Carlos X. Blanco
Desde hace largo tiempo, la guerra no sólo se libra en el campo de batalla sino también en las mentes. No se descubre nada nuevo si decimos que no sólo hay que vencer con los hechos, sino también con el relato. De toda guerra pasada trasciende un relato o, como ahora se dice, una “narrativa”, cual es la del vencedor. El vencido sólo puede alimentar resentimientos para futuras hostilidades de revancha o, como ocurrió con España, también comprarle el relato a la potencia ganadora, siendo así derrotado dos veces: en el frente y en la frente. En la frente el vencido lleva entonces el signo del colonizado. No sólo se ha rendido con las armas, sino que ha además aceptado el relato y se entrega masoquistamente a la esclavitud más oprobiosa.
En España, esa España en donde el pueblo hasta 1898 envió a sus hijos a la muerte, a las ultramarinas “picadoras de carne” de entonces, hemos olvidado por completo qué ente es Estados Unidos, cuál es su verdadera naturaleza y su inexorable actitud para con aquellos que no se doblegan. La misma potencia –entonces emergente, hoy decadente- que, a partir del Maine- se especializaría en los “ataques de falsa bandera” y en la “guerra híbrida”, fue la potencia que robó al Reino de España sus joyas del Caribe y Asia y anunciará al resto de Europa su amargo destino: la sujeción de lo europeo a su férula. Comenzaron con España, en humillante hurto en 1898, pero prosiguieron con el resto de Europa en la “Guerra de los 30 años” del siglo XXI: la Guerra de 1914 a 1945.
Los norteamericanos construyeron eficazmente su relato. La nación “joven”, la más dinámica reencarnación del capitalismo inglés, el directo sucesor de éste tras la caída del Imperio Británico a partir de 1945 vino a colonizarnos a nosotros las naciones “viejas”. Al llenarse de bases yanquis todo el suelo de Europa occidental, el subcontinente se convirtió de facto en una colonia administrada de forma más o menos indirecta por Washington. A franceses e ingleses se les impidió toda renovación efectiva de su anterior sistema colonial. De Gaulle mitigó durante un tiempo la completa colonización americana de Francia, pero los sistemas de espionaje y dirección ideológica fueron logrando la implantación de una visión sumamente positiva de “lo americano”, a pesar de toda evidencia, en Francia y demás países vecinos del Hexágono. La interferencia, a veces despótica, en la soberanía nacional de los pueblos europeos occidentales, quedó ampliamente justificada en el contexto de una prevención ideológico-militar contra el comunismo del Este y una poco velada advertencia a los europeos: “no se os puede dejar solos”, pues enseguida los europeos mostramos nuestro ADN: somos gentes atávicas (nacionalismos, populismos, antiliberalismo). El yanqui ha venido aquí a poner orden y a americanizar el Viejo Mundo. La imagen “democrática” y “liberal” del americanismo se combinó con las promesas de un nivel de consumo opulento equiparable al del Nuevo Mundo, y una vacuna efectiva contra los rebrotes del nazifascismo, por un lado, y del bolchevismo, por el otro. Surgió así el “relato occidental”: el tronco ponzoñoso de esa rama o expresión más concreta que hoy se llama “relato otanista”.
Muchos intelectuales europeos, además de yanquis, exiliados en los EUA, desafectos con su pasado, así como judíos apátridas o “cosmopolitas”, crearon esa fantasía hipostasiada del “Totalitarismo” (Hannah Arendt, etc.), inteligible apenas como mera imagen en negativo de lo que ellos, los americanos salvadores, venían a consagrar, en suma: el liberalismo capitalista y opulento. Imposible definir un sistema Totalitario, por encima de diferencias de “color ideológico”, como no sea en función del espantajo creado en frente de él, el liberalismo o “sociedad abierta”. Así, para todo liberal de pro, tipos como Hitler o Stalin, Fidel o Perón, Franco o Mao son, por igual, “totalitarios”. Majaderías tiene la Santa Iglesia de la Ciencia Política, pero pocas como esta.
El relato “occidental”, hijo bastardo de una ocupación yanqui de media Europa (como tantos hijos bastardos que son fruto de las violaciones en masa tras la retirada y rendición del ejército vencido) se convirtió propnto en relato otanista. Y así, el mandatario ruso Vladimir Putin es hoy, al parecer, el nuevo jerarca “totalitario”, la encarnación fascista-comunista del europeo (aunque sea un europeo del extremo-Este, pero ruso y europeo al fin y al cabo).
El libro de Manuel Rodríguez Illana es una excelente recopilación y reconstrucción de la “construcción mediática del relato otanista”, tal y como reza el subtítulo, y reza con entera exactitud. El conflicto de Ucrania ha sido bautizado por los medios yanquis y otanistas como “La Guerra de Putin”, dando así a entender que es una guerra de agresión, un capricho violento salido de la mente enferma de un personaje siniestro, dictatorial, un reencarnado de lo peor del Viejo Mundo, el nuevo rostro con que Hitler y Stalin, mezclados, ponen en peligro la “democracia”, el “mundo libre”, la “sociedad abierta”. Se supone, en este relato, que Putin no tiene detrás un Pueblo, un Estado, un Ejército, una Ley…
Pero Rodríguez Illana nos enseña a descubrir, una por una, las trampas ideológicas, los trucos mediáticos, las manipulaciones y adulteraciones que una prensa emputecida y una intelectualidad mercenaria y vendida, han ido llevando a cabo. La primera de las manipulaciones consistió, y aún consiste, en sostener machaconamente que el conflicto comienza el 24 de febrero de 2022, por medio de una agresión unilateral, injustificada e injustificable de la Federación Rusa contra un Estado soberano, “libre”, “democrático” y con ansias de formar parte del club de los buenos, el club santo de Occidente. Esa es la primera y gran mentira. La mendaz versión que ignora todos los prolegómenos, y todos los antecedentes –próximos y remotos- de la guerra de Ucrania.
Las furcias del periodismo y de la intelectualidad occidental, salvo escasas honrosas excepciones, aprueban sin fisuras el relato diseñado por la OTAN para justificar una guerra evitable, y por tanto, moralmente insoportable. Porque “la Guerra de Putin”, teniendo en cuenta prolegómenos y antecedentes, acaba siendo, en realidad, “la Guerra de la OTAN”. Una carnicería buscada, planificada, deseada, provocada por esta organización creada por los EUA al término de la II Guerra Mundial, no tanto para hacer frente al comunismo, como hoy estamos viendo, como para tener a toda Europa (comunista o no) bajo control yanqui.
Los antecedentes inmediatos, el verdadero inicio del conflicto armado, bien pudiera fijarse a finales de 2013, cuando los comandos de guerra híbrida occidentales, travestidos de “sociedad civil” ucraniana (una sociedad “civil” bien nutrida de nazis) protagonizaron unos disturbios que condujeron, ya en febrero de 2014, a un golpe de Estado rusófobo y al inicio de una serie de actos genocidas en contra de los ciudadanos ucranianos más afines a la Federación Rusa, bien por razones étnicas, birn por razones lingüísticas o por razón de una simple preferencia ideológica o geopolítica. El sujeto político que la OTAN presenta como víctima y como héroe, el Estado Ucraniano, representó más bien el papel de verdugo, villano y genocida, pues instigado por los comandos de guerra híbrida otanistas u occidentales, jugó la carta de convertirse en una avanzadilla de las tropas atlantistas, en un ariete rompiendo las puertas de Rusia, en una plataforma adelantada para las ojivas de muerte “a un tiro de piedra”, casi literalmente, de Moscú y demás grandes ciudades de la Federación presidida por Putin.
El autor de este libro, de forma paciente, minuciosa, aporta los enlaces de noticias, entrevistas, artículos de opinión, debates, tertulias, en las que de manera mendaz, trapacera y descarada, el público español (como el de otros países del Occidente colectivo) ha sido pastoreado, con un relato que los hechos objetivos desmienten en gran medida. Un relato fantasioso en el cual “el mundo libre” está ganando la guerra y está dispuesto a los más variados y extensos sacrificios (en euros, en gasto social, pero también en vidas). Este público español será responsable de la destrucción del poco Estado de Bienestar que le queda, será responsable de la posible catástrofe nuclear que se le avecina, responsable de las pérdidas de vidas y del despilfarro de recursos militares para la defensa (en un Reino, como el nuestro, gravemente amenazado por Marruecos, ante cuyas bravatas y agresiones de facto no se toman medidas),
El pueblo español, si se incapacita a sí mismo desde el punto de vista de la crítica y la racionalidad, si traga el relato otanista, se encamina directamente hacia su destrucción. Moralmente será un pueblo que no tendrá razón para seguir siendo. Sus supervivientes se arrastrarán como parte de una masa de borregos, ciega ante hechos ineluctables, y habrá engordado con un pienso fabricado a base de mentiras, en medio de cadáveres y ruinas. Se sentirá a gusto como colonia de un Imperio decadente, los EUA, e irá cantando y riendo a su propio matadero, llámense Ucrania, llámese como se quiera ese punto de Europa del Este donde los españoles movilizados por élites locas o ineptas les habrán querido llevar, empujados y animados bajo las estrictas órdenes de esos amos aborrecibles, de esos enemigos objetivos de los intereses hispánicos, que son los EUA, al menos desde 1898.
La esperanza reside en aquella minoría apta para leer libros como el de Manuel, estudios bien documentados y llenos de sentido crítico y de sentido común. Dos sentidos ausentes en Otanistán. Es la esperanza que empieza por documentarse bien y orquestar un nuevo OTAN NO.