a tener muy en cuenta en el futuro propagandista del independentismo, dado su activismo y su conexión con los movimientos sociales de base municipal. Es decir, el problema de fondo (el pulso de la secesión) se agrava para los partidos ‘españolistas’ (y para el Estado) una vez que el éxito de Junts pel Sí se ha visto flanqueado con el de la CUP, que es el partido independentista más extremo.

La aritmética del caso es bien simple: en el Parlament de Catalunya se acaba de consolidar un frente ‘independentista’ mayoritario de 72 escaños y una amalgama de oposición ‘españolista’ de 63, que, además de estar menos cohesionada, no comparte una misma idea del Estado ni tiene las cosas claras al respecto, lo que, por otra parte, evidencia su incapacidad para defenderlo. Ese reparto de posiciones antagónicas, además de mostrar una división real de la sociedad catalana en relación con el propio concepto de España y su sistema de convivencia, tiene todas las trazas no sólo de que una de ellas (la independentista) ya sea irreversible, sino de que irá creciendo a costa de la otra (la españolista), tanto por efecto de la acción política cotidiana, autonómica y municipal, como por la incapacidad de los partidos nacionales para contrarrestarla.

Uno de los comentaristas políticos más clarividentes al respecto, quizás por su independencia personal, Federico Jiménez Losantos, lo afirmó hace tres años, nada más conocerse los resultados electorales del 25-N. En su columna habitual de El Mundo (Comentarios Liberales) publicada un artículo titulado ‘Lo de menos era Mas’ (26/11/2012) en el que, despegado incluso de la línea editorial del periódico, afirmaba acertadamente que si bien Artur Mas había perdido 12 escaños y fracasado en su aspiración de alcanzar una mayoría hegemónica, su proyecto secesionista había vencido, sin duda. Y explicaba:

“¿A quién ha vencido? Evidentemente, a todos los que se oponían al referéndum y a la independencia, bien para mantener la España autonómica -PP y Ciudadanos-, bien para reconvertirla en una España federal ‘con derecho a decidir’, o sea, a separarse -PSC-. Leales y desleales, coherentes e incoherentes han sido igualmente derrotados, si bien Ciudadanos puede presumir de un gran resultado como partido. Los partidarios de defender el Estado Español actual no llegan a 30 escaños e incluso sumando a los que quieren una España en porciones y desechable no llegan a 50. Sobre 135”.

A continuación, Jiménez Losantos se hacía una doble pregunta de respuesta obvia: “Pero ¿alguien cree que el PSOE se ofrecerá al Gobierno de Rajoy para constituir un frente español que dé la batalla política y mediática al frente separatista catalán? ¿Y alguien cree que el Gobierno del PP, con toda su mayoría absoluta, será capaz siquiera de intentarlo?”.

La conclusión del articulista era fiel expresión de la realidad objetiva y, por ello, bien contraria a las falsas lecturas del 25-N realizadas entonces por sus dos grandes perdedores, el PP y el PSOE: “Lo de menos era Mas. El separatismo sigue adelante”.

Ahora, el 27-S suma y sigue. Y en esa misma fecha, en la que se celebraba el Alderdi Eguna (fiesta del Partido Nacionalista Vasco), el lehendakari Iñigo Urkullu advertía al Gobierno de España que, además de tener un problema en Cataluña, “también tienen un problema en Euskadi” porque “está dando pasos atrás” y “no cumple lo acordado”, en referencia a las competencias recogidas en el Estatuto de Gernika aún sin transferir al Gobierno vasco.

Urkullu aprovechó esa celebración para defender la “construcción nacional” de Euskadi en la Unión Europea, abogando para lograrlo por una “consulta legal y pactada” basada en el “reconocimiento mutuo” y en la “bilateralidad” entre Euskadi y el Estado porque, según explicó, cree en “la unión desde la voluntad democrática y la libre adhesión”. Dicho de otra forma, a más Europa, menos España, que eso es lo que buscan.

Por su parte, el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, apostó por “dar nuevos pasos en la vía vasca hacia la libertad”, anunciando que su partido no parará hasta “conseguir lo que Euskadi se merece: su reconocimiento como nación y sus derechos políticos como pueblo, empezando por poder decidir su futuro y una relación de bilateralidad con el Estado que le sitúe de igual a igual”.

También afirmó que el País Vasco seguirá “su propio camino” y que “no acelerará cuando otros lo hagan, como no se ha parado cuando otros lo estaban”, porque “tiene su propia hoja de ruta”. En este sentido sostuvo que Cataluña y Euskadi deben poder elegir cada uno su camino aunque ambos terminen en el mismo lugar: “Ser libres en la Unión Europea”...

Eso es lo que hay, pero no se preocupen. El Gobierno de Rajoy y los sabios del PP (‘Don Tancredo’ y su cuadrilla) dicen y redicen que Artur Mas ha fracasado en su estrategia política y en su batalla independentista: todos tranquilos, que Mariano controla.

Fernando J. Muniesa