Cuando la realidad se ha impuesto por la vía de los muertos, los contagiados y la ruina económica, el separatismo ha demostrado algo que muchos denunciábamos hace tiempo: más allá de la retórica vacía y su odio visceral, es incapaz de gestionar nada ni de ofrecer soluciones a la gente. Venía tocado por el abismo que separa a los dos socios de gobierno en Cataluña, JxCat y Esquerra; venía con una batalla cainita librada en la sombra y, en ocasiones, a plena luz del día, entre los que defendían al comodón fugado de Bélgica y al preso de Lledoners; venía del ansia con que Esquerra quiere ocupar el lugar que antaño detentase Convergencia y de la resistencia de esta como gato panza arriba a ceder un palmo de lo que considera su cortijo particular. Pero en eso llegó el coronavirus y los dejó a todos inermes, paralizados, estupefactos. Había que gobernar, ahora sí, en serio, con rigor, con eficacia y con rapidez. Y les pasó lo mismo que a Sánchez y su gobierno de folleto de propaganda. No supieron qué carajo hacer.
Tras los primeros momentos de duda, con un Torra confinado enviándose mensajitos con Puigdemont acerca de literatura, decidieron hacer lo único que saben, es decir, nada, y aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid para echar mierda encima a España. Que los ancianos residentes en esos lugares llamados residencias, meros aparcamientos para viejos, fueran cayendo como moscas daba igual. Que no hubieran tests ni equipos de protección para sanitarios ni medias acerca de la economía –estos son los que decían ante la fuga masiva de empresas por culpa del procés que no pasaba nada, que ya volverían y que si no volvían, tanto mejor– les daba lo mismo. Con una consellera de Sanidad perfectamente descriptible por su espectacular ignorancia y una portavoz rechinante y áspera, ya estaba todo resuelto. Garrote y prensa, garrote para los fallecidos por la desidia gubernamental y prensa para edulcorar a base de subvenciones la tragedia brutal que padecíamos y padecemos todos los de a pie. Insistimos, igual que el Gobierno central, que la culpa de uno no exime la del otro, puesto que de gobiernos populistas se trata.
La diferencia estriba en que ni al orate de Sánchez se le habría pasado por la cabeza decir que si habían muertos en Cataluña era porque el separatismo mataba. En cambio, a los de aquí no les han dolido prendas en asegurar que con una Cataluña independiente las cosas habrían sido muy, pero que muy distintas. Incluso en lo miserable existen grados de bajeza. Solo que esta vez no ha colado.
Es por eso por lo que todas las luces de alarma se han encendido en Palau. La gente, incluso los acérrimos partidarios de la independencia, a excepción hecha de los bots convenientemente pagados y adoctrinados, empiezan a renegar de unos dirigentes que ni los llevaron a esa república tantas veces proclamada como inminente ni tan solo han sabido ofrecerles unas mínimas garantías sanitarias. Que si millones de mascarillas, que si no, que sí estarán tal día, que si ahora no llegan hasta dentro de dos semanas, que sí estarán en las farmacias, que a lo mejor todavía no podrán estar, que se colapsa el sistema informático de Salut el primer día en la que se distribuyen. Todo para que, al final, su actuación haya sido lenta, torpe, insegura y costosa, porque aun tienen que explicar que pasó con aquella presunta estafa de la que no se ha vuelto a decir ni pío.
Ni siquiera el gigantesco aparato propagandístico que tiene la Generalitat – el otro día vimos a Puigdemont entrevistado por la señora García Melero, compi suya de paellas en casa de Rahola y asidua de Waterloo – ha conseguido calmar las aguas del agitado océano separata. Uno de los budas mediáticos lazis, Vicent Partal, director del portal Vilaweb, expresaba el malestar del sector de manera contundente: “Nuestros políticos – en referencia a los separatistas -están absolutamente perdidos”, añadiendo que “Todo esto tiene un precio especialmente grave en estos días de muerte y de pandemia”.
Si España nos robaba, en frase acuñada por López-Tena y falsamente atribuida a otros, ahora es responsable de los muertos por el virus. Siempre con mentiras como emblema, porque si tenemos que llorar a los casi veinticuatro mil fallecidos es, en primera instancia, por culpa de un virus del que nadie sabe casi nada. Para empezar, ni de donde salió. Y, en segundo lugar y no menos importante, por la irresponsabilidad de unos políticos, de aquí y de allá, que si a duras penas sabían entender un presupuesto más allá de instrumentalizarlo según sus propios intereses partidistas, mucho menos iban a saber coordinarse dejando a un lado sus diferencias en aras del bien común.
No nos mata ni España ni Cataluña. Nos mata una enfermedad y los pésimos gestores que elegimos para ocupar unos cargos que les venían excesivamente anchos.
Miquel Giménez
Publicado en Vozpopuli