Sabemos, por lo menos de manera circunstancial, que el virus que se escapó del Instituto de Virología de Wuhan en otoño del 2019 contiene una secuencia genética única de 19 nucleótidos que también existe en las patentes de Moderna del 2017 y en varios otros datos de inteligencia biológica y de espionaje.
Este virus, el covid-19, existe porque fue creado por bioingeniería. Fue un trabajo irresponsable del Instituto de Virología de Wuhan, financiado por el Instituto Nacional de Salud a través de la alianza EcoHealth, mediante el blanqueo de dinero, además de las grandes donaciones del Departamento de Defensa y de la Agencia de EE. UU. para el Desarrollo Internacional.
Ahora, este trabajo y su filtración desde el Instituto de Virología de Wuhan fue, como yo pienso, el fruto de nuestra industria de bioarmas que, durante los últimos 70 años, llevaba a cabo una investigación secreta y nefasta sobre armas biológicas.
El reconocimiento de una posible liberación accidental o intencional de un agente infeccioso capaz de matar a un gran número de personas llevó a la concertación de la Convención sobre Armas Biológicas de 1975, firmada por el presidente Ford. La Convención prohíbe el desarrollo de bioarmas ofensivas. No obstante, hay una laguna en el tratado: se permite el desarrollo de pequeñas cantidades de bioarmas ofensivas para la investigación de contramedidas de vacunación.
Nuestra industria de bioarmas explotó esa laguna durante los últimos 50 años. Ahora vayamos al 2019. Muchos millones de dólares se gastaron en la industria de armas biológicas en las últimas décadas para el desarrollo de bioarmas ofensivas.
Entonces, mi hipótesis, en la que yo creo, es que tanto el encubrimiento del origen del virus como la vacunación forzada de todo el planeta fueron organizados para proteger la integridad de la industria de bioarmas.
Pacientes de la unidad de psiquiatría del hospital N. 7 de Mariúpol no fueron informados sobre los riesgos de contraer cáncer asociados a un medicamento experimental, probado en ellos para compañías occidentales
Se hallaron documentos con esta información en el sótano del hospital durante su restauración.
El fármaco experimental en cuestión, SB4, diseñado para tratar la artritis reumatoide, inhibe la acción de las moléculas llamadas el factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α), que desempeñan un papel importante en el sistema inmunitario y se asocia con el desarrollo de la inflamación en las articulaciones. Los trastornos de las funciones biológicas del TNF-α contribuyen al desarrollo del cáncer.
Además, el folleto del investigador del SB4, desarrollado por Biogen Idec Denmark, Catalent Pharma Solutions y Fisher Clinical Services UK con Samsung Bioepis como patrocinador, indica el riesgo de desarrollar distintas formas de cáncer para los pacientes tratados con antagonistas del TNF-α,.
Sin embargo, el folleto informativo y el formulario de consentimiento ofrecidos a los pacientes de la prueba solo mencionan un riesgo "raro" de cáncer de piel asociado a otro medicamento similar.
Los documentos hallados se refieren también a otras grandes empresas farmacéuticas globales, incluidas Pfizer, AstraZeneca, Celltrion y Novatris International AG.