Jasiel Paris Álvarez
Llevamos 3 años de guerra política, mediática e institucional contra todo aquel que no compre
los mandamientos de la propaganda bélica bruselense y washingtoniana. Han creado un rosario de términos despectivos (
prorruso, putinista, vatnik, altavoz del Kremlin, Moscú bizum…) con el único propósito de la cancelación, la lista negra y el asesinato reputacional de los disidentes. Pero esta maquinaria de difamación (bien engrasada por los dólares de anglosfera, Administración Biden, USAID y Open Society) no esperaba encontrarse con un pequeño problema:
el regreso de Donald Trump.
El Republicano quiere la paz entre Rusia y Ucrania y ello exige rebajar unos grados -por las buenas o por las malas- el nivel de ardor guerrero pro-ucraniano que abunda en los despachos de las élites occidentales. Así que Trump ha empezado a hablar de números descomunales de bajas ucranianas (posiblemente reales), a tildar a Zelensky de dictador (quizás exagerado, pero menos que cuando nos lo pintaban de «líder del mundo libre» y «guardián de la democracia») y a culpar a Ucrania por haber buscado la guerra y rechazado la paz. En respuesta, el aparato de propaganda occidental, desconcertado, está ahora acusando de prurruso al mismísimo presidente de los EEUU. Los idiotas que te llamaban «putinejo» ahora te llaman «trumputinejo».
Sin embargo, antes de que volviese Trump ya llevaban unos años los líderes de la OTAN -aunque fuese de forma accidental- confirmando el «argumentario prorruso». Y con un agravante: mientras que Trump está recurriendo a una estrategia consciente de doblegar dialécticamente a la parte más reacia a negociar (Ucrania y UE), los mandatarios occidentales que citamos a continuación acabaron dándole la razón a Putin ¡sin querer! al quererse hacer los chulos y pasarse de listos. La fatal desvergüenza que los griegos llamaban «hibris» y los judíos «chutzpah».
1.- «La guerra no empezó en 2022»: En abril de 2022, al poco de iniciarse lo que los rusos llaman «operación militar especial», el ex-secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, quiso dejar claro en una rueda de prensa en Bruselas que «esta guerra no ha empezado el pasado febrero, sino en 2014». Con esto quería Stoltenberg destacar que la OTAN llevaba apoyando a Ucrania desde 2014, cuando Rusia ocupó Crimea. Buscaba presumir de la fiabilidad protectora de la OTAN, que llevaba años influyendo en Ucrania, preparando a su ejército e invitándola a ingresar en la alianza militar. Accidentalmente, Stoltenberg destruyó la narrativa que Occidente estaba utilizando: que la guerra empezó en 2022 como un acto de agresión injustificado y deliberado por parte de Rusia. Remontarse a años antes era comprar el marco de Putin, que justificaba su guerra recurriendo al pasado reciente e incluso al remoto. Hablar de 2014 dejaba las puertas abiertas a entender la guerra no como una repentina invasión irracional, sino como otro episodio en un conflicto de naturaleza civil y regional lleno de culpas compartidas.
2.- «La guerra ocurre porque los europeos no quisieron la paz»: En diciembre de 2022 la ex-canciller alemana Angela Merkel habló en una entrevista de los acuerdos de Minsk, donde franceses y alemanes debían cooperar con Rusia para asegurar que el conflicto iniciado en 2014 no escalase a una guerra convencional a gran escala. Pero a finales de 2022 los ánimos europeos eran radicalmente anti-rusos y todos los líderes de la UE peleaban por hacerle ver a los EEUU de Biden quién era el más leal, el más ucranófilo y el más rusófobo. Merkel se vino arriba y confesó que la participación europea en aquellos acuerdos de paz de Minsk había sido un engaño, Europa solo quería comprar tiempo mientras se ayudaba a Ucrania a fortalecerse militarmente para preparar la gran guerra. El mismo mensaje dio el ex-primer ministro francés François Hollande. Intentar negar que los europeos hubiesen colaborado con Rusia en ningún momento, acabaron confirmando un mensaje clave de la narrativa rusa: que la guerra fue inevitable porque los socios occidentales no se tomaron en serio la paz.
3.- «La guerra ocurre por culpa de la expansión de la OTAN»: En septiembre de 2023, Stoltenberg (¡otra vez!) quería exhibir la fortaleza de la Alianza Atlántica en su discurso al Comité de Exteriores del Parlamento Europeo. «El presidente Putin nos mandó una propuesta en 2021 -antes de la guerra- para frenar el crecimiento de la OTAN. Por supuesto, no lo firmamos». También pretendió alardear de la incorporación de Suecia y Finlandia, diciendo que «Putin fue a la guerra para impedir tener a la OTAN en su frontera y ahora tiene más frontera con la OTAN». Soltenberg volvía a dinamitar otra narrativa occidental: la de que la OTAN no tenía nada que ver en aquel conflicto, que aquello no era un conflicto geopolítico de bloques sino un capricho nacional-imperialista ruso de hacerse con Ucrania. Sin darse cuenta reconoció el argumento moscovita de que la OTAN había provocado a Rusia acercando demasiado su amenazante estructura militar al territorio ruso.
4.-
«La guerra no es Rusia-vs-Ucrania sino Occidente-vs-Rusia»: En enero de 2023 la entonces Ministra de Exteriores alemana,
Annalena Baerbock, haciendo gala de belicismo antirruso (que conecta al partido Verde con un pasado líder alemán también muy ecologista, animalista y vegetariano), clamó ante el Bundestag: «estamos librando una guerra contra Rusia».
Hasta ese momento las élites occidentales se habían guardado mucho de decir que estaban en guerra contra Rusia, haciendo ver que solo apoyaban externamente a Ucrania. Reconocer lo contrario era un riesgo de cara a escaladas y represalias. Y además daba la razón a la «propaganda putinista»: 1) “en Ucrania no estamos atacando a un país hermano sino la base del malvado Occidente” y 2) “el lento avance ruso en Ucrania es comprensible porque estamos combatiendo contra toda la OTAN”. La Baerbock quería utilizar una metáfora incendiaria para llamar a incrementar el apoyo a Ucrania y lo que acabó incendiando fue el argumentario occidental. Se le uniría recientemente
Boris Johnson, afirmando a las claras que Occidente estaba librando contra Rusia una «
proxy war«, es decir, una «guerra interpuesta» en la que Ucrania era un mero peón.
5.- «El envío de armamento occidental solo prolonga la guerra»: En enero de 2024, la Ministra de Defensa Margarita Robles quería sacar pecho del envío de dinero y armamento de España a Ucrania. Pero, al mismo tiempo, tenía que salvar la cara dando explicaciones por unas entregas de material que llegaban a los ucranianos tarde y mal. Excusándose por los retrasos, dijo en una entrevista de radio: «no se trata de inundar Ucrania de armamento y esperar que eso consiga la paz de un día para otro». Los comentaristas rusos estaban encantados: los occidentales reconocían -aunque fuese de rebote- que armar a Ucrania, por mucho que fuese hasta los dientes («inundar»), no la acercaba a una victoria inminente sino que alargaba un final inevitable, y los occidentales parecían estar cómodos con esa dilatación de los tiempos y los plazos, o esa impresión daba la Robles.
6.- «La guerra de Ucrania sirve a los intereses económicos de Occidente»: Este mismo mes en la Associated Press, Volodimir Zelensky (que no es miembro de la OTAN ni de la UE, pero comparece con ellos en todas las cumbres), dijo que no sabía a dónde había ido la mitad de los 200 mil millones de dólares que EEUU había enviado a Ucrania. El objetivo de estas declaraciones era hacerle ver a Trump y a sus seguidores que EEUU no había (mal)gastado tanto dinero en Ucrania, sino que a los propios yanquis les había aprovechado una parte del dinero, que se había reinvertido en (por ejemplo) su propia industria militar. Sin embargo, esta torpe estrategia confirmó lo que el Kremlin venía diciendo: los envíos de ayuda a Ucrania han sido una gran estafa al contribuyente y Ucrania ha sido un gran lavadero de dinero para la cúpula estadounidense.
Con estos pro-occidentales, ¿quién necesita prorrusos, trumpistas ni trumputinejos?