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Estado profundo

Estado profundo

Por Administrator
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directorelespiadigitales/8/8/23
miércoles 23 de octubre de 2024, 22:00h
Aleksandr Dugin
Derin devlet
La expresión «Estado profundo» se utiliza cada vez más hoy en día en la esfera de la política y ha dejado de ser un término periodístico para convertirse en uno de uso común. No obstante, este término también ha comenzado a desdibujarse y empieza a ser usado para referirse a diferentes cosas. Creo que ha llegado el momento de examinarlo más de cerca y estudiar el fenómeno conocido como el Estado profundo. Lo primero es rastrear el cuándo y el dónde comenzó a ser usado tal concepto.
Se sabe que el término «Estado profundo» apareció por primera vez en la política turca durante la década de 1990 y se usaba para describir una situación muy específica de este país. En turco, el término «Estado profundo» es conocido como derin devlet. Es importante saber esto porque todas las aplicaciones posteriores de este concepto están relacionadas de algún modo con el significado original de este concepto usado por primera vez en Turquía.
Después de la muerte de Kemal Atatürk comenzó a desarrollarse en Turquía una ideología muy específica de ese país: el kemalismo. Los principios de esta ideología son el culto a Kemal Atatürk (que significa literalmente «Padre de los turcos»), el laicismo radical (negar la importancia de la religión en el ámbito político y social), el nacionalismo (incluido el énfasis en la soberanía y la unidad de todos los ciudadanos de la Turquía multiétnica), el modernismo, el europeísmo y el progresismo. El kemalismo representaba en muchos sentidos una antítesis directa de la visión del mundo y la cultura que dominaban durante el Imperio Otomano, que era religioso y bastante tradicionalista. Desde la creación de Turquía, el kemalismo fue y sigue siendo, en muchos aspectos, el código predominante de la política turca moderna. Fue sobre la base de estas ideas que el Estado-nación turco fue construido sobre las ruinas del imperio. El kemalismo fue la ideología dominante durante la vida de Kemal y luego fue adoptado por todos sus herederos políticos.
La ideología del kemalismo promovía la democracia de partidos al estilo europeo, sin embargo, el poder real del Estado se concentraba en las manos de la cúpula militar del país, principalmente en el Consejo Nacional de Seguridad (CNS). Tras la muerte de Atatürk, fue esta cúpula militar la que se convirtió en guardiana de la ortodoxia ideológica del kemalismo. En realidad, el CNS de Turquía fue creado oficialmente en 1960 tras un golpe de Estado y su papel se fortaleció aún más tras el golpe Estado de 1980.
Cabe señalar que muchos de los más altos rangos del ejército turco y de los servicios especiales son miembros de logias masónicas, por lo que el kemalismo está estrechamente entrelazado con la masonería militar. Cada vez que la democracia turca se desviaba del kemalismo, ya fuera hacia la derecha o la izquierda, los militares turcos anulaban los resultados electorales y comenzaban a reprimir a las fuerzas políticas disidentes.
No obstante, el término «derin devlet» no fue usado sino hasta la década de 1990 en Turquía. Fue durante este período que el islamismo político empezó a crecer de forma significativa en y, por primera vez en su historia, apareció una oposición ideológica que enfrentaba al Estado profundo y la democracia política. El problema se hizo relevante cuando los islamistas liderados por Necmettin Erbakan, y su seguidor y sucesor Recep Tayyip Erdoğan, se embarcaron en el proyecto de crear una ideología política alternativa que desafiaba directamente al kemalismo. Esta ideología era radicalmente opuesta porque defendía el islamismo en lugar del laicismo, Oriente en lugar de Occidente, solidaridad musulmana en lugar de nacionalismo turco y salafismo y neo-otomanismo en lugar de kemalismo. Este desafío estaba cargado de mucha retórica antimasónica, la cual caracterizaba a Erbakan. En lugar de las sociedades secretas masónicas que poblaban la cúpula militar secular de Turquía se empezó a hacer énfasis en las órdenes sufíes tradicionales y las organizaciones islámicas moderadas, como el nurcismo liderado por Fethullah Gülen.
Fue precisamente de esta confrontación que surgió el término Estado profundo (derin devlet) como medio para describir el núcleo militar-político kemalista que controlaba Turquía, el cual estaba por encima de la democracia política y, por decisión propia, anulaba los resultados de las elecciones y arrestaba a las figuras políticas y religiosas disidentes, dejando de lado los procedimientos legales de la política al estilo europeo. La democracia electoral sólo funcionaba cuando se ajustaba al modelo propugnado por los militares kemalistas. Si se desviaba de ella, aunque fuera un poco – como era el caso de los islamistas, los cuales defendían una ideología completamente distinta que recordaba más al otomanismo que al kemalismo –, entonces los partidos, aunque ganaran las elecciones y encabezaran un nuevo gobierno, podía ser eliminados sin ninguna explicación. Y en esos casos la «suspensión de la democracia» no tenía una base constitucional estricta: los militares no elegidos actuaban por «conveniencia revolucionaria» con tal salvar a la Turquía kemalista.
Erdogan inició una verdadera guerra en contra del Estado profundo turco la cual culminó en el caso «Ergenekon» del 2007, cuando (bajo el espurio pretexto de preparar un golpe de Estado) se detuvo a casi toda la cúpula militar de Turquía. Sin embargo, Erdogan se peleó con su antiguo aliado Fethullah Gülen, el cual estaba muy relacionado con los servicios de inteligencia occidentales, y devolvió su estatus a muchos miembros del Estado profundo forjando una alianza pragmática con ellos, principalmente defendiendo el nacionalismo turco. El problema del secularismo se dejó de lado y su eliminación fue pospuesta. Luego – y especialmente tras el intento fallido de los gülenistas de deshacerse de Erdoğan en el 2016 – Erdoğan fue etiquetado como un «kemalista verde». De todas maneras, el feroz enfrentamiento de Erdogan con el Estado profundo turco debilitó significativamente la ideología del kemalismo (aunque esta sigue operando). Este ejemplo sacado de la historia política de la actual Turquía nos ayuda a extraer varias conclusiones sobre la existencia del Estado profundo:
  • Primero, el Estado profundo existe dentro de un sistema electoral democrático;
  • Segundo, se trata de una autoridad político-militar no elegida que se encuentra por encima de este sistema y que opera siguiendo a una ideología (la cual no depende de la victoria de tal o cual partido);
  • Tercero, existe una sociedad secreta (por ejemplo, de tipo masónico) que reúne en su interior a la cúpula político-militar.
El Estado profundo únicamente emerge cuando existen contradicciones evidentes entre las normas formales de la democracia y el poder de este grupo superior (de lo contrario, la existencia misma del Estado profundo no es evidente).
Un Estado profundo sólo es posible en una democracia liberal, aunque sea nominal. Cuando se trata de sistemas políticos abiertamente totalitarios – como el fascismo o el comunismo – no podemos hablar de Estado profundo, ya que se puede ver abiertamente la existencia de un grupo político profundamente ideologizado que se sitúa por encima de las leyes formales y es reconocido como la máxima autoridad de ese sistema. El régimen de partido único enfatiza este modelo de gobierno y no se asume que exista alguna oposición ideológica y política. Sólo en las sociedades democráticas, donde supuestamente no debería haber una ideología dominante, aparece el Estado profundo como un fenómeno parecido a una forma de «totalitarismo oculto», que no solo rechaza la democracia y el multipartidismo, sino que gobierna y manipula los partidos a su antojo. Los comunistas y los fascistas reconocen abiertamente la necesidad de una ideología dominante y esto hace que su poder político-ideológico sea directo y abierto. Los liberales, en cambio, niegan la ideología, aunque esta siga existiendo. Esto significa que los liberales influyen en los procesos políticos bajo las premisas de una doctrina específica, pero implícita y tangencial. El liberalismo manifiesta su carácter abiertamente totalitario e ideológico sólo cuando existe una contradicción entre él y los procesos políticos democráticos que transcurren en la sociedad, ya que liberalismo y democracia no son lo mismo y pueden existir democracias que no son liberales.
Turquía adoptó el sistema democrático occidental y es por esa razón que no se ajusta psicológica y socialmente a la política y la sociedad turca, de allí que el Estado profundo fue detectado fácilmente y recibió un nombre. En otros sistemas democráticos, la presencia de esta institución totalitaria-ideológica, ilegítima y formalmente «inexistente», se dio a conocer más tarde. Pero el ejemplo turco es de gran importancia para comprender este fenómeno en sí, porque precisamente en él encontramos todas las características importantes que podemos encontrar en los demás.
Trump y el descubrimiento del Estado profundo en los EE.UU.
Pasemos ahora a analizar el cómo usan el término «Estado profundo» los periodistas, analistas y políticos occidentales, especialmente en los Estados Unidos durante la presidencia de Donald Trump. Una vez más, el contexto histórico resulta crucial. Los partidarios de Trump, como Steve Bannon y otros, están empezando a decir que Trump, que tiene todo el derecho en virtud de la Constitución a determinar el curso de la política estadounidense como presidente electo, se está encontrando con obstáculos inesperados que no pueden achacarse únicamente a la oposición del Partido Demócrata o a la inercia burocrática. Poco a poco, a medida que esta resistencia crece, los partidarios de Trump empiezan a darse cuenta que no son únicamente representantes de la agenda republicana tradicional, al igual que los políticos y presidentes anteriores de ese partido, sino que son algo más. Su énfasis en los valores tradicionales y sus críticas al globalismo han puesto en alerta no solo a sus oponentes políticos directos, los «progresistas» y el Partido Demócrata, sino también a una autoridad invisible e inconstitucional que es capaz de influir a discreción en todos los procesos importantes de la política estadounidense como las finanzas, las grandes empresas, los medios de comunicación, las agencias de inteligencia, el poder judicial, las instituciones culturales más importantes, las principales instituciones educativas, etc., de forma coherente y decidida. Parecería que las acciones del aparato estatal en su conjunto deberían estar sujetas a las decisiones del Presidente legalmente elegido de los Estados Unidos, pero no es así. Existen muchos procesos que suceden al margen del presidente Trump y con bastante independencia de él, como si se lidiase con un «poder en la sombra». Así es como se descubrió la existencia del Estado profundo de los Estados Unidos.
Es innegable que existe una democracia liberal en EEUU igual a la que existe en Turquía, pero la existencia de una autoridad político-militar no elegida, unida por una ideología bastante definida (que no depende de la victoria de uno u otro partido) y pertenece a alguna sociedad secreta (por ejemplo, de tipo masónico) no era tan obvia para los estadounidenses. Por lo tanto, el discurso del Estado profundo se convirtió en una revelación para muchos en aquel momento, pasando de ser una «teoría de la conspiración» a una realidad política evidente.
Sí, por supuesto, el asesinato no resuelto de John F. Kennedy y la probable eliminación de otros miembros de este clan, así como muchas incoherencias en los trágicos sucesos del 11-S y otros secretos no resueltos de la política estadounidense hicieron sospechar a muchos de la existencia de algún tipo de «poder secreto» en Estados Unidos. Las «teorías de la conspiración» estadounidenses han intentado culpar durante décadas a diferentes actores: desde criptocomunistas hasta reptilianos o anunankis. Pero la historia de la presidencia de Trump – y en no menor medida su persecución tras perder contra Biden, además de los dos intentos de asesinato durante la campaña electoral del 2024 – ha llevado a muchos a retomar el tema del Estado profundo estadounidense con mucha seriedad. Ya no se puede eludir este tema tan fácilmente. Definitivamente existe, se encuentra activo y ... gobierna.
El Consejo de Relaciones Exteriores: hacia un gobierno mundial
En la búsqueda de una explicación para entender este fenómeno deberíamos dirigirnos en primer lugar a aquellas organizaciones políticas de los Estados Unidos nacidas durante el siglo XX y que operaban más allá de simples declaraciones partidistas. Si buscamos el núcleo del Estado profundo entre los militares, los servicios especiales, los tiburones de Wall Street, los magnates de la alta tecnología, etc., es poco probable que obtengamos un resultado satisfactorio, ya que nos perderíamos en vaguedades e individualidades insulsas, por lo que es mejor buscar en lugares donde exista una ideología bastante clara.
Dejando a un lado las teorías conspirativas, podemos decir que existen dos organizaciones que pueden desempeñar esta función del Estado profundo: la primera sería el CFR (Consejo de Relaciones Exteriores), fundado en la década de 1920 por los colaboradores del presidente Woodrow Wilson, firme partidario del globalismo democrático. El segundo sería un movimiento mucho más reciente: los neoconservadores estadounidenses, surgido de los (antaño marginales) trotskistas, que poco a poco fueron adquiriendo una influencia considerable en los Estados Unidos. Tanto el CFR como los neoconservadores operan independientemente de cualquier partido y pretenden guiar el curso estratégico de la política estadounidense en su conjunto, independientemente del partido dominante en cada momento. Además, ambos tienen una ideología bien estructurada y clara: el globalismo liberal de izquierdas en el caso del CFR y la conservación de la hegemonía estadounidense en el caso de los neoconservadores. Podríamos decir que el CFR son lo que convencionalmente conocemos como los globalistas de izquierdas y los neoconservadores son los globalistas de derechas.
Desde su mismo surgimiento, el CFR ha operado bajo una red de políticos, expertos, intelectuales y representantes de empresas transnacionales que han buscado transformar a los EEUU de un Estado-nación a un «imperio» democrático global. El CFR, a diferencia de los aislacionistas, proclamó la tesis de que el destino de EEUU era hacer que todos los países del mundo adoptaran el sistema liberal y democrático. Los ideales y valores de la democracia liberal, el capitalismo y el individualismo se situaban aquí por encima de los intereses nacionales. Esta institución influyó en la política estadounidense a lo largo de todo el siglo XX – con alguna interrupción durante la Segunda Guerra Mundial – y se dedicó históricamente a la creación de organizaciones supranacionales: primero la Sociedad de Naciones, luego la ONU, el Club Bilderberg, la Comisión Trilateral, etc. Su tarea era crear una élite liberal mundial unida que promoviera la ideología del globalismo en todos los ámbitos: en la filosofía, la cultura, la ciencia, la economía, la política, etc. El objetivo de los globalistas del CFR era formar un Gobierno Mundial uniforme que implicaba la desaparición gradual de los Estados nacionales y la transferencia del poder de las antiguas formaciones soberanas a manos de la oligarquía global formada por élites liberales mundiales educadas según los estándares de Occidente.
El CFR, a través de sus redes europeas, participó activamente en la creación de la Unión Europea (un paso concreto hacia el Gobierno Mundial). Sus representantes – sobre todo Henry Kissinger, líder intelectual permanente de esta organización – desempeñaron un papel clave en la integración de China en el mercado mundial, siendo una medida eficaz para debilitar al campo socialista. La misma institución promovió activamente la teoría de la convergencia y consiguió ganar influencia sobre los últimos dirigentes soviéticos, especialmente Gorbachov. «La comunidad mundial es manejada» por el dictado de los globalistas del CFR, escribieron en algún momento los últimos ideólogos soviéticos que cayeron bajo el hechizo geopolítico del CFR.
En Estados Unidos el CFR es una estructura estrictamente suprapartidista y aglutina tanto a los demócratas, que le son más afines, como a los republicanos. De hecho, es el cuartel general del globalismo, mientras que iniciativas europeas similares, como el Foro de Davos de Klaus Schwab, no son más que sus sucursales. En vísperas del colapso de la Unión Soviética, el CFR estableció una sucursal en Moscú: el Instituto de Investigación Sistémica del académico Gvishiani, de donde surgieron los liberales rusos de la década de 1990 y la primera oleada de oligarcas ideológicamente comprometidos.
Es evidente que Trump se ha topado con esta organización que en EE.UU. y en el resto mundo se presenta como una plataforma inofensiva y prestigiosa para el intercambio de opiniones de expertos «independientes». No obstante, en realidad se trata de un auténtico cuartel general ideológico. Y Trump, con su agenda de viejo conservador, su énfasis en los intereses estadounidenses y su crítica al globalismo, ha entrado en clara y frontal contradicción con ella. Trump solo ha sido presidente de EEUU por un corto periodo, mientras que el CFR tiene un siglo de historia influyendo en el rumbo de la política exterior estadounidense. Y, por supuesto, durante sus cien años en el poder y en el gobierno el CFR ha formado una vasta red de influencia, difundiendo sus ideas entre militares, funcionarios, personalidades de la cultura y el arte, pero sobre todo en las universidades estadounidenses, que poco a poco se han ido ideologizando. Formalmente, Estados Unidos no reconoce ninguna ideología dominante, pero la red del CFR, por el contrario, tiene una fuerte carga ideológica: sus objetivos más importantes siguen siendo la victoria planetaria de la democracia, la instauración del Gobierno Mundial, el triunfo completo del individualismo y la ideología de género. El nacionalismo de Trump y el America first, que amenazan con «drenar el pantano globalista», resultan ser un verdadero desafío para esta institución, la cual se considera la guardiana del liberalismo totalitario (como lo es cualquier ideología).
Matar a Putin y a Trump
¿Se puede considerar al CFR como una sociedad secreta? Difícilmente. Prefieren la discreción y actúan abiertamente. Por ejemplo, después del inicio de la Operación Militar Especial, los líderes del CFR (Richard Haas, Fiona Hill, Silisha Wallander) discutieron explícitamente la viabilidad de matar al presidente Putin (una copia impresa de la discusión fue publicada en el sitio web oficial del CFR). El Estado profundo estadounidense, a diferencia del turco, actúa globalmente, por lo que cualquier acontecimiento en Rusia o China son un «asunto interno» para quienes se consideran el Gobierno Mundial. Eliminar a Trump es cosa fácil para ellos, en caso de que no puedan encarcelarlo o apartarlo de las elecciones.
Vale la pena decir que las logias masónicas han desempeñado un papel crucial en el sistema político estadounidense desde la Guerra de Independencia. Por lo tanto, las redes masónicas están entrelazadas con el CFR y sirven como un lugar de reclutamiento. Hoy en día, los globalistas liberales no necesitan esconderse. Sus programas han sido plenamente adoptados por EEUU y el Occidente colectivo. A medida que el «poder secreto» se fortalece, gradualmente deja de ser secreto. Lo que una vez tuvo que ser protegido por la disciplina del secreto masónico se ha convertido hoy en una agenda abierta. Los masones no tenían problemas con destruir físicamente a sus enemigos, pero por supuesto no hablaban de ello directamente. Ahora sí lo hacen. Esa es la única diferencia.
Los neoconservadores: de trotskistas a imperialistas
El segundo gran representante del Estado profundo son los neoconservadores. Inicialmente, eran trotskistas que odiaban a la URSS y a Stalin porque en Rusia se construyó (en su opinión) no como una forma de socialismo internacional, sino como un Estado «nacional», es decir, el socialismo en un solo país. Por lo tanto, no se creó una sociedad socialista de pleno derecho y no hubo un desarrollo del capitalismo. Los trotskistas creen que el socialismo real sólo es posible después de que el capitalismo se haga planetario y triunfe en todas partes, mezclando irreversiblemente a todas las etnias, pueblos y culturas y aboliendo las tradiciones y religiones. Sólo entonces (y no antes) podrá darse la Revolución Mundial.
Es por ello que los trotskistas norteamericanos decidieron que era necesario ayudar en todo lo posible al capitalismo global y a los EEUU como su buque insignia, intentando destruir a la URSS (y luego a Rusia como su heredera), junto con el resto de los Estados soberanos. El socialismo sólo puede ser estrictamente internacional, lo que significa que EEUU debe consolidar su hegemonía y destruir a sus oponentes. Sólo entonces, cuando el Norte rico haya establecido su completa dominación sobre el Sur pobre y el capitalismo internacional reine en todas partes, se establecerán las condiciones previas para pasar a la siguiente fase del desarrollo histórico.
Para realizar este diabólico plan, los trotskistas norteamericanos tomaron la decisión estratégica de entrar en la gran política, pero no directamente, ya que nadie en EEUU les votaría, sino a través de los grandes partidos. Primero a través de los demócratas y luego, cuando pusieron en marcha sus planes, a través de los republicanos. Los trotskistas reconocían abiertamente la necesidad de la ideología y se mostraban reacios a la democracia parlamentaria por considerarla una mera mascara del gran capital. Fue así que paralelamente al CFR apareció en los EEUU otra versión del Estado profundo. Los neoconservadores no hicieron alarde de su trotskismo y, en cambio, sedujeron a los militaristas, imperialistas y partidarios de la hegemonía mundial estadounidense de forma directa. Fue precisamente contra ellos, que eran los dueños del Partido Republicano, que Trump tuvo que enfrentarse.
La democracia es una forma de dictadura
En cierto sentido, el Estado profundo estadounidense es bipolar, es decir, tiene dos basas:
  • La izquierda-globalista (CFR) y
  • Los globalistas de derechas (los neoconservadores).
Pero ambas organizaciones no son partidos políticos ni son elegidas por nadie: son simplemente representantes de una ideología obsesivo-compulsiva, proactiva, exacerbada y abiertamente totalitaria. En muchos aspectos coinciden entre sí, diferenciándose sólo en la retórica que usan. Ambos movimientos están firmemente en contra de la Rusia de Putin y la China de Xi Jinping, al igual que contra la multipolaridad. Dentro de Estados Unidos, sin embargo, ambos son igualmente críticos de Trump, ya que él y sus partidarios encarnan la vieja versión de la política estadounidense, que no tiene nada que ver con el globalismo y se centra en cuestiones internas. Pero esta postura de Trump es una verdadera rebelión contra el sistema que repite las políticas islamistas de Erbakan y Erdogan contra el kemalismo, tal y como vimos en el caso de Turquía.
He aquí una explicación de por qué la tesis del Estado profundo surgió con la presidencia de Trump. Trump y sus partidarios consiguieron el apoyo de una masa crítica de votantes estadounidenses, pero resultó que sus ideas no se correspondían con los puntos de vista del Estado profundo, que se reveló actuando con dureza contra Trump fuera del marco legal y pisoteando las normas de la democracia. La democracia somos nosotros, declaró el Estado profundo de Estados Unidos. Muchos críticos empezaron a hablar de golpe de Estado y de hecho sucedió. El poder en la sombra de los EE.UU. entró en vigor para eliminar la fachada democrática del país y empezó a parecerse cada vez más a una dictadura liberal y globalista.
El Estado profundo europeo
Planteemos a hora la hipótesis del Estado profundo de los países europeos. Recientemente, los europeos han empezado a notar que algo inusual está ocurriendo con la democracia de sus países. La población vota según sus preferencias, apoyando cada vez más a diversos populistas, principalmente de derechas, pero alguna autoridad del Estado censura inmediata y duramente a los ganadores, los reprime, los vilipendia y los aparta por la fuerza del poder. Lo vemos en Francia con Macron y el partido de Marine Le Pen, en Austria con el Partido de la Libertad, en Alemania con Alternativa para Alemania y el partido de Sarah Wagenknecht, en Holanda con Geert Wilders, etc. Ganan elecciones democráticas, pero están cada vez más lejos de obtener el poder. ¿Suena familiar? Sí, recuerda mucho a Turquía y a los militares kemalistas. Así que nos encontramos ante el Estado profundo de Europa.
Llama inmediatamente la atención que en todos los países europeos esta institución no tenga nacionalidad y opere estrictamente según el mismo modelo, por lo que no podemos hablar de un Estado profundo francés, alemán, austriaco, holandés, etc. Es un Estado profundo paneuropeo, que forma parte de una única red globalista. El centro de esta red está en el Estado profundo estadounidense, principalmente en el CFR, pero esta red también cubre Europa, donde los liberales de izquierdas en estrecha alianza con la oligarquía económica y los intelectuales posmodernos, casi siempre de formación trotskista, constituyen una clase dirigente europea no elegida, pero totalitaria. Esta clase se reconoce a sí misma como parte de la comunidad atlántica. En esencia, es la élite de la OTAN. Y de nuevo podemos recordar a los militares turcos. La OTAN es la estructura de apoyo de todo el sistema globalista, es decir, la rama militar del Estado profundo del Occidente colectivo.
No es muy difícil darnos cuenta cual es el Estado profundo europeo, solo hay que ver las estructuras del CFR como la Comisión Trilateral, el Foro de Davos de Klaus Schwab, etc. Es contra esta red de poder contra la que tropieza la democracia europea cuando, como Trump en Estados Unidos, intenta tomar decisiones consideradas «erróneas», «inaceptables» y «censurables» para la élite europea. Y no se trata solo de las estructuras formales de la Unión Europea, se trata de una fuerza mucho más poderosa y eficaz que carece por completo de formas jurídicas. Son los representantes de una ideología que, según las leyes formales de la democracia, sencillamente no debería existir. Son los guardianes del liberalismo radical, siempre reaccionando con firmeza ante cualquier peligro que emane de la misma democracia.
Al igual que en el caso de Estados Unidos, la historia política de la Europa de los Nuevos Tiempos fue muy marcada por las logias masónicas, las cuales desempeñaron un papel fundamental: fueron los impulsores de las reformas sociales y las transformaciones políticas. Hoy en día no hay necesidad de sociedades secretas, hace tiempo que estas operan abiertamente, sin embargo, la conservación de las tradiciones masónicas forma parte de la identidad cultural de Europa. Así que llegamos al más alto grado de institución antidemocrática, extremadamente ideologizada, que actúa violando cualquier regla y norma legal, y que tiene pleno poder en Europa. Se trata de un poder indirecto o dictadura secreta. El Estado profundo europeo es una parte integra de los sistemas unificados del Occidente colectivo, como la OTAN.
El Estado profundo en la Federación Rusa de la década de 1990
Lo último que queda por hacer es aplicar este esquema al estudio del Estado profundo de Rusia. Es característico que en el contexto ruso este término se utilice muy poco o nada. Esto no significa que no exista nada parecido a un Estado profundo en Rusia. Más bien significa que ninguna fuerza política significativa con un apoyo popular crítico se ha topado aún con él. No obstante, es posible describir lo que pueda denominarse el «Estado profundo ruso» de forma convencional.
Existe una prohibición explicita en la constitución de la Federación de Rusia a que exista una ideología estatal desde que aconteció el colapso de la URSS, por lo que la Constitución de Rusia está en plena consonancia con otros regímenes nominalmente liberal-democráticos. Las elecciones son multipartidistas, tenemos una economía de mercado, una sociedad laica y se respetan los derechos humanos. En otras palabras, la Rusia actual, desde un punto de vista formal, no es fundamentalmente diferente de los países de Europa y América o incluso de Turquía.
Sin embargo, en Rusia también existía cierta autoridad suprapartidista implícita, la cual operó especialmente durante el gobierno de Yeltsin. En aquella época, a esta instancia se la denominaba con el término generalizado de la «Familia». La «Familia» cumplía las funciones del Estado profundo y aunque Yeltsin era el Presidente legal (aunque ilegítimo), el resto de sus miembros no eran elegidos por nadie y carecían de poderes legales. En la década de 1990 la «Familia» estaba formada por parientes de Yeltsin, oligarcas, agentes de la ley, periodistas y liberales prooccidentales. Fueron ellos quienes aplicaron las principales reformas capitalistas en el país, impulsándolas a pesar de la legislación, cambiándola a su antojo o simplemente ignorándolas. Actuaron no sólo en virtud de los intereses de su clan, sino como un verdadero Estado profundo: prohibiendo algunos partidos y apoyando artificialmente a otros, negándole el poder a los ganadores (CPRF, LDPR) y dándoselo a gente desconocida y poco destacada, controlando los medios de comunicación y el sistema educativo, reasignando industrias enteras a figuras leales a ellos y aboliendo cosas que no les interesaban. El concepto del Estado profundo no era conocido en aquella época en Rusia, pero este fenómeno era bastante evidente.
Al mismo tiempo, hay que señalar que en un periodo de tiempo tan corto tras el colapso del sistema totalitario directo y abiertamente ideológico que profesaba un partido único, no se podría haber formado en Rusia un Estado profundo de pleno derecho de la nada. En realidad, simplemente se trató de que las nuevas élites liberales rusas se unieron a la red global occidental, tomando prestada su ideología, así como su metodología para desempeñar este papel de poder indirecto (potestas indirecta) a través de grupos de presión, corrupción, empresas de medios de comunicación, control sobre la educación, estableciendo criterios sobre lo que es útil y lo que es inútil, lo que es permisible y lo que debería prohibirse. El Estado profundo de Yeltsin llamaba a sus oponentes «roji-pardos», bloqueando tanto a la derecha como a la izquierda. Pero esto significa que había alguna ideología (no reconocida formalmente por la Constitución) en base a la cual se tomaban tales decisiones sobre lo que era correcto e incorrecto. Esta ideología era el liberalismo.
La dictadura liberal
El Estado profundo sólo surge dentro de la democracia como institución ideológica correctora y reguladora. Este poder secreto tiene una explicación bastante racional. Sin ese regulador supra-democrático el sistema político liberal podría cambiar, ya que no hay garantías de que el pueblo no elija una fuerza que ofrezca un camino alternativo a su propia sociedad. Esto es lo que han intentado proponer, y en parte lo han conseguido, Erdogan en Turquía, Trump en EEUU y los populistas europeos. Sin embargo, su confrontación con estas fuerzas populistas obliga al Estado profundo a salir de las sombras. Esto fue bastante obvio en Turquía, ya que el dominio militar de los kemalistas fue en gran medida debido a esta tradición histórica. Pero en el caso de los Estados Unidos y Europa el descubrimiento de un cuartel general ideológico que opera mediante la coerción, los métodos totalitarios y la violación de la ley sin ninguna legitimación electoral resulta claramente escandaloso, ya que causa un daño irreparable a la ingenua creencia en el mito de la democracia. El Estado profundo se construye sobre la cínica tesis, muy en el espíritu de Rebelión en la granja de Orwell, de que «algunos demócratas son más democráticos que el resto», pero se trata de una forma de dictadura y totalitarismo como piensan los ciudadanos de a pie con bastante razón. La única diferencia es que el totalitarismo unipartidista opera abiertamente, mientras que el poder secreto que está por encima del sistema multipartidista se ve obligado a ocultar el hecho de su misma existencia. Ya no les es posible hacerlo. Vivimos en un mundo en el que el Estado profundo está pasando de ser una fantasía conspirativa a una realidad político-social e ideológica clara y explícita. Es mejor afrontarlo honestamente. El Estado profundo es una realidad.