El conde de Tezío, ministro plenipotenciario en la Carrera Diplomática, es destinado a uno de los puestos profesionales más cotizados entre los diplomáticos españoles: Cónsul General de España en Miami.
El puesto hacía honor a su fama y tenía el atractivo añadido de una encomienda realizada a su nuevo titular que, en caso de éxito, abriría decididamente las puertas a la promoción profesional. Poco a poco le empiezan a ocurrir cosas que no le cuadran. Comparte sus apreciaciones con sus superiores inmediatos. No tarda en comenzar a recibir envenenados mensajes subliminales y a encontrarse con que le surgen enemigos en las circunstancias más insospechadas. A medida que los va batiendo, brotan otros de mayor calibre y entidad. Finalmente, constata que se encuentra involuntariamente inmerso en una trama y que sus urdidores son altas instancias del Poder político. Han conseguido introducirlo en un laberinto minado de añagazas, tretas y cornadas. Nota cada vez más cerca el aliento del Poder que, cual Minotauro, va a toda costa a por él. No se arredra. Se enfrenta en una defensa sin cuartel contra la bestia.
Un buen día aflora en la pantalla de su ordenador un misterioso personaje. En buena parte, merced a su ayuda, consigue al final Tezío, mantenerse inhiesto y sin mella cual eje diamantino anclado en el vórtice de un ciclón desmelenado que lo asedia sin tregua y demostrar que sí se puede. Pero hay algo más.
Se trata sin duda de una obra sui generis. Es una novela inspirada en hechos reales pero, bajo un argumento, que te engancha a lo thriller, y unas vivas descripciones, que te transportan al Miami evocador y peliculero, esconde, con sutileza, un incisivo y profundo ensayo de sociología política. Narra los avatares de un diplomático español al que su Gobierno quiere doblegar para que se sume a una trama corrupta. Lo hace encerrándolo en un laberinto de añagazas y cacicadas en el que el Poder, al no conseguir domeñarlo, emulando al Minotauro, lo persigue tratando de devorarlo moralmente. Las cosas ocurren de tal manera que al final el protagonista, un verdadero Teseo redivivo, consigue postrar al Minotauro. Es una historia actual tan vieja como la del conocido y proverbial mito griego.
¿Cómo ha llegado el poder político a adquirir tamañas dimensiones y poder actuar como un tirano feudal omnipresente y corrupto? Esta es la pregunta que se plantea el lector avisado al final de la lectura de la vibrante narrativa. En un corto epílogo, y en formato de dialogo socrático, responde el autor esbozando una teoría.
El político, señala, ofrece derechos al ciudadano a cambio votos, es decir Poder; derechos que termina financiando el contribuyente. Se crea así un círculo – o triangulo de roles- vicioso: a más derechos, más Poder para articularlos y más contribuciones para financiarlos lo que empobrece al contribuyente creando resistencias que han de ser vencidas mediante más poder. Para obtenerlo se vuelve a una oferta creciente de derechos y se reinicia en tracto vicioso.
A medida que el ubre del contribuyente, por este camino, se seca hay que proceder al endeudamiento. Cuando se sobrepasan los límites del crédito y no se pueden financiar más derechos, hay que vender la ficción de que se disfruta de unos derechos que ya no existen en la realidad. Cuando esto ya no cuela se pasa de la ficción a la utopía, vendiendo una inexistente arcadia futura de derechos. La mentira se instala en la polite. Para llegar a esto, se ha ido lentamente desinstalado en la sociedad la herencia judeo-cristiana de una ética anclada en los diez mandamientos y en unos valores transcendentes y absolutos.
Es como si la relatividad del tiempo de Einstein o la del espacio de la mecánica cuántica haya generado un trasunto social. Se haya producido una rebelión – “la cuarta revolución social”– contra un sistema que encarnaba valores absolutos en la que no se implican, como en las anteriores, clases sociales. Ahora se trata de grupos ideológicos que se consideran víctimas de lo que denominan valores tradicionales – la verdad es al parecer uno de ellos – y que, de forma incruenta pero implacable, intentan sustituir por todavía no se sabe bien qué. Quizá por aquello de que el fin, bueno o malo, justifica los medios.
Perfil del autor
El embajador ERIK-IGNACIO MARTEL ADELER, marqués de San Fernando, ha dedicado la mayor parte de su carrera diplomática a la vertiente consular de la misma habiendo desempeñado , entre otros, tres puestos de Cónsul General y otro de Subdirector General en la materia. Hoy vive su retiro administrativo en Madrid a la vera del rio Manzanares rodeado de parques frondosos. Lo hace en paz y armonía con su entorno físico y humano lo que le ha brindado la fuerza de buscar mediante la escritura sentido a un intenso pasado. Poco a poco lo va encontrando lo que hace que cobre significado que al retiro se llame jubilación de júbilo.