El “pensador” oficial del Ministerio de Defensa
MIGUEL ÁNGEL ALONSO BAQUER nació el 16 de marzo de 1932 en Madrid, en el seno de una familia extremadamente religiosa y franquista. Su padre, Mariano Alonso Alonso, alcanzó el empleo de teniente general del arma de Infantería, ostentando entre otros muchos cargos militares de prestigio, el de gobernador general del Sahára.
Miguel Alonso Baquer ingresó en el servicio como soldado voluntario de Aviación el 1 de julio de 1948. Posteriormente se incorporó a la Academia General Militar con su VIII Promoción, alcanzando el empleo de teniente de Infantería en 1953 y el de comandante en septiembre de 1973.
Diplomado en Estado Mayor en 1964, Alonso Baquer enriqueció su formación militar, aplicada fundamentalmente a la actividad docente, con la licenciatura de Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza y con el doctorado por la Universidad Complutense, obtenido con una tesis titulada “Aportación militar a la Cartografía Española en el siglo XIX” que mereció la calificación de sobresaliente cum laude.
A pesar de ser uno de los militares teóricamente más preparados de su promoción, su acceso al generalato se vio frustrado al no ser inicialmente seleccionado para realizar el Curso de Mandos Superiores, en aplicación de la Orden Ministerial 360/18.522/82, de 23 de diciembre, para la realización de la clasificación atenuada de la VIII Promoción de la Academia General Militar (caso similar al de José Romero Alés). Circunstancia que fue reconducida de forma arbitraria, pero en cierto modo razonable, por el teniente general Ascanio, a la sazón Jefe del Estado Mayor del Ejército (JEME).
En 1951, Alonso Baquer se integró en el grupo “Forja”, llegando a sustituir al capitán Pinilla en el liderazgo de aquella organización sectaria durante los últimos años de su existencia. Esta adscripción, que se ha vendido en algunos sectores castrenses como de “ética anti-franquista” y de búsqueda de la perfección humana, social y militar, no le impidió aceptar en octubre de 1974, ya ascendido a comandante, el nombramiento de director general del Patrimonio Artístico y Cultural del Ministerio de Educación y Ciencia, con un Gobierno presidido por Carlos Arias Navarro que superó cualquier precedente represivo con el fusilamiento, en febrero de 1975, de cinco militantes de la oposición armada condenados a muerte en Consejo de Guerra.
Su condición de militar “forjado” tampoco fue un obstáculo para que coadyuvara decididamente a prohibir el derecho constitucional de asociación en el ámbito castrense ejerciendo la función de “asesor filológico” de la Comisión que redactó las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas (Ley 85/1978). También las impregnó de un tufillo confesional y francofalangista, que fue subsanado en buena medida por las 49 enmiendas presentadas por el Grupo Parlamentario Socialista durante su tramitación parlamentaria.
Por otra parte, Alonso Baquer desarrolló su carrera militar básicamente centrado en la actividad docente, ejercida también en el ámbito civil como profesor de Geografía en la Universidad Complutense y de Sociología Política en el Instituto de Estudios Políticos de Madrid.
Su abundante producción bibliográfica incluye libros como “Testigos del misterio” (1968), que obtuvo el Premio Monte Carmelo dedicado a obras de espiritualidad; “El Ejército en la Sociedad Española” (1971), por el que recibió el Premio Ejército el mismo año de su edición; “El modelo español de pronunciamiento” (1983); “Estrategia para la defensa” (1988); “El militar en la sociedad democrática” (1988); “La moral militar en tiempo de reforma” (1988); “Generación de la Conquista” (1992); “Manuel Azaña y los militares” (1997) y “El Ebro – La batalla de los 100 días” (2003). Todos ellos realmente genuinos en el entendimiento de la estrategia, la historia y la moral militar.
Como asiduo conferenciante y reconocido “pensador” del Ministerio de Defensa, alguna de sus intervenciones públicas tampoco dejaron de ser polémicas. En 1988, a punto de fundirse los hielos de la “guerra fría”, y durante la presentación de su libro “Estrategia para la defensa”, afirmó que el flanco sur-europeo interesaba poco a la estrategia de la OTAN “porque no se puede proyectar poder por el Mediterráneo”, añadiendo que todo lo denominado “flanco” es de menor importancia que el “frente”, razón por la que “nadie despliega en los flancos debilitando el frente”. Esa proyección de poder debería ser entonces, en su opinión, por tierra y hacia el “telón de acero” ya que, aseguró el presunto Clausewitz español, “no existe otra estrategia para un enemigo continental que hacer penetrar lo más lejos posible del Canal de la Mancha una fuerza de reacción lo más contundente posible”.
En 1990, y con ocasión de su comparecencia ante la ponencia del Congreso de los Diputados que estudiaba la reforma de las Fuerzas Armadas sustanciada con la Ley Orgánica 13/1991 del Servicio Militar, el ideólogo oficial del Ministerio de Defensa sostuvo que “es una ingenuidad creer que el carácter, el estilo y la efectividad de los Ejércitos de la modernidad depende ante todo de la condición voluntaria o forzosa de sus soldados o marineros”. Alonso Baquer no se decantó entonces por ningún modelo concreto, subrayando que el legislador “sólo tiene que considerar, a la hora de la declinación del Ejército de masas, de que no falte a la Nación un sector de tropas dispuestas para el cumplimiento de misiones específicamente militares”. En su opinión, la sociedad española de entonces se comenzaba a mostrar menos dócil a la prestación del servicio militar debido a su mayor sentimiento de seguridad, “mucho más que nunca en los dos últimos siglos”. En esta ocasión, su agudeza militar le llevó a reiterar la manida tesis de que con la nueva configuración de los países pertenecientes al Pacto de Varsovia, el equilibrio Este-Oeste se basaría en las fuerzas clásicas o convencionales y no en la dialéctica de las armas nucleares (la caída del “muro de Berlín” se había producido en noviembre de 1989).
El 25 de enero de 1991, desatada ya la “operación Tormenta del Desierto” contra Irak, Alonso Baquer volvió a ejercer de estratega visionario mostrándose partidario ante los micrófonos de Canal Sur Radio de que España se incorporara activamente al conflicto, caso de que las fuerzas iraquíes atacaran Turquía, dado que entonces “se sentiría legalmente obligada a intervenir”. Preguntado sobre la posición concreta que se debería adoptar en ese supuesto, afirmó que “la respuesta es extremadamente fácil; cuando no pasa nada no hay que aportar nada; cuando pasa mucho y pasa mucho más, hay que aportar mucho y mucho más”. Sin embargo, Mariano Aguirre, director del Centro de Estudios por la Paz, sostuvo en declaraciones a la misma emisora que “en una interpretación estricta del artículo 5 de la Carta de la Alianza Atlántica, la participación de sus países miembros en una guerra es una decisión que, de forma independiente, deben asumir sus propios gobiernos”, aclarando a continuación que “no se trata, por tanto, de una decisión que pueda tomar la OTAN y en la que, necesariamente, se tengan que ver implicados sus aliados”.
Por otra parte, el 27 de noviembre de 1995, durante la inauguración del III Curso sobre Seguridad y Defensa organizado por la cátedra “Almirante Martín-Granizo” de la Universidad de Salamanca, el general Alonso Baquer afirmó de forma un tanto improcedente sobre todo siendo militar y de alta graduación, que “la actitud de todos los nacionalismos es claramente desintegradora”, añadiendo de forma categórica que con ellos “España nunca hubiera logrado nada en la historia” (otros generales han sido sancionados por expresar opiniones mucho más prudentes).
Finalmente, otra de sus curiosas apreciaciones políticas se produjo en el contenido de un análisis del conflicto que en 1999 enfrentó a la República Federal de Yugoslavia con el pueblo albano-kosovar, difundido por la Agencia EFE el 10 de abril de ese mismo año. En dicho documento, Alonso Baquer sostenía literalmente que “presentar la injerencia en el conflicto por razones de humanidad de las fuerzas militares de la Alianza Atlántica como la apertura de una guerra entre la OTAN y el Gobierno de Milosevic, es ignorarlo todo sobre la naturaleza del conflicto yugoslavo”. Opinión que redondeaba con un ardoroso “es cierto que lo que llamamos ingenuamente la comunidad internacional desde hace más de un decenio, ha sido incapaz de manifestarse unánime sobre la cuestión radical: la continuidad (o no) del Estado, apasionadamente e insensatamente autogestionario que dejó Tito a su muerte”.
No obstante, quizás sea en el ámbito de las creencias religiosas y en su fijación con el cristianismo militar donde mejor se pueda entender la personalidad de Miguel Alonso Baquer. En una ponencia sobre “Pasado y Futuro del Apostolado Militar Internacional” que presentó en la Asamblea General del Apostolado Militar Internacional (AMI), celebrada en Vilna (Lituania) del 27 de septiembre al 2 de octubre de 2005, no dudó en rememorar otra ponencia suya titulada “El Apostolado Castrense de España” presentada cuarenta años antes, manteniendo incólumes todas sus afirmaciones “templarias”, frente al inevitable aggiornamento vaticano y a la evidencia del actual concepto de Fuerzas Armadas y de Defensa Nacional.
Para reafirmar sus convicciones se apoyaba en lo que, a propósito de su ensayo “Cristianismo y Milicia”, escribió entonces el nonagenario teólogo jesuita Jesús Iturrioz: “Por más que parezcan contrastar irreductiblemente cristianismo y milicia, el hecho histórico real los ha enlazado tan estrechamente que nos hace pensar en la existencia de relaciones muy íntimas en sus raíces”. Y destacaba la referencia de aquél hacia su persona: “Milicia no es únicamente violencia, poder, servicio o riesgo, -nos dice el capitán don Miguel Alonso Baquer-; es vida humana y entre hombres, pero vida de servicio y riesgo que ha encontrado en Cristo y en el Cristianismo el impulso permanente, espiritual y heroico que, a partir del estado defectuoso del hombre, aspire a superarlo”.
En 1989 el general Alonso Baquer recibió el Premio “Marqués de Santa Cruz de Marcenado” por su destacada trayectoria profesional, tanto civil como militar, y especialmente en la difusión de la historia y la cultura de defensa. También ha sido distinguido con diversas condecoraciones (Grandes Cruces del Mérito Militar y del Mérito Naval, Gran Cruz del Mérito Militar del Ejército de Portugal…).
Casado y padre de cuatro hijos, Miguel Alonso Baquer culminó su vida profesional de forma privilegiada, ocupando la secretaria permanente, y al parecer de forma vitalicia, del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), dependiente del Ministerio de Defensa.
Como dato biográfico colateral, cabe destacar que su hermano mayor, Luis Alonso Baquer, abandono la carrera militar iniciada en el arma de Aviación para ejercer como misionero jesuita en Formosa. Su hermano menor, Mariano Alonso Baquer, vinculado como él mismo al grupo ultra-católico de “Forja”, alcanzó el empleo de teniente general de Infantería, destacando entre sus destino la dirección de la Academia General Militar (que con anterioridad ocuparon otro dos notables “forjados” como Luis Pinilla y Javier Calderón), la de la Escuela Superior del Ejército y también la de Personal del Ejército.
FJM (Actualizado 02/02/2009)
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