Una de las pocas cosas realmente novedosas en las elecciones del 26-J, es que al menos en las candidaturas de Ciudadanos y de Unidos Podemos, que son las que quizás despiertan más interés, no figuran muertos políticos vivientes. Cierto es que podrán integrarlas gente políticamente menos experta o con acentos ideológicos inusuales y hasta transgresores; pero, de momento, no se encuentran marcadas por la lacra de la corrupción política (personal o partidista) ni por el continuo incumplimiento de sus promesas electorales, sin que tampoco tengan menor bagaje intelectual que quienes en otros partidos ya se muestran como candidatos de réquiem.
El ‘réquiem’ (‘descanso’ en latín) se conoce sobre todo en su afección a la ‘misa de difuntos’ de la liturgia romana (missa pro defunctis o missadefunctorum), que es un ruego por las almas de los muertos, realizado justo antes de su entierro o en las ceremonias que conmemoran el óbito en cuestión. Otra identificación del ‘réquiem’ son las composiciones musicales utilizadas principalmente para acompañar estos servicios litúrgicos o como conciertos de toque funerario.
Así, en esta crónica utilizamos el término ‘réquiem’ para acentuar el carácter caduco o fútil de los personajes incluidos de forma prominente en las listas electorales sin nada que aportar en términos de futuro. Es decir, políticos amortizados o auténticos ‘muertos vivientes’ incapaces de arrastrar a nadie a las urnas, cuando no claramente perjudiciales por su pasada experiencia de gobierno o su mala valoración social.
Y esas candidaturas de réquiem son las que volvemos a ver en el PP y en el PSOE para las elecciones del 26-J, quizás porque sus propios líderes (Rajoy y Sánchez), ambos realmente fracasados el 20-D, no dejan de ser dos cadáveres políticos incapaces de promover a su alrededor la más mínima ilusión ni esperanza de futuro.
El PP insiste en unas listas electorales en las que prevalecen los mismos amiguetes de Rajoy, incluidos los ministros en funciones peor valorados desde la Transición, que ya le acompañaron en la pérdida de la mayoría absoluta y nada menos que de 63 diputados, o el 33% de los obtenidos en 2011, antes que hacerlas atractivas para los votantes. Nada se observa por esa vía que suponga autocrítica alguna ni el menor atisbo de rectificación política o de renovación interna, con lo que uno no sabe cuál es la razón exacta por la que el PP espera mejorar sus resultados el 26-J.
Ahí están, incluidas en los puestos más destacados de las candidaturas, personas ya quemadas o súper amortizadas, e incluso fracasadas o que se han comportado como meros ‘floreros’ allí donde han tenido algún cargo o responsabilidad política. Esta inclusión de gente con una imagen pública desfavorable, o simplemente sin valores objetivos contrastados, es la que caracterizó las listas electorales del PP para el 20-D, ahora reiterada de cara al 26-J, justo en un momento crítico para el partido y tras continuos tropiezos en todos los comicios celebrados a partir de la mayoría absoluta ganada el 20-N (europeos, municipales y autonómicos).
Para las listas electorales no debería valer cualquiera, ni su mejor mérito debe ser tampoco el de la amistad personal con el Dedo Divino que las sanciona o el de formar parte de las camarillas que le rodean. Y en las candidaturas para el 26-J del PP, que además de ser un partido que ya fracasó el 20-D también puede adentrase más en una demolición sin precedentes, hay mucho ‘número uno’ provincial sin la menor justificación razonable, junto a otros verdaderos ‘espanta-votos’ enmascarados en posiciones menos relevantes pero con el mismo efecto de rechazo social. Puestos a elegir los candidatos electorales a dedo, que es como se suele hacer en todos los partidos, óptese entonces por quienes verdaderamente lo merezcan y sean más útiles en su función de representación parlamentaria.
Ahora, el PP sufre el error táctico de no haber sustituido con mayor decisión a los líderes desmoronados en las elecciones municipales y autonómicas del año pasado (24 de mayo) y en las previas de Andalucía, cuando todavía se contaba con siete meses para acreditar a los nuevos titulares que pudieran frenar la pérdida de votos (para ello ya se habría tenido más de un año). Y demostrando, además, que no tiene banquillo, sino más bien una colección de corchos políticos flotantes que taponan la renovación del partido y que lastran su necesaria conexión con la sociedad real.
Y, mientras tanto, el PSOE remienda sus no menos fracasadas listas del 20-D con políticos rescatados de tiempos pasados como Margarita Robles y Josep Borrell, ahora con rango de ministrables en las listas por Madrid. Salvando el respeto personal que nos merecen, lo cierto es que la agotada imagen pública de ambos, la primera vinculada a los momentos más agónicos del ‘felipismo’ y el segundo (una cabeza sin duda brillante) forzado por su propio partido a renunciar como candidato a la Presidencia del Gobierno en 2000, aun habiendo ganado a Almunia las correspondientes primarias, pocas dosis de entusiasmo electoral pueden aportar en una coyuntura como la presente tan exigente con el cambio y la renovación interna. Cosa que tampoco se salva con el voluntarismo y las indiscutibles buenas maneras del profesor Ángel Gabilondo.
Pedro Sánchez ya perdió 20 escaños sobre los escasos 110 logrados por Rubalcaba en 2011. Y ahora, con más de lo mismo, parece lógico que pueda perder unos cuantos más, asumiendo personalmente las consecuencias.
Allá cada partido con sus listas electorales, pero si las del PP y las del PSOE pueden mover algo, sólo será para que sus votantes de otros tiempos busquen nuevos referentes políticos en otras formaciones aledañas. Porque, lo que anuncian las candidaturas electorales de réquiem de ambas siglas, ya sin fuerza propia, no es otra cosa que una missa pro defunctis, apuntando que, quiérase o no, el futuro del país discurre por otros caminos.
Ya lo advertimos en las elecciones del 20-D y ahora lo repetimos de cara al 26-J: los muertos políticos vivientes son malos compañeros para ganar en las urnas. Pero allá los errores de cada cual y que con su pan se los coman.
Fernando J. Muniesa