UNA CONVOCATORIA AL CIVISMO ACTIVO
Como nos tienen advertido los más solventes historiadores, nada está escrito de antemano, la historia nunca está predeterminada y las cosas siempre pueden ser (o pudieron haber sido) de otra manera. A menudo, los hechos históricos ocurren contra pronóstico. ¿Quién previó la caída del Muro de Berlín o la primavera árabe? Otro caso de acontecimiento histórico imprevisto es la manera en que los españoles salimos de la larga dictadura de Franco para ingresar, de modo pacífico y resuelto, en la democracia. Aquella transición sorprendió a muchos espectadores, empezando por los hispanistas que habían convertido en tesis el carácter cainita de los españoles y esperaban asistir, desde la barrera de sus cátedras, a un nuevo espectáculo sangriento y fratricida que les serviría para engrosar su currículum. Pero no fue así; España se comportó entonces felizmente contra pronóstico.
También ha sido imprevista la actual crisis que amenaza con desmantelar un Estado del bienestar que creíamos garantizado sine die. Y si los pronósticos son pesimistas, la obligada esperanza y las medidas para superar dicha crisis también deberían ir contra pronóstico.
Bajo esa premisa metodológica, Miguel Ángel Aguilar hace un recorrido por la reciente historia española, desde el final del franquismo y la Transición a la actualidad, deteniéndose en las principales instituciones del país, un recorrido que puede resumirse en el propio subtítulo del libro: De cómo conquistamos nuestras libertades y del cuidado que requieren. Algo así como “balance y perspectivas”; el balance de una historia de éxito y unas perspectivas más bien oscuras que deberíamos ser capaces de cambiar. Esto último lo deja claro al autor al señalar el propósito del libro, que es “una incitación a la vigilia… un llamamiento frente a la marea de entreguismo… un antídoto contra la resignación, una convocatoria al civismo activo, vigilante, para evitar la oxidación de las libertades”. Pues Miguel Ángel Aguilar parte de una constatación: que la democracia es frágil y los logros, reversibles.
Cuando entonces
La Transición fue, como dijo Javier Pradera y recuerda Miguel Ángel Aguilar, “el aprendizaje de lo mejor que hemos sido”, un espectáculo fuera de carta, un tiempo en el que aprendimos el arte de la renuncia en aras del entendimiento.
Y no cabe duda de que el buque insignia, el colofón y el símbolo de aquel proceso fue la Constitución de 1978. En ella, constata Miguel Ángel Aguilar, fue imposible incorporar todas las ideas, deseos y ambiciones de todos los españoles; pero su texto cubre más espacio y ampara mayor número de ciudadanos que cualquiera de las anteriores. Es un texto hecho “casi a partes iguales entre una izquierda moderada y una derecha decidida a anticiparse al cambio para no padecerlo”.
Lo modélico de aquellos años fue el “entendimiento de todos los partidos políticos en unos objetivos comunes que permitiera sacar al país de los momentos de dificultad”, ejercicio que ahora parece imposible.
El rey que valió
Figura clave del proceso fue el rey, cuya actuación también fue contra el pronóstico de la gran mayoría. Pero aquel monarca designado por un dictador se había “educado en la escuela de la adversidad” con “el doctorado en la universidad de la calle”. Ya el mismo día de su proclamación como rey, su mensaje a las Fuerzas Armadas, “revela una aguda conciencia de la función que ha de desempeñar para que se produzca la transferencia de lealtades de la familia militar… hacia las instituciones democráticas que han de nacer”. El rey, cuyo modelo era el de las monarquías del norte de Europa, puso por encima de todo la lealtad al pueblo español.
Al contrario que otros políticos (el autor pone el ejemplo de Felipe González, que prefiere hablar en vez de escuchar, como si lo que escucha le comprometiera), el rey es de los que escuchan en silencio porque piensan que les compromete todo lo que dicen; lo que da lugar a malentendidos (alguno, histórico y grave) por parte de quienes piensan que, al callar, otorga. En definitiva, el rey “ha podido cometer errores pero nos ha prestado grandes servicios”. “También hay críticas por algunos acontecimientos de su vida privada, pero lo que no genera es rencor”.
Las Fuerza Armadas
El autor las define como una institución de hoja perenne y “un referente decisivo del Estado”. Profesaron una lealtad incondicional a Franco, de modo que, dentro de ellas, convivía “una inmensa cofradía de fervorosos franquistas”. El primer principio que se inculcaba en las academias militares del franquismo era la lealtad inquebrantable al jefe del Estado, por lo que esos militares eran más franquistas que los de la guerra civil, que tenían otras lealtades. Así, bajo el franquismo, las Fuerzas Armadas “no formaban parte de la defensa, sino que eran una de las mayores amenazas para nuestros intentos de alcanzar las libertades”.
Pero, obligado a optar, el Ejército prefirió serlo de España en lugar de seguir siendo el Ejército de un Franco sepultado. En el “delicado proceso de traslación de su lealtad al rey”, la actuación del rey resultó decisiva, jugando ese papel de manera activa e inteligente. Hoy, además, las Fuerzas Armadas tienen “un dinamismo activado que impide el anquilosamiento y ahuyenta la desidia tan habitual en otros estamentos de la función pública”.
La Iglesia (freno y marcha atrás)
De la Iglesia española, otra institución de hoja perenne, dice el autor que siempre se ha sentido perseguida sin reflexionar sobre su propia contribución a la discordia colectiva. La Iglesia ha sido beligerante, ha sido un elemento de exacerbación de los enconos españoles, ha tomado partido por los poderosos y combatido a la República en los preparativos de la sublevación de julio del 36. “Tiene pendiente una revisión del papel que ha desempeñado”, concluye Aguilar sobre la Iglesia del franquismo.
Con los años y en la estela del Vaticano II, la Iglesia se despegó de Franco, “tolerando que el bajo clero y algunas órdenes religiosas con mayor sensibilidad ensayaran una toma de distancia con el régimen y prodigaran gestos de sintonía y acogida a los sindicatos clandestinos”. La homilía de Tarancón en la proclamación del rey fue “un llamamiento a la reconciliación, un mensaje de esperanza”. Pero, treinta años después, la actitud de concordia de aquel momento Jerónimos parece evaporada, dedicándose la jerarquía de la Iglesia de nuevo a la siembra de la discordia y la inoculación del antagonismo.
Los partidos políticos (ayer y hoy)
El autor establece en este apartado lo que casi es una tesis: la renuncia como semilla de la victoria. En la Transición, el PSOE renunció al marxismo y el PCE a la revolución. Más tarde, en el 96, el PP renunció a todo lo que hizo falta. La afirmación por parte de Aznar de que habla catalán en la intimidad “causa rechifla general pero es escuchada como un acto penitencial que computa en Barcelona”, dice Aguilar.
El PSOE hace un uso moderno y moderado del poder al llegar al gobierno en 1982; pero “la permanencia rompió las incomodidades de la provisionalidad que alerta y el estancamiento, como sucede con el agua clara, generó corrupciones varias y favoreció que aparecieran toda clase de bacterias y parásitos”. Aquellas corrupciones fueron detectadas, pero nunca aparecía el momento de subsanarlas. Prendió la tolerancia ante el abuso, la aceptación pasiva; prevaleció el hecho de que los implicados fueran de los nuestros. Y esa alteración de las exigencias morales en razón de la proximidad acaba siendo mafiosa, constata el autor.
Aznar llegó con algunas renuncias personales pero con ninguna renuncia política. “Llegaba con espíritu de venganza pero se abre paso como político por la constancia y por la superioridad que confiere la entrega a una sola causa: el poder”.
Zapatero llega con aires adánicos, inaugurales, “con él llegaba la verdadera izquierda; era el nuevo testamento frente al antiguo representado por Felipe González”. “Se entregaba mucho a cuestiones puramente de diseño, como la paridad”, escribe el autor.
En el actual gobierno de Rajoy “todos los ministros francos de servicio se han lanzado a plantear causas divisivas, de esas que fracturan la sociedad, como la Ley de Tasas, la reforma integral de los registros, la reforma educativa, la Ley del Aborto, etc… se han apoderado con inmediatez de la radio y la televisión públicas del Estado”. “El Partido Popular, como todas las fuerzas de derecha, parece ahora prisionero de la ideología a la manera del Partido Republicano de Estados Unidos”.
En cuanto a Artur Mas, su mesianismo le lleva a “poner a Cataluña como parapeto de defensa personal”, lo que le parece al autor “una pretensión fraudulenta”.
En medio de esta crisis, los socialistas siguen sin reencontrarse, incapaces de establecer un nuevo liderazgo. “Parecen incapaces de iluminar el futuro”.
Sobre la financiación ilegal de los partidos, origen de tanta corrupción, Miguel Ángel Aguilar sostiene que podría calcularse con la sencilla operación aritmética de restar de los gastos reales los ingresos declarados por subvenciones, cuotas o donativos (la diferencia sería dinero negro). Ésa es una tarea, añade, que un Tribunal de Cuentas dotado de medios y liberado de dependencias políticas debería emprender con urgencia.
Los indignados
Con los indignados también se muestra crítico. Afirma que el 15-M no dio nada de sí; y se pregunta qué vendría después de que acabáramos con el Congreso. “La abolición del Congreso de los Diputados es un sinsentido. Estamos en una democracia representativa y queremos vivir en ese sistema porque conocemos sus alternativas y son peores”, sostiene. “Cuando se sale a la calle hay que saber bien a qué se sale”. Con todo, piensa que “no es fácil sublevar a este país, pero se diría que el gobierno de Mariano Rajoy ha tomado la senda decidida de intentarlo sin ahorrarse ninguna provocación para conseguirlo”.
Facetas de la crisis
Tras el repaso a la historia reciente, el autor entra a diseccionar la crisis actual en sus distintas facetas.
La sanidad.- Un sistema de salud que ha sido decisivo para erradicar numerosas pandemias se encuentra en un momento de cambio cuando menos incierto. El primer factor que lo ha descabalado ha sido su fragmentación en las diecisiete que componen las Comunidades Autónomas, ya que la coordinación ha brillado por su ausencia y los gobiernos autonómicos han buscado ventajas comparativas que dieron réditos electorales. El autor se muestra contrario a que se subordine a la rentabilidad la prestación de los servicios públicos, cuya evaluación ha de hacerse con otros baremos. El ingreso hospitalario ha de responder a criterios clínicos, sin supeditarse a expectativas de rentabilidad. La empresa privada busca el lucro, mientras que el objetivo del servicio público es prestar un servicio necesario; la lógica del negocio es una y la del servicio público otra muy distinta, sostiene Miguel Ángel Aguilar. Y, tras ironizar sobre quienes ven un riesgo en el aumento de la esperanza de vida, afirma: “La duda ante la ola privatizadora es si sus promotores están buscando el acceso a nuevas oportunidades de pingües negocios en un sector de tan enorme volumen, venga o no a cuento del servicio público”.
Sobre la educación opina que cada gobierno ha legislado ex novo rectificando las normas precedentes con el resultado de una discontinuidad muy perjudicial.
Sobre la justicia sostiene que “el procedimiento al que se atiene y cómo se imparte constituyen elementos diferenciales de la democracia bien entendida respecto de la tiranía o la dictadura”. Ruiz-Gallardón parece ser mucho más ministro de Gracia que de Justicia, dice también Miguel Ángel Aguilar, apuntando a algunos discutibles indultos promovidos por Gallardón.
La Unión Europea.- Ahora pagamos las incoherencias de una moneda única sin un gobierno económico que la sustente. En la reunión del G-20 de noviembre de 2008 se enunciaron propósitos radicales sobre la refundación del capitalismo, la imposición de reglas transparentes, el gravamen sobre las transacciones financieras, la eliminación de los paraísos fiscales… pero –dice, casi con palabras de José Hierro- “todo va quedando en nada”. “La diferencia entre la celeridad de los mercados y la lentitud de la UE está causando efectos desastrosos”. Aboga claramente por una Europa unida, ya que, vamos a ir siendo cada vez menos población dentro del conjunto mundial y relativamente más pobres. Sólo sumando fuerzas en la UE podremos ser tenidos en cuenta.
La prensa
A fuer de periodista, el autor dedica unas cuantas páginas a la prensa y su situación actual. Sobre la crispación, afirma que “se aplaca cuando los crispadores encumbrados al poder dejan de crispar”, tras constatar que hubo crispación en los últimos gobiernos de Felipe González y en los de Zapatero, bajando la bronca durante los gobiernos de Aznar.
Las nuevas tecnologías están eliminando al periodista como planta potabilizadora, depuradora, que deja de ser mediador de todos los mensajes. Los políticos mejoran sus capacidades de acceso directo al público y celebran haberse librado de la dependencia que tenían de los periodistas y los medios. En estas circunstancias, la profesión periodística debería promover una reflexión sobre sus funciones, igual que hicieron los aduaneros cuando la UE suprimió las fronteras o los faroleros cuando la electricidad sustituyó al gas.
Pese a lo anterior, la prensa escrita no ha dicho su última palabra, ya que la influencia rectora en la opinión ha correspondido tradicionalmente a los periódicos impresos; “es la reverencia a un texto que se considera más depurado, más pensado, más analizado, más solvente”. Y la pregunta hic et nunc es qué va a quedar de la prensa escrita. Aguilar cree que, si desapareciera y no fueran asumidas sus funciones, habría que tener eso previsto para evitar una degradación de la democracia, una pérdida de tensión democrática. El periodismo libre, crítico y de calidad es absolutamente vital para la vigencia de la democracia. “La más honrosa tarea de los periodistas, la causa a la que se deben es la del mantenimiento en todo su vigor de las libertades”.
Con lo que el libro se cierra como en un bucle, volviendo a su sentido inicial. Las libertades nunca están garantizadas y siempre están amenazadas, sometidas a agentes de erosión; precisan de un uso constante para mantenerlas vigentes. La vigilancia constante para que las libertades se mantengan en su integridad ha sido la más noble tarea de los medios de comunicación; pero la ciudadanía debe ser consciente de que en nadie se puede delegar ese empeño.
¡Vigilad!
Las circunstancias actuales son adversas, pero de ellas no se deriva un resultado fatal, Habrá que conseguir que el futuro inmediato sea también distinto al de los actuales pronósticos. Por eso es buen momento para tratar de recuperar valores y actitudes que ya han demostrado su utilidad para salir de las dificultades. La primera, el diálogo con los que piensan de modo distinto. La segunda, el respeto a las instituciones y las leyes; los procedimientos son esenciales en democracia y nunca hay que desentenderse de las consecuencias de las posiciones que se mantienen.
Si este libro –escrito con el buen estilo, la ironía y el poso cultural, característicos de su autor- tiene una moraleja o consejo final, éste podría el de las viejas películas de ciencia-ficción, en las que se decía refiriéndose a los cielos de los que podía venir la próxima invasión marciana: ¡Vigilad!
Perfil del autor
Miguel Ángel Aguilar (Madrid, 1943) obtiene la Licenciatura en Ciencias Físicas por la Universidad Complutense de Madrid en 1965 y en 1969 el título de Periodismo. Sus primeros pasos en el mundo de la prensa los da a partir de 1966 en el desaparecido Diario Madrid. Como consecuencia de un editorial que publicó sobre los disturbios universitarios del momento, fue encausado por Tribunal de Orden Público en febrero de 1967. El periódico posteriormente fue suspendido una temporada y cerrado por orden del gobierno en 1971.
Tras la desaparición del periódico en 1971, se incorpora a Cambio 16, siendo destinado a Bruselas como corresponsal (1972-1974) y a continuación, en 1975, al Sahara como enviado especial. Después de colaborar en el lanzamiento de la revista Posible, en 1977 se reincorpora a Cambio 16 y un año más tarde es nombrado Director de Diario 16, cargo que ocupa hasta mayo de 1980.
Pocos meses después se incorpora como columnista al diario El País, actividad que mantiene desde hace más de treinta años. En 1981 funda la sección española de la Asociación de Periodistas Europeos y en 1986 es nombrado Director de la Agencia EFE, cargo que desempeña hasta 1990.
También ha sido Director del Diario El Sol y columnista en la revista Tiempo. En la actualidad, además de su trabajo en El País, escribe para los diarios La Vanguardia y Cinco días, así como para la revista El Siglo.
Con la llegada de las televisiones privadas se incorpora a los servicios informativos de Telecinco, colaborando como comentarista para asuntos de actualidad política nacional en el espacio “Entre hoy y mañana” dirigido por Luis Mariñas. A partir de 1992 comienza a presentar el informativo del fin de semana, en sustitución de Felipe Mellizo. Seguiría colaborando en los informativos de la cadena y presentaría los espacios de debate y entrevistas “Mesa de redacción” (1993) y “Hora límite” (1995).
En la actualidad es comentarista y analista político en distintos programas tanto de radio como de televisión. También es autor de diversos libros sobre política y sobre el mundo de la información.