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NÚMERO 188. La Fiesta Nacional y el patriotismo institucional de ocasión

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
domingo 18 de octubre de 2015, 18:06h

Sostiene El Mundo (09/10/2012) que Zarzuela había puesto especial interés en que, este año, la asistencia de los presidentes autonómicos al desfile y a la posterior recepción oficial de la Fiesta Nacional fuera mayoritaria (aunque debiera ser obligada y consustancial al cargo), con objeto de ofrecer una sólida imagen pública de unidad institucional en un momento especialmente sensible por la crecida independentista catalana.

Es decir, buscando una exhibición de patriotismo ocasional que contrastara con la tradicional dejación institucional en la defensa de la españolidad, tratando de que los lodos pasados (los patriotas han llegado a verse como franquistas irredentos e incluso tachados de fascistas) se conviertan ahora en polvos más llevaderos. Puro patriotismo pues -el oficialista- de quita y pon.

Según el citado medio informativo, la Casa Real había “animado” a varios presidentes de las Comunidades Autónomas para asistir en Madrid a la celebración del 12 de Octubre y trasladar así a la ciudadanía una imagen de máxima unidad nacional, en un momento de especial trascendencia tras alcanzar el desafío secesionista catalán una aplastante mayoría absoluta de las fuerzas anti españolas en las elecciones del 27-S. Celebradas en clave plebiscitaria ante la torpe pasividad gubernamental, por no decir con su complacencia.

Y matizaba El Mundo que, este año, la Fiesta Nacional se celebraba a dos meses de las elecciones generales y que, en esa coincidencia, la presencia institucional debería ser más nutrida de lo habitual, tachándolo por tanto de acto más o menos propagandista. Es decir, se reconocía que el verdadero sentimiento patriótico sólo se aviva oficialmente al paso de la conveniencia electoral…

De hecho, el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, destacó en conversación con El Mundo que la presencia en Madrid de los máximos representantes de las autonomías era esta vez “más importante que nunca”. Y que, con ella, “se constatará que la unidad de España no está en peligro apenas 15 días después de las elecciones catalanas que algunos han intentado convertir en un órdago contra esa unidad”.

Dicho de otra forma, si la amenaza secesionista no se hubiera despertado como se ha despertado, la Fiesta Nacional seguiría siendo una celebración de tercera categoría y más o menos rácana o bochornosa como ha sido en los últimos años. Y, claro está, los entusiastas seguidores del desfile militar correspondiente, exhibiendo siempre orgullosos la bandera de España, seguirían siendo tildados de ‘fachas’, alejados de las tribunas oficiales (para evitar pitidos al Gobierno de turno e incluso al Rey como sucedió en 2012) e ignorados por las cámaras de televisión española, siempre al servicio de la verdad oficial.

Ahora, el gasto en combustible para que la Fuerza Aérea participara en el desfile y para que la ‘Patrulla Águila’ pudiera dibujar en el cielo capitalino la bandera de España (otras veces ausente), y el de partidas extraordinarias  para diversos actos ‘patrióticos’ de acompañamiento (retretas militares, aperturas gratuitas de todos los museos de gestión estatal, conciertos de música militar…), ha sido aprobado con inusitada generosidad. Ahora, el presidente Rajoy se ha cuidado muy mucho de asistir (no lo hizo en el último desfile del Día de las Fuerzas Armadas) y de no reiterar aquel comentario a Javier Arenas que se le escapó a micrófono abierto en relación con la Fiesta Nacional de 2008: “Mañana tengo el coñazo del desfile. En fin, un plan apasionante”

Y, por poner algún otro ejemplo de patriotismo sobrevenido, también ahora el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, se lamenta con gran oportunidad electoral: El complejo de lucir símbolos nacionales es realmente triste”. Y aprovecha el fregado catalán para reivindicarse como “firme defensor de la unidad de España”, autor como diputado constituyente en el 78 “de la enmienda de la indivisibilidad” e implicado en la unidad de España desde que entró en política, “incluso antes de la muerte de Franco” (La Razón 11/10/2015); no sin sorprender a quienes durante casi medio siglo han desconocido su vena patriótica efectiva y cualquier posición crítica como político en activo ante los excesos competenciales autonómicos, sin ir más lejos.

Lo cierto es que el patriota García-Margallo nada reivindicó ni dijo cuando en la celebración en el desfile del 12 de Octubre de 2013, presidido por el entonces Príncipe Heredero, precisamente ‘su’ Gobierno ordenó interpretar la ‘versión breve’ del himno nacional (de 27 segundos frente a la de 52 que siempre se aplica en presencia del Rey), a pesar de la trascendencia del acto.

Como tampoco dijo ni ‘mu’ ante la todavía más vergonzante decisión de que los militares saludaran al Príncipe a su paso por la tribuna presidencial, siéndoles devuelto el saludo, pero sin poder lanzar el grito ritual de “¡Viva España!”, porque según el protocolo gubernamental “no correspondía”. Pero en 2015 sí ha correspondido, apretados como están la Corona y el Gobierno por las fuerzas independentistas, gracias entre otras cosas a su falsa idea de la Patria y a su mera defensa ocasional y prácticamente de opereta…

Ahora, el mismo ministro rácano de Defensa que ha machacado cuanto ha podido la imagen de las Fuerzas Armadas y su proyección pública, tira de repente de talonario para organizar una perfecta celebración militar del 12 de Octubre, sin precedentes en las últimas décadas (sólo faltaron las unidades acorazadas y los sistemas de armas sobre plataformas terrestres). Reconociendo un especial “sentido de reivindicación” del acto, que ahora proclamaba “de toda la sociedad” y pregonando en TVE: “España merece la pena. Es una gran nación de la que hay que estar orgulloso”.

Y sin límite en los medios públicos para realizar una retrasmisión televisiva abrumadora, con más de 20 cámaras en juego (además de las desplazadas en las aeronaves), también sin precedentes en la historia. Es decir, tirando por fin la casa por la ventana.

Bien está este entusiasta revival del patriotismo gubernamental, con Rajoy a la cabeza, y bueno será que siga así por muchos años. Pero lo triste del caso es que, en última instancia, se deba sólo a la batalla planteada por los independentistas catalanes; es decir, gracias a Artur Mas y no debido a un firme y expreso convencimiento del Gobierno del PP (muy distinto del que tienen las bases del partido), curiosamente hibernado desde que obtuvo la mayoría parlamentaria absoluta el 11 de noviembre de 2011…

Pero, con todo, ese interés institucional por recuperar ahora el sentido del patriotismo y de la unidad nacional perdido, machacado progresivamente desde la Transición por la complacencia política con el nacionalismo radical y por la pasividad de los sucesivos gobiernos ante los agravios a los símbolos más señeros de la Nación (incluido el desprecio y la quema de la bandera y las vejaciones al Jefe del Estado), no ha funcionado. Llega tarde y por eso llega mal; hasta el punto de que, ahora, la ausencia de los presidentes de las autonomías con aspiraciones independistas (Cataluña, País Vasco y Navarra) ha sido más evidente y desafiante que nunca: la propia Casa Real ha resultado airada con esa especie de ‘si no te gusta el chocolate, ahí tienes taza y media’, sin que tales desplantes merezcan la más mínima contestación por parte de las autoridades del Estado.

Algo que -insistimos- es más humillante después de haberle dorado la píldora a las autonomías más independentistas en la propia Ley 18/1987, de 7 de octubre, que establece el día de la Fiesta Nacional de España en el 12 de Octubre (de artículo único). En su Exposición de Motivos se incluyó este baboseo innecesario con las veleidades nacionalistas: “(…) La fecha elegida, el 12 de Octubre, simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los Reinos de España en una misma Monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos…”.

Y ahí quedó eso, como otro estímulo más para ir convirtiendo poco a poco los nacionalismos en fuerzas secesionistas. Porque la ley no es una llamada cerrada a la unidad nacional, sino otra concesión añadida al devaneo de su progresiva dilución, ahora muy difícil de reconducir. Ahora, la Corona y el Gobierno se aferran a la “España unida y diversa”, cuando lo diverso ha primado demasiado sobre lo unitario, el concepto de Estado ha decaído en favor de los nacionalismos y el de nación ha sido desplazado por la tontuna de lo ‘plurinacional’…

Ahora, con el secesionismo catalán galopando ya a uña de caballo, con el vasco y el navarro acechantes, y con tres presidentes de comunidades autónomas con la idea de España confundida para despreciar a la Corona y al Estado en la celebración de la Fiesta Nacional, sólo queda eso: un patriotismo institucional de ocasión o de quita y pon.

Además, infecundo y vano por estar básicamente orientado al pasado (y enhebrado con algunas páginas poco edificantes de nuestra historia), y no fuerte y activo al no haberse querido orientar hacia el porvenir, como pedía Santiago Ramón y Cajal. Y es que, aniquilado el primero como ha sido aniquilado, todo indica que será vano fomentar el segundo.

¿Qué se volverá a decir mañana, o pasado mañana, según convenga a los vientos de la política, de quienes, como verdaderos patriotas, reivindiquen públicamente la España ‘una, grande y libre’…? ¿Se reconocerá y fomentará como sentimiento nacional, o sólo servirá como ariete de coyuntura contra el independentismo que no han sabido embridar los mismos gobernantes que antes la despreciaban…?

Fernando J. Muniesa