La utilización del pánico como método de control del cerebro reptiliano está propiciando un aparatoso derrumbe de la racionalidad. Y es inevitable que así ocurra; pues los pueblos que carecen de un horizonte sobrenatural que sirva de desaguadero a sus miedos acaban atrapados en una cárcel de pánico incontrolable, que a la vez que actúa como el más poderoso disolvente de los vínculos comunitarios, arruina por completo el pensamiento lógico y abona las más estrafalarias supersticiones.
El cerebro reptiliano tragacionista ha dado en la locura de creer que, puesto que las terapias génicas experimentales no inmunizan, debe exigirse la inoculación de quienes se han resistido a la inoculación, en la creencia mágica de que, cuando toda la población esté inoculada, las terapias génicas experimentales al fin inmunizarán, como por arte de birlibirloque. Se trata de una ideación delirante (de tipo paranoide) que, sin embargo, se ha logrado incrustar en el cerebro reptiliano de la población tragacionista, azuzada por politicastros inescrupulosos y por las cacatúas y loritos que acaparan los medios de cretinización de masas. Incluso el Tribunal Supremo ha evacuado una sentencia por completo desquiciada, autorizando el llamado pasaporte Covid, en la que se leen diversas paparruchas tragacionistas sin pies ni cabeza.
La sentencia de marras autoriza a la imposición de este pasaporte, que desde luego vulnera gravemente la libertad ambulatoria y la protección de datos. Pero estas vulneraciones nos parecen baladíes (un atropello más entre los muchos que estamos sufriendo) e incluso deseables, pues contribuirán a que la desconfianza hacia las instituciones se acreciente, acelerando el colapso sistémico.
Sin embargo, el gozo que nos produce el descrédito sistémico no debe cegarnos. Pues la imposición del pasaporte Covid no servirá para impedir la propagación del virus, sino exactamente para lo contrario. Se trata de un salvoconducto que permitirá a las personas inoculadas y luego infectadas de coronavirus entrar más fácilmente en contacto con otras todavía no infectadas, a las que podrán contagiar (adrede o inadvertidamente), sobre todo si su sistema inmunitario ha sido previamente dañado o debilitado.
El llamado pasaporte Covid es, en fin, una licencia para contagiar a mansalva, que al brindar una falsa sensación de seguridad a quienes lo porten convertirá restaurantes y centros de ocio en cónclaves coronavíricos. Sólo la utilización del pánico como método de control del cerebro reptiliano explica que los hosteleros no se rebelen contra una medida que los convierte involuntariamente en propagadores del virus. Sin embargo, allá donde se imponga esta licencia para contagiar, las escasas personas que aún no hayan dimitido del pensamiento lógico tenderán a evitar restaurantes y centros de ocio. De este modo, aparte de no contribuir a la estigmatización psicopática de sus paisanos, protegerán su salud y contribuirán al bien común, evitando la propagación del virus.
Por Juan Manuel de Prada
Publicado en ABC