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El “problema español” en 2019

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
martes 09 de julio de 2019, 13:44h

Si unas elecciones sirven para clarificar el panorama político, habrá que convenir que las últimas elecciones generales no han servido absolutamente para nada. Todo lo contrario, parece difícil que no se convoquen elecciones anticipadas a la vuelta de unos meses. Desde hace tiempo venimos afirmando que el sistema político español está experimentando una situación de inestabilidad creciente. Es hora de corregir esta afirmación con otra: el pueblo español se está habituando a acampar en esta situación de inestabilidad creciente. Más aún, en las actuales circunstancias el sistema político español no tiene la opción de evolucionar ni hacia adelante (mediante una reforma constitucional profunda), ni hacia atrás (hacia el bipartidismo imperfecto) que ha sido su rasgo característico en los últimos 40 años. ¿Cuáles son los rasgos de la actual situación? Hemos identificado diez:

1) Los éxitos puntuales del “centrismo” nunca van más allá de unos años y ante determinadas circunstancias: luego la sigla centrista se descompone víctima de sus propias contradicciones internas. Tal fue el caso de UCD, luego del CDS y ahora de Ciudadanos. Estamos asistiendo a la descomposición de un partido nacido en Cataluña, creado por La Caixa para contrapesar la locura independentista y que, trasladado a todo el Estado, recogió el voto de protesta moderada contra el bipartidismo. Un partido de ese tipo (“ni derechas, ni izquierdas, sólo centro – progreso – democracia – constitución”) o se convertía en hegemónico y, por tanto, no necesitaba pactar con nadie (como hizo UCD en su ciclo alcista), o bien, debía hacerlo, traicionando el “Ni derechas – ni izquierdas”. Y este último ha sido el caso de Cs. Por otro lado, la exportación realizada por la masonería francesa de Manuel Valls, que llegó con la intención de controlar el partido e imponerle un “giro ultracentrista”, pero esencialmente “antifascista”, ha terminado por descomponer al partido. Valls ha fracasado en su intento de hacerse con la alcaldía de Barcelona y utilizarla como trampolín para ocupar el cargo de Rivera. Pero, ahora mismo, la lucha interior en Cs, empieza a parecer la pelea entre náufragos que se hunden por un miserable salvavidas.

2) El hundimiento de Tsiriza en Grecia no es más que la coronación del hundimiento de la extrema-izquierda europea alternativa. El hundimiento de Podemos en España, dejaba presagiar el de sus homólogos griegos. En las últimas elecciones, el descalabro de Podemos fue antológico. Cabe decir que se lo habían buscado y que todas y cada una de las promesas electorales que había realizado cuatro años antes, todas, sin excepción, habían sido defraudadas: sus cargos públicos cobraban lo mismo que cualquier otro y tenían las mismas prebendas que no importa que otro político del stablishment; algunos de sus cuadros de mando eran simplemente pobres diablos que apenas manejaban cuatro tópicos mal digeridos, algunos porreros irremediables y otros ambiciosillos de pocas luces. Los que creían en la necesidad de una “izquierda alternativa” y en la urgencia de renovación del panorama político español, abandonaron el partido por goteo en los cuatro años que precedieron a las anteriores elecciones. El futuro de Podemos era arrastrar el voto socialista y ganar por la izquierda votos al populismo. En lugar de eso, optaron por lo tópico: ganar votos insistiendo hasta el deliquio en la “ideología de género”… si quedaba algún obrero procedente de la antigua Izquierda Unida, lo habrán perdido en este tránsito. El único misterio que queda en Podemos es saber si el propio partido descabalgará del liderazgo a Pablo Iglesias antes o después de que termine de pagar su chalet de nuevo rico.

3) El independentismo demuestra que se puede controlar al electorado controlando los medios de comunicación de una región, pero que no se pueden alcanzar fantasías centenarias programadas cuando España entraba en la primera revolución industrial y hacerlas electivas cuando estamos embarcados en la cuarta revolución industrial. La era de los nacionalismos pertenece a otro tiempo: no tiene cabida en el siglo XXI. La Unión Europea se lo ha recordado de nuevo, al nacionalismo catalán en estos días, con el vodeville de Puigdemont intentando retirar su acta de diputado. Pero el nacionalismo independentista lleva más de diez años sin entender el mensaje: no es que la legislación española impida la secesión (que la impide) es que esa secesión carece ya de sentido en el siglo XXI, salvo para satisfacer el orgullo pequeño-burgués de algunas mentes pueblerinas que no admiten que su proyecto político se ha quedado atrás en la historia. Y no lo notan porque cada día, al levantarse, leen sólo prensa nacionalista, se alimentan de sus propios informativos y si algún día estos dijeran otra cosa, simplemente, dejarían de verlo. El nacionalismo es la irracionalidad que eleva un concepto de nación modelado por los propios nacionalistas al rango de dogma incuestionable. En Cataluña, históricamente, ERC nació para generar la independencia de Cataluña, a diferencia de JxCat, ex PDCat, ex CDC, que nació solamente para buitrear el 3% del dinero público y eternizar la exacción, “catalanizando el país”. Dado que el Estado no tiene fuerza suficiente como para afirmar tajantemente que los independentismos están fuera de la ley y obligar a reformar en los estatutos de los partidos que lo sugieren, la contradicción entre un momento histórico que hace imposible la aparición de nuevas naciones y del otro lado unos partidos políticos independentistas propietarios de medios de comunicación públicos que difunden mensajes independentistas, hace que una parte del electorado siga votando independentista al margen de la imposibilidad de alcanzar sus objetivos.

4) El Partido Socialista Obrero Español no tiene el valor de afrontar su realidad: ni es socialista, ni es obrero, tiene el concepto de “español” muy atenuado y es una federación antes que un partido unitario. De todas, la coletilla “obrero” es, sin duda, la más grotesca y el hecho de que perviva (como único residuo en Europa de lo que un día fue el socialismo) es significativo de la incapacidad doctrinal del PSOE para interpretar el tiempo nuevo. Porque lo que ha ocurrido en estos últimos 40 años es: 1) renuncia del PSOE al marxismo (antes de que el marxismo se hundiera en sus pretensiones “científicas”), 2) Fracaso de la socialdemocracia europea a la hora de gestionar el capitalismo liberal en sus momentos de crisis, 3) Incorporación a su vacío ideológico de la ideología de la UNESCO y luego, de la ideología GLTBI emanada. ¿Para qué “trabajar” más el aspecto doctrinal y programático, si el voto al PSOE le viene solamente por el desencanto de la izquierda radical y del dontancredismo del pepero del período Rajoy? Esto ha hecho que el PSOE se haya convertido solamente en una federación de vividores sin apenas ideas en la cabeza, provistos de unos cuantos tópicos panfletarios que advierten, eso sí, lo movedizo de los tiempos modernos, lo arriesgado de lanzar nuevas ideas y se contentan con asumir las que están de moda en redes sociales. El PSOE se ha dado cuenta de que no es preciso ser “los mejores”, ni tener las “mejores ideas”, es preciso, simplemente, que los otros lo hagan peor que ellos. Eso garantiza la alternancia en el poder. Los disidentes de la izquierda y de la derecha, los disidentes por el centro, nunca lograrán pasar del estadio de “pequeños”, útiles solamente para estabilizar coaliciones contacto con su apoyo: ayer de nacionalistas catalanes, luego de podemitas, quizás de Ciudadanos, ¡qué importa! Cuando no hay proyecto político global, sino solo voluntad de supervivencia personal, cuando el partido se ha convertido en un teatro de ambiciones privadas (lo cual ocurre también en el PP), se es extremadamente flexible en las coaliciones: cualquier cosa es buena si contribuye a mantenerme en el poder. Lo que tenemos en el centro-izquierda es un partido completamente desnortado, sin contenido doctrinal, extremadamente permeable a las influencias de los “grandes laboratorios ideológicos mundiales” que generan teorías-señuelo para distraer del hecho esencial: la crisis y la inviabilidad del capitalismo globalizado.

5) Lo más sorprendente de la derecha es que, si España no se desintegró a raíz de la crisis económica, financiera y de deuda, del período 2007-2011, fue por la llegada de Rajoy, pero después de Rajoy se produjo un momento de crisis en el PP que le hizo perder las elecciones de 2019 y lo situó al borde de la desaparición. Pero mientras la presidencia del gobierno iba trampeando y resolviendo la cuestión de la deuda, rebajando el rating, día a día, consiguiendo que no se disparase hasta la alarma la deuda pública con la que cerró el gobierno de Zapatero (300.000 millones de euros dilapidados en lo que se llamaron planes E) y otros 600.000 para paliar los destrozos generados por el modelo económico de Aznar y luego por la tardía e inútil reacción de ZP, en el interior, el PP iba siendo víctima de la falta de control: la corrupción endémica dentro de los dos grandes partidos, salía ahora a la superficie. Esto hizo que los logros de Rajoy resolviendo las consecuencias extremas de la crisis económica y de la deuda, pasaran completamente desapercibidas. Para colmo, el problema del independentismo catalán se enquistó y en lugar de actuar rápida y contundentemente mediante un “pacto de Estado” con el PSOE que estableciera como delito la secesión de partes del Estado, optó por aplicar el famoso dontancredismo: “que actúen los tribunales” y los tribunales actuaron tarde. Si el PP se ha medio extinguido en Cataluña, ha sido precisamente por la debilidad de Rajoy ante la cuestión independentista, por su falta de decisión a la hora de resolver el problema y por judicializar la cuestión. La sustitución de Rajoy por Sánchez supuso un batacazo brusco del que el PP no se había recuperado al llegar las elecciones de 2019. Es más, durante ese año, para reforzar su posición, Sánchez había aumentado de nuevo la deuda para aplicar políticas “sociales” con las que aumentar la intención de voto, había regalado la nacionalidad a un millón de inmigrantes y renovado la esperanza del independentismo catalán (un gobierno de izquierdas PSOE-Podemos apoyado por los independentistas posibilitaría el referéndum y la secesión, por mucho que esta última parte nunca esté clara). El PP, vivió con espanto el nacimiento a su derecha de Vox y cómo una parte de su intención de voto se trasladaba a esta nueva sigla. La derecha fue víctima de su propia división. Sólo concluidas las elecciones, se hizo evidente que el voto fragmentado a la derecha había contribuido a la derrota de la derecha. A partir de ahí, empezó la recuperación de un PP que, en tanto que partido conservador, no ha entendido que no queda nada de valor por conservar salvo la aceptación de las decisiones tomadas en los centros de poder neoliberal mundiales.

6) Y llegamos a Vox. Durante seis meses, “la gran esperanza blanca” en la renovación de las instituciones, tenida como la llegada del “populismo” a España. El mes que transcurrió entre las elecciones generales y las europeas supuso el ocaso de estas esperanzas. El “populismo” se caracteriza por la capacidad de un partido de arrastrar la adhesión de las clases populares. En España esto es todavía más importante tras el fracaso de Podemos y el descontento hacia el PSOE. Pero, en lugar de fijarse en ese espacio electoral, Vox se ancló deliberadamente en un espacia de derecha a la derecha del PP. ¿Extrema-derecha? Más bien, derecha nacional clásica: anticomunista, con un programa económico liberal, unitarista, católica y decidida a ser una “derecha auténtica” ya que el PP no sería sino una “falsa derecha”… De hecho, buena parte de sus dirigentes había hecho carrera en el PP y su horizonte político no pasaba de las siglas de este partido. La torpeza de Manuel Valls al ver “populismo” en Vox, ha sido el desencadenante, no tanto de la crisis de Vox -abandonado por el electorado de derechas en el momento en que éste percibió que la división del voto de derechas hacía perjudicado a la derecha- como de la crisis de Cs cuyo poder dependía, en parte, del apoyo de Vox y que las invectivas de Valls y de los que se han situado a su lado, está desmoronando al partido. El gran error de Vox ha sido elegir compañeros en Europa y pensar que si se sentaba con Le Pen y Salvini perdería votos en España… Sin olvidar que las sectas católicas corroen el interior de Vox y controlan algunas organizaciones regionales. Y las sectas, siempre unen fanatismo y estupidez. Para que Vox diera un “giro populista” deberían de cambiar muchas cosas en su interior, demasiadas como para pensar que este tránsito pudiera realizarse con facilidad. De convocarse elecciones a corto plazo, posiblemente Vox volvería a ser un partido extraparlamentario similar al que fue, en su momento, el PADE y con el mismo impulso interior: volver al PP y ser reconocidos como “derecha”. Vox, afortunadamente, hasta ahora ha tenido presente que el papel de un partido de oposición es “hacer oposición”, el problema es, desde dónde hace esa oposición: si desde posiciones liberales o desde posiciones populistas-identitarias. Está en su derecho de elegir cualquiera de las dos opciones: pero una de ellas, le facilitaría el favor de las clases populares y la otra le llevaría a la irrelevancia política ante un PP reconstruido. En la elección de “compañeros de viaje” en Europa, los tres diputados de Vox han evidenciado la opción elegida, derecha conservadora clásica católica y devota, en un país con poco que conservar y cada vez con menos católicos y más divididos. Ahí termina su andadura como alternativa populista. Si en algún momento, algunos pensamos que Vox podía ser el “bien menor”, ahora esa visión queda ya algo lejos y nos inclinamos más bien por considerar que, a estas alturas va camino de ser un “proyecto frustrado”.

7) La situación económica no es, particularmente, buena y resulta imposible evitar que golpee a España este mismo año. El año está caracterizado por la guerra comercial China-EEUU, que cabalga sobre la transformación tecnológica que se prolongará hasta mediados del siglo, cuando la “cuarta revolución industrial” haya transformado la tecnología de arriba a abajo. A lo primero, los especialistas lo llaman, de manera eufemística, “incertidumbres geopolíticas”: en realidad, es mucho más que eso. Lo que se está manifestando no es un fenómeno nuevo, sino que ya estuvo presente en la crisis de 1929: los EEUU quieren mercados libres en todo el mundo… salvo en los EEUU en donde tienen derecho a imponer aranceles a las importaciones. Esto puede hacer que las tasas de crecimiento chino caigan por debajo del 6%, induciendo a aumentar el consumo interior, dando salida a los excedentes que no podrán colocarse en EEUU. Pero, esta política tendrá represalias que no beneficiarán a ninguna de las partes y que ralentizarán el crecimiento de la economía mundial. En Europa, esto se notará todavía más por el Brexit que disminuirá el crecimiento de la UE al 2%. Y, en España, concretamente, empezará a notarse una desaceleración moderada de la economía, con una tasa de crecimiento del 2%. Pero, hay un problema en España: la inestabilidad política que, ahora mismo, no tiene abierto solamente el “frente independentista”, sino los necesarios apoyos que precisa Sánchez para formar gobierno. Sin olvidar que el aumento de la deuda pública ha sido excesivo en el año que ejerció como presidente de gobierno tras Rajoy. La dependencia del ladrillo y del turismo, hace que cualquier crecimiento económico en España y cualquier fórmula que mida el PIB, son ficticias y encubren el hecho real: los medios de comunicación y el gobierno llaman a la euforia y han conseguido estimular el consumo y el gasto familiar… cuando la realidad implicaría empezar a apretarse el cinturón y realizar reformas económicas en profundidad. Lo que induce al pesimismo es que, mientras en España el panorama económico es el mismo que el de hace 30 años, nuestro país está prácticamente ausente de la “cuarta revolución industrial”, no invierte suficiente en investigación, la educación -especialmente en matemáticas y asignaturas de ciencias- está hundida y ninguna de nuestras universidades figura en el ranking de las 100 primeras en el mundo.

8) El problema político se reduce a que se ha reconstruido el bipartidismo, pero con una fisonomía nueva: si antes era “bipartidismo imperfecto” (con la presencia de nacionalistas moderados como factor de corrección cuando PP o PSOE no tenían mayoría absoluta), ahora ese “bipartidismo” es “todavía más imperfecto” (los nacionalistas moderados se han convertido en independentistas, han aparecido opciones intermedias como Cs, derecha a la derecha, Vox, e izquierda a la izquierda, Podemos… Pero ninguna de estas opciones tiene fuerzas suficientes como para alterar los grandes equilibrios, sino solamente para actuar como factores interiores desestabilizantes y esto, en un país que carece de cultura de pacto y cuyos dirigentes políticos nunca afirman con quién van a pactar antes de las elecciones y se limitan a arengas aptas solo para convencidos. El gran drama español de nuestro tiempo es que el sistema político está gastado, la Constitución de 1979 ha perdido fuerza y vigor, pero no existe ningún bloque político con entidad suficiente para imprimir las reformas necesarias. Todo esto en un país en el que se vota cerrilmente, sin meditar ni las consecuencias del voto, ni lo que está en juego y en donde el voto como la nacionalidad es algo que se ha ido devaluando progresivamente. Y no existen posibilidades de remontar esta situación dada las características y estructura de la sociedad española.

9) Una sociedad en desintegración acelerada: en ocasiones ocurre que la economía va bien, aunque el país esté gobernado (caso italiano en donde los gestores económicos han aprendido a marchar de espaldas a las decisiones políticas y a no influir en ellas a cambio de que no les afecten negativamente), pero nunca, absolutamente nunca, se ha dado la circunstancia de que una sociedad prospere cuando sufre un proceso de degradación interior. Y la sociedad española tiene cuatro frentes que garantizan un desmoronamiento interior a corto plazo (de hecho, en buena medida ese desmoronamiento, ya se ha producido)

a. Hundimiento de la educación.- Estamos desde hace veinte años a la cola de Europa en materia educativa y nadie, ni derechas, ni izquierdas, ni partidos alternativos, parecen dispuestos a reconocerlo. La democracia es inviable cuando la población no está educada, culturizada y tiene capacidad crítica y de discernimiento.

b. Hundimiento de los nacimientos.- España es el país europeo con una natalidad más baja y Cataluña la región farolillo rojo de la natalidad mundial. Esto se debe a tres factores: costes altos y nulas ayudas para la formación de nuevas familias, activismo GLBTI e ideologías de género, y, finalmente, hedonismo y alternativas a la paternidad (adopciones en el tercer mundo y mascotas domésticas).

c. Inmigración masiva.- Hoy ya no se trata de saber si en España hay 5.000.000 de inmigrantes como dicen los datos oficiales, o si son 10.000.000 entre “nuevos españoles” (inmigrantes que han recibido la nacionalidad española e hijos de inmigrantes nacidos en España) e inmigrantes que todavía no tienen la nacionalidad. Lo cierto es que este contingente ha alterado absolutamente nuestra sociedad: se han disparado los delitos de carácter sexual, se ha roto la unidad étnica y religiosa del país que, hasta ahora, garantizaba la “unidad”, se han creado guetos, se ha dado entrada unos grupos sociales subvencionados que en toda Europa han sido y son verdaderas aspiraciones de recursos públicos (se ha comprado la paz étnica con subsidios) y, lo más importante de todo: se ha alterado nuestra identidad como pueblo.

d. Banalización de todo tipo de drogas.- Al empeñarse Felipe González en despenalizar el consumo de drogas, lo que hizo fue generar las bases para la oleada de víctimas de la heroína que se produjo en la segunda mitad de los ochenta. Luego vino la disminución de la presión sobre el narcotráfico que, en el fondo, anestesiaba a los grupos sociales hasta entonces más jóvenes y rebeldes. Y, finalmente, hemos entrado en el camino de la legalización de la marihuana y el haschisch, como formas de narcotizar a la juventud. Obviamente, existe toda una industria del entertainment con el mismo objetivo en otros grupos sociales.

La combinación de estos elementos es lo que garantiza cuatro consecuencias ineludibles:

a) La fragmentación de la sociedad española en un mosaico de pequeños grupos sociales, cada uno diferente a los demás, que, en ningún caso, tendrán fuerza suficiente para que de ellos pueden salir propuestas de renovación de la totalidad de la sociedad.

b) La victoria de la sociedad “de los tres tercios”: un tercio que vive de su salario y paga unos impuestos cada vez más abusivos, un segundo tercio que vive a salto de mata compuesto por mileuristas y un tercer tercio completamente subvencionado, sin posibilidades de salir de ese gueto, sin esperanzas y, tampoco, sin necesidades, a la vista de que el “salario social” les permite sobrevivir en el día a día.

c) La imposibilidad de imprimir cambios profundos en la sociedad española. Puede acelerarse su desintegración (PSOE + Podemos + independentistas), o ralentizarse (PP+Cs), pero parece muy difícil que se detenga: no existen fuerzas políticas ni sociales, ni económicas, ni mediáticas con entidad suficiente como para que puede imprimirse un “cambio radical de conciencia” en el país que pueda facilitar un cambio del marco político en las próximas décadas.

d) Las únicas reformas que se aplicarán serán las que impongan por su vitalidad y fuerza, los nuevos grupos sociales que han aparecido: fundamentalmente inmigrantes islámicos y minorías sexuales, lo que retroalimentará la crisis del Estado y generará incluso momentos de gran incertidumbre e inestabilidad en materia de orden público y seguridad: el crecimiento del islam siempre ha repercutido así, allí en donde ha estado presente.

10. Conclusión: una democracia desnaturalizada en la que el voto de un toxicómano vale lo mismo que el de una persona con talento, cultura y experiencia, no es una democracia, es un simulacro. Una nación que ni siquiera tiene fuerza para afirmarse como tal y duda incluso de lo que es, si “nación unitaria”, “federación simétrica o asimétrica”, “nación de nacionalidades”, etc, es una nación en crisis. Una sociedad que carece de valores, objetivos, estructuras y referencias comunes, no es una sociedad es un “puzle” de grupos sociales vecinos pero separados unos de otros. Un sistema político que ya se había quedado avejentado a finales de los años 80 y que la inercia ha permitido sobrevivir, no es un sistema político, es una excusa para taponar cualquier posibilidad de reforma. Y todo este magma, dentro de un proceso de transformación tecnológica mundial que se desarrollará en los próximos 30 años y cuyas consecuencias agravarán todos los problemas hasta aquí enumerados. Pero esto no es lo peor: lo peor es constatar que ninguno de los partidos que operan en el Estado, ni ahora, ni en el futuro, van a estar en condiciones de operar las rectificaciones necesarias, ni tampoco existen condiciones objetivas suficientes como para que pueda nacer una fuerza política que, con la furia de una tempestad, arrase con todo lo que tiene la sociedad y el sistema político español de viejo y caduco.

Todos los elementos que entran en la ecuación, indican que no existe potencial suficientemente intenso como para generar un movimiento de cambio en España. Hasta ahora todos han fracasado y mucho más ahora que la sociedad española está enferma, indefensa y atomizada.

Y me gustaría que alguien me convenciera de lo contrario.

Ernest Milá