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NÚMERO 126. Rajoy decreta el fin de la crisis y se queda tan pancho

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
domingo 10 de agosto de 2014, 14:26h

Poco menos que pronunciándose ‘ex cátedra’, es decir en tono magistral y decisivo como cuando el Papa enseña a toda la Iglesia, o define verdades pertenecientes a la fe o a las costumbres, el presidente Rajoy ha decidido iniciar sus vacaciones veraniegas tratando de eliminar cualquier sombra de duda sobre lo bien que gobierna el país. Y para ello ha dictado un parte de guerra durante su balance del curso político ante los medios informativos (01/08/2014) ciertamente gratuito, afirmando sin rubor alguno no que la economía sigue más o menos estancada y sin perspectivas claras de futuro (que es como está), sino que “la recuperación ha venido para quedarse” y que éste es un “pronóstico inapelable”: así que todos a la playa y aquí paz y después gloria…

Y para confirmar el milagro -llegados a este punto estaríamos sin duda ante un hecho sobrenatural- el vicesecretario de Política Local y Autonómica del partido en el Gobierno, Javier Arenas, aseguró acto seguido, durante su intervención en la Escuela de Verano del PP de Punta Umbría (Huelva), que “tras cumplir con los españoles para salir de la crisis, ha llegado el momento de cumplir nuestro programa electoral”. Afirmando que también éste es el momento de quedar como señores “con los votantes del Partido Popular”.

De paso, ni corto ni perezoso, Arenas se refirió también a la reforma electoral que propone el PP para que los alcaldes más votados gobiernen directamente; algo que, según él, “tiene el amplísimo respaldo de la opinión pública española”, porque “nadie puede estar tranquilo si gobierna por un acuerdo en un despacho”. Y uno no tiene más remedio que preguntarse, entonces, cómo hemos podido vivir desde 1978, incluidas las legislaturas gobernadas por su partido, con un sistema tan aberrante y que, hasta ahora, agobiados por la probable pérdida de sus mayorías absolutas tanto municipales como autonómicas, no se les hubiera ocurrido cambiarlo.

Pero, lanzado abiertamente por la senda del surrealismo político, terminó de liarse la manta a la cabeza afirmando que los ediles de su partido “expresan lo más puro de la vocación política”, y que quienes quieran encontrar lo más puro de la política “vayan a los ayuntamientos donde el PP tiene alcaldes y concejales”. Y lo grave, gravísimo, es que parece que se lo cree, razón por la que poco regeneracionismo cabe esperar dentro de su partido.

Claro está que hace más de un año, en el Consejo de Alcaldes del PP de Málaga celebrado el 11 de mayo de 2013, este ‘pico de oro’ de la política ya había afirmado de forma tajante: “Tenemos tiempo para aplicar nuestro programa, para reconciliarnos con sectores que viven con preocupación algunas decisiones que hemos tomado y tenemos tiempo de recoger los frutos”. Y asegurado que entonces ya se tenía superada la primera etapa de la legislatura (la de “apagar fuegos, afrontar la herencia y corregir los grandes desequilibrios que recibimos del Gobierno anterior”) y que “más bien pronto que tarde vamos a recoger esos frutos”

Las encuestas oficiales siguen hundiendo al PP

Lo que pasa es que esa previsión de “tiempo sobrado” y de una satisfactoria “recogida de frutos”, no se compadece con el batacazo cosechado por el PP en los comicios europeos del pasado 25 de mayo, un año después de las esperanzadas declaraciones de Arenas. Ni tampoco con la última encuesta barométrica del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), que sigue mostrando la continua e inexorable caída del PP, desde el 44,63% de los votos que obtuvo en las elecciones generales de noviembre de 2011 hasta el 30% estimado ahora por el instituto demoscópico del Gobierno (Estudio 3033 - Julio 2014).

Es decir, aunque el PP pudiera tener todo el tiempo del mundo para recoger los frutos de su política, nada indica que éstos vayan a ser positivos, sino más bien lo contrario. Porque eso es lo que desde hace dos años y medio vienen indicando todas las encuestas.

Otra cosa muy distinta es que enfrente de su discutible política económica y de su pobre determinación reformista, se encuentre con una alternativa de gobierno socialista totalmente descompuesta que le permita seguir siendo el partido más votado, aunque ya a años luz de la posible mayoría absoluta que, dada su escasa sociabilidad política, le es imprescindible para poder gobernar. Y con un continuo crecimiento del conjunto de las opciones de oposición.

Cierto es que, según las estimaciones del CIS, el PP hoy podría ganar unas elecciones generales con el 30% de los votos y a pesar de haber perdido uno de cada tres electores previos y con nueve puntos de ventaja sobre el PSOE, que de momento se encuentra en plena crisis de supervivencia. Pero no lo es menos que, con todo, las tres fuerzas nacionales ‘progresistas’ alcanzarían conjuntamente el 44,7% de los votos: un 21,2% del PSOE, un 15,3% de Podemos y un 8,2% de IU.

Paréntesis: Sobre UPyD cabe decir que se apunta el inicio de su retroceso electoral, bajando al 5,9% tras haber alcanzado una cota máxima del 9,2% en el Barómetro de enero de 2014, quizás por no haber fijado posiciones políticas más radicales y comenzar a confundirse con el establishment político.

Una dinámica pre-electoral bastante comprometida para el PP que todavía lo es más si nos atenemos a la pregunta de ‘a quién se votaría en el supuesto de que mañana se celebrasen elecciones generales’ (intención directa de voto). Las respuestas marcan diferencias aún más apretadas entre los tres primeros partidos y con mayor ventaja para el conjuntos de las formaciones consideradas de izquierda: PP 12,8%, Podemos 11,9%, PSOE 10,6%, IU (ICV en Cataluña) 6,2% y UPyD 3,5%.

Otro factor que apunta igualmente al hundimiento electoral del PP, es la pésima imagen pública que proyecta el Gobierno de Rajoy. La valoración social que vienen mereciendo sus trece ministros, que ni en su origen logró una aprobación mínima, ha decaído medición tras medición hasta obtener una nota media de sólo 2,28 puntos sobre 10; algo que no tiene precedentes en el nuevo régimen democrático y sin que su presidente tenga la más mínima intención de reajustarlo.

Pero ahí no queda la cosa. Cuando el CIS requiere de sus encuestados opinión sobre la gestión que, en su conjunto, está haciendo el Gobierno, sólo un 0,6% cree que es ‘muy buena’ y un 7,5% que es ‘buena’; mientras que un 23,7% cree que es ‘regular’, un 27,2% que es ‘mala’ y un 39,8% que es ‘muy mala’. Dicho de otra forma, una inmensa mayoría del 90,7% cree que el Gobierno no hace bien su trabajo. ¿Y cómo puede esperar entonces el PP que sus expectativas electorales evolucionen de forma favorable…?

Y si el requerimiento se refiere a la ‘confianza’ que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, inspira a los encuestados después de ejercer como tal durante casi tres años, sus respuestas son igual de negativas. Sólo el 2,2% declara que le inspira ‘mucha confianza’ y un 10,9% que ‘bastante confianza’; mientras que al 24,3% le inspira ‘poca confianza’ y al 61,4% ‘ninguna confianza’. Es decir, que de nuevo un amplísimo 85,7% de los encuestados no se fía de Rajoy ni un pelo. Y eso es lo que hay, recogido y analizado por el CIS.

La contumacia del balance político prefabricado

Claro está que Mariano va a su bola y decreta lo que le viene en gana. Eso sí, apoyado en balances prefabricados que los adláteres y corifeos de turno se tragan doblados, como las cabras montunas que se comen los periódicos como si fueran deliciosos espárragos trigueros. Sin ir más lejos, uno de los fundamentos de su gloriosa e “inapelable” declaración pre-veraniega (“la recuperación ha venido para quedarse”) es que se consolida la creación de empleo.

Y, a tal efecto, Rajoy contempla que el paro registrado en el mes de julio bajó en 29.841 personas, pero no que con el dato desestacionalizado subió en 32.357. Y que en el mismo mes la Seguridad Social ganó por su parte 62.108 afiliados, pero que también en términos desestacionalizados la cifra se limita a 11.859 afiliados nuevos.

Nada se dice tampoco de que entre 2011 y 2014 la cifra de población activa ha caído de 23,4 millones de personas a 22,9 millones, es decir que baja el paro pero también baja la ocupación. Y también se oculta que si bien la contratación indefinida creció dos dígitos respecto a 2013, el empleo nuevo es en esencia temporal y a tiempo parcial, con apenas un 4% de los nuevos contratos firmados con carácter indefinido o a tiempo completo.

De los 1,64 millones de contratos firmados en el mes de julio, sólo 114.071 fueron indefinidos (un 18,4% más que en 2013), mientras que 1,5 millones fueron de carácter temporal, un 8,5% más que en 2013. Y este nuevo rumbo laboral significa que aunque se genere empleo (que en verdad tampoco se genera), las horas trabajadas caen de forma muy significativa; es decir, cae el paro pero sin que aumente la carga laboral.

Así, según muestra el INE, en el segundo trimestre de  2013, con un cuarto de millón de ocupados menos, se contabilizaron 581.649 horas de trabajo a la semana, frente a las 577.783 del mismo periodo de 2014. De forma que el cuento marianista de que se consolida la creación de empleo hay que leerlo en sus justos términos, que no son para tirar los cohetes que tira Rajoy, ni mucho menos…

Otro tanto cabe decir de la segunda circunstancia que ha llevado al presidente del Gobierno a lanzar las campanas al vuelo de su imaginado éxito político (la consolidación del crecimiento económico), como quien a fuerza de repetir la parábola de la multiplicación de los peces y los panes espera que el milagro se haga realidad.

Porque si el PIB ha dejado de ser decreciente para alcanzar una tasa de crecimiento interanual del 1,2% en el segundo trimestre, superando en una décima el calculado por el Banco de España, siendo la segunda tasa positiva tras diez trimestres consecutivos de retrocesos interanuales, ello no marca una tendencia de crecimiento estable porque sus condicionantes son la aportación de la demanda nacional, la inversión empresarial y el efecto del sector exterior, todavía básicamente inestables.

Por ello, el optimismo del ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos, al adelantar que el PIB crecerá cerca del 1,5% en 2014 y alrededor del 2% en 2015, no deja de ser una estimación especulativa con tintes de propagandismo político, pendiente de verificación y sujeta a las reformas fiscales que seguirán cargando contra el consumo. De hecho, la propia CEOE ha manifestado que hay que esperar unos meses para hablar “con certeza” de un “cambio de tendencia”, mientras que el Servicio de Estudios del BBVA cree que estos resultados semestrales sólo merecen un “aprobado” y que son peores de lo esperado, por el deterioro del sector agrario y el comportamiento “decepcionante” del sector servicios, por poner algunos ejemplos de opiniones contrapuestas al triunfalismo del Gobierno.

Pero es que el crecimiento económico, que no criticamos en sí mismo, y que se refleja en el aumento del PIB y se asocia a la ‘productividad’, puede ir acompañado de ‘externalidades’ socialmente negativas, ya que el aumento del valor de los bienes que produce una economía, también está relacionado obviamente con lo que se consume o con lo que se gasta. No vamos a entrar aquí en teorías económicas profundas, pero es evidente que el PIB per cápita de un país, reflejo de su crecimiento económico, no se puede usar cómo la única medida de la mejora de su bienestar socio-económico, porque existen otros muchos factores correlacionados estadísticamente con el mismo, en términos materiales y de otro tipo.

De esta forma, es decir tratando de decretar el fin de la crisis en base a una supuesta consolidación del empleo y del crecimiento económico, el Gobierno de Rajoy es, además de falsario, ingenuo, sobre todo en términos de su pretendida recuperación electoral. Ese objetivo político se alcanza por otras vías más perceptibles socialmente, hoy por hoy ignoradas o despreciadas por el PP…

El fantasma de las promesas electorales incumplidas

Bien está que el Gobierno quiera jugar la baza del optimismo y la confianza, pero dejándose al mismo tiempo de políticas tentativas y apostando mucho más en paralelo por la economía productiva. Los sucesivos desplantes de Rajoy (“estamos pisando terreno sólido”, “los españoles tienen  ahora un fundado derecho a la esperanza”, “España desconcierta a los analfabetos financieros” o “el crecimiento ha venido para quedarse”) están muy bien como expresiones tácticas de una política de comunicación de pura supervivencia, pero de nada valen si no se acompañan de una política económica acorde con las verdaderas exigencias de la crisis.

Rajoy se jacta de que sus previsiones se están cumpliendo, al haber anunciado que 2012 sería el año de los ajustes; 2013 el de las reformas y 2014 el de la recuperación. Pero lo cierto es que, además de tremendos, los ajustes fueron desacertados; las reformas de chicha y nabo (o inexistentes) y la recuperación todavía un proyecto, por no decir una falacia de momento sin mayor sustanciación.

Y referencias comparativas del déficit reformista del Gobierno, sobran por todas partes. Ahí tenemos, sin ir más lejos, la reducción del número de regiones anunciada en Francia, pasando de 22 a 13, formando entidades territoriales más operativas y ahorrando gastos administrativos. Una pauta seguida también en países como Polonia, Dinamarca, Grecia, Suecia…, que permite visualizar un reformismo serio y socialmente convincente; el mismo que se ha exigido a Rajoy de forma infructuosa en ese y en otros muchos campos de clara y evidente necesidad.

Pero en los balances políticos y económicos de Rajoy queda, en cualquier caso, una asignatura pendiente y de gran importancia política: la extensa lista de promesas electorales incumplidas. Porque, a este paso, sólo una de ellas (la más desafortunada de modificar la vigente ‘ley del aborto’) parece en vía de cumplimiento.

Javier Arenas acaba de asegurar que, una vez decretado por Rajoy el “inapelable” fin de la crisis, “ha llegado el momento de cumplir nuestro programa electoral” para hacer bueno lo que se prometió a los frustrados votantes del PP. Pues pónganse a ello de una vez el Gobierno y el partido que lo sustenta, porque el tiempo perdido ha sido mucho y el que queda no deja de ser escaso, sobre todo si esas promesas se han de cumplir antes del próximo mes de mayo, que es cuando la ciudadanía volverá a ajustar cuentas políticas al celebrarse elecciones locales y autonómicas.

Tarea difícil, porque la ristra de promesas incumplidas por Rajoy es tan larga y está tan perjudicada que excede con mucho la capacidad de su Gobierno multiplicada por sí misma. Todas ellas son bien conocidas, pero para dejar en evidencia la alharaca lanzada por Javier Arenas, recordemos algunas que, por haber sido ejecutadas en contrario, ya son de imposible cumplimiento:

  • Promesa de no suprimir la revalorización de las pensiones conforme al IPC. La más emblemática de su campaña electoral. Después de prometer la “descongelación” de las pensiones y de afirmar en septiembre de 2012 como presidente del Gobierno que “si hay algo que no tocaré serán las pensiones”, hizo exactamente todo lo contrario. Al margen de lo que supone toda la reforma que conlleva el llamado ‘factor de sostenibilidad’ y de la manipulación a la que se ha sometido la elaboración del IPC.
  • Promesa de no subir los impuestos. Un principio esencial de la filosofía económica del PP que fue conculcado de forma inmediata, en el segundo Consejo de Ministros del Gobierno Rajoy, con una subida gradual del IRPF y del IBI, que la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, definió con gran eufemismo como un “recargo temporal de solidaridad”. Estando en la oposición, Rajoy advirtió que la subida de los impuestos “supone más paro y más recesión” (en el debate de investidura insistió con toda rotundidad: “Mantendré mis compromisos electorales”). Y como presidente del Gobierno ya se le pueden computar, sólo en los dos primeros años de la legislatura, más de 30 subidas de impuestos.
  • Promesa de no subir el IVA. Mientras estaba en la oposición, el PP hizo de la subida del IVA una de sus principales batallas contra el Gobierno de ZP después de que éste lo subiera dos puntos (del 16% al 18%). Rajoy llegó a criticar entonces en un mitin en Sevilla que “van a subir hasta las chuches”, afirmando a voz en grito que la subida del IVA era “un sablazo de mal gobernante” y promoviendo también en el Congreso de los Diputados una amplia batería de medidas contra el incremento de dicha tasa. Sin embargo, en julio de 2012, apenas un mes después de solicitar el rescate a la banca, Rajoy no sólo subió el IVA (del 18% al 21%), sino que además modificó el impuesto, retirando de la categoría de tipo reducido a un importante número de bienes y servicios.
  • Promesa de no introducir el ‘copago’ en el sistema sanitario. Tras declarar solemnemente durante la campaña electoral “yo no voy a hacer el copago” (entrevista en Antena 3), y de negar incluso como presidente del Gobierno que su equipo tuviera prevista esta medida, manifestando que “personalmente yo no soy partidario del copago en Sanidad”, impuso a sangre y fuego el copago farmacéutico por el que los pensionistas pasarían a pagar el 10% de los medicamentos (hasta un máximo de entre 8 y 18 euros según la renta) y a que todos los pacientes abonaran también parte del coste de muletas, de sillas de ruedas o del transporte sanitario necesario para recibir tratamientos de rehabilitación.
  • · Promesa de mantener la ‘sanidad universal’. Suprimida con la reforma sanitaria. 
  • Promesa de mantener las prestaciones por desempleo. La base reguladora se rebajó inmediatamente del 60% al 50% a partir del sexto mes de recibir la prestación por desempleo.
  • Promesa de una energía más barata. El PP apostó claramente en la oposición por la energía nuclear, afirmando que con esta fuente se garantizaba el suministro y se bajaría su precio, hoy disparado con alzas históricas a base de continuas subidas y enredos tarifarios que en realidad soportan una auténtica estafa institucional.
  • Promesa de mantener las becas y de acceso a la educación. Las becas de investigación casi se han extinguido, al tiempo que se ha encarecido el estudio de una carrera y se ha aumentado un 20% el máximo de alumnos por aula en la enseñanza pública.
  • Promesa de reducción de altos cargos. La estructuración de los Presupuestos demuestra que no solo no se han reducido los altos cargos de la Administración, sino que en 2013 han aumentado.
  • Promesas de una reforma laboral para crear empleo. Como jefe de la oposición, Rajoy no se privó de denunciar que la reforma aprobada por el Gobierno de Zapatero era en realidad una “reforma sobre el despido”, presentándose durante toda la campaña electoral de 2011 como un auténtico motor para generar empleo y vendiendo a los españoles sus dotes para acabar inmediatamente con el drama del paro, afirmando en una entrevista en El Mundo, y posando ante una oficina del INEM junto a una cola de personas que buscaban  empleo, que “cuando yo gobierne bajará el paro”. De hecho, durante la campaña electoral de 2011, el entonces vicesecretario general de Comunicación del PP, Esteban González Pons, llegó a declarar que Rajoy aspiraba a crear 3,5 millones de empleos, afirmación muy poco afortunada, ya que en realidad el Gobierno de Rajoy ha llevado el paro hasta límites sin precedentes, reconociendo en sus previsiones al respecto que terminará la actual legislatura con un paro más o menos similar al que dejó Zapatero al concluir sus dos mandatos de Gobierno.
  • Promesa de no aprobar una amnistía fiscal. Práctica vetada por el PP en la oposición y después aplicada por su Gobierno con efectos poco convincentes.
  • Promesa de no rescatar a la banca. Durante el debate electoral con Rubalcaba, Rajoy negó de forma expresa cualquier intención de rescatar a los bancos en quiebra, recalcando con rotundidad el 28 de mayo de 2012, durante una rueda de prensa celebrada en la sede del PP, que “no habrá rescate a la banca”. Con posterioridad y solicitada ya la ayuda a la Unión Europea para salvar su situación, el Gobierno afirmó que uno de sus objetivos prioritarios era que no costase ni un solo euro a los contribuyentes, vendiéndose incluso públicamente las ventajosas condiciones del préstamo. Más tarde todo se revelaría como una gran patraña al reconocer el portavoz económico del PP en el Congreso de los Diputados, Vicente Martínez-Pujalte, que no se va a recuperar todo lo dado a los bancos, que el FROB perdió 26.000 millones de euros y que tiene un agujero de 21.000 millones más...

A pesar de todas sus mentiras y omisiones de la verdad, y no digamos de la llamativa patada que ha dado a la ciudadanía -incluyendo a simpatizantes del PP- con su polémica reforma de la ‘ley del aborto’, que en Europa sólo ha aplaudido el extremista Frente Nacional liderado por Marine Le Pen, o de su connivencia con el PSOE para implementar una política de excarcelación de etarras antes calificada poco menos que de abominable (‘caso Bolinaga’), Rajoy no ha logrado enderezar el rumbo del país. Ni por asomo, y a pesar del ‘cheque en blanco’ que tan generosamente le otorgaron los votantes con la mayoría parlamentaria absoluta del 20-N.

Aún más, lo que sí está haciendo Rajoy, es entretener la crisis económica y realimentar algunos de los problemas más serios y preocupantes de la crisis institucional que están llevando la democracia a punto del estallido. Como, por ejemplo, reforzar la malsana dependencia político-partidista del Poder Judicial y de los altos organismos del Estado, empezando por el Tribunal Constitucional, o seguir consolidando de forma más o menos soterrada pero cierta la peligrosa España ‘asimétrica’, que bien puede terminar siendo la España ‘rota’.

Pero Rajoy ha mentido como jefe de la oposición política y jefe del gobierno, sino también como jefe del PP. Porque lo de negar a ultranza la financiación ilegal de su partido o el reparto de sobres de dinero negro entre su cúpula directiva, de clarísima evidencia pública, es el colmo del cinismo y la desfachatez política. Y miente también cuando niega por activa o por pasiva la corrupción y el comportamiento delictivo de cientos de cargos públicos del PP relevantes ya condenados, y otros muchos más imputados en cientos de causas judiciales, asentados en esas prácticas desde hace tiempo…

Una situación que no deja de ser cierta por mucho que se quiera negar, y cuya denuncia es necesaria para combatir la abrumadora avalancha de propaganda gubernamental. Y una realidad que hoy por hoy identifica de forma bien precisa a Mariano Rajoy ante los electores, que en los sondeos demoscópicos le vienen asignando la peor valoración jamás alcanzada en el nuevo régimen democrático por ningún presidente del Ejecutivo (incluido ZP).

O sea, que menos cuentos triunfalistas, menos propagandismo y más talento y trabajo para reconocer y solucionar de verdad los problemas del país, tanto económicos como políticos y sociales, que es su obligación. Y recuerde Rajoy la sabia advertencia de Heródoto, uno de los más perspicaces observadores de la historia: “Los dioses gustan de echar abajo a quienes se elevan demasiado”.

Fernando J. Muniesa