Curtis Yarvin
Curtis Yarvin «El progresismo tiende irresistiblemente al caos»
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Curtis Yarvin «El progresismo tiende irresistiblemente al caos»
Curtis Yarvin, conocido tanto por su seudónimo Mencius Moldbug como por su papel de arquitecto intelectual del movimiento neorreaccionario (NRx), es un pensador conocido por desafiar los presupuestos de la actualidad. En esta conversación, disecciona los mecanismos ocultos del poder, critica las ilusiones de la democracia y explora las consecuencias imprevistas de los ideales de la Ilustración. Desde su concepto de la «Catedral» – un sistema descentralizado de control ideológico – hasta el futuro de la gobernanza en una era de agitación tecnológica, Yarvin expone una visión tan inquietante como sugerente. Es necesario prestar atención a sus ideas ya sea que se le considere un visionario o un hereje.
Publicado originalmente en Éléments no. 212, febrero-marzo de 2025.
Pensador iconoclasta y padre del movimiento neorreaccionario (NRx), el estadounidense Curtis Yarvin desafía los dogmas de la democracia liberal. Gran influencia de Peter Thiel y J.D. Vance, encarna una crítica radical de la modernidad y sus ilusiones igualitarias. Mezcla teoría política y visiones futuristas que son resulta tan fascinantes como inquietantes.
Entrevista realizada por Gabriel Piniés.
ÉLÉMENTS: Su concepto de «Catedral» es muy interesante. ¿Podría recordar su significado a nuestros lectores franceses? ¿Cree que Elon Musk, con su adquisición de Twitter y su proyecto de inteligencia artificial imparcial, está intentando construir una especie de «antiuniversidad» en oposición a esta «Catedral»?
CURTIS YARVIN: La «Catedral» se refiere a todo nuestro establishment intelectual – el mundo académico, los principales medios de comunicación – que parece seguir una dirección ideológica y política común, a pesar de la ausencia de una coordinación central aparente. Esta línea de partido evoluciona con el tiempo, pero todo el sistema se adhiere a ella de manera uniforme, como si viviéramos bajo un régimen totalitario con un Ministerio de Propaganda orquestando la opinión pública. Sin embargo, no es así.
La Catedral funciona como una Iglesia singular con un único Papa, pero cuando se mira más de cerca, se descubre una red completamente descentralizada de prestigiosas instituciones repartidas por todo el planeta. ¿Cómo explicar que Harvard, Yale, Oxford o la Sorbona estén siempre alineadas con la misma postura ideológica? No hay ninguna organización que las coordine, ningún partido que defina esta línea. Y, sin embargo, es innegable que existe. El verdadero misterio de la Catedral reside en esta forma de autocoordinación invisible pero extraordinariamente eficaz.
ÉLÉMENTS: Musk ha descrito el wokismo como un «virus de la mente despierta». Usted parece haber influido en esta idea de virus. ¿Cree que este «virus» es intrínseco a nuestra modernidad o es un mero accidente de la historia?
CURTIS YARVIN: Durante los últimos 250 años, todas las grandes ideas revolucionarias de Europa se han originado en Inglaterra y Estados Unidos. Incluso cuando algunas de ellas pasaron por Rusia, sólo se trató de un paso temporal. Sería inútil que un francés negara la influencia de las ideas inglesas en acontecimientos como la Revolución Francesa.
Pero la modernidad, con su lujo y su ocio, debilita a las sociedades, haciéndolas vulnerables a una especie de «plaga» intelectual. La «bacteria» podría haber surgido en cualquier parte, pero en realidad procedía de Inglaterra y Estados Unidos, incubadoras históricas de esta dinámica revolucionaria y destructiva.
ÉLÉMENTS: Las próximas décadas prometen avances espectaculares en robótica, IA y computación cuántica. ¿Cómo podemos evitar el surgimiento de un complejo tecnológico autoritario que contradiga nuestros valores fundamentales?
CURTIS YARVIN: La idea de que potenciar tecnológicamente al Estado lo hará más grande y más intrusivo es un error fundamental. De hecho, la lógica funciona en la dirección opuesta, al menos para un Estado eficiente, que se mantiene a sí mismo a través de la estabilidad y la legitimidad en lugar de la vigilancia masiva.
Hay Estados ineficaces, pero su capacidad para causar daño es independiente de su tecnología; pueden causar tantos estragos como deseen con nada más que machetes.
ÉLÉMENTS: Hay una pregunta que me ronda la cabeza sobre su contractualismo. Usted describe ciudades-estado futuristas gobernadas por un director general o un rey, en las que los ciudadanos entrarían y saldrían por contrato. ¿No es esto una crítica al liberalismo desde dentro del liberalismo? ¿Cree que este modelo puede proporcionar a la gente una identidad suficientemente fuerte y coherente?
CURTIS YARVIN: Mis primeros trabajos contienen mucho del liberalismo clásico, que desde luego no repudio. Pero hay un misticismo en torno a la idea del Estado, a menudo ligado a una mística de la democracia, que oscurece la verdadera naturaleza del Estado.
Desmitificar esta relación y redefinir lo que significa ser un sujeto del Estado es una prioridad para mí. Tomemos los términos «ciudadano» y «súbdito»: para mí, la idea de ciudadano es una ilusión. En realidad, somos súbditos, y reconocerlo podría hacer que nuestra relación con el Estado fuera más honesta y funcional.
ÉLÉMENTS: ¿Por qué?
CURTIS YARVIN: Porque el Estado ejerce un poder inmenso, muy por encima de nosotros. La idea de que hay una cualidad intrínseca en ser ciudadano es más teológica que una distinción real. O se es libre o no se es libre: no existe la libertad parcial (x% de libertad). Es algo que no se nos concede.
¿Qué capacidad real tiene un ciudadano francés de a pie para influir en la Comisión Europea? Ninguna, tan poca como la que habría tenido para derrocar a Luis XIV bajo el Antiguo Régimen. Sin embargo, a menudo se presenta a la Comisión Europea como si estuviera ungida con el santo óleo de la democracia.
Desmitificar esto es un enfoque típicamente anglosajón, arraigado en mi herencia intelectual. Y, en mi opinión, es la mejor manera de entender la realidad.
ÉLÉMENTS: Pero, ¿no cree que este contractualismo, heredado de la Ilustración, es una de las raíces del universalismo que ahora nos está destruyendo?
CURTIS YARVIN: Es una buena pregunta. Creo que es posible derribar la Ilustración sin dejar de reconocer su utilidad. Nos permite penetrar en los misterios y desmitificar las ilusiones; al fin y al cabo, el santo óleo no es más que aceite ordinario. Pero una vez disipados esos misterios, las herramientas intelectuales de la Ilustración siguen siendo pertinentes.
Fíjense en Joseph de Maistre: en cierto modo, fue un neorreaccionario antes de tiempo. Formado en los principios de la Ilustración, pensó utilizando sus herramientas, pero fue a través de ellas como se dio cuenta de que el Antiguo Régimen era muy superior a la Revolución. Su gran obra, Du Pape, es un manifiesto ultramontano. Sin embargo, los tradicionalistas arraigados en el espíritu medieval lo veían como un hombre que, a pesar de sus ideas, escribía, pensaba y respiraba como Voltaire y les costaba confiar plenamente en él.
Del mismo modo, Mark Twain es el Voltaire americano. En su época, Twain era un liberal radical, un audaz desmitificador. La tragedia es que nunca pudo imaginar que, siglos más tarde, su obra sería acusada de racismo. Esto ilustra perfectamente los límites de la Ilustración: proporciona poderosas herramientas críticas, pero no es inmune a los cambios culturales y de sensibilidades.
ÉLÉMENTS: ¿No cree que este contractualismo está en la raíz de nuestra falta de conciencia étnica?
CURTIS YARVIN: Sí, pero cuando una puerta se cierra, otra se abre. Si la puerta que se ha cerrado es la de una mística decimonónica de sangre y suelo, hoy disponemos de nuevas herramientas – como la genética humana y una ciencia política más realista – que parecen contar una historia similar. Si estas herramientas modernas nos llevan a las mismas conclusiones, ¿no se adaptan mejor a nuestro tiempo?
Es posible repensar estos temas utilizando los medios de la modernidad, aprovechando sus avances y evitando al mismo tiempo el oscurantismo de ignorar el impacto de la Razón. En lugar de intentar volver a un pensamiento premoderno, en el que el mito permanezca intacto, podemos adoptar un enfoque posmoderno que ilumine el mito con las herramientas críticas actuales.
Por ejemplo, se podría imaginar un etnoestado fundado en la Razón, aunque el nivel de comprensión necesario sólo estaría al alcance de una minoría – quizá el 20% de la población – capaz de comprender las sutilezas de la genética humana. Pero, ¿cuántas personas comprenden hoy realmente el catolicismo y su teología? Probablemente no muchos.
Dicho esto, más allá de la genética humana, también existen instintos naturales profundamente arraigados. Estos instintos, combinados con las herramientas modernas de la Razón, podrían permitirnos revisitar ideas antiguas con renovada relevancia, adaptadas a nuestro tiempo.
Si uno acude, por ejemplo, al gran encuentro del Burning Man [literalmente «el hombre en llamas», una peregrinación pop-pagana anual de la nueva contracultura estadounidense, en la que durante nueve días los participantes construyen una ciudad temporal en el desierto de Nevada, Ed.] – yo he estado allí –, parece un etnoestado: la sociología de los asistentes al festival se asemeja a la de un mitin del Ku Klux Klan.
Esto ocurre de forma natural, por libre asociación, sin ningún contrato. No hay nadie a la entrada de Burning Man, como en Sudáfrica, comprobando tu color de piel. Puede que haya negros, pero son muy pocos (entre nosotros, sólo los blancos están tan locos para ir a este festival).
Así que ya ves, es posible llegar al mismo resultado sin repudiar necesariamente a Voltaire.
ÉLÉMENTS: Hay una cita de Nietzsche que nos gusta mucho: El hombre del futuro es el que tiene la memoria más profunda. ¿Qué opina usted al respecto?
CURTIS YARVIN: Es un aforismo muy perspicaz, con el que no estaba familiarizado. En historia, a menudo hablamos de presentismo, esa mentalidad estrecha en la que sólo importa el presente. Es una actitud muy infantil.
Hoy en día, mucha gente vive en una burbuja temporal. Hace poco visité Inglaterra y pregunté a la gente si Carlos III podría recuperar el poder si quisiera. En mi opinión, la respuesta es sí. El afecto popular por su régimen supuestamente democrático – pero, en realidad, burocrático – es muy débil hoy en día.
Si nos remontamos a la historia de la Revolución Francesa, veremos la pasión con la que los ciudadanos sentían que controlaban su gobierno. Otorgaron un inmenso poder al Estado, convencidos de que eran ellos quienes lo ejercían. Pero una vez que se dieron cuenta de que en realidad no tenían ese poder, lo que mantuvo vivas esas estructuras revolucionarias fue simplemente la apatía y el conservadurismo: la idea de que no podía existir nada mejor.
En Estados Unidos tenemos el jus soli, que afirma que tus derechos humanos dependen de las coordenadas GPS del lugar donde tu madre dio a luz. En Harvard, esto se enseña como una verdad evidente, pero es absurdo: no es más que un sustituto disfrazado de la raza. Nadie cree realmente en ella.
Incluso tenemos un margen de incertidumbre de 10 a 20 millones de personas respecto a cuántas viven realmente en EE.UU. Y si preguntas a los estadounidenses si se sienten seguros caminando de noche, el 40% dirá que no. Si un londinense del siglo XIX viera hoy su ciudad, la encontraría peligrosa y repulsiva.
Comprender la mentalidad de épocas pasadas es esencial para juzgar adecuadamente el presente.
Las obras de Curtis Yarvin están disponibles en antologías, Unqualified Reservations y Gray Mirror, en Passage Publishing.