Era de prever. Condenas por el 1-O sí, pero sin pasarse. Que es como decir, una de cal y otra de arena. O lo que es igual, ni chicha, ni limoná. Ni esta sentencia disuade a nadie de nada, ni va solucionar nada. Sonrío cuando recuerdo aquel episodio de Big Bang Theory en la que la novia de Sheldon Cooper critica la icónica Indiana Jones y el arca perdida, diciéndole que el final hubiera sido idéntico -los alemanes se hubieran hecho con el Arca de la Alianza y hubieran perecido todos al abrirla- aunque el protagonista no hubiera aparecido. Eso mismo es lo que le pasa al independentismo: remite sin necesidad de que la justicia actúe. Esta sentencia lo demostrará.
Vivo en un pueblo de mayoría indepe, en el balcón del ayuntamiento siempre hay alguna pancarta, algún lazo, alguna bandera multicolor o cualquier objeto de culto en la “.cat profunda”. Apostaba a que la publicación de la sentencia impondría repique de campanas, cohetes avisando para la concentración de rigor y algún que otro pelmazo dando la matraca con las cacerolas. Todo sigue igual. Y es que la sentencia parece sistemáticamente calculada para que quede constancia de que lo han hecho los procesados está pero que muy mal, pero tampoco vayamos a arrojarlos a la mazmorra fría por toda la eternidad.
No es que haya interferencias entre la justicia y el poder judicial, ni que el poder judicial esté controlado por el poder político o que el poder político lo esté por el poder económico según reglas fijas y rígidas. Es que todo este conglomerado -eso que se conoce como “el sistema”- con el paso del tiempo, ha adoptado los mismos hábitos y comparte idéntico instinto de conservación. Por eso, todos sus estamentos tienden a asumir los mismos reflejos condicionados. Unos con toga y otros con traje de domingos.
Así mismo, los años de inhabilitación para ejercer cargo público que veo, son, en algunos casos discretos y en otros irrelevantes. Se dice en la sentencia: “Remítase testimonio de esta resolución al Tribunal de Cuentas a los efectos de reclamación de la responsabilidad civil a aquellos acusados que han resultado condenados por un delito de malversación de caudales públicos”. La cornada por ahí va a doler más que las condenas de prisión.
La polémica sobre la oportunidad de descartar el delito de rebelión diciendo que no se había recurrido a la violencia, son ganas de hablar. En Cataluña nunca habrá “delito de rebelión” porque hasta Terra Lliure llamaba a los suyo “propaganda armada”, pero, eso sí, “sin violencia, no fotem que som gent pacifica i no ens agrada cridar”. El independentismo nunca incurrirá en “rebelión” porque sabe que su gente no sirve para el “ejercicio de la violencia instrumental, funcional, preordenada de forma directa”, tal como se define este delito: rebelión, pero sin arriesgar nada.
De hecho, yo creo que el delito por el que deberían haber sido condenados, si existiera, sería el de “generar inquietud e inseguridad en la calle”. O quizás este otro delito que debería también tipificarse: “el de estupidez”. En efecto, los acusados pensaban, en su infinita estupidez, que después de años de hinchar las cifras de asistentes a sus manifestaciones, después de años de pensar que toda .cat veía TV3, después de años de atribuir a la “inmersión lingüística” alguna eficiencia, después de años de falsear las cifras sobre utilización del catalán, después de años de proponer un “referéndum soberanista” y dar por sentado que la respuesta sería positiva (creando en el Parlament, antes de conocer el resultado, “leyes de desconexión”…), después de 40 años de “construcción nacional” (a golpe de talonario de la gencat), después de haber traído a 1.000.000 de musulmanes… esta Cataluña se convertiría a la voz de ¡ya¡ en República Independiente miembro destacado de la Unión Europea y en inmejorables relaciones con España… ¡Díganme si esto entraría o no en el tipo delictivo de “estupidez” que, al menos para la clase política, debería de estar vigente! ¡Díganme si es razonable iniciar una aventura secesionista cuando a todas luces se carece de fuerza social suficiente para llegar a buen puerto!
No serán las leyes las que liquiden al independentismo: será la historia. Esa que ellos mismos adulteran, modelan, deforman y retuercen, sino la historia diaria.
A fuerza de proclamar que “Cataluña es una Nación” y que por tanto “debe tener un Estado”, se han olvidado que el argumentario utilizado es del siglo XIX, que el objetivo pertenece a una época situada entre el romanticismo y la segunda revolución industrial. Estamos en el siglo XXI y la historia no da marcha atrás. Sigue inexorable hacia adelante. El independentismo, que quiere encontrar su justificación en el siglo XXI en algunas anécdotas recónditas del Medievo, no se ha enterado que el período feudal, el período posterior de los Reinos, el de las Naciones-Estado actuales, o el de las tribus y clanes anteriores a todo esto, han quedado atrás y pertenecen a otros momentos históricos (lo digo también por los que creer que España, como Estado-Nación tiene un futuro y, si lo tiene, es solamente como etapa de tránsito hacia la siguiente fase histórica).
En estos momentos, el gran dilema es “o bloques geopolíticos, geoeconómicos y geohistóricos de carácter continental” o “globalización total y para siempre”. Cualquier otra opción no merece ni considerarse. La guerra comercial EEUU-China, así con confirma. Amazon contra Alibaba. ¿Y Europa? ¡Europa ausente y algunos memos hablando de “construcciones nacionales” minúsculas y mezquinas! ¡Díganme si no es urgente establecer el tipo delictivo que enjuicie e inhabilite la idiotez en política!
El independentismo morirá, además, por un segundo factor: el agotamiento. Entiendo perfectamente el porqué TV3 pierde audiencia. Es monocromática y monotemática. Los indepes cansan y agotan. De hecho, últimamente se viene diciendo que su estrategia -a la vista de que en el enfrentamiento frontal tienen las de perder- es la del “desistimiento”. Pretenden que “España” se canse de Cataluña y al final se salgan con la suya. Error. Madrid está lejos y no ve TV3, ni oye el RAC o las emisoras y medios públicos o subsidiados. Cansan. Agotan. Aburren. Pero, en Cataluña, no en el lejano Madrid... Y, claro, merman. En momentos de crisis económico-social (crisis 2008-2011), cuando el Estado tiene alguna grieta, simplemente, pueden subir la tensión y lograr afluencia de gente cada vez más visceral y menos racional. El resto de catalanes tenemos cosas más inmediatas, más serias, más sólidas, más tangibles en las que pensar. ¡Cómo no van a mermar!
Y un día ocurrirá la increíble: que el nacionalismo perderá las llaves de la gencat o una legislación de la UE impedirá según que prácticas. Ahí será el llanto y el crujir de dientes, no solo para el independentismo y el nacionalismo, sino también para la lengua y la cultura catalana de la que se han apropiado y han convertido, no tanto en “cultura popular” como en “cultura subsidiada”. Porque sin el apoyo institucional, el independentismo no es nada: “Vanidad de vanidades y siempre vanidad; vanidad y mecerse en el viento”. Adiós a la cultura subvencionada, adiós a las cursiladas subvencionadas, adiós a la historia granguiñolesca, adiós a la sociedad civil subvencionada, adiós a los chiringuitos indepes, adiós a la inmersión, adiós al supremacismo... Choque con la realidad del mundo del siglo XXI.
Hay indepes que se creen en el siglo XXI por llamar “maquinari” al hardware, “programari” al software y “ratolí” al mouse… pero viven a finales del XIX y creen en una Cataluña que solamente se aproximó al concepto que se hacen de ella en el siglo IX. No los derrotará un tribunal, ni el “cúmplase la constitución”, o la sentencia de turno, los derrotará -los ha derrotado- el sentido de la Historia. La flecha de la historia no va en la dirección que gustaría al nacionalismo, sino justo en la contraria
¿”Ho tornarem a fer”? Si noi, cada vegada mes sols…
Ernest Milá