Carlos Javier Blanco Martín
Un marxismo "ni de izquierdas ni de derechas"
Si Gramsci fue "el Marx italiano", Diego Fusaro es, quizá, el Gramsci actual. Los tres filósofos que menciono comparten una profunda base, la dialéctica hegeliana y, todavía a un nivel más general, son hijos del idealismo clásico germánico. De ese idealismo, que Gramsci denomina "filosofía de la praxis" procede su más radical inconformismo. Los tres autores son, claramente, inconformistas. El inconformismo es una actitud que trasciende las vulgares categorías políticas al uso (izquierda/derecha, conservador/progresista, sociedad abierta/sociedad cerrada). El inconformismo es una actitud de un sujeto colectivo que vive inmerso en una ontología social. Si no hay un análisis y comprensión de esa ontología social, el inconformismo no pasa de ser un "estado de ánimo", una pose, una retórica. Pero si esa actitud se incardina en el análisis y comprensión de la totalidad social (de su Ontología), entonces estar en contra de "lo fatal" pasa a ser una fuerza revolucionaria. Diego Fusaro es un buen conocedor de Gramsci y al "Marx italiano" le ha dedicado una bella y documentada obra, sobre la cual ya hemos escrito algunas líneas: Antonio Gramsci. La pasión de estar en el mundo [siglo XXI, Madrid, 2018 ; traducción de Michela Ferrante Lavín, reseña de próxima aparición en El Inactual https://www.elinactual.com/].
Si hay un aspecto a destacar de ese libro, es el estudio de la actitud inconformista (potencialmente revolucionaria), actitud que desborda cualquier dimensión "pasional" (subjetiva, psicologista, romántica) y que, sin negarla, ha de alzarse –en su propio recorrido- por encima de ella como un "momento" ontológico del propio ser social. La actitud inconformista, como la actitud que define al propio autor, Fusaro, no es de derechas ni de izquierdas: es una parte necesaria del propio proceso social, la parte o aspecto en que el sector oprimido (primeramente explotado, y actualmente, en palabras fusarianas, "masacrado") desfataliza su condición en la Totalidad Social.
La derecha o la izquierda, los azules, rojos o morados, son todos iguales. Son colores de partidos que tan solo aspiran a vivir de la partitocracia. Ordeñan el Estado, que es en realidad ordeñar a las clases productivas: desde el obrero al campesino, pasando por el autónomo y el dueño de una pyme. Todos estos sectores del Pueblo son vampirizados por unas agrupaciones vendedoras de humo, cuya única conexión esencial con la realidad consiste en ser entes ultra-subvencionados por un Estado que va dejando de ser "Estado del bienestar" para convertirse progresivamente en "Estado extractor de recursos" para el mantenimiento de la partitocracia y mantenimiento del Capitalismo financiero globalista. Esta partitocracia, de forma sarcástica, incluye formaciones que, total o parcialmente, pretenden "asaltar los cielos", exhibiendo textos y figurones pretendidamente marxistas. Pero son precisamente estas izquierdas ya no rojas, sino más bien rosáceas, fucsias, moradas o multicolor (arcoiris) las que más eficazmente sirven a los propósitos de santificar el actual régimen capitalista ultraliberal de producción. Pues todo su mensaje y toda su razón de ser se resume en esto: "¡Súbditos! El Capitalismo es el Sino, lo fatal, un factum inamovible, pero si aceptáis esto con resignación, algunas migajas quedarán para que vuestras particulares demandas minoritarias concurran en una subasta de privilegios". Mayor fatalismo embrutecedor no podemos conocer, mayor escarnio al pueblo productor: "da rienda suelta a tu bragueta y a tu i-phone, que para chuparte la sangre ya estamos nosotros".
Frente a este estado de cosas, Fusaro es un nuevo Gramsci:
"La retórica de una realidad que no se puede modificar, que hoy está triunfando, acaba dejando y aceptando el mundo tal como es. Como bien sabía Gramsci, nuestra indiferencia es la que convierte el orden de las cosas en fatalismo. Cuanto más pensamos que una situación histórica es estable e irreversible, más llega a serlo verdaderamente. El fanatismo de la economía es una tendencia irresistible si no le oponemos resistencia, una fuerza incontrolable si no la contarrestamos y un proceso intransformable si no lo transformamos" (p. 162).
Para romper el fatalismo (que en filosofía, se corresponde con el materialismo) es preciso adoptar la actitud inconformista. Es precisa una filosofía de la praxis (idealismo). El Sujeto –aquí hablamos de un Sujeto colectivo- debe cobrar conciencia del prerrequisito tomar conciencia, desfatalizar- para así romper el hechizo, para no aceptar un curso de cosas en el que el Amo, de derecha a izquierda, ordeñando desde el poder, quiere hacernos ver como inexorable:
"La pensabilidad de una transformación posible es el requisito previo trascendental para una concreta acción transformadora. La representatividad imaginativa del cambio es la condición básica para su traducción concreta en acción. Esta es la "revolución copernicana" que la filosofía de la praxis puede realizar en la época actual, pero hay que saber heredar su mensaje" (pps. 163-164).
El mensaje de Gramsci ya ha sido recogido. En él fijaron su atención hace décadas los pensadores (mayormente francófonos) de la "Nueva Derecha". Si el actual status quo no nos satisface, analicemos en qué consiste el Poder que este Capitalismo financiero globalista ha adquirido: no sólo con la OTAN y con el entontecimiento de las masas se mantiene un sistema de poder. Es por medio de un consenso no basado en la violencia física, por medio de una acción concertada de los partidos, los mass media, las instituciones educativas, el clero intelectual, el circo y la industria del entretenimiento, etc. En definitiva: es por medio de una hegemonía. Gramsci se preguntaba en la cárcel: "¿por qué los comunistas italianos hemos fracasado?". La "Nueva Derecha", a partir de los años 70 se preguntó de forma análoga: "¿por qué la ideología progresista –ya liberal, ya socialdemócrata- es hegemónica?". A una hegemonía hay que contraponer otra. Pues bien, ahora, en 2019, cabe plantearse también: ¿Por qué hay demasiado consenso? Da igual que hablemos de Podemos, nacionalistas, socialistas, populares, naranjitos o voxistas. ¿Por qué este sistema liberal-partitocrático, globalista y corrupto es inamovible para la casta, y sin que a nadie de entre los siervos se les oiga rechistar? ¿Dónde está el Sujeto inconformista, el Siervo en esta era de globalización?.
Se cuenta que "Marx no fue marxista". Se dice que Gramsci no fue un materialista. Diremos hoy que Fusaro es un marxista, pero "ni de izquierdas ni de derechas". Así, como suena. Este polémico pensador ha optado enérgicamente por una transversalidad que le va a poner en la diana de los más furibundos guardianes del sistema. Pero transversalidad que puede ayudar a remover los cimientos del sistema, empezando por las antiguallas "izquierdistas" que conocemos por aquí. Hay que estar muy atentos a este nuevo Gramsci del siglo XXI.