Un buen gestor del SECED, discreto y eficaz
JUAN VALVERDE fue un militar perteneciente a la III Promoción de la Academia General Militar estrechamente vinculado a Carlos Arias Navarro. Cuando éste ejerció de alcalde-presidente del Ayuntamiento de Madrid (1965-1973), Valverde le acompañó como concejal responsable del Área de Urbanismo.
Nada más asumir la Presidencia del Gobierno el 31 de diciembre de 1973, de forma inmediata al asesinato del almirante Carrero y dejando el cargo de ministro de Gobernación para el que había sido designado seis meses antes, Carlos Arias nombró director del SECED a Juan Valverde. Un hombre en efecto de su máxima confianza y entonces comandante del Arma de Infantería, diplomado de Estado Mayor del Ejército con la LIII Promoción.
A pesar de aquella relevante responsabilidad, que Valverde asumió durante más de tres años (desde enero de 1974 hasta julio de 1977), su sencillez personal y su extrema discreción, le permitieron desempeñar el cargo de forma bastante inadvertida dentro de la agitada vida política del momento, como convenía al mismo. Además, su escasa ambición política, su afabilidad y su capacidad de interrelación, cualidades que generaron gran confianza entre sus colaboradores, le fueron convirtiendo quizás en el mejor director que han tenido los Servicios de Inteligencia, en los términos relativos de cada momento.
Aun siendo un inicial inexperto en la materia que le ocupaba al frente del SECED, circunstancia que su sucesor Andrés Cassinello resaltó con su habitual sentido de superioridad en una entrevista concedida al diario “El Mundo” el 26 de julio de 2009 (“Valverde era una gran persona, pero de aquello no tenía ni puta idea”), su inteligencia natural y experiencia en la administración de intereses públicos, de las que en buena medida han carecido la mayoría de quienes ocuparon el mismo cargo, le sirvieron para desarrollar su labor con más aciertos que equivocaciones, sujeto a las dificultades de aquella agitada época. De hecho, aumentó rápidamente los recursos materiales del Servicio, modernizando sus medios técnicos, y duplicó su plantilla, que de contar apenas con 60 agentes (colaboradores aparte) pasó a más de 120 oficiales y jefes de alta cualificación.
Para empezar, el mismo día que se conoció su designación para relevar a José Ignacio San Martín como director del SECED, que ya era el organismo claramente responsable de los Servicios de Inteligencia al margen del Alto Estado Mayor, Valverde supo tomar una primera decisión extremadamente acertada. Antes incluso de que pudiera instalarse en su despacho oficial de la calle Alcalá Galiano número 8, fue urgido por el clan militar de “Forja” destinado en el “Alto” para celebrar una reunión en la aledaña cafetería Riofrío, montada con objeto de presionarle para que cesara al staff colaborador de San Martín sustituyéndolo de forma automática por ellos mismos, momento en el que, sobre la marcha, el nuevo responsable del Servicio les hizo saber el desprecio que le producía su comportamiento.
Acto seguido, el nuevo director del SECED alertó al equipo que mantuvo sobre el injustificado odio que concitaba entre los hombres instalados en el “Alto”, que ya habían sido relegados por su predecesor al iniciar la organización de la OCN, con alguna excepción puntual como la de Manuel Fernández-Monzón. Además, dejó bien claro que el presidente Arias Navarro cesó a San Martín (al que inicialmente había confirmado en el cargo) sólo debido a las presiones ejercidas por ese mismo grupo de colegas vengativos e intrigantes sobre el teniente general Manuel Díez-Alegría, y a las de éste sobre los tres ministros militares del momento, y no por las desavenencias que en efecto tuvieron mientras uno dirigía el Ministerio de Gobernación y otro el SECED, como en algún momento se ha comentado y escrito de forma equivocada.
[La versión de un enfrentamiento irreconciliable entre Arias Navarro y el teniente coronel San Martín, inexacta, se recoge, por ejemplo, en el libro del periodista Francisco Medina titulado “Las sombras del poder”, Espasa Calpe, 1995]
Lo que Valverde sí hizo, y de motu proprio, fue rescatar a Andrés Cassinello del ostracismo en el que se había instalado tras enfrentarse con San Martín y abandonar el SECED voluntariamente. Sin complejo alguno porque Cassinello fuera más antiguo en el empleo de comandante, y valorando su indiscutible formación técnica, le nombró director de Operaciones, puesto que en realidad suponía ser el número dos del organismo.
Tampoco es cierto que Andrés Cassinello, según hizo creer años más tarde a no pocos periodistas y analistas especializados, “impusiera” entonces a su nuevo director, ni mucho menos, las directrices que había recogido en un informe personal titulado “Ante el cambio”, redactado durante su retiro circunstancial, como líneas de actuación del SECED. En realidad, se trataba de consideraciones generales de corte aperturista en sintonía con la visión del momento político del propio Valverde y con el “espíritu del 12 de febrero” (1974), como se conoció el discurso pronunciado por Arias Navarro en las Cortes Españolas al inicio de su mandato presidencial, inspirado por Pío Cabanillas y otros ministros reformistas, del que poco después se desentendería en una evidente “marcha atrás”…
Atendiendo una sugerencia del comandante Luis García Mauriño (“Navas” en el argot interno del SECED), Valverde fue quien convenció al Gobierno de Carlos Arias para que se respetaran las actividades clandestinas de los socialistas españoles y se facilitara su presencia en el XIII Congreso del PSOE que habría de celebrarse en Suresnes, capital del departamento francés de Hauts-de-Seine, del 11 al 13 de octubre de 1974.
El propio SECED facilitaría, incluso, el pasaporte correspondiente a varios de los asistentes, incluido el propio Felipe González, entonces conocido como “Isidoro”, que allí fue elegido secretario general de la organización socialista “renovada”, sin detener a ninguno de ellos al regresar a España. Los oficiales del SECED que mantuvieron desde entonces contacto con los nuevos dirigentes socialistas, entre ellos José Faura, Andrés Cassinello, Manuel De la Pascua o el propio García Mauriño, sólo fueron los interlocutores circunstanciales dentro de un plan de gran alcance político imputable de forma directa al comandante Valverde, a pesar de que los dos primeros se encargaran de capitalizar aquella oportunidad de forma sobrada con los futuros gobiernos socialistas.
A Valverde se le debe adjudicar también el tan traído y llevado éxito de la “Operación Lobo”, en la que el SECED dio carta de colaborador infiltrado en ETA a un incipiente disidente de la organización terrorista, Mikel Lejarza Eguia (alias “Gorka” en ETA y alias “Lobo” como agente secreto). Su información permitió descabezar en 1975 la cúpula de ETA (político-militar), arrestando a sus principales dirigentes en Madrid y Barcelona, entre los que se encontraban Iñaki Múgica Arregui (“Ezquerra”) e Iñaki Pérez Beotegui (“Wilson”), junto con más de 150 etarras.
Por otra parte, dada la delicada situación vital de Franco, el propio SECED advertiría a la Presidencia del Gobierno sobre la conveniencia de disponer un plan preventivo de cara a su eventual fallecimiento, que se activaría de acuerdo con las correspondientes indicaciones médicas. Se definió como “Operación Lucero” y fue un ejemplo de planteamiento táctico ante las posibles incidencias sociopolíticas derivadas por la muerte del Jefe del Estado.
Aquella operación, activada definitivamente en la madrugada del 20 de noviembre de 1975 y mantenida hasta enero de 1976, tuvo dos objetivos realmente primordiales, que se cubrieron de forma satisfactoria. El primero fue garantizar la seguridad personal de las autoridades del Estado y de los dirigentes de mayor significación en el ámbito político, sindical, eclesial, etc…, incluidos los opositores del régimen. El segundo consistió en asegurar la tranquilidad ciudadana y el normal funcionamiento de la vida civil, controlando la actividad de los grupos extremistas, fueran del signo que fueran.
Aunque algunos comentaristas las han entremezclado o confundido, la “Operación Lucero” nada tuvo que ver con la “Operación Diana”, que fue planificada directamente por el Estado Mayor del Ejército con el objeto de prever las actuaciones necesarias, básicamente militares, en caso de que se llegara a producir un vacío de poder.
Otra iniciativa del SECED también relacionada con la muerte de Franco fue la denominada “Operación Tránsito”, consistente en procurar el debido asesoramiento inicial al rey Juan Carlos y al entorno de La Zarzuela para su mejor desenvolvimiento en aquellos momentos, tanto protocolario como político (en la Casa Real se la denominó “Operación Alborada”).
Juan Valverde pasó los últimos años de su carrera militar vinculado a la Gerencia de Infraestructura de la Defensa, en la que terminó ocupando su dirección general. Tras alcanzar el empleo de general de brigada, falleció en Madrid el 19 de diciembre de 1992, debido a un infarto sobrevenido cuando conducía su automóvil desde el despacho oficial a su domicilio.
Casado con Julia Sanz y padre de tres hijas (María de las Nieves, Rosa María y María José), Juan Valverde fue distinguido con numerosas condecoraciones civiles y militares, entre otras las Grandes Cruces del Mérito Militar, del Mérito Civil, de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y la Encomienda de la Orden de Cisneros.
FJM (Actualizado 12/06/2011)
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