Axel Seib
Quisiera empezar dedicando el artículo a David Lafoz y a todos sus seres queridos. No lo conocí personalmente y, lógicamente, no conozco la mayor parte de los detalles de la que era su situación. Pero un joven de 27 años que se quita la vida tras haberse movilizado por defender su sector, el agrario, que es el que nos da de comer, y que ayudó con su tractor en las labores de limpieza y ayuda tras la DANA en Catarroja, no merece menos que un homenaje, aunque sea póstumo Y, también, sentir lástima por nosotros mismos. ¿Y por qué por nosotros mismos? Porque somos todos nosotros los que perdemos a uno de los nuestros. Y por sus acciones recientes, uno de los mejores de entre los nuestros. Que un joven capaz tal grado de compromiso y movilización decida quitarse la vida, como si fuera él quien estorbaba, revela el problema de nuestra sociedad.
Y que no se confundan mis palabras, siento lástima por nosotros porque somos los que nos quedamos con menos fuerzas. Pero eso no quita toda mi admiración por la vida de David y todo mi apoyo a sus seres queridos, porque ellos son quienes más han perdido. Y quiero que tengan constancia de que tuvieron a unos de los mejores con ellos.
Aunque no comparta su decisión final ni pueda justificarla en modo alguno, por desgracia, entiendo lo que puede haber detrás. No lo sé con exactitud ni quisiera hacer un análisis de su situación personal a través de su nota póstuma, pero sí que me he encontrado con situaciones similares. Y, por desgracia, comienzo a ver patrones. Patrones que hablan de experiencias personales, pero también de problemas generales que nadie quiere solucionar. Es más, de problemas que se insiste en cronificar y empeorar.
Quiero llamar un momento a los españoles entre 25 y 40 años. No porque sean mis lectores. Quizás sean los menos. Pero quisiera plantear a esa franja de españoles la siguiente pregunta, ¿Cuántos de ellos conocen en su entorno generacional, familiar o círculo social, casos de suicidios? No somos los jóvenes de los 80. Porque éramos críos o apenas habíamos nacido. No suelen ser muertes por drogas o sobredosis. Pero muchos conocemos casos de conocidos, amigos o, incluso, familiares, que decidieron hacerse a un lado. Algo demasiado frecuente para nuestra edad. Y, peor aún, muchos de nosotros conocemos la faz de la depresión y la ansiedad mezclada con la falta de expectativas y de confianza en el futuro.
Ante ésto último, me he encontrado a muchos mayores echando pestes sobre nosotros por ser blandos y mucho blablablá. Y puede que hayan algunos blandos en nuestras franjas de edad. Aunque no recuerdo mucho ardor guerrero entre los búmers. Pero no es mi intención reprochar nada en una pelea intergeneracional que ya no aporta nada. Aunque decirle a un joven con depresión que es un blando cuando no tiene ninguna esperanza en el futuro porque se lo han arrebatado todo de las manos, tiene la misma utilidad que pegarle una patada a un convaleciente.
Y, personalmente, mi experiencia me dice que perdemos a muchos de los mejores entre reproches pasivo-agresivos de: «¡Eres responsable de tu vida¡ ¡Yo a tu edad…!». Para sentirse mejor ante la visión de la ruina ajena, quizás eso sirva. Aunque desconozco qué lleva a una persona a buscar malmeter y culpar a un herido de sus propias heridas en lugar de ayudar.
Como sociedad, deberíamos plantearnos qué demonios estamos haciendo con nuestro futuro. Porque esos jóvenes que tras intentar dar lo mejor de sí, se encuentran ante una pared recién puesta en cualquier camino que deciden tomar, son nuestro futuro. Y solamente sujetos muy alienados pueden reducir «su futuro» a planear los mejores destinos para su jubilación mientras todo se pudre por la cola. Pareciera que hay demasiados españoles que ante la ruina, la desesperanza y la falta de un futuro alentador, aplican el «a mí no me afecta, así que después de mí, la nada». Pero hay más gente detrás. Gente como David, amigos y familiares míos, que decidieron acabar el camino prematuramente.
Nos encontramos ante una situación en que cualquier joven se encuentra desarmado y solo contra gigantescos problemas que únicamente tienen visos de empeorar y devorar todo a su paso. Y podría hablar de esa Agenda 2030 que con retórica y buenas palabras muestra el camino de nuestra destrucción. Pero no quiero apuntar únicamente a esa diana. No es más que una de entre tantas. Y aunque la Agenda 2030 no existiera a ojos del ciudadano, la agenda de las élites sería la misma. Y a esa agenda global, sus autores, ejecutores y gruppies, hago responsables de la pérdida de tantos jóvenes tan valiosos y de la aniquilación de nuestra confianza en el futuro.
No tengas coche, no tengas familia, no tengas hijos porque contaminan, paga impuestos cada vez más altos para pagar las sacrosantas Sanidad y Educación, haz cola en urgencias, ten un título que no vale para nada, no tengas casa, comparte piso con 40 años, no viajes demasiado porque el avión hace pupita al planeta, rechaza las tradiciones, rechaza tu género, rechaza tu cultura, la carne es mala, no trabajes en el campo porque es duro, trabaja en una oficina aislado del mundo, acepta dumping migratorio porque no quieres trabajar en el campo,vienen a pagarnos las pensiones porque no quieres tener hijos, paga por heredar una propiedad de tus padres, pero la herencia es injusta y hay que acabar con ella, vive en un zulo suburbano, sube la criminalidad, suben los precios, ve al centro en un tren sucio, abarrotado y con retrasos porque tu Xsara del 99 es criminal, la España rural se vacía, regalemos tierras y explotaciones agrícolas a inmigrantes para llenarla, paga impuestos por vender unos vaqueros de segunda mano, no pagues en efectivo, el gobierno está lleno de basura corrupta pero por lo menos no gobierna la derecha, no vayas al parque porque hace calor y hay que confinarse, van tres violaciones grupales este mes en tu municipio, ponte a ver series para olvidar, no veas demasiado porno porque necesitas un pasaporte online, pero fúmate un porro, haremos la vista gorda. Y trabaja hasta los 72, aunque no tendrás pensión.
Y con estos mimbres pretendemos que los jóvenes den lo mejor de sí y tengan esperanza en algo más que en aguantar resignadamente y adoptar ideologías destructivas que, por lo menos, no les provocan disonancia cognitiva. Porque ante tal desastre, lo menos raro es convertirse en una marioneta y aplaudir ante nuestra destrucción con un enorme: «si, si, es por del bien del mundo/clima/planeta». Lo raro es sufrir tal nivel de tortura y saña y decidir hacer frente para cambiar las cosas. Como David. Resistir la tempestad y dar un paso al frente cuando han acabado con toda la esperanza, es un acto de heroísmo que apenas nadie sería capaz de hacer. Pero hay muchos jóvenes que lo han dado, aunque los resultados no hayan sido los que esperaban. Y, quizás, tal heroísmo y fuerza de voluntad, cuando no se ven correspondidas con ninguna victoria, pero sí con aún más ataques y más inquina, incluso de la propia sociedad a la que dichos jóvenes están defendiendo, terminan en un sentimiento de vacío absoluto. Y las personas con un vacío absoluto son juguetes huecos, marionetas para otros. Hay quienes pueden vivir así, nadie lo duda. Pero una vez se ha demostrado tener la fuerza y dignidad suficientes para luchar, ya no se puede volver atrás. Y hay personas, que ante la sensación de vacío y de derrota, toman una salida que ya conocemos. Y de esa forma, nos quedamos más solos y más desprotegidos ante los abusos y los planes de ciertos titiriteros hipócritas.
Y los llamo así porque es lo que son. Quieren una sociedad arruinada llena de marionetas pasivas que se dejen hacer y les sirvan como ellos quieran. No les interesan jóvenes vitales y comprometidos con su gente. De hecho, si se libran de ellos, mejor, menos problemas. Pero tienen los redaños suficientes para hablar de la salud mental y de su promoción. Una hipocresía supina. Los responsables y autores de nuestra miseria y de nuestros males, hablando de salud mental con una pompa solo equiparable a su falsedad.
Suben al estrado y comienzan a divagar y a soltar eslogans que nada transmiten ni a ningún sitio llevan. Pero suenan bien. Y, al final, te ofrecen soluciones peregrinas que nada tienen que ver con el origen del problema, pero así se limpian las manos. ¿Alguien se ha planteado legislar para obtener un sistema que permita a los jóvenes tener y construir un proyecto de vida que no sea vivir de prestado para siempre y sentir que despiertan cada mañana en un Día de la Marmota cada vez más oscuro y lúgubre? No entre las clases dirigentes.
La única «salida» que se ofrece es la de los cuidados paliativos. No solucionarán el problema, es más, lo empeorarán. Pero buscarán la forma de que te duela menos si no te resistes a sus planes y eres un buen ciudadano que calla y traga. Y así siempre aparece el tema de legalizar algunas drogas. No falla. Si hay depresión, suicidios y malestar social porque no están dejando nada en pie, te ofrecen una caladita.
La legalización de las drogas ante esa situación, siempre con la presentación del cannabis como gran esperanza ante la decadencia social, no es una solución. Por lo menos para los que sufren el abominable estado de las cosas. No es más que una forma de aletargar a una parte de la sociedad para que la rebelión sea inviable y poder mantener un bonito estatus quo que mantenga a la élites responsables de nuestra perdición en el poder mientras la esperanza termina de marchitarse.
Pero sí, seguramente con menos suicidios durante un tiempo. Mientras la gente está drogada no piensa en quitarse la vida. Las consecuencias a medio plazo en forma de brotes psicóticos, paranoia y mayor tendencia depresiva si no se expone constantemente a una fuente de THC, no es problema del estado. Es un problema para las familias y entornos de los adictos. Y el estado es un gigantesco «que se aguanten». Porque mientras estemos ocupados con seres queridos adictos, no enfocamos nuestras fuerzas en hacer pagar a los responsables del sufrimiento y la pérdida de tantos inocentes. El estado quiere pocos problemas pero recaudar más. Y el cannabis y otras drogas son ideales. Se crea un nuevo monopolio de narcóticos como el alcohol o el tabaco con la máscara de «más seguro y ético». Se vende la falacia de que las drogas con monopolio estatal combaten el crimen y son más beneficiosas. Y, por último, se comenta que de esta forma se recaudará más para gasto social. Y ésto último es lo más interesante para el estado. Una nueva forma de ingresos. Eso es la legalización de las drogas, apaciguamiento social forzado ante el desorden y el caos. Y, de premio, dinerines para el aparato del estado. Negocio redondo.
Ese es el resumen de la visión y la solución de las fuerzas llamadas «progresistas» ante la salud mental y el suicidio de los mejores. Letargo y latrocinio.
Espero que un día, jóvenes como David y como muchos otros que hemos perdido, no vean la salida en terminar el camino. Espero que llegue el día en que chicos con esa calidad humana sean los más. Que haya un día en que ni se les pudiera pasar por la cabeza que ellos sobran. Espero que llegue el día en que las personas realmente comprometidas con su país y con su gente, tomen el lugar que les corresponde. Y que todos aquellos que han conseguido llevar a nuestros mejores al abismo, sientan el terror y el sufrimiento que han causado a otros. Algunos lo llaman utopía. Yo lo llamo justicia.
Publicado en Posmodernia