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La España “una, grande y libre”

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
domingo 21 de octubre de 2012, 16:38h

En la polémica desatada días pasados sobre la necesidad de “españolizar a los niños catalanes [discentes]”, iniciada a raíz de que el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, así lo puntualizara en un debate parlamentario, apareció de forma inmediata, y esgrimida por el presidente de la Generalitat de Catalunya, Artur Mas, la alusión a la España “una, grande y libre”, enmarcando aquella proposición educativa en una suerte de regresión al modelo de enseñanza franquista, de forma sin duda extemporánea

Artur Mas, que defiende a ultranza la educación basada en la inmersión lingüística de Cataluña, ha acusado al Gobierno no sólo de despojarla de competencias en educación (que constitucionalmente le son impropias), sino de “explicar la historia de España como ellos quieren”. Según el jefe del Ejecutivo catalán, “nosotros explicamos la historia de España como un Estado plurinacional, y no como una, grande y libre”.

A continuación, José Ignacio Wert, puede que temiendo ser acusado nada menos que de “franquista”, cuando quizás hoy por hoy sea más peyorativo ser tildado simplemente de “político”, aclaró su postura sosteniendo que “en una respuesta parlamentaria al PSC, la señora Rigault habló de la españolización de estos alumnos catalanes, algo que ella afirmaba no querer, y ahí es cuando yo respondí. El concepto de una educación 'Una, grande y libre', es una bobada, nadie está a favor de ese tipo”.

INCONGRUENCIAS ALREDEDOR DE UN SLOGAN “REDONDO”

En este momento no vamos a pronunciarnos sobre la controversia que suscita el modelo educativo español, gravemente deteriorado por el mal entendimiento del Estado de las Autonomías y por el cúmulo de errores políticos compartidos al respecto por el PP y el PSOE y prolongados en el tiempo. Pero sí que vamos a comentar la profunda torpeza, no exenta de venalidad, de anatemizar un slogan o lema nacional “redondo” que para sí querría cualquier país democrático del mundo (y que de hecho muchos asumen con adaptaciones particulares de sus tres conceptos básicos: la unidad, la grandeza y la libertad). Y sólo porque con anterioridad, y en un periodo transitorio de nuestra historia, fue el adoptado por el régimen vigente, asumido en cualquier caso sin reticencias por la sociedad de entonces, que, como la actual, además tenía cuestiones para solventar de mucha mayor importancia.

Ese es el mismo supuesto de resentimiento absurdo que, a partir de la Transición, llevó a los “demócratas” (muchos de ellos “conversos”) a repudiar la acertada política desarrollada por los sucesivos gobiernos de Franco con la construcción de grandes embalses reguladores de los recursos hídricos y de centrales hidráulicas de producción eléctrica, sacrificando en los gobiernos sucesivos un acertado modelo de desarrollo sostenible sólo por esa aberración mental. La misma que, en otra estupidez semejante, también podría haber llevado a la derecha española (“azul” durante el franquismo) a rechazar el apelativo de “la roja” con el que ahora se aclama de forma unánime a la selección nacional de futbol…

¿Es que, por ejemplo, acaso una democracia puede repudiar, en sí mismo, el lema “Patria y Libertad” (una aspiración generalizada a nivel universal) sólo porque haya sido utilizado por un movimiento chileno paramilitar y de extrema derecha empeñado en derrocar al gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende…? ¿Y es que, en otra comparación más extrema, cuando alguien nos agrede injustamente hemos de “poner la otra mejilla” también porque se trate de un mero consejo evangélico…?

Cualquier persona con un nivel mínimo de formación política, es decir situada muy por debajo de todo un president de la Generalitat o de un ministro del Gobierno, habría de tener al menos tres capacidades imprescindibles: la de percibir las ideas y su realidad circundante con claridad, y si fuera posible con viveza; analizarlas y juzgarlas con rectitud y, por último, discurrir con rigor y solidez. Dotes obviamente carentes en quienes no ven compatible el Estado democrático con la aspiración de ser “uno, grande y libre”, y todavía más ausentes en quienes, como Artur Mas, consideran que ambas ideas son incluso contradictorias.

En nuestra anterior Newsletter ya lamentábamos que, a estas alturas de nuestra larga y agitada historia, los políticos hubieran perdido el norte de la esencia nacional sólo porque (dictaduras aparte) el régimen franquista la quisiera “una, grande y libre”. Y nos preguntábamos: ¿Es que, acaso, hay que compensar aquel déficit de “pluralidad” con un desmadre autonómico indeseado, tanto en su origen como en la actualidad, por la inmensa mayoría de los españoles, que además vienen reclamando de forma sistemática, justa y necesaria, la igualdad de todos los pueblos y regiones de España…?

El president catalán ha soltado por su desordenada boca una patochada de tamaño monumental: “Quieren [los españoles] que [Cataluña] sea una, grande y libre”. Pero ¿acaso él no desea eso mismo…? La verdad es que como manipulador social no se puede ser más torpe, por mucho que los manipulados sean gentes especialmente manipulables, y no precisamente por su nivel de raciocinio o discernimiento propio.

Con independencia de que Cataluña ya sea “una, grande y libre”, que así lo creemos, él mismo y otros nacionalistas igual de inconsecuentes, han manifestado con demasiada y delatadora insistencia la ambición de “una sola Cataluña”, y por supuesto “grande”, porque en esa unidad ahora llamada “identitaria” (los “Países Catalanes”), de entrada también incluyen la Comunidad Autónoma de Valenciana, las Islas Baleares, el Principado de Andorra, la zona aragonesa de “La Franja”, la murciana de “El Carche”, parte de los territorios franceses del Rosellón y la Cerdaña, la ciudad de Alghero (en la isla italiana de Cerdeña), más lo que, puestos a pedir, quieran meter en la olla… Y, lógicamente, la quieren “libre” porque aspiran a “independizarla” de la España “opresora”. Algo que a estas alturas de la historia española, europea y mundial, puede dar tanta pena como risa.

UNIVERSALIDAD DEL CONCEPTO “UNA, GRANDE Y LIBRE”

Pero es que, a mayor abundamiento, cuantos identifican “una, grande y libre” exclusivamente como lema de la España “franquista”, ignoran sus orígenes, su significado más profundo y algunas apropiaciones del mismo que, además de sorprenderles, les pueden avergonzar.

Para empezar, el origen del grito ritual “¡Una, Grande y Libre!” se remonta formalmente al 18 de julio de 1932, cuando su creador, Onésimo Redondo (uno de los fundadores de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, JONS, después integradas con Falange Española), lo propone como lema político en el número 58 de la revista “Libertad” de la que era editor. Y lo hace en un artículo-proclama que concluye de forma literal: “Por España libre, grande, única, respondamos con el arma en la mano a la provocación de los que preconizan el crimen. Formemos los cuadros de la juventud patriótica y belicosa. ¡Amemos la guerra y adelante!”.

En realidad, en el número 49 de la misma revista “Libertad” (16/05/1932), es decir cuatro años antes de iniciarse el guerra civil y algunos más hasta que se consolidó el régimen franquista, ya se recogía el grito: “¡Viva España Única!¡Viva España Grande! ¡Viva España Libre!”.

(Paréntesis: Quede claro que cuando a mediados de 1932 se comenzó a usar el lema en cuestión, el “franquismo” no existía y que, entonces, el general Franco era un militar leal a la II República, totalmente desentendido del golpe militar que el general Sanjurjo montaba en aquellos momentos contra el poder constituido y que se concretó en la fallida “Sanjurjada” del 10 de agosto de 1932. Durante cuatro años, hasta el Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936, Franco nada tuvo que ver con aquel lema falangista, dándose incluso la circunstancia de que el 15 de febrero de 1935 el Gobierno republicano de Alejandro Lerroux le nombró nada menos que Jefe del Estado Mayor del Ejército).

La “España Única” de Falange, después “Una”, no hacía referencia tanto a la singularidad en número o calidad, como a la propiedad de todo ser o ente en virtud de la cual no se puede dividir sin que su esencia se destruya o se altere. Nunca esa “unidad” quiso ser, ni lo fue, pura “uniformidad”, como cree Artur Mas, ni tuvo otra intención que conjurar la advertencia quevedesca de que “una sola piedra puede desmoronar un edificio”. A él, y a otros nacionalistas igual de regresivos, les convendría “repensar”, si alcanzaran a ello, esta inteligente afirmación de Isaac Newton: “La unidad es la variedad, y la variedad en la unidad es la ley suprema del universo”.

Por su parte, al general Franco no le preocupaba tanto la posibilidad de que bajo su régimen dictatorial España se pudiera dividir por efecto del separatismo catalán o vasco, fácilmente domeñable por la fuerza militar, sino la división más profunda de tipo social, ideológico y de los partidos políticos, apoyada por influencias y organizaciones exteriores menos abatibles, que ya había conducido a la guerra civil. La realidad es que nada ni nadie impediría los últimos fusilamientos del 27 de septiembre de 1975 y que, curiosamente, la gran eclosión del terrorismo etarra se produjo en democracia.

La “España Grande”, primero la del falangismo y después la del franquismo, que no fueron, en modo alguno, la misma cosa, tampoco tuvo el alcance  

“imperial” y expansionista que algunos desinformados han pretendido darle de forma extemporánea. Se refiere al concepto de “grandeza”, enraizado con la elevación del espíritu y la excelencia moral que han quedado reflejadas en muchos pasajes afortunados de nuestra historia (no lo fueron todos), y también en su proyección universal.

El “trascendente” ideario de Falange Española era claro al respecto en sus enunciados más emblemáticos:

Falange Española cree resueltamente en España.

España no es un territorio. Ni un agregado de hombres y mujeres. España es, ante todo, una unidad de destino; una realidad histórica; una entidad, verdadera en sí misma, que supo cumplir --y aún tendrá que cumplir-- misiones universales.

Por lo tanto España existe:

1º Como algo “distinto” a cada uno de los individuos, y de las clases y de los grupos que la integran.

2º Como algo “superior” a cada uno de esos individuos, clases y grupos, y aún al conjunto de todos ellos.

Luego España, que existe como realidad “distinta” y “superior”, ha de tener sus “fines” propios. Son esos fines:

1º La permanencia en su unidad.

2º El resurgimiento de su vitalidad interna.

3º La participación, con voz preminente, en las empresas espirituales del mundo.

La “España Libre” se incardina con el sentimiento más universal del ser humano, en contraposición a la esclavitud, y con su facultad natural para obrar de una manera o de otra, y de no obrar, siendo por ello responsable de sus actos. También se entiende como el bien afecto al buen gobierno de las naciones que permite hacer y decir cuanto no se oponga a sus leyes y al derecho consuetudinario…

UN LEMA “FALANGISTA” DE AMPLIA SERVIDUMBRE

La incultura de quienes día a día siguen arremetiendo peyorativamente contra la España “una, grande y libre”, sobre todo desde el nacionalismo periférico y otros apolillados reductos antifranquistas, parece irremediable. No obstante, puestos a ilustrarla, aunque sólo sea con alguna pincelada, conviene reproducir el comentario de Gustavo Bueno Sánchez, profesor de Historia de la Filosofía y director de la “Fundación para la Defensa de la Nación Española” (DENAES), que circula profusamente por la Red y que no dejará de sonrojarles y de evidenciar su desconocimiento de la historia nacional, remota y próxima:

En septiembre de 1932 Manuel Azaña, jefe del Gobierno  de España, en un discurso pronunciado en Santander, afirmaba que “nosotros, los hombres que hemos traído la República, necesitamos la patria republicana para nosotros, porque nosotros queremos una patria grande y libre”. En diciembre de 1934, en las Cortes, José Antonio Trabal, diputado de Esquerra, aseguró no tener ninguna duda “de que el pueblo catalán luchará por la España grande y libre”. La socialdemocracia, tras años de reabrir heridas y sembrar maniqueísmos en nombre de una sectaria Memoria Histórica, en tenaz adoctrinamiento por aulas y televisores, ha logrado hoy que incluso los más jóvenes asocien la unidad y la grandeza de España a las tinieblas de un pretérito opresor y fascista. Pero no se olvide que buena parte de esos ideólogos resentidos que se identifican, más de 70 años después, con los perdedores de la Guerra Civil, son biográficamente hijos y nietos de reconocidos cuadros y dirigentes del franquismo. Enfermos mentales empeñados en corromper y destruir cuanto tenga que ver con España.

Mientras, la ultraderecha política española, representada por el PNV del Dios y Ley vieja de Sabino Arana, sucesor directo de aquella derecha primaria añorante del Antiguo Régimen del Dios, Patria y Rey, avanza imparable en su proceso secesionista, con la ayuda eficaz de unos asesinos. Creen algunos pánfilos que no es para tanto, que Europa permitirá superar en armonía conceptos discutidos y discutibles. Pero ¿acaso perdió su actualidad aquella proclama dirigida en 1848 al pueblo alemán? “A todos los que habitáis la Alemania dirigimos el presente llamamiento, y a vosotros, croatas y de Prusia. Hasta ahora los artificios de la diplomacia os han tenido separados de nosotros; hoy por el contrario sois hermanos nuestros, nuestra patria alemana debe ser ‘una, grande y libre’. Todo el pueblo alemán lo quiere, y la voluntad de un pueblo es irresistible”.

Pero igual de pánfilos que los señalados por el profesor y ensayista Gustavo Bueno, son quienes, desde la Transición, no sólo vienen empeñados en que se abandonen los lemas y símbolos “franquistas” (muchos de los suprimidos ni siquiera tienen esa adscripción), sino también en hacer decaer las referencias “nacionales” más genuinas: hasta la misma “España” ha sido sustituida con frecuencia por absurdos eufemismos (como “este país”, “el territorio nacional”, “el conjunto del Estado”…), rebuscando y haciendo proliferar al mismo tiempo las señas de identidad y los lemas provincianos sustitutivos más chuscos e insustanciales. 

Sostiene el Molt Honorable Artur Mas que en las escuelas catalanas se explica la España “plurinacional”. Pero, ¿en qué medida existe realmente esa España…? Para que tal existencia pudiera darse, haría falta que España no fuera una nación (que como mínimo lo es desde 1518 con Carlos I coronado como primer rey de España, dejando aparte la Hispania visigoda), sino una suma de ellas (que nunca existieron). Pero, en todo caso, una suma de naciones no producirá nunca otra nación distinta de las que la integran, sino un Estado Federal, e incluso “plurinacional”, pero “único”. Por definición, una nación ha de ser forzosamente “una” y “sólo una”.

Al president de la Generalitat le gustaría que España fuese eso, una suma quimérica de naciones, porque él, como otros catalanes “desorientados”, no se considera siquiera ciudadano de una “nación de naciones” en el sentido razonable de ser catalán y español a la vez. Esos “aprendices de brujos” se sienten catalans, y lo más que están dispuestos a admitir es su pertenencia a un Estado plurinacional en el que estuviera integrada “su” nación, Catalunya. Aunque ahora parece que quieren algo mucho más aventurado.

Antonio Elorza, historiador, ensayista y catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, concluía su análisis del enredo secesionista de Cataluña en un artículo titulado “La resistible ascensión de Artur Mas” (“El País”, 20/10/2012) con esta reveladora apreciación: “(…) Y siempre reconociendo que Mas ha logrado, por decirlo con Umberto Eco, ‘producir su propia verdad contando mentiras’, y que la frustración y la crisis han hecho de muchos catalanes seguidores apasionados suyos, hinchas de un equipo ilusionado con la victoria”.

Mentira tras mentira, cuando Mas dice que en Cataluña se enseña la España “plurinacional”, también miente. Allí, lo único que se enseña es que “hay una nación que se llama Cataluña”, a la que pertenecen cuantos viven allí, lo quieran o no lo quieran. Con el añadido de que España sólo existe como Estado opresor de Cataluña y de otras naciones, azuzándolas para que consideren si quieren o no quieren seguir sojuzgas por ese Estado “plurinacional”, en el que los catalanes ya no tienen el menor interés.

Además, el president se niega a que en Cataluña se enseñe la historia de España como “una, grande y libre”. Cosa que, de otra forma, sí que desea para Cataluña: que sea “una”, “grande” y también “libre” al independizarse de España. La realidad, pues, es que el problema no es la fórmula (“una, grande y libre”), sino la entidad a la que se aplica: lo que no vale para España, sí que vale para Cataluña.

ROMPER PELIGROSAMENTE EL “MACIZO DE LA RAZA”

Lo preocupante del caso es que estas maniobras y manipulaciones políticas, interesadas y alentadas por líderes partidistas mediocres, antes que por los propios ciudadanos, tienen un peligroso efecto explosivo “multiplicador” bajo determinadas condiciones de inestabilidad socioeconómica y en situaciones de debilidad institucional. Con este escenario, forzar una división radical de lo que Dionisio Ridruejo definió sociológicamente como el “macizo de la raza” (término extraído del poema de Antonio Machado El Mañana Efímero), alimentada por la irracionalidad y la visceralidad (que es lo que está sucediendo en estos momentos), antes que por la realidad política y la reflexión inteligente, es incendiario y, a la vez, probablemente inútil.

Sociólogos tan prestigiosos como Talcott Parsons (uno de los mitos de la Universidad de Harvard), inspirado al respecto por Max Weber y explicado con singular acierto en España por el profesor Francisco Murillo Ferrol, ya advirtieron que la ruptura del consensus básico por el desequilibrio de las “presiones opuestas” dentro de la dinámica social, conduce fácilmente a la división de esa mayoría representada en el “macizo de la raza” y al enfrentamiento violento de las partes (en realidad una guerra civil o un sojuzgamiento de una por la otra). Dionisio Ridruejo, que fue falangista y también antifranquista, lo veía así, considerando que su impenetrable solidez era una de las garantías de la estabilidad socio-política en España.

En un extenso e interesante artículo titulado La crisis autonómica y la impenetrabilidad del “macizo de la raza”, publicado en el diario “El País” (07/08/1979), el político y periodista valenciano Vicent Ventura comentaba la equilibrada posición de Ridruejo sobre las “nacionalidades” y la “nacionalidad”, expuesta en un encuentro “clandestino” de intelectuales y políticos más o menos afines a cada uno de los términos, celebrado años antes en una masía barcelonesa (murió el 29 de junio de 1975):

(…) La racionalidad ligeramente apasionada de Dionisio Ridruejo fue de gran eficacia en aquel, y otros, amagos de comprensión del problema por parte de los que un día habrán de ayudar a que la situación se desdramatice y no cueste, como dicen que puede costar, el tiempo perdido de cualquier involución que sería absolutamente inútil. Porque la solución, vino a decir Ridruejo, a unos, no está en negar el problema y tratar de ahogarlo puesto que ni es justo ni es eficaz. Pero la realidad demuestra, vino a decir, mirándonos a los otros, que ahí está, desde hace siglos, el «macizo de la raza», sólido, cerrado a la comprensión de lo que cree que va a empequeñecerle y contra el cual pueden estrellarse las esperanzas liberadoras. Cuánto más las de las “nacionalidades insatisfechas”, como se las definió otro amigo común años antes de la reunión de Barcelona.

Dejando a un lado las opiniones y posiciones preconstitucionales, está claro que los actuales y desbordantes problemas de España, no han nacido ni sobrevenido de forma espontánea. Han surgido por la continuada dejación política en la salvaguarda del interés del Estado, por los excesos cometidos en las transferencias competenciales a las Comunidades Autónomas (incluidas algunas que son intransferibles constitucionalmente) y por las maniobras partidistas del PP y del PSOE para tomar el poder o mantenerse en él a toda costa, con el apoyo de las “bisagras” periféricas.

Una dejación incomprensible, alentada por la ambición y la bajeza política, en la que la propia Jefatura del Estado tiene una importante cuota de responsabilidad, tanto por omisión como por acción. Machacar vengativamente durante casi cuarenta años cualquier vestigio franquista y demoler todo lo positivo del régimen (que algo de eso también tuvo el franquismo, incluida una vía para consumar el proceso sucesorio en democracia), es demasiado torpe. Y más todavía, alentar en ese exceso escarnecedor, error tras error, la voracidad del caciquismo autonómico y, peor aún, el temerario secesionismo vasco y catalán.

EL EQUIVOCADO JUEGO DE LA CORONA

En un artículo titulado “La Corona pierde la cabeza”, publicado en “El blog de Federico” (Libertad Digital) el pasado 13 de octubre, el incisivo periodista Federico Jiménez Losantos arremetía a propósito de la polémica en cuestión contra la Casa Real, y particularmente contra el Heredero de la Corona. Su contenido trasgresor y su expresividad, merecen una reproducción literal:

Siendo penosa, antidemocrática y rabiosamente anticonstitucional la bronca del Rey ayer al Presidente del Gobierno por tener a Wert como ministro y a Wert como ministro del Gobierno de España (cinco horas después, desmentida a medias por la Casa Real) aún fue peor la redición en papel cuché del Príncipe de Asturias del tomo en rústica de su padre.

Al Rey, despóticamente entrometido, puede excusársele --si es que queda alguien que lo quiera-- por el desgaste propio de los años, el peso de su oscura fortuna o las malas compañías, íntimas cuanto onerosas. Pero al Príncipe puede achacársele algo mucho peor: seguir la torcida senda de su padre, que se resume en halagar a la izquierda y el separatismo mientras se preocupa de silenciar a la derecha nacional. El intolerable comportamiento del Rey ayer fue la prueba de que esta corona no merece la Jefatura del Estado. La locuacidad desnortada del Príncipe augura que el futuro Jefe del Estado Español no llevará corona, si ésta es incapaz de conservar la cabeza y de guardarle el respeto debido a la nación.

En los últimos años, por razones de mera prudencia histórica --el ya lejano fracaso de las dos repúblicas-- y de razonable precaución nacional --el Rey como último valladar político y militar frente al separatismo-- hemos querido mantener la esperanza de que el Príncipe no seguiría el camino de baldosas doradas que su padre transita desde el 23F de 1981 y la llegada del PSOE al Poder en 1982.

Las maneras educadas que suelen mostrar los Príncipes, lejos de la falsa campechanía del Rey, no hacen difícil --aunque siempre no resulte fácil-- este trato cortés. Sin embargo, ayer Felipe asumió como propias tan groseras mentiras, tan burda colección de majaderías progres, que comprometió, sin necesidad, a la propia institución cuya continuidad debe asegurar. Si lo que el heredero del Trono quiere mantener es esta Corona que su padre ha convertido en coartada vagamente medieval de una política rabiosamente antinacional, tal vez disfrute del afecto de su familia. Del cargo, le va a resultar dificilísimo.

Mediante la fórmula oscurantista del off the record, es decir, del secretismo a voces y del discreteo indiscreto, el Príncipe dijo ayer, según “El País” --órgano oficioso de la Zarzuela, corroborado por las agencias y demás medios-- que “Cataluña no es un problema”. ¿Pero en qué país vive Felipe? Debe de ser el único que no se ha enterado del abierto separatismo catalán, porque hasta su padre firmó hace pocos días en la web de la Casa Real una torpe disquisición sobre galgos y podencos en la que exhibía una cobarde cuanto inútil equidistancia entre españoles y antiespañoles.

Pero el hijo fue ayer aún más lejos que el padre: “Confío más en la Cataluña real que en la espuma que estamos viendo con lo que hacen unos y otros”. O sea, que la manifestación por la independencia promovida por la propia Generalidad, el espectáculo secesionista del Nou Camp, la votación en el Parlamento catalán de un referéndum separatista, la aún más apabullante votación en el Parlamento Nacional declarando ilegal ese referéndum, la salida a la calle en el mismo momento en que el Príncipe desvariaba ante los periodistas de decenas de miles de catalanes contra el proyecto separatista de Artur Mas, no son manifestaciones de la Cataluña real, ente esquivo, invisible para la mayoría de catalanes y españoles, sólo al alcance intelectual de Don Felipe.

Puesto a meterse en jardines y pisar arenas movedizas, el Príncipe aseguró que hay catalanes que “no encuentran siglas para su opción política”. No sé tanto como él de la Cataluña real pero hasta donde sé esos insatisfechos pueden formar el partido que quieran y con las siglas que les dé la gana. En cuanto a opciones políticas, hoy en Cataluña hay dos: independizarse de España o continuar formando parte de ella. “La Casa Real seguirá haciendo lo que hemos hecho siempre”, añadió el Príncipe. O sea, nada.

Pero lo peor es eso de “lo que hacen unos y otros”. Lo que hacen unos es atacar a España y lo que hacen otros es defenderla. Si al Príncipe de Asturias le parecen actitudes política y moralmente similares, si el heredero del Trono de España piensa que su tarea es mantener la misma distancia con los que atacan y los que defienden esa nación que él debería cuidar, siquiera para reinar en ella, reconozco que me he llevado un chasco. Me equivoqué al pedir que su progenitor, cómplice de Zapatero y Mas en el Estatuto de Cataluña que ha destruido el régimen constitucional, abdicara en un Príncipe libre de ataduras y negocios.

No hay atadura más fuerte que la intelectual ni peor negocio que la obcecación dinástica. Si la abdicación supone la continuidad política y no sólo institucional, puede seguir el Rey atropellando la nación española y protegiendo el naciente Estat Catalá. No será por mucho tiempo ni le queda demasiado al Príncipe para rectificar. Si no lo hace, acaso dentro de poco le sobren horas para pensarlo. Hoy, mi obligación es avisar lealmente, como español, de que una corona sin cabeza acaba siendo, fatalmente, una cabeza sin corona.

CON ESPAÑA O CONTRA ESPAÑA

Cada cual podrá interpretar libremente el artículo de Jiménez Losantos y, en su caso, sacar del mismo las conclusiones que le parezcan pertinentes. Pero quizás haya llegado el momento, en efecto, de recordar a Su Majestad el rey Juan Carlos, quien en tiempos pasados tantas veces aclamó la España “una, grande y libre”, aquellos versos en los que Lope de Vega nos legaba un criterio moral de legitimidad, perfectamente entendible y entendido por el pueblo: “Todo lo que manda el Rey, que va contra lo que Dios manda, no tiene valor de Ley, ni es Rey quien así se desmanda”.

Y, a tenor de cómo se está pronunciando el príncipe Felipe sobre lo que en España es o no es un problema, quizás sea el momento de recordarle también dos cosas que no debería olvidar de cara a su futuro sucesorio.

La primera es que su padre, Don Juan Carlos de Borbón, fue, en primera instancia, sucesor de Franco, y después Rey de España, porque así lo quiso la España “una, grande y libre”, y no la de las nacionalidades republicanas. De igual manera, y esté previsto lo que esté previsto, como Príncipe de Asturias sólo será Rey de España (y no de Cataluña ni del País Vasco) si cuenta con el apoyo de la España “unitaria” y no con el de los nacionalismos secesionistas, ni con el de la izquierda radical, sea ésta abertzale, federal, confederal o mediopensionista…

La segunda se refiere a una ilustrativa leyenda histórica, conocida por todos los que alcanzaron el sistema de enseñanza franquista, que los jóvenes educandos de la España “plurinacional” acaso hoy desconozcan. Cuando, en su camino al exilio en las Alpujarras, el último emir de Granada, Muhammad XII (conocido por los cristianos como Boabdil “El Chico”), se paró en el alto del monte después conocidos como del “Suspiro del moro”, llorando ante la última visión de la bella plaza que acababa de rendir y entregar a los Reyes Católicos, su madre, la sultana Aixa, le reprobó: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”.