Xavier Villar
A pesar de la fuerte tensión que caracteriza la región y de las expresiones públicas de rechazo a las operaciones militares israelíes en Gaza por parte de muchos países árabes, un entramado de cooperación militar ha crecido discretamente. Baréin, Egipto, Jordania, Catar, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos han mantenido un diálogo estratégico con Israel, facilitado por el Comando Central estadounidense (CENTCOM), para enfrentar lo que perciben como la amenaza iraní común.
Para interpretar con precisión la recomposición regional, es imprescindible abandonar dicotomías simplistas. La política de los Estados árabes del Golfo y otros países vecinos está marcada por múltiples variables complejas: seguridad energética, vulnerabilidad ante la escalada militar, dependencia de aliados externos y proyectos económicos transfronterizos. Todo ello impulsa estrategias de equilibrio y ambigüedad diplomática. Sin embargo, esa relativa autonomía no ha impedido que Tel Aviv despliegue una campaña coordinada para contener, y en la medida de lo posible revertir, cualquier acercamiento político o estratégico en la región.
La campaña israelí: diplomacia, inteligencia y coerción
La estrategia israelí opera en tres planos complementarios. Primero, la diplomacia pública y de corredores: presión política y lobby destinados a moldear percepciones y preservar alianzas de seguridad que disuadan normalizaciones independientes. Los países del Golfo han buscado equilibrar sus vínculos con Washington y Tel Aviv, al tiempo que mantienen canales de comunicación con Teherán, conscientes del riesgo sistémico que implicaría una confrontación abierta.
En segundo lugar, las operaciones de inteligencia y acciones encubiertas: el uso de operaciones clandestinas, ciberataques y atentados selectivos busca minar la capacidad política y coercitiva de Irán, enviando señales disuasorias a terceros que pudieran aproximarse a Teherán. Estas prácticas ejercen un efecto político claro, aumentando el coste reputacional y material de cualquier acercamiento.
En tercer lugar, la coerción militar y la demostración de fuerza: ataques directos o la amenaza creíble de ellos alteran los cálculos estratégicos de los Estados que buscan estabilidad y desarrollo. La intervención militar israelí ha reconfigurado el espacio de decisiones regionales, inclinando a algunos gobiernos hacia posturas más cautelosas frente a iniciativas que pudieran interpretarse como proximidad con Teherán.
Desde la perspectiva iraní, estas dinámicas exigen un análisis realista. No se trata de ignorar la influencia israelí ni de recurrir a proclamaciones grandilocuentes, sino de reconocer que la región es un tablero con múltiples vectores de poder y que las maniobras israelíes buscan cerrar espacios de autonomía regional. La respuesta iraní combina prudencia diplomática —aprovechando grietas políticas internas y ofreciendo incentivos creíbles— con capacidad de disuasión que limite la eficacia de las campañas de contención. Así, la ambigüedad estratégica de los países árabes puede transformarse en oportunidades de cooperación que fortalezcan la estabilidad y la autonomía regional.
Arquitectura de un equilibrio de fuerzas discretas
Desde 2022, la llamada “Construcción de Seguridad Regional” —la red coordinada de defensa que agrupa a oficiales israelíes y árabes— ha tomado forma en bases estratégicas como la de Al-Udeid, en Catar, bajo supervisión estadounidense. En estos espacios se diseñan sistemas conjuntos de defensa aérea, mecanismos de intercambio de inteligencia y contramedidas operativas destinadas a neutralizar ataques con misiles y drones. El eje de tales planes es la contención de las capacidades militares iraníes y de sus aliados, desde Hezbolá hasta las fuerzas en Yemen.
Sin embargo, esta arquitectura de seguridad, presentada como un “escudo táctico” frente a la amenaza común, dista mucho de constituir una estructura cohesionada o enteramente dependiente de Israel. Su funcionamiento real se inscribe en un campo político más amplio, donde el cálculo nacional, las rivalidades internas y la prudencia estratégica obligan a cada país a preservar sus márgenes de autonomía, incluso cuando las presiones externas condicionan sus decisiones. Los gobiernos árabes involucrados, conscientes de los riesgos que implica una confrontación directa con Irán, procuran mantener abiertas vías de comunicación que les permitan gestionar las tensiones sin renunciar a su soberanía diplomática.
En este sentido, más que un bloque disciplinado bajo la égida israelí, la red refleja una coalición flexible y fluctuante, sostenida por un equilibrio inestable entre intereses divergentes. Mientras Israel busca convertirla en un instrumento para consolidar su primacía regional y aislar a Teherán, muchos de sus socios árabes la interpretan como un mecanismo de contención temporal, una forma de ganar tiempo y espacio político mientras exploran fórmulas de coexistencia con Irán. La aparente solidez de esta alianza encubre, por tanto, una tensión constante entre dependencia y autonomía, entre el cálculo táctico y la búsqueda de un equilibrio regional más sostenible.
Doble escenario
La paradoja que domina el actual paisaje geopolítico —condenar públicamente a Israel mientras se mantiene una coordinación militar encubierta— refleja no solo la ambivalencia de varios gobiernos árabes, sino también los límites del proyecto israelí de fragmentar el frente regional para aislar a Irán. En un entorno donde las amenazas inmediatas superan los discursos ideológicos, la seguridad se convierte en el argumento con el que se intenta justificar una colaboración que, en última instancia, responde más a la presión externa que a una convergencia real de intereses.
Países árabes que en los foros internacionales denuncian con firmeza las ofensivas israelíes sobre Gaza participan, al mismo tiempo, en redes discretas de cooperación militar e intercambio de inteligencia. Estas conexiones, promovidas bajo la mediación estadounidense y bajo la narrativa de “contención iraní”, operan como espacios de ambigüedad: permiten coordinación mínima, pero sin traducirse en una alianza orgánica ni en una visión compartida del orden regional. Israel busca consolidarlas como un pilar de su supremacía, pero muchos de sus interlocutores árabes continúan valorando la estabilidad y el equilibrio, conscientes de que ninguna ecuación de seguridad puede sostenerse excluyendo a Irán.
Más que una contradicción, esta coexistencia de condena y cooperación encarna una política de doble nivel: los gobiernos árabes intentan preservar su legitimidad interna frente a sociedades sensibilizadas con Palestina, mientras administran las presiones de Washington y Tel Aviv. Irán, lejos de responder con hostilidad, interpreta esta ambivalencia como una oportunidad para profundizar sus canales de comunicación indirectos y promover un marco de seguridad regional autónomo, basado en la interdependencia y no en la subordinación.
El ataque aéreo en Catar: una alarma para la alianza
En septiembre de 2025, la aparente solidez de la alianza quedó al descubierto cuando Israel ejecutó un ataque aéreo en Doha sin coordinación previa con el Estado anfitrión, alcanzando posiciones vinculadas a Hamas. La acción fue percibida en la región como una violación flagrante de la soberanía catarí y un recordatorio de que la arquitectura de seguridad liderada por Tel Aviv no opera bajo principios de confianza, sino bajo la lógica de imposición.
La reacción catarí y la limitada capacidad de respuesta de los sistemas militares compartidos evidenciaron las fragilidades estructurales de una red concebida más para servir a los intereses israelíes que para garantizar seguridad colectiva. Netanyahu se vio forzado a ofrecer disculpas formales —una maniobra promovida desde Washington para contener la crisis—, pero el daño político ya estaba hecho. Este episodio confirmó que la alianza regional diseñada por Israel es vulnerable no por su capacidad técnica, sino por la falta de legitimidad política y por la persistencia de márgenes de autonomía que Teherán aún puede capitalizar.
Irán, un actor dinámico con estrategia propia
Frente a estas dinámicas, Irán no permanece en la retaguardia. Su diplomacia, articulada y de largo alcance, busca construir alianzas pragmáticas con distintos países árabes, impulsando una red de cooperación que desafía la lógica de contención israelí y estadounidense. Teherán desarrolla una estrategia de equilibrio, consciente de que la estabilidad regional depende de la capacidad de los propios Estados de definir sus intereses sin tutela externa.
Este esfuerzo no se limita al apoyo político o logístico a actores afines, sino que se expresa en una agenda más amplia centrada en la soberanía, la seguridad compartida y la cooperación autónoma. Frente a las campañas israelíes, Irán responde con diplomacia activa, aprovechando los márgenes de independencia de sus vecinos para fomentar vínculos que desplacen la lógica del enfrentamiento perpetuo.
Así, Teherán se presenta no solo como un polo de resistencia, sino como un interlocutor estratégico capaz de negociación y proyección regional, destacando que los países árabes mantienen agencia propia y no son satélites de Tel Aviv.
Los intereses estadounidenses y la mediación de CENTCOM
Estados Unidos, eje central de esta arquitectura regional, opera a través de CENTCOM para facilitar la colaboración operativa y tecnológica entre los países del Golfo y otros aliados. Su objetivo es limitar la influencia de Teherán y garantizar la integridad de las rutas energéticas, vitales para la economía global.
No obstante, esta mediación evidencia los límites de la autonomía de los Estados árabes, obligados a equilibrar la supuesta defensa de su soberanía con la dependencia de Washington. En este contexto, su postura es pragmática: se alinean coyunturalmente con la lógica estadounidense e israelí, pero preservan la posibilidad —y en la práctica, ejercen— de diálogo y cooperación con Irán, mostrando que la región no está totalmente subordinada a intereses externos.
Las limitantes y tensiones invisibles
A pesar de la construcción de esta alianza estratégica, las diferencias sociopolíticas imponen límites claros. La crítica abierta hacia Israel, reforzada por una opinión pública sensible a la causa palestina, obliga a mantener estas relaciones discretas y cuidadosamente maniobradas, evidenciando la fragilidad del proyecto israelí de cohesión regional.
El incidente en Catar confirma que la confianza, aunque estratégica, sigue condicionada por legados históricos, disputas narrativas y vulnerabilidades políticas internas. Esta complejidad exige una lectura flexible, capaz de reconocer la coexistencia simultánea de alianzas tácticas y sentimientos opuestos, y subraya el papel de Irán como actor estabilizador y mediador frente a la lógica de subordinación externa.
Un tablero regional en constante redefinición
La región se configura como un espacio de tensiones multidimensionales, donde rivalidades e intereses convergen y se distancian simultáneamente. La diplomacia iraní persiste en su misión de ofrecer reformas regionales desde una lógica de autonomía y soberanía frente a fuerzas externas y hegemonías dominantes, proponiendo un marco de cooperación pragmático y estable que contrasta con la visión securitaria israelí.
Israel, por su parte, busca oportunidades estratégicas con varios países árabes, pero se enfrenta a límites claros: estos Estados definen sus prioridades y articulan sus vínculos políticos según intereses nacionales y regionales que no siempre coinciden con la agenda de Tel Aviv. La multiplicidad de actores, intereses divergentes y relaciones en constante recalibración exige un análisis que supere simplificaciones, reconociendo la centralidad de Irán en la construcción de un equilibrio regional más autónomo.
Hacia la construcción de una estabilidad compleja
El futuro de la región dependerá de la capacidad de sus actores para transformar estas complejidades en procesos de negociación genuinos y sostenibles. Superar visiones maniqueas y trabajar desde la realidad de múltiples voces será clave para generar condiciones que permitan coexistencia pacífica y cooperación efectiva, basadas en autonomía y soberanía.
Los recientes desarrollos muestran que ningún actor puede maniobrar de manera aislada y que incluso las alianzas clandestinas, impulsadas por la lógica de contención israelí y estadounidense, evidencian la necesidad de diálogo paralelo y estratégico. Desde la perspectiva iraní, la estabilidad duradera solo puede construirse mediante inclusión.