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NÚMERO 127. La crisis de Ucrania y el permanente fracaso de la política exterior europea

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
domingo 17 de agosto de 2014, 14:27h

El pasado mes de noviembre, cuando el Gobierno de Ucrania se negó a firmar los acuerdos de Asociación y de Libre Comercio con la Unión Europea, se iniciaron las manifestaciones violentas del ‘Euromaidán’ forzando a que el Parlamento destituyera al presidente Yanukóvich, cambiara la Constitución y finalmente convocara una nueva elección presidencial anticipada para el 25 de mayo. Como reacción inmediata, varias regiones del este y el sur del país no reconocieron la legitimidad del Gobierno autoproclamado de Kiev y reivindicaron la federalización del país.

Entonces, ElEspíaDigital.Com comenzó a incluir en sus contenidos análisis y comentarios que advertían sobre las graves derivas de todo tipo (político, económico y social) que aquellos acontecimientos tendrían en Ucrania. Pero también en la relación ruso-ucraniana y en el equilibrio geoestratégico entre Rusia y el conjunto UE-OTAN.

De entrada, el nuevo Gobierno ucraniano enfrentó al Ejército con la rebeldía de esas regiones pro-rusas, iniciando lo que se ha terminado convirtiendo en una auténtica guerra civil. Novedades como la meteórica adhesión de la región autónoma de Crimea a Rusia y las réplicas de esa misma actitud separatista en otras provincias orientales de mayoría ruso-parlante, nos permitieron anunciar sin margen de error una escalada de tensión que la Comisión Europea no dejó de realimentar con unas absurdas represalias económicas contra Rusia, que por otra parte no han tenido el menor efecto sobre el escenario bélico ni para solucionar el problema de fondo.

El desprecio de la realpolitik aparejó graves errores analíticos y la toma de decisiones nefastas. Así, la posición inicial adoptada por la UE frente a la más que discutible ‘causa ucraniana’, se pudo descalificar de muchas formas (como injeridora, anexionista, desestabilizadora…), pero antes que nada como inoportuna, incoherente y temeraria.

Inoportuna ante la propia situación interna de la ‘Europa de los 28’, inmersa en una profunda crisis de crecimiento desestructurado y desmedido, indigesto por demás y que no deja de realimentar el euroescepticismo. Incoherente ante el apoyo dado previamente a la proclamación unilateral de independencia de Kosovo frente a Serbia (17 de febrero de 2008) bajo la propia supervisión de Estados Unidos y la UE, con el antecedente de las graves consecuencias producidas por la anterior desmembración poco afinada de la antigua Yugoslavia. Y desde luego temeraria porque ha pretendido romper nada menos que el estatus geopolítico en la Europa Central y del Este de forma gratuita y sin considerar la realidad histórica, cultural, social y por supuesto económica de Ucrania.

Con su torpe, gratuito y avasallador enfrentamiento con Rusia, se ha visto de nuevo una UE poco realista (fiada en los oscuros intereses de Estados Unidos), políticamente inoperante, burocratizada y enfrentada al Putin de la decisión y la acción conjugadas con la fuerza. En otras palabras, una actitud política sin duda extemporánea en el gallinero que hoy supone la Europa ‘a 28 bandas’, y que en pleno periodo electoral para la renovación de su Parlamento no ayudó en lo más mínimo a fortalecer su imagen institucional, sino más bien a acrecentar el desánimo y la abstención de los votantes.

Guerra económica antes que beligerancia militar

Lo curioso del caso es que, al contrario de lo que sucedió durante la ‘guerra fría’, hoy no existe ninguna confrontación ideológica con Rusia, sino que en gran medida lo pretendido por Estados Unidos y la UE no ha sido otra cosa que subordinarla a los intereses de la economía occidental y coartar sus aspiraciones de gran potencia, que enervan a la Casa Blanca. Dicho de otra forma, lo que se ha hecho es iniciar una ‘guerra económica’, utilizando como punta de lanza la política informativa y la creación de estados de opinión adecuados.

Al margen del acercamiento a territorio ruso de las bases OTAN, con la torpe connivencia de la UE -que a la postre se convierte así en un objetivo indeseado de respuesta militar estratégica-, las primeras decisiones de los aliados euroamericanos se han planteado justo en el terreno de la represalia económica. Antes incluso de que nadie pudiera comprobar la veracidad de los hechos que pretenden justificarlas (el apoyo militar a los rebeldes o la eventual implicación en la tragedia del Boeing 777 de Malaysia Airlines), sin medir el efecto de reacción consiguiente.

Y ya se sabe que Putin es un político que responde. Para empezar, vista la jugada de la OTAN en el plano militar y geoestratégico, la adhesión a Rusia de la región autónoma de Crimea sería bien demostrativa de esa capacidad de reacción. Pero es que, cuando Estados Unidos y la UE incrementaron las sanciones económicas en contra de Rusia, la respuesta ha sido igual de rápida y contundente, obligando a Ucrania a pagar sus facturas pendientes por la importación de gas y poniéndolo en máximo valor de cara al próximo invierno, cuestionando incluso el aprovisionamiento europeo.

¿Y cómo encaja la UE esa lógica respuesta rusa? Pues con más represalias económicas que vuelven a generar la correspondiente réplica, en este caso perjudicando ya seriamente la estabilidad y el crecimiento económico de toda Europa en momentos todavía difíciles en su lucha contra la crisis, al cerrar sus fronteras a los productos agroalimentarios comunitarios (a Washington esto le trae sin cuidado). Y con otras amenazas latentes en el campo del transporte aéreo mundial (ya se han prohibido los vuelos low cost de Ucrania a Crimea y los de tránsito con Armenia, Azerbaiyán, Georgia y Turquía), con efectos colaterales también sobre el turismo en España.

El stock de productos agroalimentarios generado en nuestro país al cerrarse las exportaciones a Rusia, no sólo conlleva importantes pérdidas directas, sino que además desestabiliza todo el sistema de precios y obliga a abrir nuevos mercados que en todo caso no serán tan boyantes como el ruso, a su vez ocupado de forma automática por nuestra competencia internacional. Isabel García Tejerina, ministra de Agricultura y Alimentación, no ha tardado en reconocer que “la crisis por el veto ruso refleja que falla la política de diversificación” y que encontrar clientes sustitutivos “no se consigue en un solo día”, exigiendo a Bruselas -culpable del descalabro- que facilite la retirada de excedentes…

Al conocerse la respuesta de Putin contra los productos agroalimentarios europeos, los embajadores de Argentina, Chile, Ecuador y Uruguay en Moscú se reunieron inmediatamente -en cuestión de horas- con Serguéi Dankvert, máximo responsable del Servicio de Inspección Agrícola y Ganadera ruso, para implementar los primeros acuerdos de compraventa en ese ámbito, que en 2013 ya generaron un negocio de 5.736,3 millones de euros según la Comisión Europea (Rusia es el quinto mayor importador de alimentos del mundo). Acuerdos a los que se sumarán otros países como Chile y Brasil, e incluso Egipto, que también ha comenzado a negociar el aumento de sus exportaciones a la Unión Aduanera integrada de momento por Rusia, Bielorrusia y Kazajistán.

Pero es que en el sector turístico español, va a suceder tres cuartos de lo mismo. El número de visitantes procedentes de Rusia ya ha caído un 14%, mientras fuentes del sector aseguran que este año puede descender hasta un 40%, afectando sobre todo a la Costa Dorada y manteniendo un reducto vacacional en Cataluña que es su destino principal en España.

La crisis en Ucrania y la devaluación progresiva del rublo en los últimos meses respecto al euro, algo que por otro lado favorecerá su posición comercial en el conjunto de los países BRICS (es decir, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), unidas a la recomendación del Gobierno para vacacionar en el propio país (la península de Crimea abierta al Mar Negro se relanzará como destino turístico interno) están frenando ya la salida de turistas rusos. De hecho, la reconducción de ese marcado ha provocado el cierre de algunos operadores rusos especializados en destinos europeos.

Todo ello quiere decir que la UE nos ha metido en un buen enredo. Aunque sus peores consecuencias serán para la propia Alemania -el gran poder europeo-, que se la juega en sectores más importantes y con mayor valor añadido para su economía, sólo por haber pretendido hacerse con el mercado ucraniano de la peor forma y en el peor momento posibles.

Para apreciar hasta qué punto se ha dislocado el tema, baste considerar las nuevas amenazas de más sanciones económicas de Ucrania contra Rusia, incluida la de prohibir el tránsito del gas ruso hacia Europa, vital sobre todo para la economía alemana (¿?). De hecho, el Gobierno de Angela Merkel ha reconocido que su economía se enfría a causa del conflicto de Ucrania, y ya se sabe que cuando los alemanes se resfrían el resto de los europeos pueden temer acertadamente una epidemia de pulmonía.

El pasado 7 de agosto, el propio presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, advirtió de que los riesgos geopolíticos -con el conflicto de marras como amenaza principal para la zona euro- afectaban de forma negativa a la reactivación económica. Por su parte, el prestigioso instituto alemán ZEW, dedicado a la investigación de la economía europea, señaló que “el empeoramiento del clima económico está vinculado a las actuales tensiones geopolíticas internacionales”, haciendo referencia al conflicto en Gaza y, de forma particular, al cruce de sanciones entre Estados Unidos y la UE por una parte -la iniciadora- y Rusia por otra, a causa de la situación en Ucrania…

Putin, con la sartén por el mango

Y lo cierto es que las declaraciones realizadas por Dmitri Medvédev, primer ministro del Gobierno Federal de Rusia, sobre esta torpe guerra económica, de peligrosas consecuencias, son incuestionables: “Todas estas medidas son exclusivamente medidas de respuesta. Nosotros no queríamos que los acontecimientos se desarrollaran de esta forma. Espero sinceramente que el pragmatismo económico venza las malas consideraciones políticas y nuestros socios comiencen a pensar [antes de actuar] y no a amenazar ni limitar a Rusia”, agregando acto seguido que la colaboración económica “puede ser restablecida en su volumen anterior”.

Tras señalar en su comparecencia informativa que eso “es lo que nosotros quisiéramos”, Medvédev confesó que “hasta el último momento” Rusia había guardado la esperanza de que Occidente entendería “que las sanciones llevan a un callejón sin salida”. Reconociendo de forma expresa que “no hay nada bueno en ellas, pero teníamos que hacerlo”, añadió finalmente que estaba convencido de que su gobierno podrá “aprovechar esta situación” y convertirla en positiva para el país (la popularidad de Putin tras las decisiones que ha tomado en relación con el conflicto de Ucrania ha alcanzado su máximo histórico).

La triste realidad es que, ahora, el camino que escoja el presidente ruso será el que marque el destino de Europa a corto y medio plazo, lejos de lo que en esa situación pueda quitar o poner Estados Unidos, cuyos intereses estratégicos y de política exterior se centran más en el Oriente Medio tradicional o incluso en el ‘Gran Oriente Medio’. Así, Dmitri Trenin, director del Carnegie Moscow Center, expone en un equilibrado análisis de la situación recientemente publicado en El País (10/08/2014) que sólo su prudencia salvará la situación y que, pase lo que pase en Donetsk, las fuerzas rusas no deben cruzar la frontera ucraniana (hay otras formas de ganar esa guerra):

La crucial decisión de Putin

Desde que estalló la revolución del Maidán en Kiev el pasado febrero, Vladimir Putin se ha enfrentado a algunas de las decisiones más difíciles que ha tomado como presidente de Rusia. Las opciones que se le ofrecerán las próximas semanas, y las decisiones que tome, serán determinantes no solo para Rusia y Ucrania, sino también para Europa.

Tras el súbito derrocamiento de su poco fiable socio ucranio, Víctor Yanukóvich, Putin se enfrentaba a la perspectiva de una Ucrania gobernada por una coalición de nacionalistas radicales procedentes del oeste del país, antirruso por definición, y de figuras prooccidentales de la élite de Kiev, dispuestos a conducir a Ucrania hacia una coalición con la Unión Europea y, como Putin sospechaba, también hacia la entrada en la OTAN y, a efectos prácticos, hacia una alianza con Estados Unidos. Esto habría sido un desafío intolerable para la seguridad de Rusia y un impedimento para la aspiración del Kremlin de crear una Unión Eurasiática poderosa.

La respuesta de Putin a ese primer desafío ha tenido un doble efecto. A corto plazo, se ha asegurado de que, pase lo que pase en Ucrania, la región de Crimea, habitada por rusos e importante desde un punto de vista estratégico, no formará parte de ello. Lo ha logrado con precisión militar y sin disparar ni un solo tiro. Sin embargo, las subsiguientes esperanzas de las regiones del sur y este de Ucrania, en su mayoría de habla rusa, de formar una confederación apodada ‘Novorossiya’ (Nueva Rusia) y de conseguir que Kiev accediese a federalizar Ucrania han acabado mayoritariamente en fracaso. Solo dos de las ocho regiones han celebrado referendos de autodeterminación, que Kiev se ha negado a reconocer. Luego se produjo una sublevación, en Donetsk y Lugansk, que Rusia apoyó tácitamente.

La segunda decisión de Putin tenía que ver con las elecciones presidenciales ucranias del 25 de mayo de 2014. Para el dirigente ruso, los gobernantes que llegaron al poder en Kiev en febrero eran ‘putschists’, usurpadores. Sin embargo, decidió tener en cuenta la voluntad del pueblo ucranio, que por mayoría aplastante eligió a Petro Poroshenko, el principal promotor de la revolución del Maidán, como su siguiente jefe de Estado. Putin optó por una mezcla de apoyo a la sublevación de Donbass y de búsqueda, con la ayuda de Europa, de una solución diplomática en Ucrania, que habría protegido la seguridad y los intereses económicos y humanitarios de Moscú en el país vecino. Entre estos se encontraban: el rechazo a la entrada en la OTAN y a las bases estadounidenses en Ucrania; el mantenimiento de lazos económicos vitales entre ambos países; y un reconocimiento legal para la lengua rusa. Sin embargo, la estrategia de Putin se topó con la oposición de Kiev, que decidió aplastar la sublevación, a toda costa, y de Washington, que empezó a presionar a Rusia para que se retirase de Ucrania.

El derribo el 17 de julio de 2014 del vuelo MH17 de Malaysia Airlines ha sido achacado a Rusia por Estados Unidos y todos sus aliados, incluso antes de que empezase la investigación sobre la causa del desastre. Rápidamente, le aplicaron a Rusia unas estrictas sanciones ideadas para paralizar su economía y finanzas, abrir una brecha entre Putin y sus principales defensores individuales y sus votantes, y alimentar el resentimiento hacia el Kremlin entre la mayor parte de la población rusa. La respuesta de Putin a ello aún se está desvelando, pero es probable que sea generalizada y que traiga consigo un nuevo conjunto de políticas en todos los sectores clave, desde la economía hasta las relaciones étnicas, pasando por el control de las élites.

Aun así, la tercera decisión de Putin, todavía por venir, será más difícil todavía. La guerra en el este de Ucrania ya ha causado unas 1.500 víctimas mortales y más de 800.000 desplazados y refugiados, de los que cerca de 700.000 han cruzado la frontera para entrar en Rusia. Donetsk, una ciudad fronteriza de alrededor de un millón de habitantes, está medio desierta. Cuando el Ejército de Kiev, con todo el apoyo de Washington, emprenda una ofensiva final para arrebatarle el control de la capital a la ‘república del pueblo’ rebelde, y el número de víctimas civiles empiece a aumentar con rapidez, Putin se enfrentará al dilema de permitir a Kiev que aplaste a los aliados de Moscú mientras el Kremlin se mantiene al margen sin poder hacer nada, o intervenir con todas sus fuerzas, lo que metería a Rusia en un desagradable atolladero que puede ser mucho peor que la desventurada invasión soviética de Afganistán.

La prudencia dicta que, pase lo que pase en Donetsk, Rusia no debe invadir. Putin puede sobrevivir a la derrota de los rebeldes y, sin duda, tiene opciones de contraatacar en los frentes político y económico: Ucrania se enfrentará a desafíos muy importantes en ambos terrenos. Si, por el contrario, el dirigente ruso actúa de forma diferente y cae en la trampa en la que algunos de sus detractores quieren verlo, la crisis de Ucrania se convertirá de inmediato en una crisis rusa y, a continuación, en muy poco tiempo, en una europea. Ni siquiera Estados Unidos se librará de verse afectado. A quienes ahora reflexionan con solemnidad sobre las lecciones de la I Guerra Mundial les sorprendería descubrir que, mientras miran hacia otro lado, han pasado por alto una catástrofe que está teniendo lugar justo delante de ellos.

El mensaje ruso de conciliación y firmeza

Volviendo a nuestra crítica esencial sobre el fracaso europeo en la política exterior, ya puesta en máximo entredicho con la crisis de la ‘primavera árabe’ y el eterno conflicto entre Israel y Palestina, abre ahora la puerta a una mayor y decisiva influencia de Rusia en la zona del Mediterráneo, cuyas aguas llegan hasta el Mar Negro a través del estrecho del Bósforo. Y derivando las peores consecuencias de interrelación hacia el viejo continente (por ejemplo la emigración ilegal) y las oportunidades del comercio internacional hacia un eje que indefectiblemente pasará por Moscú; es decir, bloqueando la política euro-mediterránea, o haciéndola menos europea y más mediterránea.

Putin acaba de exhibir su poder sobre Crimea celebrando el pasado 13 de agosto en Sebastopol (base de la flota rusa en el Mar Negro) una llamativa reunión del Consejo de Seguridad de la República para discutir sobre el terreno “los problemas relativos a garantizar la seguridad en la república de Crimea y Sebastopol y las cuestiones relacionadas con el funcionamiento de los órganos de orden público”, según declaró el portavoz presidencial Dmitri Peskov. Éste señaló en su comparecencia ante los medios informativos que en la agenda de trabajo se incluía además la seguridad exterior, añadiendo que también se trataría el problema de la lucha contra la corrupción en el ahora denominado Distrito Federal de Crimea heredada de la anterior situación, de forma que dejó muy clara la firmeza de la posición rusa.

Por otra parte, su presencia en el nuevo territorio ruso se complementó con otra reunión de carácter político no menos importante, celebrada al día siguiente en la isla de Yalta, en la que la élite política rusa (asistieron unos 200 parlamentarios además de los principales ministros federales con el jefe del Gobierno a la cabeza) discutió las perspectivas de desarrollo de Crimea y los problemas de su integración al sistema jurídico, económico, financiero y social de la Federación Rusa, lo que exteriorizaba la importancia de la adhesión consumada el pasado 18 de marzo. Sin olvidar el hecho de que esta fuera ya su segunda visita a la nueva Crimea, y que la primera se realizara el 9 de mayo para conmemorar allí el triunfo ruso sobre los nazis, cuya importancia fue vital para los aliados europeos.

El mensaje que Putin lanzó a Occidente desde Yalta fue de conciliación, asegurando que Rusia no desea aislarse y que está abierta a continuar la cooperación internacional, aunque no a cualquier precio. Tras asegurar que su país hará todo lo posible para solucionar el conflicto ucraniano, declaró: “Debemos construir nuestro país tranquilamente, con dignidad y eficacia, sin aislarnos del mundo exterior y sin romper las relaciones con nuestros socios, pero sin permitir que nos traten despectivamente”.

El líder ruso afirmó que Ucrania “se ha hundido en el caos sangriento”, que cada día que pasa la situación se vuelve más dramática y que en el sureste de ese país se ha desatado una enorme catástrofe humanitaria, que a todas luces y de forma  bien lamentable Rusia es el único país dispuesto a paliar. Además, a ese respecto aseguró: “Haremos todo lo que depende de nosotros para que este conflicto cese lo más rápido posible”.

No obstante, advirtió que continuará defendiendo los intereses nacionales con firmeza: “Todos nuestros socios en el mundo deberían entender que Rusia, como cualquier otro poderoso país soberano, tiene varias vías y medios para defender sus intereses nacionales, y que estos medios incluyen a las Fuerzas Armadas. Pero esto no es una panacea y no pretendemos, como otros, ir corriendo por el mundo con una cuchilla y blandiéndola en todas partes. No obstante, todos deben entender que nosotros también tenemos estas cosas en nuestro arsenal”.

“Debemos consolidarnos y movilizarnos, pero no para una guerra ni para ningún tipo de confrontación, sino para trabajar duramente en bien de Rusia”, agregó. Y recalcó que la política exterior del país debe ser “pacífica”, aunque no tuvo complejo alguno para anunciar la creación, en paralelo, de un cuerpo militar específico para la defensa del territorio peninsular.

Putin también afirmó que las medidas con las que Moscú respondió a las sanciones occidentales, eran “de apoyo a los productores nacionales” y de apertura del mercado ruso “a los países que están a favor de la cooperación económica”. Al referirse a lo que Rusia ya ha hecho por Crimea, afirmó que, en concreto, las pensiones fueron subidas al doble (margen que también se ha incrementado en la mayoría de los sueldos que reciben los funcionarios públicos).

No obstante, añadió este significativo lamento sobre lo que significó la anterior situación en Crimea: “Queda mucho por hacer aquí, hay un enorme montón de problemas acumulados que no se han resuelto en decenios”, aprovechando para criticar a las autoridades ucranias, que en su opinión habían sacado mucho de la península ahora adherida a Rusia pero dando “muy poco, prácticamente nada” a cambio (un mensaje de gran alcance también para las regiones rebeldes). Putin aseguró que esta política del pasado había creado problemas en infraestructuras, en economía y de tipo social que ahora van a ser solucionados…

La Unión Europea sin voz única y propia

Por su parte, el Gobierno y el Parlamento de Kiev aprobaron la ley que permite introducir un amplio abanico de sanciones contra Rusia, pendiente todavía de ser promulgada por el presidente Petro Poroshenko para su definitiva entrada en vigor. La nueva norma otorga al Consejo de Seguridad Nacional y Defensa la facultad de bloquear activos, limitar operaciones comerciales o cerrar total o parcialmente el espacio aéreo.

El documento inicial incluía restricciones muy polémicas sobre la libertad de prensa que habían sido criticadas por la representante de la OSCE Dunja Mijatovic, que fueron retirados por los parlamentarios. En concreto se referían a la posibilidad de restringir o suspender los servicios de correo, las emisiones de radio y televisión y la circulación de medios de comunicación social.

Y en esa contraposición de intereses y actitudes políticas, la realidad es que la UE, tiene poca capacidad de influir o proyectar algún tipo de poder efectivo, a pesar de ser una gran potencia en su conjunto. Sobre todo porque en política exterior y de seguridad común (PESC) se muestra incapaz de hablar con una voz única y propia, quedando siempre en evidencia su subordinación a las pautas marcadas por Estados Unidos, a las elucubraciones de la OTAN y a los intereses económicos concretos de los países miembro más fuertes (Alemania, Francia, Inglaterra…).

Esas divergencias esenciales de la política exterior comunitaria, sin voz ni acción únicas, ya se evidenciaron como características durante las guerras yugoslavas iniciadas en 1991, continuando en la Guerra de Irak de 2003 (mientras países como Reino Unido, España, Italia o Polonia la apoyaron de forma decidida, el eje franco-alemán se posicionó en contra). Y se volvieron a percibir de forma quizás más incongruente en 2011, cuando cinco estados miembros (Chipre, Eslovaquia, Grecia, España y Rumanía) no reconocieron la independencia de Kosovo.

Ese mismo año, once miembros de la UE dieron su voto a favor de la admisión de Palestina a la UNESCO, mientras que cinco votaron en contra, con once abstenciones. Y un año después, en 2912, catorce dieron su apoyo a la admisión de Palestina como observador de la ONU, con un voto en contra y doce abstenciones.

Es evidente, pues, que en la UE existen tantas visiones de política exterior como Estados, incluso en las referidas al propio continente que les acoge. Claro está que aún es peor que, cuando en las contadas ocasiones que en su seno se toman decisiones de forma más o menos unánime y sin grandes divergencias, éstas sean erróneas y generen reacciones perniciosas, como ha ocurrido en el caso de la ‘crisis ucraniana’.

Entonces, lo sensato es plegarse a lo aconsejado por el reconocido poeta y ensayista inglés del siglo XVIII Alexander Pope: “Errar es humano, perdonar es divino, rectificar es de sabios”. Y no hay más cera que la que arde, aunque los necios tengan que rectificar todos los días.

Fernando J. Muniesa