El paso de Albert Rivera por Galicia y el País Vasco durante la campaña electoral del 25-S, ha sido significativo: circunstancial y sin carga política alguna para mover mínimamente la posición de los votantes de la derecha, que en esos lares ya tienen a Ciudadanos situado en la pura marginalidad.
El partido falsario de la ‘nueva política’ (nada hay en él que justifique esa pretendida imagen de marca) lo tiene crudo en esas dos comunidades autónomas, donde con toda seguridad va a recibir un nuevo varapalo electoral en línea con su caída nacional del pasado 26-J, momento en el que, de la noche a la mañana, perdió el 20% de sus escaños en el Congreso (bajando de 40 a 32). Una realidad distraída de la opinión pública gracias a la permanente actividad mediática del líder de Ciudadano y a la continuidad de su montaje de pactos y acuerdos políticos inservibles.
No nos gusta ser augures de lo por venir, pero si algo está cantado en las elecciones del 25-S es el batacazo político de Rivera, esa especie de ‘niño sabio’ de La Barceloneta -cada vez más repelente- que pretende liderar la ‘nueva política’ española agarrándose a lo más rancio del sistema. Sin ir más lejos, en abril de 2015 reconoció estar afiliado a la UGT (“lo he dicho mil veces”, aclaró ante un auditorio de ingenieros de Caminos, Canales y Puertos ciertamente perplejo). Está en su derecho de afiliarse a un sindicato de clase, pero si eso es hoy una muestra de modernidad política, que venga Dios y lo vea.
Ya hemos escrito en alguna ocasión que Rivera nos parece el ‘tonto útil’ del PP y del PSOE (y al parecer de la UGT) y que, para sentirse más cómodo en la ‘nueva política’ que pregona (pero imperceptible), debería acompañar el liderazgo de Ciudadanos con otra doble militancia en esos dos partidos. Sería curioso saber si también es socio simultáneo del Barça y del Real Madrid, o de cualquier otro club de fútbol que se le haya puesto a tiro en sus bolos de campaña...
El caso es que lo primero que hizo Rivera en su descubierta electoral a Galicia, nada más cruzar el Rubicón castellano-leonés, fue lanzar su ‘alea iactaest’ (la suerte está echada) particular, al estilo cesariano, que es lo suyo, pero no con la coletilla del ‘veni, vidi, vinci’, sino con la de ‘llegué, vi y metí la pata’. Previamente, y para afianzar su extraña idea del reformismo político, había apeado de la lista electoral coruñesa para el 26-J a Antonio Rodríguez, hasta entonces pretoriano de su confianza y único diputado nacional de Ciudadanos en Galicia, sustituyéndole a ‘dedo divino’.
En paralelo con esa bochornosa situación (escasamente ‘renovadora’), Juan Manuel Varela, escaldado responsable del partido naranja en Lugo, lanzó unas explosivas declaraciones denunciando que la dirección nacional del partido “dirigía el cotarro” desde Barcelona, que su estructura en Galicia funcionaba en ‘tipo franquicia’ y que en su entorno había cantidad de “barbiesy palmeros” que estaban esperando “a que vengan unas elecciones para colarse” en las listas. Toda una revelación sobre la ‘nueva política’ que ejecuta el joven Rivera, aunque la que propugna públicamente a bombo y platillo sea otra bien distinta y maquillada.
Pero es que, desembarcado desde la ciudad condal en ‘a terra das meigas’ (ahí es nada) y con lo que se jugaba en ellas, a Rivera sólo se le ocurrió iniciar la campaña electoral del 25-S con esta patochada política: “Si Feijoó no logra la mayoría y depende de nosotros, Galicia tendrá gobierno”. Porque, si al final Ciudadanos va a apoyar un gobierno del PP, ¿qué razón hay para que sus simpatizantes no voten directamente a los populares con una mayor utilidad del voto…?
Y todo ello después de insistir en su incongruente lema de campaña: ‘No nos conformemos, Galicia merece más’. Pero, ¿qué más puede merecer la derecha en Galicia…? ¿Acaso no se gobierna ya en la Xunta con una mayoría absoluta del PP…? ¿O es que Rivera pretende algo mejor que el propio gobierno de Núñez Feijoó al que quiere apoyar de forma tan diligente y entusiasta…?
Con esos mimbres tan manidos y caducos, poco cesto político se puede armar en las duras tierras electorales gallegas y vascas. Y menos todavía arrogándose el papel de ‘Pepito Grillo’ nacional (o de conciencia política colectiva) sin conocimientos ni mérito para ello.
Sin ir más lejos, nada hay peor que desembarcar electoralmente en el País Vasco, donde todo el cuerpo social -milite cada cual en el partido que milite- no renuncia a su ‘vasquismo’ frente a la ‘españolidad’, arremetiendo antes que nada contra los nacionalistas y acusándoles nada menos que de ser ‘enemigos de España’. Si tratas a alguien de esa forma, con tanta rabia e insistencia como hace el mentor de la ‘nueva política’ (¿?), poco ha de chocar que, teniendo ocasión, no le traten a él y a su partido como enemigos declarados de Euzkadi.
Por eso, el Ciudadanos del joven Rivera poco va a rascar en el Parlamento vasco (lo suyo es que no obtenga ni un escaño). Y auto limitando además el alcance territorial de sus aspiraciones políticas en un país que, aunque él no se haya enterado, es esencialmente plurinacional.
Su intransigencia con quienes no comparten sus propias ideas, es sin duda extremadamente inhábil para querer gobernar España mediante consensos políticos, que son su obsesión personal para protagonizar una presencia mediática que terminará abrasándole. Y ahí están sus pullas con Podemos, con los ‘comunistas’, los republicanos, los nacionalistas…, aunque no con los extremistas de derecha, entre los que quizás termine teniendo una buena acogida. Enfrentamientos radicales que chocan bastante con una de su declaración más incongruente en la campaña electoral del 25-S: “A quien no le guste o no sepa pactar o dialogar, que se marche”.
Porque, ¿a quién dirigía el adalid de la ‘nueva política’ (descalificatoria y excluyente) sus atrevidos consejos de jubilación política…? ¿A Rajoy y a Sánchez, que han sido sus sucesivos conchabados, o a un Pablo Iglesias al que él niega la palabra, el pan y la sal…? ¿No estaría Rivera reflejando en ellos su propia intransigencia…? Puestos a recomendar ese tipo de retiro político, se tendría que meter a muchos en el mismo saco, incluido él.
Confundiendo las cosas como las confunde Rivera (por ejemplo, el voto útil con el inútil y el acuerdo con la adhesión), o firmando pactos a troche y moche que acto seguido anula con una frialdad y radicalidad pasmosas, está echando a perder su carrera política de forma prematura. El 25-S se lo van a decir alto y claro en Galicia y el País Vasco: su fracaso girará en torno al cero más cero, totalizando nada de nada.
Quizás eso sirva al ‘niño sabio’ de la ‘nueva política’ para reflexionar sobre sus maximalismos y su prepotencia personal (fíjense que lo pretendido por el pipiolo de marras en Galicia era nada más y nada menos que “controlar a Feijoó”, que ya va a por su tercer mandato de mayoría absoluta). Y también para que comience a madurar políticamente; porque la pregunta del caso, que ya hemos formulado en otras ocasiones, es -insistimos- ésta: ¿Sabe el joven Rivera qué quiere ser de mayor…?
Fernando J. Muniesa