El pasado 9 de diciembre, ya advertimos la importancia de lo dicho por José María Aznar en la extensa entrevista concedida a la periodista Victoria Prego y publicada en el diario El Mundo (02/12/2012), con respuestas sobre un amplio abanico de temas que no tuvieron desperdicio. De hecho, dedicamos al caso la Newsletter 39 titulada “Aznar, el problema político de España y la incapacidad de Rajoy para afrontarlo”.
En ella, y tras recordar el malestar ciudadano con la temeraria política de Rodríguez Zapatero durante su segundo mandato electoral (IX Legislatura), enorme como quedó demostrado en los comicios del 20-N, y de muy difícil reconducción, señalábamos: “Pero el malestar contra el PP y su timorato presidente, que utiliza la mayoría parlamentaria absoluta para divagar en lo fundamental y hundir a las bases sociales del país, sin plantear, ni por asomo, políticas económicas y fiscales más justas y eficaces, lleva camino de ser todavía mayor, a pesar de su éxito electoral previo, o precisamente por el fiasco que supone no saber gestionarlo”.
Pasados cuatro meses, y viendo que su primer lamento político (“Sufro observando a España”) había resbalado por las escasas entendederas del Gobierno, Aznar no dudó en volver a lanzar otras duras advertencias críticas. En esta ocasión sirviéndose de una estudiada entrevista concedida a Antena 3 (02/05/2013), en la que en esencia planteó una auténtica ‘enmienda a la totalidad’ de la política de Mariano Rajoy al exigir una bajada de los impuestos “ahora”, que se cumpla tal cual el programa electoral del PP y, claro está, poniendo en tela de juicio el liderazgo interno del PP…
AZNAR FUSTIGA AL GOBIERNO…
Aquella segunda ‘bofetada a Rajoy’, con gran repercusión mediática, propició reacciones en el entorno directivo del PP descalificando al ex presidente Aznar y hasta acusándole de “deslealtad”, erradas a nuestro juicio en el análisis objetivo del caso. Por ello, ya dispuesto a ser la nueva conciencia crítica de la derecha (hasta ahora en eso estaban Esperanza Aguirre, Jaime Mayor Oreja, Alejo Vidal-Quadras. José Antonio Zarzalejos, Ignacio Astarloa…), no dudó en responder al entorno ‘marianista’ con nuevos dardos políticos verdaderamente lesivos en un acto político-cultural de lujo celebrado el pasado 25 de mayo en el Congreso de los Diputados; el mensaje más suave y contemporizador sería: “No estoy contra nadie, estoy con los españoles”.
Y para demostrar que reaparecía en plena forma y dispuesto a poner en su sitio al Gobierno del PP, fustigándolo cuanto sea necesario, Aznar recordó que “el mandato de las urnas es inequívoco” y que “el coste de la no reforma sería inasumible”, al tiempo que anunciaba una conferencia en el Club Siglo XXI -en principio siguiendo la misma línea crítica- que finalmente se celebró el pasado 10 de junio. Esta continuidad en las manifestaciones contra la política de Rajoy, motivó también nuestra Newsletter 64 titulada “Y Aznar cogió su fusil…” (02/06/2013).
Pareciendo, pues, que el ex presidente Aznar ha vuelto a la vida pública para quedarse al menos como conciencia crítica de la derecha española y, a lo más, para intentar mandar a Rajoy al retiro político, en ella señalábamos, entre otras cosas, el riesgo de que un enfrentamiento político desorganizado entre Aznar y Rajoy, aun siendo meramente dialéctico, dañara de forma irreparable al Gobierno del PP y al propio partido, ya bastante devaluados ante la opinión pública en general, de acuerdo con todas las encuestas al uso. Y añadíamos que parecía evidente una mayor sintonía de Aznar que de Rajoy con las bases electorales propias y más estables del PP, al igual que ha ocurrido con Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid.
De hecho, la conferencia pronunciada después por Aznar en el Club Siglo XXI, llevó a Luis María Anson a reconocer esta preminencia afectiva del ex presidente Aznar dentro de su partido (del que es Presidente de Honor desde su XV Congreso Nacional celebrado en octubre de 2004) en un artículo titulado precisamente “El 80% del aparato del PP está con Rajoy; el 80% de los militantes, con Aznar” (El Mundo, 13/06/2013). En él, advirtió que “si se agudizara la crisis, como algunos vaticinan que ocurrirá en otoño, -Soraya Sáenz de Santamaría fue vapuleada en la Bilderberg- entonces el retorno de Aznar no será una quimera”.
El veterano periodista ya había dejado claro el pasado mes de enero que no esperaba nada de Rajoy, aunque “salga indemne del incendio Bárcenas” porque el PP “exige una profunda operación regeneradora interna” y el actual presidente del partido (y del Gobierno) “no es el hombre para llevarla adelante”. En aquel artículo de hace ya casi seis meses, Anson anunciaba sin tapujos: “Ha sonado la hora del retorno de Aznar”.
Pero, tras la conferencia del Club Siglo XXI, el mismo columnista ultra conservador vuelve a realzar la figura del expresidente Aznar como la de un auténtico salvador del PP, a quien, en contraposición a Rajoy, “le preocupa el ‘qué más da’, el ‘todo vale’, la indefinición en la que se ha instalado un partido como el suyo que disfruta de mayoría absoluta”. Y añadiendo además este párrafo: “Los votantes del PP exigen una posición nítida en favor de la unidad de España, de la sociedad de libre mercado, de la familia, de los principios de derecho público cristiano, de la condena del terrorismo, del auxilio a sus víctimas”.
Trascendiendo la crítica sobre la pobre iniciativa política de Rajoy y del abandono de sus promesas electorales, que ciertamente enerva a muchos de sus votantes, a renglón seguido Anson también lanza en el artículo de El Mundo que comentamos este amenazante comentario: “Leopoldo Calvo-Sotelo olvidó en parte todo esto, se corrió hacia la izquierda siguiendo el péndulo que en 1982 oscilaba hacia el socialismo, y el centro derecha en bloque le abandonó para votar a Fraga Iribarne. El descalabro fue descomunal y UCD pasó de 165 diputados a 12”. Y lo cierto es que a Rajoy y al PP de Rajoy, les puede pasar más o menos lo mismo; aunque, a nuestro entender, no sea exactamente por las cuestiones ideológicas que esgrime Anson (que en parte también), sino sobre todo por no saber cortar la sangría del aparato político del país ni relanzar su economía, que es lo que, de verdad, ahora importa a los electores.
Pero si la posición comentarista de Anson parece clara en el apoyo de Aznar y en la crítica a Rajoy, la línea editorial de El Mundo todavía lo es más. A título de ejemplo, baste comentar la forma en la que este diario llevó a portada en su edición del pasado 11 de junio la conferencia de Aznar en el Club Siglo XXI, con un titular a toda página en efecto retador (“Aznar presenta su programa”), acompañado de una frase del expresidente protagonista del acto también de corte electoral (“Hemos creado un Estado que a veces tiene intereses que no son los de los ciudadanos”) y de cuatro resúmenes del nuevo ideario político de Aznar que, en definitiva, eran cuatro patadas en la barriga de Rajoy:
- Advierte que “hay una crisis política” y propone afrontarla con un “reformismo de alta intensidad”.
- Exige “asegurar que cualquier acuerdo nuevo se haga para reforzar la Nación y no para debilitarla”.
- Plantea “reducir las administraciones y ordenar competencias mediante los cambios normativos precisos”.
- Reclama “cambiar el sistema fiscal para ponerlo al servicio del empleo y no de las administraciones”.
Y, por si la posición del periódico dirigido por Pedro J. Ramírez no estuviera bien clara, que lo está y desde hace mucho tiempo, este mismo personaje arremete pocos días después de nuevo contra Rajoy en la Carta del Director titulada “Napoleón en Grenoble” (16/06/2013), reiterando las mismas ideas reprobatorias con párrafos tan martirizantes como estos:
(…) La pesadilla de que Rajoy siga malbaratando el tesoro de la mayoría absoluta desde un quietismo socialdemócrata y eso desemboque en 2015 en una coalición entre la izquierda y los nacionalistas, no podía dejar indiferente a quien refundó el PP y dejó voluntariamente su liderazgo. Como mínimo tenía que ser un ‘whistle blower’ [alertador] y esa función ya la ha cumplido dando la voz de alarma sobre la obligación de cumplir el “mandato” de las urnas, la necesidad de “reordenar” las competencias autonómicas para “fortalecer a la Nación” y la urgencia de reducir los impuestos para favorecer a los ciudadanos y no a las “Administraciones”. Y como nada de esto va a arreglarse de la noche a la mañana, a mí no me cabe ninguna duda de que si Aznar ha vuelto, es para quedarse…
(…) Si de aquí a fin de año Rajoy no ha apostado por ese “reformismo de alta intensidad”, o demostrado que sus recetas son mejores, la catarsis será inevitable. “Luis XVIII es demasiado inteligente para esperarme en las Tullerías”, dijo Napoleón cuando la balanza empezó a inclinarse a su favor. Pero no adelantemos acontecimientos porque de momento hay signos alentadores de que la guerra de Troya tal vez no tenga lugar: de repente en el Gobierno se habla de bajar los impuestos en enero, corren rumores atractivos sobre la reforma de la Administración y se ha apuntalado el Tribunal Constitucional para pararle los pies a Mas. Ése es el son de paz que yo percibo en la presencia de la ‘vice’, junto al esquinado Soria, en la primera fila de la soirée del lunes pues, por una vez, Soraya estaba de oyente.
Mira por dónde hemos descubierto que aunque Rajoy se sienta tan ufano de no depender, ni para bien ni para mal, del resto de los españoles, esta semana ha tenido que reconocer que sigue dependiendo de Aznar. No en vano es una cita de Pessoa la que encabeza el libro deslumbrante de Villepin sobre los Cien Días: “¡Qué gloria nocturna ser grande, sin ser nada!”.
Lo llamativo de la posición editorial de este periódico de derechas es que se muestra en las antípodas de la del diario El País, tradicional órgano oficioso del PSOE, que dio un tratamiento despectivo a la conferencia de Aznar en el Club Siglo XXI, sin un mínimo reflejo en su portada e incluso con algún apoyo periodístico lamentable, como el titulado “Club Siglo XXI: un baño de jabón de mimosa” firmado por Luz Sánchez-Mellado. Sin dejar, como es su costumbre, de lanzar puyas contra Aznar con alusiones a su responsabilidad en el ‘caso Gürtel’… ocultando la mucho más evidente de Rajoy… y dando por buena así la convicción que existe en los medios políticos informados de la ayuda prestada desde la Presidencia del Gobierno al diario ‘progresista’ para solucionar sus graves problemas financieros: algo que no pocos empresarios del sector de la comunicación avezados consideran malo, malo, malo para el PP, que ha desaprovechado la oportunidad de dejar que El País se friera en su particular ruina económica (el espabilado Rajoy siempre ayudando al enemigo).
Mucho más perspicaz y contemporizadora fue la actitud informativa de La Razón, dirigida por Francisco Marhuenda, un ferviente defensor de Rajoy que a veces raya en la idolatría, que supo ver la que se avecina y llevó su crónica sobre la conferencia de Aznar a portada con un sonoro y anhelante “Un solo PP”, apoyado con una fotografía del acto en la que aparecían forzadamente sonrientes la vicepresidenta Sáenz de Santamaría y el ministro Soria (aparato del poder) junto al matrimonio Aznar-Botella y al anfitrión del acto Eduardo Zaplana (disidencia)…
…MIENTRAS RAJOY NAVEGA EN EL MAR DE LA INCOMPETENCIA
La realidad palpable en el ámbito de la política es que Rajoy y su Gobierno siguen mostrándose incapaces de afrontar el fondo de la crisis de verdad; que tal incompetencia puede llevar al PP a un desastre electoral muy similar al de la extinta UCD; que José María Aznar no soporta ni va a tolerar esta situación (hay que conocerle para saber que va en serio)… y que, si no hay una rectificación inmediata por parte del marianismo, la gresca interna tomará muy pronto otro cariz mucho más ácido.
De hecho, parece que el propio ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro, incluso es incapaz de comprender la realidad más evidente, dado que sigue tachando de “error conceptual” pensar que la crisis deriva del peso del sector público y sigue, por tanto, negando su relación con el déficit público. Aunque a continuación reconozca que la auditoría realizada por la Comisión para la Reforma de las Administraciones Públicas (CORA) ha desvelado “duplicidades inadmisibles” que atentan contra el objetivo que se marcó Rajoy durante su discurso de investidura de ‘una competencia una administración’.
Es más, tanto él como la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, e incluso el conjunto del Gobierno, también parecen ignorar que las 217 medidas que ha propuesto la CORA, anunciadas a bombo y platillo por el propio Rajoy el pasado 19 de junio en Moncloa y aprobadas dos día después por el Consejo de Ministros, incluyen muchas especulaciones, agrupaciones, maquillajes, reconsideraciones semánticas y meras ‘recomendaciones’ para comunidades autónomas y entidades locales, que se aceptarán o no, de auténtica risa si con ellas se pretende “marcar un antes y un después” en la racionalización del sector público, como ha afirmado el presidente del Ejecutivo. Es decir, un paquete mayoritariamente de chorradas y perogrulladas sin la debida cuantificación económica (se ‘aventuran’ 37.700 millones de euros de ahorro en cuatro años incluyendo partidas de la pasada reducción de empleo público ya descontadas); cifra por otra parte imposible de acotar, porque el grueso del plan no son medidas de obligado cumplimiento sino ‘propuestas’ que ni siquiera se han negociado con los entes que han de asumirlas y cuyo éxito se condiciona a un ejercicio de ‘buena voluntad’…
Pero, sobre todo, el plan CORA del Gobierno carece de auténticas medidas de carácter legal negociadas con el conjunto de las Administraciones Públicas para adelgazarlas de verdad (empezando por la Central), de recortes y tijeretazos duros y puros como los ya asestados sobre el cuerpo social y, por supuesto, de las reformas institucionales necesarias para afrontar el fondo de la crisis. Esto es tan evidente que, aparte de merecer una Newsletter monográfica que ponga en su sitio la presentación propagandista del Gobierno, de entrada se puede considerar pura ingeniería semántica, ‘agua de borrajas’ y, en definitiva, una ofensa a la inteligencia y al sentido común de los administrados…
LOS COMICIOS EUROPEOS, CLAVES PARA EL PP
Seguimos, pues, en una dinámica de correlaciones y señuelos del Gobierno perdidos en el océano de su incompetencia política que, en cualquier caso, va a tener un hito definitivo el próximo mes de mayo con los resultados que arrojen las elecciones al Parlamento Europeo, institución que, acto seguido, tendrá que ratificar la elección consensuada del nuevo presidente de la Comisión Europea.
Hay que recordar que en los anteriores comicios europeos, celebrados en 2009 y en los que al inicio de la legislatura tomaron posesión 50 diputados de los 54 reasignados a España en el Tratado de Lisboa, los resultados fueron los siguientes: PP, 23 escaños (42,2% de votos); PSOE, 21 escaños (38,5%); Coalición por Europa -CiU, PNV, CC y otros- 2 escaños (5,12%); IU-ICV-EUIA-BA, 2 escaños (3,73%); UPyD, 1 escaño (2,87%) y Europa de los Pueblos -ERC, BNG, EA y otros-, 1 escaño (2,5%).
Sin embargo, es de prever que la reprobación social del Gobierno del PP y de la Oposición del PSOE recogida en las encuestas al uso, con un ascenso significado de partidos hasta ahora minoritarios como IU y UPyD, que anuncia una clara ruptura del actual bipartidismo, tendrá su efecto, por supuesto demoledor, en los comicios europeos. Quizás acrecentados por un presumible aumento de la abstención, que en 2009 ya alcanzó el 54 por 100 en la circunscripción de España, sobre todo si sus electores no perciben soluciones eficaces de la Unión Europea sobre la crisis.
Según el ‘Eurobarómetro Flash 375’ (mayo 2013), el porcentaje de jóvenes españoles que un año antes de las próximas elecciones europeas dicen haber decidido ya participar en ellas, se limita al 25 por 100, mientras que los que de momento no descartan poder hacerlo (es decir, el máximo potencial de participación en ese segmento de edad) no sobrepasan el 58 por 100. Porcentajes situados por debajo de la media europea que para esos mismos ítems se sitúa en el 28 y el 64 por 100 respectivamente.
Los jóvenes europeos que descartan votar en los próximos comicios, apuntan en esa misma investigación demoscópica como principal razón para ello la creencia de que su participación no cambiaría nada (64 por 100), seguida de la sensación de que no están lo suficientemente informados para votar (61 por 100) y de que el Parlamento Europeo no se ocupa de los problemas que les interesan (56 por 100).
Por otra parte, un estudio publicado en paralelo por la London School of Economics, elaborado con el auspicio de la Comisión Europea, evidencia también el creciente descontento de la juventud con el funcionamiento de la política. Aún más, este documento señala que los jóvenes europeos quieren participar y ser escuchados, pero por vías distintas, entre las que destacan Internet y las nuevas tecnologías, que se entienden como “métodos de participación mejorada”.
LA RUINOSA CONTUMACIA DE LA ‘CAMARILLA POLÍTICA’
Es en este contexto de deterioro y desencanto político en el que surge la necesidad de estudiar nuevas formas de organización y funcionamiento de los partidos, e incluso nuevos tipos de partidos o de tendencias y corrientes dentro de los existentes. Aunque muchos politólogos tiendan a desacreditar estos movimientos internos o a considerarlos un mal inevitable, culpándolos de fraccionar a los partidos y atomizar la vida política, llevando así a que éstos no cumplan con su cometido principal, que es precisamente aglutinar y articular las demandas sociales.
Cierto es que en, sí misma, la política conlleva elementos impredecibles y que hasta la institución más noble puede ser utilizada con fines indeseables. Sin embargo, si los acontecimientos obligan a discutir y adoptar soluciones alternativas (y la situación del PP va estando para ello), siempre será preferible entrar en una dinámica de consensos y disensos dentro del partido que aferrarse a un contumaz inmovilismo interno que impida la renovación de las estructuras del poder y salvaguardar su ideario, o quizás adaptarlo, generando en su caso el divorcio con las bases sociales que, en efecto, siempre deben ser escuchadas y representadas rectamente.
Impedir el libre debate de las ideas en el seno de los partidos, sobre todo en situaciones de crisis extrema, equivale a negar la democracia interna, que es su primera y más importante obligación. De hecho, el artículo 6 de la Constitución Española establece con suma claridad: “Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la Ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”.
Por ello, las organizaciones que normativa o prácticamente son caudillistas o excluyentes no parecen acordes con el espíritu democrático que impregna el texto constitucional, sin perjuicio de que sus posibles corrientes internas se puedan conformar alrededor de un líder. Los partidos norteamericanos o la histórica Democracia Cristiana (DC) de Italia, por ejemplo, han estado integrados esencialmente por tendencias y corrientes internas que, además, han sido el vehículo de la alternancia en el poder interno.
Y estas corrientes dentro del partido (la democracia interna real) crean en efecto una dinámica de consensos y disensos que evita la inacción y la petrificación política que, con independencia de perpetuar al aparato de la organización, también impiden el libre debate de la realidad, yugulando de paso las ideas y propuestas alternativas que, en determinadas situaciones de crisis, eviten una eventual debacle gubernamental.
Un partido con absoluta unidad de pensamiento, sin capacidad de autocrítica y con mando prepotente basado en la ‘camarilla’, sea esta la que sea, no es democrático y se acerca más a lo que se ha dado en llamar la ‘dictadura de los partidos’, luego devenida en ‘aparatocracia’ y, en conjunción con la del partido opositor, en ‘partitocracia’. Una expresión política que, como forma de Estado aparejada al formalismo parlamentario, es una pura deformación sistemática de la democracia en la que las oligarquías partidistas asumen la soberanía efectiva en régimen de ‘turnismo’.
En ese régimen, los grandes partidos existentes, básicamente dos, van asumiendo el gobierno de forma consecutiva o rotatoria, coartando las posibilidades de que los ciudadanos expresen su voluntad real fuera de los partidos ya existentes, y ni siquiera en ellos si están sujetos al inmovilismo interno. Partiendo entonces de la idea de que los partidos son un mal menor o un mal necesario, los ciudadanos se auto-excluyen y buscan otros cauces de expresión e intervención, lo que les lleva a crear nuevas organizaciones: grupos de presión, partidos antisistema, movimientos y redes sociales y, como sostienen los jóvenes encuestados recientemente por la London School of Economics, “métodos de participación mejorada” basados en las nuevas tecnologías.
En la vida política, y como de forma indefectible sucede también en otros campos de la actividad humana, las concepciones globalizantes corren el peligro de quedar atrapadas en sí mismas y obligadas a crear instrumentos que les permitan concretizarse o pervivir en la historia, originando una reversión de principios, valores, prácticas y prioridades. En estos casos, el instrumento se apodera de la idea y se convierte en el propio fin; y el gran objetivo pasa a ser un simple medio, pura retórica vacía o diletante...
LAS OREJAS DEL LOBO: DE LA EXTINTA UCD A LA DEBACLE GRIEGA
No es nuestra intención revisar ahora la teoría y la ética políticas, adentrar a nuestros lectores en el denominado ‘Estado de Partidos’ (el Parteienstaat de algunos estudioso alemanes connotado con la ‘partitocracia’) ni, mucho menos, profundizar en el concepto de la Partyarchy que ha intentado acuñar Michael Coppedge (Universidad de Notre Dame, South Bend, Indiana) a partir de la concepción de ‘poliarquía’ de Robert A. Dahl (Universidad de Yale). Más ilustrativo sería recomendarles la lectura del libro de Petros Márkaris titulado “La espada de Damocles” (Tusquets, 2012), escrito tras las elecciones griegas del año pasado para arrojar luz sobre la crisis que azota a Grecia y que todavía sigue amenazando con derrumbar el proyecto de la Unión Europea.
Con ese objeto, Márkaris explica las causas profundas de la quiebra política de Grecia, la acelerada evolución de su sociedad en las últimas décadas y el papel que sus estructuras de poder han desempeñado en la actual debacle financiera, con similitudes que, quiérase o no, tienen referentes perfectos en la situación española (habla del ‘nepotismo tóxico’, del ‘partido de los beneficiarios’, de la política del ‘enchufismo’, del desánimo social, de las generaciones perdidas, de la ineficiencia de las administraciones públicas…). Indignado ante la precariedad de la vida cotidiana de tantos ciudadanos, castigados por medidas diseñadas en Bruselas y Berlín y frustrados en su futuro, el perspicaz escritor griego alerta de que ésta no es una crisis más (la española tampoco), y que sólo volviendo a las raíces del humanismo político -nacido precisamente en Grecia- podremos dejar de sentir esa espada de Damocles sobre nuestras cabezas.
Pero es que, en el caso de España, su propia historia -la remota del siglo XIX o la más próxima del siglo XX- advierte de forma sobrada hasta dónde pueden llevarnos las torpezas políticas y el deplorable funcionamiento de los partidos que las protagonizan. Todos los días, desde muchas tribunas y de mil formas distintas, se repite la misma advertencia, pero siempre ante la misma indiferencia del poder político, que sólo hace lo mínimamente indispensable para prevalecer en su particular interés.
Ya hemos señalado la anotación de Luis María Anson sobre el trágico fin de la meritoria UCD, el partido liderado por Adolfo Suárez que hizo posible la Transición Española. Una formación que nació como integración de diversas tendencias y corrientes políticas en torno a un proyecto común centrista y reformista, pero que, en su momento más crítico, se enrocó en sí misma sin saber organizar el consenso y el disenso internos y generando primero una lucha fratricida encarnizada y después la diáspora de sus fuerzas originales (liberales, democristianos, populares…) sin mayor proyección electoral; con momentos en los que estas corrientes descontroladas incluso maquinaron una inédita moción de censura parlamentaria contra el Gobierno de Suárez, que era el suyo propio, por no hablar del intento de golpe de Estado del 23-F y de su instigación más profunda…
ATENTOS A LAS ‘DEPLORABLES EQUIVOCACIONES’ DEL PP
Hoy, salvando las distancias, podríamos traer a colación, sólo como uno de los muchos ejemplos disponibles, las declaraciones realizadas hace poco por el ex diputado del PP Jesús López-Medel en el programa “Salvados” que dirige el periodista Jordi Évole en La Sexta (02/06/2013). Cansado de la falta de debate interno en su partido, en su día decidió arrojar la toalla todavía bajo el liderazgo de Aznar, desvelando ahora que el entonces número dos del Grupo Parlamentario del PP en el Congreso de los Diputados llegó a recriminarle que aplaudiera poco a sus jefes en los plenos de la Cámara.
En base a esa experiencia propia, López-Medel cree que en los partidos políticos no hay el menor debate interno y que todos deben decir y pensar lo mismo que el líder. Durante su entrevista aseguró que “en los partidos políticos no hay debate, nunca levante la mano para debatir algo crítico porque nadie lo hacía, no intervenía nadie”, concluyendo, en coincidencia con otros intervinientes en el mismo programa vinculados a diferentes ideologías: “La regeneración política es fundamental, debemos convocar a la clase política a que reacciones, sin regeneración de la clase política no saldremos de la crisis”.
Insistimos en que ya no se trata de promover más debates, conferencias o seminarios sobre formación política, organización y funcionamiento de los partidos, revisión de la Ley Electoral o cualquier otra evidente necesidad de reformas institucionales…, porque todo ello es archiconocido y porque el más incapaz de los políticos, que lamentablemente sólo irá ‘a lo suyo’, sabe sin la menor duda de qué va la cosa. La cuestión, muy sencilla, es si ahora, en este preciso y crítico momento y antes de la elecciones europeas, al PP le conviene o no le conviene organizar una corriente crítica interna (‘aznarista’ o simplemente ortodoxa), con su propio futuro en juego y para evitar posibles males mayores...
Sabido es que el tiempo termina haciendo justicia y colocando a cada persona y a cada institución en su sitio, y que es el bien más preciado para quienes quieren realizar actos y obras importantes, frente a quienes pasan la mayor parte del suyo entretenidos en puros ‘pasatiempos’. Y que los políticos egoístas carecen interesadamente del sentido del timing que les acreditaría como verdaderos servidores públicos, supeditándolo a su propio acomodo, llegando siempre tarde a su personal cita con la historia.
Haga el PP lo que tenga por conveniente, si su actual caudillo Rajoy así lo estima oportuno. Pero no olvide éste, ni su pacata ‘camarilla política’, aquel lamento de Isabel II (reina de los ‘Tristes Destinos’ muerta en el destierro francés), relativo al periodo 1843-1854 (la ‘Década Moderada’), horquillado entre el levantamiento contra el general Espartero, que acabó con su Regencia, y el inicio del Bienio Progresista tras la Revolución de 1854: “¡Once años de deplorables equivocaciones…!”.